Actualidad

Mirla Pérez: “Los valores culturales nos han salvado de un sometimiento mayor”

Retrato de Mirla Pérez por Alfredo Lasry | RMTF.

10/05/2020

Hacerse preguntas sólo para satisfacer la curiosidad que despierta una circunstancia, un episodio insuflado por los medios, como un intercambio de detonaciones y fuego cruzado, puede desvelar el manto de frivolidad que compite y vive en tensión con la mirada de quienes tienen plena conciencia de lo que ocurre en una sociedad que empieza a mostrar signos claros del hundimiento en el caos y la anarquía. 

La pregunta «¿qué hay detrás del enfrentamiento entre bandas que se disputan el dominio territorial en Petare?» se la hago a Mirla Pérez*. Me interesa su visión sociológica y antropológica. Y sus respuestas, lo advierto desde ya, revelan un proceso acelerado de descomposición, de ruptura, de quiebre, de elementos fundamentales para la sociedad, como son la familia, la convivencia y la propia noción de comunidad. Quien expuso tales conceptos, como parte de la cultura popular, fue el padre Alejandro Moreno, quien falleció a finales del año pasado. Un hombre cuya misión ha dejado una raíz profunda en Petare. Gracias a su legado todavía podemos escuchar una voz de alerta. Sería crucial para los venezolanos que dejemos de confiar en la buena suerte, en el sueño prometido, en las bondades de los mitos que a lo largo de la historia hemos construido. El control social, la intimidación, la violencia generalizada, la complicidad del Estado con las más variadas formas delincuenciales, son parte del aparato totalitario que despliega su poder en nuestros barrios.  

Probablemente encontremos un ejemplo de tercerización de la seguridad en Petare. El Estado delega en actores emergentes garantías constitucionales como la seguridad. ¿Qué es lo que se ha conformado en Petare detrás de estos enfrentamientos?

El planteamiento que haces sobre la tercerización de la seguridad me parece interesante, porque nos lleva, precisamente, al Estado. Los problemas que hoy vive Petare los vive de esa manera por la naturaleza del poder que está presente en el Estado. Y esa relación es directa, a Petare lo tenemos aquí mismo, pero eso viene sucediendo a lo largo de todo el país. En los estudios que hemos hecho en el Centro de Investigaciones y en los innumerables artículos de Alejandro Moreno, lo que hemos visto, lo que estamos viendo, es un poder tiránico. Esto ya no es una dictadura, sino una tiranía con vocación totalitaria. ¿Cómo esta tiranía se puede hacer del poder más inmediato, que es el poder territorial? En una ocasión, Alejandro habló de la <<feudalización>> del territorio nacional y de la desaparición de la nación propiamente. Ése es el peligro, la tendencia que veíamos en aquel momento y parece que la historia no se ha detenido y en esa historia se han venido conformando distintas fuerzas que van tomando el poder territorial. Y el ejemplo, hoy día, es José Félix Ribas. Digamos que la violencia está en el origen.

¿Podría señalar los antecedentes? O más bien, ¿a qué se refiere cuando habla del origen? 

La violencia para este sistema no es un accidente. Es el origen. De hecho, en toda la configuración del poder de Hugo Chávez, el punto de partida es una acción y un discurso propiamente violento. Entonces, la violencia no es un episodio. Es el canal por donde va transitando el conjunto de relaciones de poder que, digamos, va moviendo una mano invisible, por zonas, y eso es lo que hemos visto con las llamadas zonas de paz. 

Retrato por Alfredo Lasry | RMTF.

Emergen unas nuevas formas de poder que sustituyen a otras. Pero nunca habíamos visto algo parecido. ¿Qué fue lo que cambió?

No es lo que cambió, sino lo que se radicalizó. Lo que vimos al principio, quizás en 2007, en 2008, lo estamos viendo en desarrollo. ¿Qué terminó apareciendo? Ahí está, el poder territorial. Uno de los elementos relevantes, en toda esta ingeniería del control es, precisamente, las zonas de paz. Esto no ha sido un accidente. Hay dos configuraciones que le están dando cuerpo a lo que era el proyecto. Por un lado están las zonas de paz y por el otro la construcción del Estado comunal, cuya presencia es trasversal. Es decir, está presente en los barrios, pero también en sectores medios. Son las estructuras de control que cada vez son más evidentes, en las que tiene presencia el Estado comunal. 

¿Qué hicieron las zonas de paz? 

Convirtieron el poder fragmentario de las bandas. Valga decir, una banda ejercía el control en la parte baja de un barrio, otra en la parte alta, otra en la zona lateral. Había una delimitación territorial y las bandas estaban fragmentadas. No eran un único poder y lo que vienen a hacer las zonas de paz es propiciar un acercamiento entre bandas hasta lo que conocemos hoy como una megabanda. Entonces, ya el control territorial no es fragmentado sino total y, en José Félix Ribas, ya no es por zonas. El movimiento que hemos visto es para ejercer un control hegemónico, digamos, que domine. Y el proyecto sería todo Petare. Tal como ha venido ocurriendo, por ejemplo, en la Cota 905. Si lo veías desde arriba, inicialmente, eran poderes fragmentados y, en un momento dado, cuando se establecen las zonas de paz, se tiene un único poder, que permanentemente se está confrontando. En ese ejercicio de confrontación se consolida uno de los poderes. 

Culminado el proceso de control territorial, ¿cuál es la mediación que se establece entre la megabanda y la población? Porque esto tiene un componente social y político. Además de la seguridad, ¿operan otras mediaciones? 

Hay que comprender la dimensión socio antropológica de la delincuencia. Nosotros en el Centro de Investigaciones hemos trabajado la noción de forma de vida delincuencial. Ésta es una estructura que se entiende y tiene sentido en sí misma, nacida de un entorno antropológico mayor y cultural. El presupuesto es que no hay un delincuente universal, sino que el delincuente se produce según la cultura que vive. En nuestro caso, estamos estudiando el delincuente de origen popular. Habrá delincuentes de origen burgués, o de origen equis o zeta, pero no es nuestro caso. La forma de vida del delincuente de origen popular pasa por el control del barrio. Aquí las relaciones que se pueden establecer con la comunidad son básicamente de poder, de dominación y de control por parte de las megabandas. El episodio, por ejemplo, de José Félix, el cacerolazo (que apoya a una de las bandas que se disputan el control del barrio) hay que mirarlo con mucho cuidado. ¿Es una acción espontánea, voluntaria? ¿O ha sido inducida, provocada? Ésa es la pregunta que nos hacemos. Y ya sabemos cómo la pueden provocar… con esa cantidad de armamento que tienen.

Una primera capa, digamos lo más obvio, sería la intimidación, pero en el sustrato de la cotidianidad, seguramente habrá otros vínculos, otras formas de relación entre los delincuentes y los habitantes del barrio. 

Esta forma de vida delincuencial no es propiamente popular, no es una relación natural, digámoslo así. Va a ser siempre una relación externa, artificial, con los mismos valores populares, pero distorsionados. Evidentemente, tiene una misma práctica porque tiene una misma cultura. Pero cuando esas prácticas las hace el grupo que asume la forma de vida delincuencial, lo hace distorsionando las relaciones principales, entre otras cosas, porque las conoce y las vive. Son dos cosas distintas. Una cosa es el control que ejerce el delincuente y otra cosa es cómo la gente quiere preservarse, quiere salir de esa relación, aunque la reconoce. Es una relación asimétrica entre un grupo que tiene el control y la fuerza y una comunidad que está indefensa. 

Menciona un factor externo que influye en esa relación. ¿Cuál sería ese factor?

El factor externo es, precisamente, la mano invisible del Estado, que a partir de una estructura territorial, como son las zonas de paz, está propiciando, favoreciendo, el tipo de relación a la que me referí anteriormente. ¿En qué consiste la zona de paz? No me voy a lo teórico, me voy a la práctica, a lo que ha venido ocurriendo cuando se comenzó a implementar. Esto es la autorregulación del territorio por parte de una banda. Es decir, una banda somete a otra y logra tener el control. Si esta fuerza delincuencial le es adversa —la mano invisible—, el sistema tiene que buscar la manera de que sea, nuevamente, un factor aliado. Esto son los movimientos que se van produciendo en la zona de paz cuando se origina el conflicto por la hegemonía del territorio. En el fondo siempre van a tener una fuerza que va a intentar controlar el poder delincuencial. Hay una figura fabulosa que Alejandro utilizaba siempre, que es la figura del feudo. Y lo hacía en referencia no solamente a Petare, sino a nivel nacional: la desintegración nacional pasaría por un proceso caótico, en el que pequeños jefecillos se van conformando a lo largo del territorio y lo comienza a fragmentar. Ése es el peligro: la desintegración de la nación. Hace 10 años no había suficientes datos empíricos para poderlo afirmar. Hoy ya los tenemos, tanto a nivel local como a nivel nacional. 

Retrato por Alfredo Lasry | RMTF.

¿Qué significa para los sistemas educativos de los barrios, para la cultura popular, esta configuración del poder?

La pone en peligro. Hoy tenemos dos peligros cohabitando. Uno es la configuración política del totalitarismo, que es transcultural, que se va metiendo para romper las significaciones más básicas, hasta lograr la dominación desde dentro, y otra es la dominación delincuencial, que ya está metida en la cotidianidad. No como una ideología, porque no lo es, sino que es una práctica que somete al otro en su cotidianidad. Entonces, los sectores populares están afectados por dos fuerzas. Uno, la fuerza política. Dos, la fuerza delincuencial. Las reconocen y, al reconocerlas, pueden actuar en su propia defensa. ¿Qué es lo que hemos visto? ¿Lo que ha surgido, si se quiere, de manera espontánea? El repliegue en los valores culturales. Eso es lo que nos ha salvado de una dominación, de un sometimiento mayor, por vía de un sistema totalitario. Hay un repliegue en los valores, en las prácticas fundamentales: la convivencia, la familia, desde los lazos afectivos, desde la trama convivial, es una manera de defenderse de este entorno tan adverso.

Es una dinámica inusual, prácticamente inédita, y de la cual tenemos poca o nula conciencia. ¿Cuáles serían, digamos, las interacciones de esa dinámica?

En lo cotidiano es muy difícil que tú te puedas defender de una fuerza que busca controlarte. Entonces, esto hay que pensarlo en términos de tensión. El mundo popular está en permanente tensión, por un lado, preservando lo que originalmente lo identifica y desde allí construyendo la solidaridad, construyendo la CO-MU-NI-DAD y, por el otro, lidiando con estos factores externos que lo van golpeando, cada vez más duro, por lo cual estas estructuras pueden ceder. Estamos en un proceso muy difícil, porque la estructura puede ceder. 

¿Y cuál es su pronóstico? ¿Qué terminará por prevalecer?

Si las cosas siguen como van y la desintegración continúa, creo que vamos, inevitablemente, a un momento de desaparición como nación. Está en peligro nuestro modo de vida. Tenemos maneras de protegernos, en lo cultural sobre todo, que son las que acabo de mencionar. Pero hay un límite, porque cuando el golpe es muy fuerte, continuado, permanente, puede llegar a la raíz y romper la estructura. Ahí sí estamos en peligro de una disolución de la sociedad que conocemos y entraríamos en un proceso anárquico, caótico. Ése es el peligro. Lo estamos advirtiendo y lo estamos viendo a nivel nacional. En el Zulia hay familias en las que sólo han quedado las figuras femeninas, como si fuera una guerra. Han matado a los padres, a los hijos varones, por esta vorágine delincuencial y violenta, tanto por parte de la delincuencia organizada como por parte del Estado. 

Sí, ahí están las incursiones del Faes, que vimos, primero, en la Cota 905 y actualmente en Petare. ¿Cuál es el resultado de esas incursiones?

El que han documentado las organizaciones que defienden los derechos humanos. Esa incursión, en lugar de restablecer el orden, se traduce en una mayor violación de lo que son las garantías constitucionales. En un momento intervinieron en José Félix, pero en estos seis días de conflicto (hasta el día miércoles) no. Porque ese es el principio de la zona de paz. Que sea, precisamente, la organización delincuencial la que pueda lograr la hegemonía de la zona. Pero el Faes ha entrado y la denuncia de violación de los derechos humanos ha sido una constante. 

Es muy contradictorio. Nadie podría decir que la Cota 905 o Petare son zonas de paz. Es una etiqueta, ¿no?

Absolutamente. La paz no es para el ciudadano, no es para la población, no es para el pueblo. La paz, entre comillas, y resignificada, es sencillamente una tregua. Una tregua entre bandas que va permitiendo un movimiento de reunificación y de hegemonía sobre el territorio que está en disputa. De paz sólo tiene el nombre. Este tipo de metodología la empezamos a ver a lo largo de todo el país. Es un movimiento desintegrador, es un movimiento «feudalizante» para decirlo con la palabra que usaba Alejandro.

En Petare hicieron mención a una práctica que se podría resumir de este modo. El joven adolescente empieza a vestir ropa de marca, a desplazarse en moto, a desertar de las aulas de clase… ha sido cooptado por una banda. ¿Ustedes han estudiado ese proceso? ¿Qué mecanismos operan en esas prácticas? 

En el trabajo “Salimos a matar gente” —dirigido y coordinado por el padre Alejandro Moreno— empieza a aparecer la figura del reclutamiento. Lo que puedo decir, desde la cotidianidad del barrio, es que, evidentemente, ese proceso se da en una doble dirección, de una forma muy compleja. El que va directo al adolescente que puede ser objeto de reclutamiento y el proceso mismo de reclutar que tiene la banda. Hay un proceso de modelar y en el estudio lo describíamos como los distintos círculos de operación de las bandas. Está el núcleo, conformado por los jefes; luego, en un círculo inmediato, están los jóvenes adolescentes, los que tienen más fidelidad; y luego está el gran aro, cualquier muchacho que pudiera ser captable. En ese proceso, el modelaje es fundamental. ¿Qué encuentran nuestros adolescentes, incluso nuestros niños? Figuras de éxito asociadas al poder y al dinero que tienen que ver, precisamente, con ese modelaje delincuencial. O a lo político aliado a lo delincuencial. Se va perfilando una conducta que lo hace proclive a que pertenezca a una banda.    

Es una oferta tentadora en medio de la pobreza y la inequidad. Una opción entre otras. ¿Cómo luchar contra ella?

No todos eligen esa vía. Pero a futuro, si esto no cambia, la vinculación hacia esos grupos delincuenciales será cada vez mayor. Y aún más en medio de mayores dificultades y de menores posibilidades educativas, por ejemplo. 

Una esfera clara de la tensión en la que vive el mundo popular. O eliges los valores de la cultura popular o sencillamente te incorporas a una banda. ¿Qué podría decir de esa tensión?

La experiencia en el Centro Juvenil es muy importante para los muchachos, porque les da un referencial distinto al que pudiera darles el mundo delincuencial. Tener la posibilidad, mediante un proceso que tiene que ser local, operado por una organización propia de la comunidad, de proponerles la duda. Si bien el muchacho puede tener la opción delincuencial, de éxito aparente, y la sensación de poder inmediato, también tiene la otra opción, de la vía de la familia, de la vía del afecto y del trabajo en la comunidad… ¡Y que lo piense! Acá, por ejemplo, sin la referencia del Centro Juvenil, los muchachos se hubiesen hecho delincuentes, pero no toman esa opción, porque hay una alternativa de acción y un espacio para la convivencia con el otro. El tema de la relación y del convive es fundamental para el muchacho y el joven venezolano. 

No podría concluir esta entrevista sin hacer una mención del padre Alejandro Moreno. ¿Podría hacer referencia a su legado, a su presencia, a sus vínculos con la comunidad?

Alejandro fue un gran maestro y con su genio formó una escuela, el Centro de Investigaciones Populares. Desde su legado, desde la inserción que tuvo en las comunidades de Petare, se fue produciendo todo un camino, un camino de reflexión, de comprensión, un camino metodológico. Y eso lo hemos seguido. Una de las fuerzas de Alejandro fue la capacidad de producir en libertad. Producir, con su equipo de investigación, desde la duda, desde el no dar nada por cierto. No decir verdades absolutas, redondas, sino estar abierto, siempre, a la incertidumbre, a la posibilidad de que las cosas cambien y, desde allí, producir el conocimiento ajustado a la realidad. 

*Doctora en Ciencias Sociales, profesora titular de la Universidad Central de Venezuela, Investigadora del Centro de Investigaciones Populares, articulista y autora de varios libros sobre la familia, la cultura popular y la violencia delincuencial. 


ARTÍCULOS MÁS RECIENTES DEL AUTOR

Suscríbete al boletín

No te pierdas la información más importante de PRODAVINCI en tu buzón de correo