Entrevista

Miguel Ángel Martínez Meucci: “Lo primero es tratar de entendernos”

Miguel Ángel Martínez Meucci retratado por Ana María Martínez

08/05/2022

Basta releer “Archipiélago Gulag” de Alexander Solzhenintsyn para entender que los venezolanos no vivimos bajo un régimen político totalitario. Si cabe una comparación, esto sería un hotel cinco estrellas frente a lo que sería el infierno de una cárcel como El Rodeo. Todavía hay espacios de autonomía y en alguna medida de libertad.

Pero el hecho de que Venezuela no sea la hechura del régimen soviético, que imperó en Europa del Este y en Cuba, por ejemplo, no quita que en el ánimo del poder prive una lógica totalitaria. Son dos cosas distintas. Y quien lo aclara es Miguel Ángel Martínez Meucci*. Lógica que se aplica, con variada intensidad y propósitos, en el campo de la economía y la política. Este es el tema que se desarrolla líneas abajo.

Escribe usted en su ensayo Dominación Totalitaria, Organizaciones Ciudadanas y Derechos Humanos: “Me parece patente y determinante la presencia de una lógica totalitaria que anima las ideas, discursos, acciones y objetivos de los principales líderes del chavismo”. ¿Cómo encaja en ese contexto la designación de los nuevos magistrados del Tribunal Supremo de Justicia? Tomemos en cuenta lo que dijo el señor Nicolás Maduro… “Es una nueva etapa de renovación del sistema de justicia”.

Desde que el chavismo llega al poder, por vía electoral en 1998, ha habido una voluntad de reestructuración de las instituciones del país. No se trata solo de tener el poder y de ejercerlo, sino del intento de cambiar y reformar la estructura institucional. De manera tal que el poder pueda ser ejercido de una forma mucho más plena y absoluta. En el ámbito del campo judicial, creo que ha habido una serie de acciones para hacerse del control, pero también hay una práctica y una doctrina, por la cual se ha venido sosteniendo, durante mucho tiempo, que la división de poderes, por ejemplo, no es conveniente, aunque esta sea uno de los elementos, uno de los pilares, de la democracia moderna y liberal de nuestros tiempos. Entonces, ese principio no entra totalmente dentro de la visión del chavismo y se ha ido trabajando, en el ámbito judicial, para generar una suerte, entre comillas, de “cooperación” entre poderes, precisamente, para fortalecer el poder y el control de un proyecto que se asume como revolucionario. Por otro lado, no podemos perder de vista lo que es la lógica del poder. Decía Montesquieu que “solo el poder refrena al poder”. Y si esto no ocurre, quien tiene el poder lo ejerce de forma absoluta. Creo que eso es lo que ha venido sucediendo en el país.

Cuando el señor Nicolás Maduro habla de “una nueva etapa de renovación del sistema de justicia” y vemos que en la composición del TSJ hay dos nuevos magistrados (José Luis Gutiérrez y Luis Emilio Rondón), ¿esto no abre, digamos, una composición más plural del TSJ?

La pregunta sería si esa composición permite un ejercicio distinto por parte del poder judicial en Venezuela. O si es, más bien, para que pensemos, precisamente, que hay una composición diferente. Yo tengo la impresión de que los elementos de continuidad (en la composición del TSJ) son mucho más fuertes que los elementos de cambio. ¿En que sentido? Ha habido, incluso, toda una serie de maniobras para extender -más allá del lapso de 12 años establecido por la Constitución- la permanencia de los magistrados en sus cargos. Muchas de las figuras que están en el TSJ fueron ratificadas en sus cargos y, en su gran mayoría, son cercanas a Maduro, al grupo que viene ejerciendo el control del Estado. Entonces, podemos ver figuras puntualmente distintas, pero creo que la lógica es la misma, la de ejercer un control esencial (en el poder judicial) por parte del chavismo. Pero tratando de hacernos ver que hay una fase nueva, que hay una apertura y que esa lógica va a ir moderándose. Yo creo que lo que ha ido cambiando es la imagen, pero no el fondo, digamos, el modo en que se ejerce el poder en Venezuela.

¿Cuáles asuntos pendientes -relacionados con la administración de justicia- quedan en el TSJ? Le hago la pregunta porque hay materias que siguen siendo un campo minado. El sector empresarial entiende que no hay garantías para el desarrollo de la iniciativa privada y las leyes relacionadas con el control de precios, por ejemplo, no se han derogado, aunque no se aplican. ¿Sería este el momento para que se tomen decisiones que propicien la inversión?

Habría que preguntarle a cualquier ciudadano venezolano, a un empresario, a una persona que tenga un pequeño negocio, ¿de qué depende cualquier trámite que quiera hacer ante los organismos del Estado? ¿Esa persona piensa que está amparada por la ley para resolver sus controversias o cualquier arbitrariedad de que sea objeto? ¿O piensa que no debe estorbarle al poder o meterse en asuntos políticos? ¿De cuáles variables depende hoy día la libre actividad de las personas en Venezuela? Según las respuestas de cada uno, creo que podemos ver lo que realmente está predominando.

¿Este no sería un buen momento para despejar esa ecuación?

Siempre han habido momentos en que Venezuela puede recuperar su funcionamiento como una democracia y con un estado de derecho. Siempre aspiran los ciudadanos, que son demócratas, a vivir bajo ese sistema. Pero ¿en qué medida depende Maduro de que exista un sistema de verdadero cumplimiento de la ley? Y lo digo, porque en la medida en que se cumpla la ley, se podría reestablecer el estado de derecho y, eventualmente, el estado democrático y con él la alternabilidad. Quien ejerce el poder tendría que entregarlo a otras fuerzas políticas. Entonces, ¿hasta qué punto se puede permitir el Gobierno actual que prive la ley, no solamente sobre los asuntos económicos, sino sobre los asuntos políticos y de cualquier otra índole? Pero la naturaleza de un gobierno que no es democrático es, precisamente, que la sociedad no pueda regirse por la ley. Ahí es donde yo veo obstáculos muy importantes. Obviamente, al gobierno le interesa que la economía se reactive, pero en los términos en que pueda seguir manteniendo el control político. No le interesa un entorno donde la gente se sienta con más independencia y con más posibilidades de ejercer sus derechos. Ahí hay una frontera que, difícilmente, un régimen autoritario se atreve a traspasar.

¿Esto sería un pote de humo rojo?

Hay ciertos gestos de liberalización que, efectivamente, sí le interesan al Gobierno. Pero es una apertura limitada y restringida a ciertos ámbitos económicos, que no va a trascender a la esfera política. Al Gobierno no le interesa que lo vean (siguiendo criterios académicos) como un “autoritarismo hegemónico”, sino más bien como una suerte de régimen híbrido, con una elevada dosis de autoritarismo, pero con algunos espacios de libertad y autonomía. Creo que hacia allá va la movida, lo que podría ser un entendimiento con sectores de oposición y un campo para el funcionamiento de la economía de los ciudadanos. Lo que se busca es cierta estabilidad, cierta coexistencia, pero bajo el sistema que ha venido imperando en las últimas dos décadas. Pero no es un cambio general, desde mi punto de vista.

Usted se apoya en el libro de Václav Havel, El poder de los sin poder, para desarrollar su ensayo. ¿Por qué eligió a ese autor?

Havel es uno -entre otros autores- que ha trabajado la lógica de los sistemas totalitarios y de los postotalitarios. Dicho esto, quisiera hacer una precisión: lo que trato de señalar en mi ensayo no es tanto lo que significa un régimen totalitario, sino lo que es, propiamente, la lógica totalitaria, la lógica de ejercer un control total. ¿Por qué? Porque el poder puede variar de muchas formas. A fin de cuentas, el cómo siempre tiene una naturaleza instrumental. El problema es el qué, el fin. Y si la dominación totalitaria requiere cambiar las formas, las herramientas, pues encuentra modalidades de hacerlo, sobre todo con las nuevas tecnologías. Ahora, lo que Havel señala, teniendo en cuenta las diferencias con el mundo de hoy, pero también las similitudes, es que, al fin y al cabo, la lógica totalitaria se basa en la aceptación, en la renuncia y en la resignación, por parte de los ciudadanos, al régimen bajo el cual están viviendo. Y lo que yo veo interesante en Havel es que él llama a un ejercicio de introspección individual, cada uno con su conciencia, para ver qué está bien, qué está mal y qué cosas no deberíamos hacer, cuando la lógica totalitaria se ha extendido a muchos campos de la vida ciudadana.

Actualmente hay un rechazo al liderazgo político, tanto del Gobierno como de la oposición. Es una sociedad incrédula, despolitizada, cansada. Podría ser un momento para la reflexión, pero el punto es: ¿cómo se revierte la aceptación, la resignación que caracteriza el estado de ánimo de los venezolanos? ¿La convivencia, más que la coexistencia, con un régimen que encuentra, en la lógica totalitaria, los mecanismos de dominación?

Efectivamente, es muy difícil si tomamos en cuenta todo lo que hemos atravesado como sociedad, digamos, lo que hemos experimentado: el primero o el segundo ciclo hiperinflacionario más largo que se conoce, la diáspora de millones de ciudadanos, la destrucción de la infraestructura del país, la ausencia de servicios básicos, más de 20 años de diatriba política, no siempre regulada a través de las instituciones, la contracción del 80 por ciento del PIB en la última década, todos estos son elementos que han generado un desgaste tremendo en la población y es lógico que la gente busque sobrevivir, busque recuperar su estabilidad interna o sentirse bien en el ámbito personal y familiar, en una primera instancia. Pero, precisamente, cuando hay un desencanto con el liderazgo político, de lado y lado, yo creo que el punto de ruptura empieza por la toma de conciencia individual. Lo primero sería entender lo que ha pasado y qué lecciones podríamos aprender al respecto. Solo así podremos encontrar, en primer lugar, la vía para salir del atolladero en el que estamos metidos y, en segundo lugar, saber qué cosas debemos tomar en cuenta para no repetir los mismos errores. A mí lo que me preocupa es: ¿cómo estamos interpretando lo que hemos vivido en estos 20 años? ¿Qué lecciones estamos extrayendo? Y ahí creo que el debate en Venezuela no está dando las respuestas que debería ofrecer.

Hay un partido hegemónico, el PSUV y unos partidos de oposición “infiltrados” por el régimen. En ese contexto, ¿vale la pena luchar por mejores condiciones electorales? ¿Es posible que tengamos elecciones competitivas? 

La respuesta es siempre un depende. Depende del modo en que se afronte la lucha para la recuperación de las condiciones electorales. Si las elecciones están absolutamente condicionadas para que la gente no pueda elegir, yo creo que se fortalece al régimen hegemónico, en lugar de propiciar un cambio. Creo que es importante que se desarrollen amplios conceptos entre las fuerzas democráticas del país, para que cuando se convoque a un evento electoral, la gente, justamente, pueda elegir. En cambio, si la voluntad popular es sistemáticamente adulterada desde el Estado, desde el poder, la pregunta es ¿qué es lo que estamos haciendo a fin de cuentas? Creo que hay que dar un debate, no tanto con respecto a los medios, sino a los fines. Y algo similar aplica a la negociación. El punto no es dilucidar si ir a elecciones, al diálogo o la negociación es bueno o malo. Por ahí perdemos de vista lo fundamental del asunto.

¿Que sería?

¿Cuál es el objetivo? ¿Para qué negociamos?  ¿Con quién se negocia? ¿A través de qué medios? ¿Con qué agenda? ¿Con qué propósitos? ¿Desde qué plataforma? Por eso digo que la respuesta es siempre un depende.

No creo que los medios sean el escenario apropiado para canalizar ese debate, porque una cosa es lo que se discute en Twitter y otra cosa es que los partidos políticos y las organizaciones de la sociedad civil, en cada uno de sus ámbitos, hagan una evaluación, un examen, de lo que está ocurriendo. ¿Qué opinión tiene al respecto?

Estoy de acuerdo. Partamos de la idea de que lo que no se convierte en palabras no impacta en la conciencia. Hasta la terapia psicoanalítica funciona de esa manera. La gente habla de sus problemas, y al hacerlo toma conciencia de ellos. Pero si no somos capaces de convertirlos en palabras, van a permanecer como algo incomprensible e irracional. Algo similar ocurre en una sociedad, pero si no hablamos de nuestros problemas, no podemos tomar conciencia de ellos. Lo que busca la lógica autoritaria es, precisamente, conculcar esos espacios de debate. No es casualidad que en nuestro país haya mermado la prensa, las universidades y las propias organizaciones políticas. Hemos llegado al punto en el que hablar de política se perciba como algo infructuoso, seguramente por el cansancio que hay en la sociedad. Havel, que vivía en una sociedad en la cual el poder cercenaba la libertad de pensamiento y la libertad de expresión, señalaba que la opción era crear un espacio donde se pudiera pensar y debatir. Creo que eso es lo que nos está haciendo falta, como primera piedra, para cambiar una lógica en la cual estamos estancados desde hace tiempo.

La falta de discusión y la pérdida de espacios para debatir, en mi opinión, ha creado una atmósfera de desconfianza entre los actores políticos y entre estos y la sociedad civil. No vemos objetivos comunes, estrategias compartidas y una aproximación al cambio político. ¿Cómo podríamos rescatar el debate y los espacios de discusión, en condiciones tan adversas como las que estamos viviendo?

Lo primero, diría yo, es un movimiento interno hacia la conciencia. De pensar uno con su propia cabeza. ¿Dónde está uno y por qué está donde está? ¿Qué siente uno y por qué siente lo que siente? El segundo movimiento es de apertura hacia el otro, con genuina voluntad de escucharlo. Independientemente de lo que pueda decir. Se ha cuestionado que las redes sociales crean islas (y también archipiélagos) de personas que piensan lo mismo, que se refuerzan entre ellas y es verdad, los algoritmos de las redes sociales han ido impulsando ese fenómeno. Hemos perdido en tolerancia, en diversidad y en pluralidad en nuestros debates. Entonces, lo primero es tratar de entendernos. Indagar en lo que pensamos y lo que sentimos y tratar de formular una idea de lo que está bien y lo que está mal. Pero si no hacemos el ejercicio de debatir, de manera respetuosa y cotidiana, vamos perdiendo el hábito de pensar. Y ese es, precisamente, el terreno fértil, idóneo, para que prive una lógica totalitaria, donde nadie se cuestiona, donde nadie cree que puede haber otra manera de hacer las cosas, donde no se piensa en eso, y aclaro que no estoy hablando, propiamente, de un régimen totalitario.

Sorprendió la reunión que hubo entre representantes de la sociedad civil y funcionarios del alto gobierno. Creo que no había una agenda y tampoco objetivos claros. ¿El Gobierno no convirtió esa reunión en una jornada propagandística? ¿O realmente fue un intento de debatir y de buscar el diálogo? ¿Usted qué piensa?

No podemos cuestionar el diálogo en sí mismo. Obviamente que el diálogo es una herramienta y una necesidad para la democracia. Ahora bien, lo que no podemos perder de vista es el fenómeno del poder. El poder se ejecuta mediante actos y formas. ¿Qué quiero decir con esto? Que una buena iniciativa o una buena idea, cuando cae en el terreno del poder, tenemos que ver bajo qué actos y bajo qué formas se ejecutan. ¿Por qué? Porque quien maneja el poder sabe ordenar los espacios, los tiempos, las formas, las imágenes, los símbolos, de tal manera que el fondo, la sustancia de un acto político, pueda terminar viéndose desdibujado. Creo que eso ha estado presente en buena parte de los intentos de diálogo y negociación que han tenido lugar en el país. Creo que tenemos que tomar conciencia de ello, para que los intentos de diálogo y negociación y, en definitiva, el objetivo de democratizar el país, no caiga en saco roto.

Lo cierto es que el Gobierno intenta un reajuste en su lógica totalitaria para continuar con su proyecto político. En ese sentido, serán ganancias para el poder. No hemos podido, en 20 años, imponer otras lógicas, imponer otras formas de hacer política más allá del campo electoral. ¿Vamos a continuar en esta línea de errores y fracasos?

Cuando uno lee lo que escribieron las personas que vivieron sometidas a lógicas totalitarias, a mí me llama la atención que todos, indistintamente, hacen énfasis en la revisión que cada uno de los ciudadanos deben hacer de sus propios aspectos y condiciones morales. Por alguna razón, todos ellos llegan a ese punto, entre otras cosas, porque a diferencia de lo que sucede en una dictadura convencional, en donde sencillamente de lo que se trata es que usted obedece y punto, en una atmósfera totalitaria, las personas terminan dejando de pensar acerca de lo que están haciendo o dejando de hacer. Se pierde la palabra y,  por tanto, el hábito de pensar. Y el sistema de creencias que impulsa el poder van lentamente percolando. Hannah Arendt, que no era creyente de ninguna religión, decía que si hay un espacio donde son posibles los milagros es en la política. La política está hecha de lo que los seres humanos acordemos, de lo que seamos capaces de pensar, debatir y poner en práctica. En otras palabras, los seres humanos pueden cambiar la forma de hacer las cosas, siempre y cuando lo busquen a conciencia y con determinación.

*Doctor en Conflicto Político y Procesos de Planificación (Universidad Complutense de Madrid). Licenciado y magíster en Ciencias Políticas (UCV y USB, respectivamente). Profesor investigador (UNIMET, UCAB y USB). Miembro de la directiva del Observatorio Hannah Arendt, del Comité Académico de Cedice y del Comité Ejecutivo de la Sección Venezolana de LASA.


ARTÍCULOS MÁS RECIENTES DEL AUTOR

Suscríbete al boletín

No te pierdas la información más importante de PRODAVINCI en tu buzón de correo