Entrevista

Miguel Ángel Campos: “El mecanismo electoral no ha servido para resguardar a la sociedad”

31/07/2022

Miguel Ángel Campos retratado por Gipsy Rangel

Le he seguido la pista a Miguel Angel Campos desde hace tiempo. Así que cuando supe de su obra más reciente “Venezuela: el origen más cercano”, no dudé en leerlo, como presagio de esta entrevista.

Campos es un intelectual que detesta lo políticamente correcto. Diría, que no tiene pelos en la lengua. Por tanto, la incomodidad, la falta de tacto y el aplomo en lo sustantivo, en lo medular, es parte de su tarjeta de presentación. Cuídate de no caer en la banalidad, pues te puede zarandear con una sola palabra.

Para quienes creen que la irrupción del chavismo es un fenómeno por estudiar, en estas líneas hay varias ideas, varios conceptos que podrían ayudar a encontrar una explicación más plausible de la que nos ofrecen los políticos de ocasión y los intelectuales apegados a los mecanismos que ya no funcionan. Y todo a un precio irrisorio, porque el libro de Campos está disponible en Amazon.

El título de su ensayo es un imán muy poderoso, muy atractivo. ¿Lo llevó a desarrollar su trabajo?

Es una idea. Tratar de ubicar o proponer un punto de partida para explicar el drama venezolano que no comienza, como todos sabemos, con el chavismo. A mí no me interesa la cosa policíaca actual –las elecciones, el estado mayor conjunto-, no, no. Me interesa más de dónde viene la sociedad, qué ha hecho el país, las responsabilidades en sus procesos. Entonces, hay que poner un punto de arranque y acabar con esa demagogia de que somos así… porque los españoles, porque los viajeros de Indias, porque Guzmán Blanco, porque fusilaron a Piar. No. Para encarar una contemporaneidad civil y de responsabilidades de grupos hay que poner un punto de partida. Yo elegí la refundación de Venezuela en 1936, que marca un antes y un después desde el punto de vista de la sociabilidad, entendiéndose con unos elementos y unos acuerdos. Hay, digamos, un panorama más o menos claro, en el que se pueden precisar acciones y sobre todo responsabilidades societarias, no ya de los grupos aislados de poder. Para esa fecha, ya la sociedad está entendiéndose con un conjunto de elementos que son recursos muy importantes: el petróleo, la democracia, los partidos políticos, la creación de la legislación, el urbanismo, el fin de las enfermedades endémicas. Creo que pudimos haberle exigido a la sociedad un proyecto más eficiente, más concluyente.

No creo que el año 36 sea una fecha arbitraria o un momento casual, pero hay unas motivaciones y unos antecedentes anteriores en su ensayo.

Es lo que trato de explicar en los otros tres ensayos subsiguientes. No son expresiones azarientas. Son escritores, pensadores, actores, que estuvieron lidiando con lo más sustancial de la venezolanidad, del país, de la formación de la sociedad y con las ideas de cultura, ¿No? Esos son los puntos medulares que hay atrás, como grandes resplandores. Eso forma parte, absolutamente, de la idea de nación, de país, que a veces fracasa, que a veces respira. Aunque fracasa más que respira. Pero no puedes entender el país sin un autor como Vallenilla Lanz, ¿No?

Sí, tanto su obra como el autor son ante todo controversiales. Hay un trazo reivindicador de la figura de Vallenilla Lanz. Y lo hay, pero no como una motivación personal, una urgencia histórica, sino en esa frase, en esa pulsión inquietante, que es una revelación. Vallenilla Lanz tenía razón. Y la pregunta es: ¿Tenía razón en qué?

Si alguien considera que puede refutar o desmentir a Vallenilla Lanz, créame, lo oiré con atención. Las ideas de Vallenilla Lanz son básicamente tres. Primero, el hecho de que la sociedad tiene una pulsión auto destructiva y debe ser resguardada de esa pulsión. Él está viendo el escenario histórico del siglo XIX, está viendo incluso el mismo fenómeno de Boves. Boves es una pulsión auto destructora de la sociedad venezolana. Y eso sigue siendo así y lo podemos confirmar hoy. ¿Cómo? Una sociedad que elige con los métodos más modernos, más solventes, cambiar la manera de entenderse con lo público, digamos, con la economía, por ejemplo, y al hacerlo produce una gran catástrofe. ¿Por qué lo hizo? ¿No tenía otros actores para elegir? Probablemente sí, entonces hay que indagar en lo siguiente: la sociedad, en 1998, no había producido los líderes de sucesión, los líderes de relevo, que pudieran interpretar los logros institucionales y materiales alcanzados previamente, pero no es sólo una cuestión venezolana, algo similar está ocurriendo en Chile en este momento.

Y también una pulsión disolvente, porque lo que está en juego es esa entidad política y geográfica llamada Venezuela. Y lo señala al escribir: “Un país que siempre recomienza, adánico, cortando con sus procesos, ignorándolos, y en algunos casos negándolos en una acción dislocadora y demencial”. Entonces, es más que una pulsión autodestructiva, ¿no?

Esa sensación, esa necesidad de estar naciendo permanentemente, verificable en la sociedad venezolana, tiene que ver con una especie de miedo a entenderse con lo que ha construido, con lo que ha armado para razonar lo público, también es una cosa muy característica del concepto de revolución, decía Picón Salas. Destruir permanentemente, pero esa destrucción supone una negación también. Y cuando tu niegas, te quedas sin elementos para concluir la novedad, característico de los zafarranchos, de las revoluciones armadas, de las revoluciones de prospecto doctrinario, como lo que hace el comunismo con la democracia liberal. Destruir y negar, pero como no hay una interpretación de la tradición, no puedes incorporar lo que hay en esa tradición a la novedad. Yo creo que eso ha ocurrido en Venezuela. Y la otra fuerza, que Vallenilla Lanz, apunta como una idea es la disgregación del tejido social, que comienza, probablemente, con la hecatombe de la guerra de Independencia, donde la clase dirigente desaparece casi totalmente. Es decir, la clase que es el sustrato de la aristocracia colonial. No hemos reparado bien, por ejemplo, que el milagro musical, los músicos del siglo XVIII, Lamas y Landaeta, desaparecen en la guerra. Y luego viene la devastación de la herencia material, lo que se había construido como economía. De tal manera que eso es una gran fuerza desdisgregadora. Y lo podemos rastrear hasta el día de hoy.

Detengámonos en el tema de las instituciones, las tradiciones y de lo público. ¿Por qué esa incapacidad de haber sostenido los logros, muchos o pocos, que se habían obtenido? ¿Por qué esa incapacidad para darle continuidad al desarrollo de la sociedad venezolana?

En la experiencia habría que buscar variables y hechos cumplidos para tratar de entender algo. Si vamos a estar permanentemente en un caso policíaco, resolviéndolo en el día e interpretándolo como si hubiese sucedido ayer… ¡Dios mío! Vamos a ir siempre al comienzo, al resultado, en un onanismo del presente que nos lleva, por ejemplo, al fetichismo electoral. Es decir, no se niega la democracia cuando dices que lo electoral ya no es funcional para salir de una tiranía, de una dictadura. Eso no es negar la democracia. Eso es indicar que la democracia ha sido convertida en un instrumento muy útil para mantener la tiranía. En realidad, es un fenómeno mundial, que estamos viendo al día de hoy. Hay que evitar esas trampillas. Quizás valga la pena recordar la frase de Allen Ginsberg, o más bien, reescribirla. “He visto a las mejores mentes de mi generación sucumbir a la histeria de lo electoral”. Es decir, si tú insistes en un mecanismo que no funciona para resguardar el tejido social. Tienes que al menos reconsiderarlo. Hay que poner la estrategia de salvación por encima del acuerdo.

Cuando se insiste una y otra vez en la fórmula para superar lo que estamos viviendo, uno advierte que la sociedad venezolana está metida en un laberinto.

El expediente del origen del chavismo parece colmado de pruebas policiales y circunstancias forenses, y sin embargo no es posible proponer nada concluyente sino se indaga en el sustrato. El tejido social debe interrogarse, este solo deja de ser invisible cuando reparamos en lo residual, lo acumulativo del proceso de las instituciones, pero sobre todo de las tensiones morales de la gens, para usar la categoría de Briceño Iragorry. La sociedad fue autorizada en un acto público y una convocatoria donde se dieron poderes a una élite, hubo un consenso prestigiado por el acuerdo electoral, pero esos electores hacía rato ya no eran monitores ni supervisores. Lo que haya detrás de aquella autorización excede las responsabilidades de los mismos ejecutores del programa siniestro. Quizás nunca hubo veedores de esa democracia festejada en su intercambio de intereses de partido y división de poderes. Se reivindicó lo inercial del protocolo jurídico de la aclamación y se descuidaron las perturbaciones venidas desde el fondo sedimentario de los conflictos no resueltos. Y esos conflictos no eran solo de distribución de la riqueza, la revisión de su naturaleza y concepto eran esenciales en la continuidad del prospecto salido de la refundación del país en 1936.

Otros conflictos, menos visibles o urgentes, pero no menos relevantes y decisivos.

Habría que preguntarse por aquello que nutre la idea de bienestar del venezolano, hallaríamos solo expectativas de consumo, y cuando aparece la educación como movilizador ideológico, entonces se la reduce a la adquisición de habilidades para ser explotadas, dominio exclusivo de la economía del sector terciario a lo sumo, eso llamado por Orlando Albornoz adiestramiento. Elecciones de aclamación como legitimación del poder público y educación como profesionalización y no como ilustración ciudadana, son núcleos de perturbación que deben ser denunciados.

Conflictos sociales, más vinculados con una sociedad clasista, que alimenta prejuicios y estigmas, pero que prefiere el disfraz del igualitarismo.

El chavismo obra con una herramienta expedita y funcionalmente eficiente: el resentimiento social. Lo canaliza en un primer momento y resulta un aglutinador triunfante, pero en el curso de la destrucción de las instituciones ya no lo necesita, pues ya no hay resentidos sino parias. El paria es fruto de la orfandad cívica y la indiferencia de clases, pero lo acumulado invisible (no debatido, ni integrado al reconocimiento del conflicto) tiene efectos de largo alcance. Y en el tránsito de paria a escoria no se requiere fuerzas modeladoras, el sujeto se nutre de sí, expolia desde su miseria, en su autarquía, ya dislocado y separado del sentido de herencia y sin adscripción, aparece convertido en agente de caos delincuencial. Pobreza y ruina funcionan como un ecosistema cuando todas las referencias de bienestar han desaparecido.

¿Hemos optado por el atraso de forma voluntaria? No hubo enemigo externo, ni amenazas foráneas.

La sociedad del conocimiento es solo apelación a un mundo exterior que en su eficacia ni siquiera sirve para contrastar la incuria venezolana, políticamente legitima el crimen cuando verifica la democracia de elecciones domingueras. La élite intelectual de visibilidad pública insiste en la corrección y santifica estilos inconvenientes: detener el genocidio (menos que eso, reprenderlo) desde una práctica confiscada y a estas alturas solo útil instrumento de validación del orden criminal. No estoy interesado en esa etnofilia demagogizante encarecedora de unas virtudes imaginarias (somos solidarios, detestamos el racismo, construimos en las crisis). Hay por ahí un club de historiadores profesionales convencidos de la existencia de un ADN republicano circulando en la sangre de los venezolanos desde tiempos remotos. Los aleccionados en una civilidad de cartilla, buenos muchachos pero presumidos, nos conmueven con su moral cristiana y en medio de la barbarie dicen no querer venganza sino justicia. A esta gente, que se cree aun en la civilización, les recomendaría una lectura somera de Las Euménides, de Esquilo, ahí descubrirán desde donde fluye la justicia.

Pareciera que la consulta electoral no es suficiente ni alcanza para abordar el caos y la oscuridad donde estamos metidos.

El punto de partida para el prospecto, la reflexión, el análisis, el diagnóstico y la terapia clínica, es la magnitud del crimen que se ha cometido. El volumen de la destrucción que ha habido en Venezuela. Estamos hablando del desmantelamiento de la economía, de la pérdida de dos generaciones, que no llegarán a ejercer sus funciones. Estamos hablando del caos moral, en el país se han cometido crímenes que parecían de una sociedad más retorcida. Exportamos delincuencia y decirlo no es políticamente correcto. Venezuela no solamente es un modelo de deterioro social sino de reacción compulsiva ante el conflicto. No de reacción societaria, ciudadana, civil. Efectivamente, la sociedad está reaccionando como una horda. Yo sigo lo que pasa con los venezolanos en el exterior y me horroriza la crónica policial.

¿Cómo rescatamos el país? ¿Cómo estimulamos un debate como el que hubo en el año 36? Sin duda, eso trasciende la idea de superar el conflicto mediante la vía electoral.

No es un debate electoral, no es policiaco, no es coyuntural. Y hay que empezar a denunciar los elementos del entendimiento, del llamado consenso. Consenso es lo que todos sabemos: la fe indistinta en el voto dominguero. La expectativa en una democracia que fue desmontada hace rato y, sin embargo, siguen hablando de primarias. ¡Qué sé yo! Hay que rechazar aquello que no solamente ha dejado de funcionar, sino que se ha convertido en un soporte, en mantenimiento, de la tiranía. No estoy hablando de un levantamiento armado, sino de criterios intelectuales. No es posible que después de 22 años de destrucción, de crimen y delincuencia, los intelectuales sigan insistiendo en maneras de entendimiento y redención que fueron útiles en su momento, pero que al día de hoy parecen obsoletas, yo diría casi anacrónicas.

¿A qué se refiere propiamente?

Lo que se llama el estado del bienestar en el mundo, ya no reposa tanto en la cosa deliberativa, parlamentaria, asambleística, electoral, de aclamación, como en otras estrategias. Y lo aclaro de una vez, estrategias que no son conspirativas, no. Son estrategias que se avienen mejor con la sociedad del conocimiento, con el control material de los consumidores, por ejemplo, y por supuesto hay que reivindicar el criterio del pensamiento en todo esto. Lo otro supone el riesgo de caer en un pragmatismo arrasador… como vamos viendo, vamos haciendo. No, el mundo no funciona así.

El proyecto del año 36 soportó dos golpes de Estado y un magnicidio. Y también hubo elecciones en esos años. Entonces, no podemos menospreciar el mecanismo del voto. No hemos querido rescatar esa tradición y abordar los problemas que tenemos.

Soportó incluso una elección constituyente, la del año 46, la mejor que hemos tenido. Pero yo creo que la sociedad no produjo las generaciones de relevo para encarar el proyecto del país que necesitábamos. ¿Cómo es posible que Carlos Andrés Pérez haya sido reelecto en el año 89? ¿O que Caldera haya sido reelecto en el año 94? Pero la sociedad (y particularmente la Universidad) no produjo esos grupos capaces de renovar y oxigenar la política, la vida pública, y remodelar un concepto de bienestar en Venezuela. El concepto que el venezolano maneja sigue siendo el que había alrededor del año 36. Es decir, tener la nevera llena y tres carros en el estacionamiento. Consumo únicamente. Entonces, el concepto de bienestar no ha sido fecundado, por esa práctica electoral dominguera en sus aspectos esenciales. Si tienes una población que no modifica sus expectativas frente a la novedad, siempre va a ir hacia los aspectos más cómodos, más fáciles, del relacionamiento social.

Lo dijo Ramón Piñango: Un país sin élites.

¡Un país sin élites! Es que las élites son permanentemente responsables para bien o para mal. En las democracias populistas, igualitarias, de aclamación, las élites son esenciales y siempre van a ser esenciales.

Si nosotros estamos diciendo lo que estamos diciendo con relación a las élites, a la democracia y sus protocolos, con relación al funcionamiento de la sociedad, también deberíamos señalar algunas ideas, algunos procedimientos para poder superar la crisis y salir del hueco donde nos hemos metido. ¿Qué diría alrededor de esa necesidad, de esa búsqueda, de esa urgencia?

La democracia capacitó al venezolano como sujeto económico, pero esa educación ha podido –y en alguna medida lo hizo- capacitarlo para entenderse con otro tipo de relacionamiento social. Produjo la clase media, sin duda. Tan importante para el equilibrio en general de una cultura, en el caso de un país petrolero. Pero la clase media no hizo su trabajo, no hizo la tarea. Es decir, no reivindicó la filantropía –la educación pública y gratuita- del estado social, entre otras cosas. Eso es clave, eso hay que revisarlo. En ese esquema, en la novedad, tiene que haber planes que dependan de los individuos organizados que van a definir élites. El problema es que esos grupos no tuvieron mayores exigencias en los últimos 50 o 60 años. Pero el venezolano tiene que definir su concepto de bienestar, que no es la idea de consumo que tenía en el año 36. Bienestar es tener estabilidad política, paz social, acceso a la salud, alteridad y cultura como un espacio de inversión y de crecimiento de los sujetos sociales.


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