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Desde el Archivo Fotografía Urbana, Lorenzo González Casas, Orlando Marín y Henry Vicente Garrido, arquitectos y profesores de la Universidad Simón Bolívar, rescatan las imágenes de arquitecturas desapercibidas. Los investigadores, en su recorrido, se han conseguido con las fotografías de autores profesionales y desconocidos que, fascinados por el desarrollo moderno, hicieron registro de construcciones fantásticas que hoy solo algunos recuerdan. Esta nueva serie está dedicada a esos edificios, casas, escuelas y diversas estructuras que se han visto enfrentadas a la vorágine de las ciudades venezolanas, algunas incluso hasta su desaparición
Dos imágenes del Archivo Fotografía Urbana, originalmente sin identificar, señalan una edificación de claras líneas modernas. La primera muestra el emplazamiento de la obra en una suerte de altozano. Se destaca en la desahogada parcela un volumen de marcadas líneas horizontales, complementadas por una placa ondulada que cubre lo que parece un porche o terraza y un volumen a modo de tragaluz coronando la composición.
La segunda imagen, correspondiente a la fachada, muestra en primer plano una escena doméstica de un hombre con su mascota, caminando sin prisa aparente por el talud, esquivando un solitario cactus que parece, al igual que la grama, no ha mucho ha sido sembrado allí. En segundo plano, la casa muestra una mayor opacidad que la otra fachada, pero con el mismo interés por las líneas horizontales y un juego de planos verticales rugosos en distintos materiales. Se destaca una caja en voladizo que busca enmarcar las vistas.
Varios de los atributos formales de la casa fotografiada nos condujeron a suponer que se trataba de una obra del arquitecto Jan Gorecki, quien con el ingeniero Samuel Zabner, estableció en Caracas una de las firmas más prolíficas del siglo XX, con más de 600 proyectos en su haber, y, paradójicamente, de las menos conocidas en el medio profesional y académico del país.
Gorecki, de orígenes polacos, nació en San Petersburgo en julio de 1914 y –lamentablemente no podrá conocer este artículo al momento de su publicación, como le habíamos anunciado– falleció el pasado 14 de julio de 2019, a pocos días de haber cumplido 105 años de edad. Su trayectoria profesional se inició al egresar como arquitecto de la Universidad Técnica de Varsovia en 1939, título que revalidó en la Universidad Central de Venezuela en 1962. Su nacimiento al inicio de una guerra mundial y su graduación al inicio de otra, explican el largo periplo que lo llevó de la URSS a Polonia, Italia e Inglaterra, para finalmente llegar a Venezuela en 1951 y establecerse por un tiempo en la oficina del arquitecto Enrique García Maldonado, miembro prominente de la llamada Generación del 28 y fundador de la Sociedad Venezolana de Arquitectos en 1945.
Todo marchaba muy rápido para Gorecki; trabaja con García Maldonado en un par de encargos y en la supervisión de la Colonia Agrícola de Turén y, tan pronto como en 1953, se independiza y crea con Zabner la empresa ARINCO. Al principio era su socio, egresado como ingeniero de la UCV en 1948, quien firmaba como profesional responsable de los trabajos. Para 1954, la bisoña firma ya tiene en su haber varios proyectos y obras en ejecución, entre las cuales se cuentan dos quintas vacacionales en el litoral capitalino. Una de ellas es la que motiva estas líneas: la casa de Rodolfo Esquivar en la avenida Guaicaipuro de la naciente Urbanización Caribe (1). Su origen puede encontrarse en el auge constructivo de mediados del siglo, el cual incluyó demandas recreacionales por parte de la ascendente clase media; clubes y residencias playeras fueron parte importante de la agenda de las industrias de la construcción y del ocio. Una segunda vivienda, vacacional, era un desiderátum de las élites locales; por ejemplo, ese mismo año 1954 Fruto Vivas diseñó la casa de Pérez Jiménez en Playa Grande.
El litoral guaireño se convertirá en un filón inmobiliario, mediante el mejoramiento de su sistema de acceso e infraestructura. Sus planicies mayores, creadas por aluviones de las quebradas habían sido ocupadas por explotaciones agrícolas. Una de ellas, la hacienda Juan Díaz, fue el origen de la Urbanización Caribe y el Club Tanaguarena, mediante la asociación en 1946 de sus propietarios con los promotores Bernardo Siso y Carlos Heny, y con trazado atribuido al arquitecto Manuel Mujica Millán, cuñado de Heny. Posteriormente, los terrenos fueron adquiridos por el Caraballeda Golf & Yacht Club con el fin de construir la laguna con embarcaderos y el campo de golf, proyectado por el arquitecto norteamericano John R. Van Kleek, quien antes había hecho lo propio en Valle Arriba. Estas facilidades convierten a este conjunto en el de mayor deseabilidad en el litoral por su variedad de oportunidades deportivas y residenciales.
Este es el contexto de la interesante propuesta para la villa vacacional aislada, adyacente a los campos de golf. Un cuaderno en el que Gorecki registró sus obras y un libro de corte biográfico que realizó en el año 2001, “Arquitectura sencilla” (Armitano Editores), facilitaron el trabajo de identificación. En el libro se describe la quinta, incluyendo una fotografía a color que muestra las fachadas de acceso y lateral, con el llamativo voladizo curvilíneo que bordea el conjunto, un dispositivo, a modo de visera, que permite tanto la protección solar como crear sombreadas transiciones entre el interior y el exterior del inmueble, un buen ejemplo de arquitectura bioclimática.
La descripción de la vivienda proporcionada por el propio Gorecki nos habla de las intenciones de aquel arquitecto de 40 años, con apenas tres en el país:
“La ambientación de las quintas sugería a menudo las soluciones formales. En la casa Esquivar diseñada en 1954 y situada al lado de los campos de golf en la urbanización Caribe, fue puesto un acento en la volumetría atrevidamente diversificada y fraccionada, hecho subrayado con el variado tratamiento de las paredes en su textura y colores. El profundo volado, suavemente ondulado, arrojaba una sombra que invitaba a todo el frente y a la entrada, y aludía con otros detalles ya mencionados a la cercanía del mar y a la situación de una residencia playera y vacacional” (Gorecki, p.20).
La compleja conjugación volumétrica nos indica las posibilidades de un lenguaje que hace honor a una época en la que distintas tendencias arquitectónicas coexistían en una metrópoli en ciernes: el neo-colonial de tanta filiación con el estilo “Misión Californiano”, las líneas puras del moderno ortodoxo, la diferenciación de planos del cubismo y las formas orgánicas y expresionistas europeas y norteamericanas.
La construcción de viviendas es frecuentemente el inicio de actividad profesional de los arquitectos y un laboratorio de sus ideas, al punto de formar parte de los hitos de una determinada era histórica. Por esta razón, muchas casas han sido consideradas monumentos, como en otro tiempo lo fueron las catedrales; no en balde, la Villa Saboye, de Le Corbusier está en la Lista del Patrimonio Mundial y ha sido calificada como el proyecto arquitectónico más relevante del siglo XX (2). Por su parte, la quinta de Esquivar muestra la preferencia que Gorecki manifestó por la obra de Frank Lloyd Wright, autor de otras casas-monumentos, y su libertad formal puede también asociarse a la arquitectura doméstica de Alvar Aalto y Richard Neutra.
La casa en la urbanización Caribe, aprovechando su situación y condiciones climáticas, es transparente –cuando la cultura del muro no había arraigado y obviamente no era necesaria– y su volumen más notorio es una suerte de catalejo sobre las áreas verdes y el mar al fondo. Sobreviviente de deslaves, expropiaciones y rezonificaciones, en este ejemplar pueden encontrarse muchas claves de los rituales que le dieron origen, las posibilidades que otrora tenía una sociedad y ciudad en expansión, los usos y costumbres de una cultura material que, en un momento, eran el futuro hecho presente.
Notas
(1) Rodolfo Esquivar Blasco nació en la primera década del siglo XX. Durante la dictadura gomecista su familia emigró a los Estados Unidos donde pasaron varios años. Dos de los seis hermanos, Rodolfo y Alejandro, regresaron luego al país para, con sus conocimientos y dominio del inglés, incorporarse a la industria petrolera; el primero en la Creole y el segundo en la Shell. Rodolfo, quien aparece en la segunda imagen mencionada en compañía de su perro Sultán, fue miembro del Club Tanaguarena y construyó la quinta San Rafael, como se sabe, en 1954, ocupándola por varias décadas, hasta su marcha a España, donde falleció. Agradecemos la información suministrada por la familia Esquivar Villarroel.
(2) Thom Mayne y Eui-Sung Yi (eds.). 100 Buildings. Nueva York: Rizzoli, 2017.
Lorenzo González Casas, Orlando Marín y Henry Vicente Garrido
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