Entrevista
Maryhen Jiménez: “La reconstrucción será larga y tendrá muchas piedras en el camino”
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No están todas las opciones, pero sí unas cuantas preguntas y dilemas sobre la mesa. Una vez más, hay dos desafíos por delante: las elecciones regionales y la necesidad de impulsar un proceso de negociación entre los actores políticos. Hay cosas que se pueden hacer simultáneamente, otras que merecen un enfoque, una definición dentro del propio sector opositor. Quien habla es Maryhen Jiménez*.
Aparentemente, hay unas señales, unos gestos, que ha dado el Gobierno del señor Nicolás Maduro y la pregunta que uno se hace es si eso forma parte de una negociación o sencillamente son muestras de buena voluntad. ¿Dónde ubicaría usted esas iniciativas?
Para responder esa pregunta podemos utilizar herramientas de la literatura y de los estudios de ciencias políticas comparada, sobre los procesos de transición a la democracia o procesos de resolución de conflictos. Lo digo porque, usualmente, en un proceso de transición a la democracia, un Estado se guía por procesos de liberalización política. Eso quiere decir que, de alguna forma, disminuyen las violaciones a los derechos humanos, la represión sistemática y se comienzan a abrir algunos espacios de participación y después es que se da un proceso de transición a la democracia, usualmente en contexto de elecciones o de una negociación pactada. Pero no se trata de un proceso lineal. No son tres pasos, como parte de un mantra que se pudieran cumplir. Entonces, no sabemos si, efectivamente, el Gobierno de Maduro está demostrando que quiere ir hacia una transición a la democracia.
¿Qué podrían significar entonces?
Son gestos que pueden dar indicios de que la presión internacional es lo suficientemente fuerte y extendida como para hacer algunas concesiones, que no dejan de ser importantes. Yo creo que la clave está en qué va a hacer la oposición democrática. Pero no podemos concluir que esos gestos conduzcan a un proceso de negociación que nos puedan llevar a la democratización del país. Eso está por verse y depende también de cómo interactúan los actores, tanto en el tablero nacional como internacional y qué ponen, básicamente, sobre la mesa.
Sin duda, no podemos hacernos falsas expectativas. Sin embargo, en el país se está hablando de un contexto político diferente. ¿Usted cree que la realidad es muy distinta a lo que había antes de la pandemia?
Claramente el país es distinto, pero esto no se refleja en el discurso de las élites políticas. 2019 fue un hito en el conflicto venezolano. Desde entonces, Venezuela es un país mucho más pobre, más desigual, con significantes presiones en la frontera y también en otros espacios. Es decir, la fragilidad del Estado venezolano ha aumentado. La oposición está mucho más dividida y debilitada. Y el Gobierno de Maduro está más consolidado. Yo me pregunto. ¿Los venezolanos, las élites políticas, los sectores económicos, la sociedad civil organizada ya han aceptado que ése es el país que tenemos? ¿Estamos dispuestos, me pregunto, a reconciliarnos con ese país para poder transformarlo? Ahí tomo el contexto político al que usted se refiere. ¿Quizás es el nuevo CNE y las ventanas de oportunidades que allí se abren? Yo creo que ésa es una pregunta realmente crucial en este momento, porque las oportunidades para una transición política en Venezuela son cada vez más reducidas. Si no se entiende el contexto político, económico y social del país, realmente es posible que el conflicto se mantenga en el tiempo.
Creo que tenemos un concepto definido de las penurias, del sufrimiento, de la precariedad. Es decir, de los síntomas. Pero no necesariamente de las causas de lo que estamos viviendo. No creo, si es el caso, que podamos tener políticas o iniciativas claras que ayuden a impulsar un proceso de transición.
Comparto su apreciación. Me parece muy curioso que luego de una serie de entrevistas que he realizado —10 años de investigación— para mis estudios sobre Venezuela, surge siempre la noción de que ya todo se ha hablado, ya todo se ha estudiado, ya todo se ha dicho. ¿Si eso es así, entonces, por qué estamos realmente en este conflicto? Los conflictos que siguen en la sociedad venezolana son los que se dan entre los cribajes clásicos: democracia versus autoritarismo, por ejemplo. Ése es uno. Pero ¿cuál país queremos? ¿Qué sistema de salud? ¿Qué sistema de educación? ¿Cómo nos vamos a reencontrar? Las relaciones de poder. ¿Qué instituciones queremos? ¿Instituciones inclusivas, aquéllas que permitan estabilidad política y la inclusión de toda la sociedad en un proyecto nacional? ¿O queremos mantener instituciones extractivas, es decir, aquéllas que solamente les sirvan a los intereses de un grupo de élite? ¿Queremos cambiar a los actores de poder, unos por otros, o queremos realmente construir un Estado? Yo creo que esos dilemas, esas preguntas, no se han resuelto en Venezuela. Dicho esto, también quiero resaltar que ha habido esfuerzos. Uno de ellos es el proceso de descentralización. Un caso en nuestra historia contemporánea, que en algún momento se pudiera retomar.
No creo que ésos sean los únicos asuntos pendientes. Aunque si a ver vamos, no son poca cosa. La tarea, se quiera o no, sigue pendiente.
El papel de la ciudadanía. La relación entre la sociedad y lo político. Entre lo público y lo privado. Esos debates no están. No son parte de las ideas que se están planteando, a mi modo de ver. Pudiéramos pensar que esto no es relevante en este momento, que éstos son temas para después, pero la pregunta es: ¿cuál es la noción de democracia que tienen las élites políticas cuando van a ir a un proceso de transición a la democracia? Creo que no hemos llegado a una conclusión en Venezuela sobre qué tipo de democracia queremos. No me queda claro que toda la población venezolana quiera una democracia. Sí creo que quiera salir del chavismo, eso lo demuestran todas las encuestas. Al punto que quiero llegar es que la negociación nos debería servir para ir redefiniendo las instituciones que queremos, el Estado que queremos, entendiendo que estamos en un pico del conflicto y que tenemos que coexistir. Ésta es una palabra muy costosa en Venezuela, pero tenemos que ir aprendiendo. No podemos aniquilarnos. Ésa es una premisa básica. Todos tenemos derecho a vivir. El proceso de reconstrucción será muy largo y tendrá muchas piedras en el camino. El dilema es: si la democracia es el destino, la democracia también tiene que ser la ruta hacia ella y eso no puede ocurrir sin la convicción profunda de querer transitar ese camino.
Es cierto, todos esos temas se han pospuesto. Además, son temas medulares. Y se han pospuesto por un tacticismo político. O por avances fuera de juego que han hecho sectores opositores por propia cuenta. Si no tenemos una idea sobre las interrogantes que usted plantea, creo que estamos poniendo los caballos detrás de la carreta.
Sí, lamentablemente tengo que responder que sí a esa pregunta. Creo que no queda claro, luego de más de dos décadas, ¿qué es el antichavismo? ¿Qué es el no chavismo? ¿Y qué es el chavismo? La extrema polarización que se utilizó desde la presidencia de Hugo Chávez también penetró algunas filas de la oposición. Y con esto, no quiero decir que siempre ha habido dos polos en Venezuela. Pero sí hubo una lógica de la polarización extrema para dividir y de alguna forma minar la confianza. Eso no nos ha permitido abordar estas preguntas. En todo este proceso de destrucción desde el poder, yo no veo la alternativa democrática, la alternativa de propuestas de país, de nación, que pueda “enamorar” —y esto es muy propio de la política latinoamericana— a la sociedad. Darle razones a la sociedad para luchar por el retorno a la democracia. La identidad opositora, en altas dimensiones, es el antichavismo. Por eso comentaba ¿qué somos? ¿Cuál es nuestra identidad? Podemos vencer esta división y entonces ponernos a construir sobre asuntos que no sean ¿quién tiene la razón y quién no? ¿Quién está en el lado correcto de la historia versus quién no? ¿Quién fracasó y quién no? Esas facturas, que se han pasado a lo largo de estos años, han tenido un costo altísimo para el país. Creo que es crucial, desde la ciudadanía, presionar a las élites políticas por acuerdos. Ésa es la única forma posible para ir a la reinstitucionalización del país.
Material y simbólicamente, Venezuela está destruida. Si nos plantamos frente a los escombros de la sociedad venezolana, la disposición que debería animarnos sería la reconstrucción del país. No veo eso por ninguna parte, ¿con qué capital humano vamos a emprender esa tarea? Venezuela se vació de profesionales, de centros de conocimiento. Creo que no hay muchas alternativas, ¿no?
El proceso de estudiar el país es muy duro, porque nos toca enfrentar la realidad que usted describe. En estudios en los que he participado con instancias de la UCAB, nos preguntamos ¿cómo desarrollas resiliencia en contextos autoritarios? Y lo que encontramos en esos estudios son dos cosas. Uno, el legado democrático sí ha contribuido, de alguna forma, a resistir en un contexto autoritario. Dos, las redes de interacción, deliberación, apoyo material y psicosocial, les ha permitido a sectores sociales pervivir en un entorno adverso. Esas redes de solidaridad las vemos a lo largo del país. La gente se está dando respuesta, por sí misma, frente al colapso del Estado. Quizás, ahí hay unas prácticas que nos pudieran dar un poco de esperanza. Pero eso no lo veo en lo macro. No veo, dentro de la oposición venezolana, una élite que coopera. No veo una élite que se encuentra. No veo una élite dispuesta al debate. Dispuesta a la crítica. Dispuesta a la rectificación. Lo que veo es la negación a rectificar en varios sectores.
Otra tarea pendiente, cuya significación e importancia es quizás más acentuada que la señalada anteriormente. Cosa que no deja de sorprender.
Mi pregunta es: si desde lo macro y del sector opositor —que se supone que debería ser distinto a aquéllos que han destruido al país y dejaron un legado de traumas, de agravios, muy, muy complejos, para la sociedad venezolana—, no vemos una vinculación con la gente, ¿cómo podemos avanzar? Yo creo que los esfuerzos tienen que enfocarse en esos valores que necesitamos y que en teoría son parte del mundo democrático.
Me veo en la necesidad de acotar y de precisar ciertas cosas. Si la dirigencia opositora se llama a sí misma “la alternativa democrática”, sobre ellos recae la responsabilidad de incidir, plantear, debatir y, de alguna manera, crear iniciativas modélicas, que visibilicen lo que podría ser un proyecto democrático. Y eso tampoco lo estamos viendo. Creo que eso ha despolitizado a la sociedad venezolana. ¿A quién le puede extrañar que los venezolanos se queden en sus casas? Si eso es así, ¿qué plantea esa dinámica?
Sí, pero con matices, diría yo. Creo que hay que hacer el ejercicio de introducirnos en la complejidad, aunque lo que queramos sean respuestas simples. Ésa es la verdad. Sobre todo, en la política tuitera que se hace en el contexto venezolano. Entonces, tenemos que desagregar, desglosar, lo que está pasando en el mundo opositor. Los cribajes clásicos han sido en torno a la visión de país y a la visión estratégica que han tenido algunos actores. Es decir, la ruta institucional, electoral, de acumulación de fuerzas versus la extra institucional, aquélla que busca la ruptura, el colapso, a través de “la máxima presión internacional”, el clásico “Chávez, vete ya” o “Maduro, vete ya”… y después veremos. El problema es que estas dos visiones tienen, como futuro, modelos de transiciones distintas. Una es más proclive a los acuerdos, a la negociación y la otra no, ¿por qué? Porque presupone la eliminación del adversario que muchas veces se entiende como enemigo. Cuando estas visiones conviven dentro de la oposición, evidentemente, se generan fracturas y de alguna forma es un dilema interno que inhibe la coordinación, que sabemos que es clave, precisamente, en la lucha por la democracia, en contextos no democráticos.
Son dos políticas contradictorias. Pero no siempre fue así. Hubo unidad alrededor de consultas electorales en varias ocasiones. A la oposición le ha faltado cohesión y perseverancia.
Por eso hablé de matices. Estos dilemas de la coordinación, al menos se lograron atender y gestionar a través de la Mesa de la Unidad Democrática. Había una secretaría ejecutiva y ciertas reglas, unos estatutos que, de alguna forma, permitían institucionalizar, regular, la convivencia de la oposición. Una vez que esa alianza desaparece —he aquí lo contraintuitivo—, después de la gran victoria de 2015, nuevamente vuelve la oposición a su lucha interna por el liderazgo, porque lo que se quiere capitalizar es la presidencia y el cambio político. No necesariamente un cambio de modelo de país. El no tener una ruta creíble, el no saber manejar las expectativas de la población venezolana —no solamente población opositora— se refleja en los números que arrojan las encuestas. Yo me pregunto: ¿en términos de narrativa, en términos de oferta, la alternativa democrática realmente representa una opción para ese pueblo chavista descontento? Hay una gran desafección política. Los partidos opositores no llegan al 12 por ciento de apoyo popular. Guaidó, actualmente, tiene una popularidad similar a Nicolás Maduro, a pesar de haber contado con un apoyo internacional sin precedentes, más de 60 países. La oposición, en vez de haberse convertido en un movimiento amplio pro democracia, quizás se fue a su nicho de confort, a través de sus discursos y de su tesis de cambio: la ruptura. Y eso afecta la credibilidad y las capacidades que trae la oposición a esa mesa de negociación. Estamos en un momento en el que la oposición tendrá que rearticularse para nuclear a otros sectores —no sólo opositores— para representar esa alternativa democrática, que hoy en día está en cuestión.
Fracasó el liderazgo de Guaidó. Vemos un resurgimiento de Henrique Capriles. Pero no hay en la agenda nada que se le parezca a lo que usted ha planteado. No veo que los sectores de oposición estén casados con las iniciativas que se le atribuyen a Capriles. Seguimos en lo mismo, ¿no?
Hay un dicho importante en Venezuela: importan las personas, no necesariamente las ideas que hay detrás. Si bien el proceso de cambio pasa por esas personas, también debería pasar por las ideas. Los recelos, las rivalidades, que pudieran haber están afectando las dinámicas. La pregunta clave sería: ¿por qué podemos pensar que una oposición puede negociar con un autócrata si no puede negociar entre ella? La moderación es importante, pero más importante aún es el compromiso, la convicción, de que la negociación es el camino, y en torno a él tendrían que alinearse otros sectores. Eso, en parte, está ocurriendo. Hay esfuerzos de articulación ciudadana en Venezuela. Si comenzamos a entender este proceso, no necesariamente partidista y miramos hacia los lados, comenzamos a ver entonces que los rectores Enrique Márquez y Roberto Picón fueron postulados por organizaciones de la sociedad civil. Yo creo que este proceso necesita un elemento de presión ciudadana, entre otras cosas, para bajar los costos de la moderación que pudiera haber en ambos sectores.
¿Por qué lo dice?
En los procesos de negociación siempre hay perdedores y —en teoría— hay ganadores. Debería haber ganadores por igual. La pregunta entonces es ¿qué se va hacer con los que pierdan en este proceso? Los que llamamos spoilers, aquéllos que entorpecen, sabotean, el proceso. Una negociación, de lado y lado, tiene que atender a esos sectores. ¿Cómo los puede atender si la población está en modo de supervivencia y no de movilización en defensa de ese proceso? Se tiene que presionar a ambos sectores que pueden ser parte de esa mesa que, además, debería estar acompañada, monitoreada, por otros actores —la Iglesia, empresarios, organizaciones de la sociedad civil—, para que eleven los costos de levantarse de esa mesa. Eso lleva tiempo y lo que voy a decir es muy doloroso. Si el proceso se hace bien, y esto es muy doloroso decirlo, sería para una elección presidencial en 2024. En este momento, estaríamos en la construcción de un ambiente favorable a un proceso de negociación. No creo que estemos listos para ver la clásica foto, en la que se sientan los actores políticos y firman, como ocurrió en El Salvador, en Guatemala y en otros contextos.
Hay una gran desmovilización, pero tenemos al frente una consulta electoral. Pudiera haber una señal de cambio, a menos que la gente se abstenga de ir a votar. Además, tenemos los indicios de lo que pudiera ser un proceso de negociación. ¿Cómo gestionar esta combinación de factores?
En la cultura venezolana hay un gran obstáculo para aceptar la realidad, por más difícil que sea. “Vamos a pretender que esto no es así y que no estamos tan mal como estamos”. Ese rechazo de la realidad, quizás nos permite sobrevivir. No está claro que podamos ir a una democracia en el mediano plazo. ¿Por qué? Por todos estos factores que hemos hablado. Pensemos algo. Las elecciones son un momento favorable para la organización y la movilización. Es un punto focal para la acción colectiva. Ese día, toda Venezuela va a poder expresarse sobre un tema en particular. Ahora bien, algunos políticos dicen que la gente perdió la confianza en el voto. ¿Pero qué se hizo desde el poder para promover esa desconfianza? ¿Y qué se puede hacer desde el poder para reconstruir esa confianza? Si bien es cierto que actualmente hay una gran desmovilización, también lo es que la población desea un cambio. Hay un 80 por ciento de descontento. Pero el 60 por ciento, no lo ve posible. Entonces, hay que dibujarle a la gente, a través de acciones concretas, la posibilidad de recuperar su capacidad de elegir su futuro, aunque no sea el que imaginó. La pregunta es: ¿la oposición a pesar de todas las dificultades —la judicialización de la política, la expropiación de los partidos y la persecución policial— se quiere medir? ¿Acompañar a la gente, casa por casa, echar el resto también en una elección regional? No digo que haya que votar, si no se consiguen las garantías. ¿Pero movilización? Eso es lo que no vemos.
***
*Doctora en Ciencias Políticas por la Universidad de Oxford. Actualmente es investigadora posdoctoral asociada al Centro de América Latina, en la misma casa de estudios. Su tesis doctoral mereció el premio Lord Bryce 2021 de la Asociación de Estudios Políticos (PSA), como mejor tesis en política comparada.
Hugo Prieto
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