Maryhen Jiménez retratada por Alfredo Lasry | RMTF
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Siempre se ha dicho que destruir es mucho más fácil que construir. Deberíamos pensar en el significado y los alcances de esta frase si en realidad queremos vivir en democracia. El desafío que plantea la reinstitucionalización es una tarea múltiple y diversa. De enorme complejidad. Un primer aviso para los que quieren restaurar el pasado o para quienes pretenden despertar de un sueño y encontrar lo que Colón llamó “tierra de gracia”. Al frente tenemos la tarea del indio. La que nadie quiere, la que pasa inadvertida, pero deja huella. Podríamos hacer nuestra la consigna de Alfredo Maneiro: “Patria o heridas leves”.
La historia ha querido poner a prueba a la sociedad venezolana y la historia es como la calle, ni deja espacio para una segunda oportunidad ni escucha el lloriqueo de los que se victimizan. A la calle le gusta el riesgo y aquellos que lo toman para bien o para mal. Maryhen Jiménez* ha escrito un ensayo que, en prosa afilada y eficaz, nos ubica en el momento actual y sugiere o señala -quizás ambas cosas- el arduo trabajo que nos espera. El balance es demoledor: un Gobierno que lo tiene todo y una sociedad que busca, en medio de la destrucción, un poco de esperanza.
¿Comparte la opinión según la cual en Venezuela impera un régimen híbrido? Es decir, ¿una mezcla de acentuado autoritarismo y escasa democracia?
Lo que yo creo que puede ser más útil para entender la naturaleza del régimen político es el concepto de autoritarismo electoral, que pone el acento en la categoría principal, que no es otra que el autoritarismo. Sabemos que en Venezuela ha habido eventos electorales que han sido altamente controlados por el partido Estado. Pero creo que es importante señalar la dimensión electoral. Si bien existe control social y represión, estos eventos pueden servir como puntos focales para la acción política. Quizás no produzcan lo que se ha propuesto la oposición venezolana (el quiebre o la ruptura de la dictadura), pero sí pueden generar oportunidades para la movilización y para la organización, en especial para la perspectiva opositora.
Hay cierta atmósfera de estabilidad, de normalidad, como consecuencia de la pax bodegona. Pero cuando este régimen ha querido desvirtuar o mediatizar elecciones lo ha hecho sin pudor alguno. Basta recordar el año 2017. Llegado el momento, “hago lo que sea y puedo hacer lo que sea”.
Hay varias cosas ahí. Uno, esa supuesta normalidad de la que hablas solo existe para un pequeño sector de la población venezolana. Pero el grueso de la población no vive, precisamente, una vida normal: tiene a sus familiares lejos, no tiene acceso a servicios públicos, no puede expresarse libremente. Tiene que cubrir necesidades básicas en una lucha diaria por la supervivencia. Eso no lo podemos normalizar, bajo ninguna circunstancia. Dos, lo otro que podemos observar (particularmente desde 2021) es una liberalización desorganizada, que es inestable porque no sabemos si mañana el Gobierno cambia de opinión y pone en riesgo esa micro burbuja, que creó para sus propias élites y para el grupo que quiere beneficiar. Nada de eso está normalizado del todo, porque no tenemos una institucionalidad que le dé viabilidad.
Entonces, ¿el Gobierno no puede hacer lo que quiera?
Hoy, efectivamente, hay mucho más control que en 2000 o 2005, por ejemplo. Hay un proceso acelerado de autocratización, en el cual las ventanas de oportunidad son mucho más pequeñas. Pero no creo que puedan hacer todo lo que desean. Eso tiene mucho que ver con la forma en que medimos la apertura, los cambios o los éxitos. Si el objetivo era la salida de Maduro de la presidencia, efectivamente, no ha habido cambio. Tampoco sabemos si lo va a haber en 2024. Eso requeriría de una serie de acciones, de organizaciones y de balances dentro de la propia oposición. Pero si entendemos que, en ese contexto de autoritarismo, puede haber cambios menores, pero quizás favorables, se podría aprovechar la ventana de oportunidad que se abre con las elecciones regionales y la modificación del CNE.
Su ensayo me produjo una sensación de incomodidad y malestar. Voy a utilizar una imagen de los dibujos animados, el malo de la película, que pudiera ser el malvado gato Tom, es el que le mete ingenio a la cosa, planifica las trampas, el ardid para atrapar al ratón Jerry, pero nunca lo logra, aunque siempre lo intenta. El chavismo se asume como una versión idílica de Jerry, se pasea despreocupado por la crisis, mientras la oposición -tachada por la plataforma mediática del Gobierno “como enemigo del pueblo”, valga decir el malvado gato- le toca rescatar la democracia, el estado de derecho, la constitucionalidad, en medio del autoritarismo y la represión. En síntesis. La oposición tiene que hacer mucho para conseguir poco y el Gobierno no tiene que hacer nada porque lo tiene todo.
Hay dos cosas, ¿no? Por un lado, un Gobierno que tiene el control, pero no tiene el apoyo popular y defraudó a la población que votó por ellos. No ha tenido la capacidad para recuperar el apoyo de la gente que, en algún momento -para ellos-, fue importante. Por eso las ideas, que ya estaban en el ánimo colectivo, pero de las cuales se apropió Chávez: aumentar la participación ciudadana y profundizar la democracia venezolana (entre otras) y lo que vemos, después de 22 años, es todo lo opuesto. Ahí hay un gran engaño, una gran mentira y la destrucción de un país. Es decir, ellos perdieron, si no todo, muchísimo. Es un proceso que el chavismo tendrá que abordar, tendrá que atender, si quiere ser una fuerza política en el futuro -ahora sí- en un país un poco más reinstitucionalizado. No podemos olvidar que el chavismo ha mutado en el tiempo, que personalidades que apoyaron ese proceso se han venido retirando. Es decir, ellos han tenido un retroceso importante. Por eso se aferran al poder, porque perdieron la credibilidad, la confianza de la gente y el apoyo popular. Agotaron el capital reputacional. En el lado opositor, claro que tienen que hacer más, porque algunos sectores se asumen o, sencillamente, son democráticos. Quieren volver o construir una nueva democracia, aunque eso está por verse. Y, por tanto, el esfuerzo, los riesgos, los costos que asume, tanto la dirigencia partidista, como los liderazgos sociales y sectores de la Iglesia, que día a día están acompañando a la gente, son más elevados. Es decir, hay muchos actores que, día a día, arriesgan sus vidas para aliviar el sufrimiento de la población venezolana, generada desde el Estado por la gestión del Gobierno. Son múltiples tareas que tienen que hacer a la vez. La más importante, diría yo, es sobrevivir, a pesar de la persecución y de los elevados costos. Lo segundo es generar vínculos con la población, estrategias que te permitan crecer electoralmente, si se cree en la ruta electoral, generar vínculos con la comunidad internacional para que ponga atención en lo que está sucediendo en Venezuela.
Las tareas de la oposición, como ha dicho, son variadas y de todo tipo. ¿Pero está dispuesta a asumir ese reto, ese desafío? ¿Qué claves advierte usted en este momento?
En primer lugar, no hay una oposición sino múltiples oposiciones. Siempre ha sido así. Lo que ocurre es que se ha llegado a tal fragmentación, que esa realidad se vuelve evidente. Siempre han existido grupos cuyas estrategias son heterogéneas. Algunos han transitado la ruta más institucional, la acumulación de fuerzas y, a través de una mayoría electoral, poder ganarle al chavismo. La movilización es parte de ese proceso, pero también -y este es el principal mecanismo- las propuestas, las ideas, quizás poner énfasis en el desgaste del Gobierno y así capitalizar y poder ganar. Por otro lado, hay grupos cuya estrategia ha sido el conflicto, profundizar la polarización entre chavismo y antichavismo, y buscar un quiebre, una ruptura, quizás apelando a la violencia, para producir el cambio. Esas dos visiones se han modificado a lo largo del tiempo. En el 2002 tuvo su expresión, al igual que en 2014, y a lo largo de los últimos tres años. Los sectores que han creído en la ruta institucional también han aprendido que han sucedido dos cosas. Primero, ante la derrota de los primeros años (2001-2005), se reconstruye la ruta electoral, a pesar de que ya funcionaba en Venezuela un régimen de autoritarismo competitivo, se alcanza ese crecimiento, se reivindica esa estrategia de desarrollo, hasta que la propia oposición, en gran medida como consecuencia de la represión por parte del Estado, acaba con esa experiencia (la Mesa de la Unidad Democrática). A partir de ahí, vemos cómo se acentúa la ruta de la confrontación, de las protestas, para generar ese quiebre y una desorganización, una descoordinación de los grupos más moderados que creían en la ruta institucional y electoral.
¿Cuál sería el balance después de ese lapso? El tablero político es muy diferente, tanto en sus dimensiones como en el accionar de los factores políticos. Vivimos otra realidad.
Tenemos a un grupo de actores que ya son parte del sistema autoritario, que no buscan un cambio del régimen político; tenemos a un grupo maximalista, que no está dentro del sistema ni intenta cambiarlo, en el corto o mediano plazo, quizás esperar que se produzca “el colapso total” para atraer a la gente que ha optado por la desafección política. Y luego tienes a un gobierno interino, con profundas divisiones a lo interior y también en los partidos que lo apoyan, menos en Acción Democrática, porque apelaba a su propia estructura partidista, porque la tiene, porque la construyó, porque la mantuvo, llámalo como quieras, pero de alguna forma no termina de salir ni de romper con el gobierno interino. Adicionalmente, tenemos a actores moderados -Henrique Capriles, Stalin González- cuya actuación es quizás intermitente, porque tampoco terminan de presentar una ruta alternativa para acumular fuerzas y volver a esa preferencia estratégica (la ruta institucional).
No vi en su trabajo una sola mención al papel que juegan los militares. Yo creo que tenemos que referirnos a la Fuerza Armada como un actor político más, como el partido armado o “la revolución armada” como la llamó el señor Hugo Chávez. ¿Qué diría alrededor de este planteamiento?
Lo interesante sería plantearse ¿cómo puede Venezuela redefinir una relación entre lo civil y lo militar? ¿Cómo podemos volver a esta idea donde los militares juegan un papel muy importante que tiene que ver con la seguridad, el tema territorial y la soberanía y no necesariamente con asuntos políticos o económicos? Podemos plantearnos una relación ideal, en la cual los civiles tienen el control de todos los asuntos políticos. La pregunta es: ¿eso sería realistas? Creo que no.
¿Vamos a convivir con un sector militar que asume, como parte de sus funciones, tutelar la vida nacional? ¿El militarismo se va a expresar, tal como ocurre hoy, en la vida social, en la vida política del país? ¿No son estos temas parte de la agenda para la reinstitucionalización de Venezuela?
Lo que no me parece creíble es que tengamos una relación perfecta mañana. Desmontar la estructura de control social va a tomar tiempo. Esa es una prioridad para el mundo político, pero no le pongamos solamente el apellido opositor. Debería ser una aspiración de toda la sociedad venezolana, incluso del propio chavismo, para poner los temas fundamentales sobre la mesa e ir reformulando lo civil y lo militar, entendiendo las limitaciones del momento y apuntando hacia lo deseable, que no es otra cosa que una relación sana. ¿Por qué los militares harían eso si las capacidades de los civiles para obligarlos no están dadas? Creo que esa opción está debilitada. ¿Una persona que tiene poder, que tiene control, que tiene dinero, va a entregar eso a cambio de nada? ¿Qué tendría que proponer la sociedad toda? Diría tres cosas. Primero, un esquema de justicia transicional justo. Segundo, la profesionalización del sector militar. Tercero, una política de seguridad social, no olvidemos que los militares también padecen la crisis. Me pregunto si no existe -y aquí necesitaríamos datos- un desprecio hacia el mundo militar con toda esta crisis multidimensional que ha creado el Gobierno. Eso también se tiene que recomponer. Los militares juegan un papel, pero tenemos que reajustarlo, redimensionarlo. Jamás debería Venezuela acostumbrarse a ser un país militarizado o a resignarse porque (supuestamente) no hay nada que hacer.
Todas las perspectivas que ha planteado, tanto para el chavismo como para la oposición, son de mediano o largo plazo. Si nos ubicamos en la agenda electoral (elecciones presidenciales de 2024), el chavismo será un competidor formidable, con posibilidades ciertas de ganar esa consulta. ¿Usted qué cree?
A los politólogos no nos corresponde predecir el futuro. Lo que sí creo que podemos aportar es un análisis realista hasta donde sea posible. Si analizamos el lapso que va de aquí a 2024, ¿qué tenemos? A una oposición con diversos intereses fragmentados, una población que ya no cree en la política, que resuelve lo público por la vía individual, ni el Gobierno ni la oposición le ofrecen nada concreto para resolver los problemas de su cotidianidad. Tampoco piensa ni en el mediano ni en el largo plazo. Piensa en el hoy, en el mañana. Al mismo tiempo, tienes una dinámica social divorciada de la política. En ese contexto, el Gobierno -que ha sorteado todas las presiones- puede ganar. Pero eso no quiere decir que el chavismo enfrenta serios dilemas: ha perdido la base popular. No hay un margen para que se reedite lo que ocurrió en 2018. Eso sería someter al país a seis años más de crisis económica. Por otro lado, tenemos a una oposición que no actúa como tal, montó un gobierno interino. ¿Cómo desmontas ese gobierno para organizar a las bases, tratando de presentar un programa, una alternativa?
Actuando y asumiendo tu papel como oposición.
Exacto. Sin olvidar que eso tiene un costo. Ya hablamos de la represión. No se trata de ser pesimista, pero si el 2022 no sirve para las negociaciones -al interior de la oposición-, para motivar y organizar a la sociedad, veo muy difícil que ocurra el cambio político en 2024. Además, tienes que ir a una negociación con el Gobierno, que contribuya a crear las bases para que el país tenga un nuevo sistema político. Eso se diseña a través de las reglas institucionales. Por ejemplo, eliminando la reelección presidencial, reorganizando el Tribunal Supremo de Justicia, abordando el tema de la descentralización. ¿La gran promesa del chavismo no era la participación? Quizás ahora la oposición pueda adueñarse de esa bandera dándole poder a la gente y fortaleciendo las gobernaciones. Y de esa forma ir construyendo, lentamente, el camino hacia una nueva democracia. Pero habría que pensar si la oposición quiere eso. Ese es un capítulo aparte.
*Doctora en Ciencias Políticas por la Universidad de Oxford. Actualmente es investigadora posdoctoral asociada al Centro de América Latina, en esa casa de estudios. Su tesis doctoral mereció el premio Lord Bryce 2021 de la Asociación de Estudios Políticos (PSA) como mejor tesis en política comparada.
Hugo Prieto
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