María Eugenia Cisneros: “Es imposible que el poder lo abarque todo”

María Eugenia Cisneros retratada por Alfredo Lasry | RMTF

20/03/2022

Mientras escucho la defensa que hace María Eugenia Cisneros* del individuo y la libertad, me viene a la memoria la utopía totalitaria del hombre nuevo y de sus mentores, “los ingenieros del alma” de los que habló Josef Stalin en la Unión Soviética. El “homo sovieticus”, una especie de robot, o cuando menos un zombi, convertido en soldado, obediente y fiel, del paraíso comunista. 

El problema es que más allá de la materia, de los huesos y la carne hay sentimientos, emociones, creatividad, iniciativa, que nos convierten en seres únicos, en individuos. La historia, además, recoge el testimonio de los hombres que le impusieron límites al poder, al poder del monarca, mediante la creación de un sistema político, la democracia liberal. De esto versa la ponencia que presentó Cisneros en el IV Ciclo de Conferencias Libertad y Totalitarismo: el Individuo frente al poder, organizado por Cedice Libertad, la Fundación Fredrich Naumann y el Instituto de Investigaciones Históricas Bolivarium de la Universidad Simón Bolívar. 

John Stuart Mill, el personaje que eligió para su ponencia, fue educado por un padre autoritario, bajo un esquema dogmático e impositivo. Solo a los 30 años, cuando su padre murió, pudo desarrollar su propia vida intelectual. ¿No es contradictorio que ese niño, sometido a la disciplina más rigurosa, se convirtiera en un referente, en un pilar de la libertad individual?

No veo contradicción en eso. Si bien el padre impartió una educación rígida, esa era la práctica común en la época en que él vivía. Pero junto a esa educación, en su casa había una atmósfera de grandes debates, de conversaciones, entre su padre y muchos intelectuales de ese momento, entre otros, David Ricardo. Entonces, no solamente es la educación, sino todo lo que sucede en ese momento, la idea del utilitarismo, por ejemplo. Recordemos que estamos a comienzos del siglo XIX, en tiempos de revolución industrial. Un momento muy interesante en la ciudad de Londres. En la casa de James Mill, el padre de John, coinciden varias cabezas pensantes. Esa atmósfera, precisamente, despierta en John Stuart Mill el sentido de la libertad. De lo que implica ser libre y de lo que implica desarrollar la individualidad. En su adultez él mismo se da cuenta de lo que ha sido su vida, hace una reflexión, y comienza a tomar sus propias decisiones según su real saber y entender. Lo que a mí me interesa es la idea de la libertad, que está presente en todas las disciplinas (la filosofía, la religión, la política) que trató en toda su obra.    

De forma intermitente, surge el debate entre la sociedad y el individuo, entre el Estado y el individuo, entre lo público y lo privado. No hay límites definidos, sino una frontera imprecisa, en la cual el Estado actúa de manera coactiva y el individuo camina en la cuerda floja. ¿Qué explicaría que, pasado largo tiempo, prevalezca una franja de tierra minada?

Esa pregunta da para mucho, pero voy a intentar hacer una síntesis de lo que a mí me interesa señalar. John Stuart Mill advierte que hay dos tipos de opresión. Una que viene directamente del poder político, que tiene que ver con el ente -o la persona que ejerce el poder- y el gobernado, y otra que tiene que ver con la llamada tiranía de la mayoría, que Mill ubica en la sociedad. En ambas cosas aparece la tendencia a la hegemonía que ejerce el poder. Uno es el ámbito político, digamos, cuando el poder se ejerce de forma desmesurada, desproporcionada. Otra deviene cuando se le quiere imponer al individuo -muchas veces por vía de la coacción- una consideración de la mayoría. Esta última, precisamente, es la que Mill llama la tiranía de la mayoría. El individuo es el convocado a oponerse a esos dos estilos de opresión, tanto en el ámbito político como en el ámbito social. ¿Qué sucede en este último? Que los límites no son rígidos, sino que se dan en la misma dinámica, en la misma práctica, de las relaciones que hay entre los individuos y en la manera en que se va conformando la sociedad. 

Uno podría decir que la democracia liberal es el mejor sistema político que ha enfrentado este desafío. Pero a través del voto se produce una representación y por ahí podríamos llegar a lo que Mill llama la tiranía de la mayoría. Se necesitaría una democracia, digamos, ¿perfecta?, pero ya sabemos que nada es perfecto.   

La individualidad tiene que desarrollarse conforme a la situación y al desarrollo de la democracia liberal, entre otras cosas, porque la vida es movimiento. Hay, además, otros factores que influyen, como la época en que se vive. Pero el individuo está presente -y se hace presente- dentro de los ámbitos de la democracia liberal. La tragedia de la democracia liberal es cuando dejamos de cuidarla, cuando abandonamos sus valores, sus principios. Esa es la tragedia. No es porque haya democracia y libertad estamos seguros. Si no se trabaja para mantener y profundizar lo que se tiene, eso se pierde. Tenemos varios ejemplos. Venezuela es uno de ellos. 

Absolutamente, pero más allá de nuestra tragedia, diría que la democracia liberal está en crisis en todo el mundo, tanto en Europa como en Estados Unidos. 

Ya en su época, John Stuart Mill hablaba de la crisis de la democracia, precisamente, advirtiendo la probabilidad de que se impusiera la tiranía de la mayoría. Si el poder político no es capaz de funcionar dentro de sus propios límites y atribuciones, pueden surgir estos dos tipos de opresión. 

¿Qué explicaría la irrupción de un liderazgo como el de Donald Trump en la democracia estadounidense, una democracia que ya tiene casi 250 años y unas instituciones que la protegen?

Si algo quedó claro es que Trump no es un político y por esa razón no pudo tomar decisiones fundamentales, precisamente, en el campo de la política. Los requisitos son distintos. Trump es un magnate, con otra mentalidad, con otra formación. Son dos cosas distintas.

Las instituciones encargadas de defender la democracia no marcaron límites suficientes. Y para muestra un botón: la toma del Congreso. En la democracia liberal, puede prosperar no solo la tiranía de la mayoría, sino un diseño como el de Trump.

Claro, por supuesto. Ese es el riesgo. Esa es la tragedia de la democracia liberal. No solamente alguien como Trump, también alguien como Chávez. Hay varias cosas que me gustaría señalar. En primer lugar, las instituciones no son cosas abstractas, las conforman personas de carne y hueso y cuando esas personas atraviesan por una crisis, las instituciones también. Instituciones solas no existen. En segundo lugar, tenemos que tomar en cuenta la época en la que vivimos. Es una época de turbulencias y, por lo tanto, caótica. De transición. Allí hay algo muy interesante que se llama el vacío. Cuando surge el vacío no sabemos qué hacer, porque las categorías que tú manejabas estallan. Ya no sirven. Ya no te dan respuesta ante lo que está sucediendo. Pero el futuro apenas se está desarrollando, no hay claridad hacia dónde vamos. Es como si nos ubicáramos en la transición del medioevo al renacimiento. Es una transición de siglos. Quizás esta metáfora nos ayude a situarnos en la época que estamos viviendo. Una transición que no sabemos cuánto va a durar, pero que se caracteriza, precisamente, por ese vacío. 

María Eugenia Cisneros retratada por Alfredo Lasry | RMTF

¿Qué opciones le ve usted al liberalismo en medio de esta época de turbulencias?

Muchísimas. Porque se abren oportunidades para que cada ser humano pueda desarrollar su individualidad. A mí me parece que Venezuela está en un momento interesantísimo. Tú escuchas, en todos lados, una y otra vez: «¡No hay líderes!» Eso es excelente. Cuando no hay un líder, todos somos líderes. Probablemente, el venezolano no haya entendido eso. ¿En dónde somos líderes? En el lugar donde cada uno se maneja. Es ahí donde comienza la autonomía y la libertad del individuo.

En ese escenario de esperanza, que de alguna manera usted plantea, el poder ha hecho y deshecho en Venezuela, yo no sería tan optimista.

Voy a recurrir a dos ejemplos. El primero es la revolución francesa. No se hizo en un día. Transcurrieron años para que se diera. El segundo ejemplo lo voy a tomar de lo que ocurrió en Estados Unidos a propósito de los derechos civiles. ¿Cuándo estalla el problema? Cuando una mujer negra, Rosa Park, no se levanta de su asiento para dárselo a un blanco. Pero antes de que eso ocurriera hubo manifestaciones y protestas. Y eso tampoco fue de un día para otro. Ahora, determinar cuándo va a ocurrir el estallido, eso es muy difícil. Un tercer ejemplo es la primavera árabe. ¿Quién podría decir que cuando ese muchacho se prendió fuego, se iba a desencadenar la ola de protestas que estremeció a casi todos los países árabes? No todo está determinado. 

¿Podría decir cuáles son las características de ese momento interesantísimo que vive Venezuela?

Sí, somos el ombligo del mundo. Todo pasa por Venezuela. Los rusos, los iraníes, los estadounidenses pasan por Venezuela. Las decisiones de las potencias pasan por Venezuela. Estalla la guerra en Ucrania y Biden envía una delegación para hablar con el señor Nicolás Maduro. Los venezolanos somos los embajadores naturales, donde estemos sale un venezolano y es objeto de reconocimiento o de una distinción. Venezuela está en todos lados. Hasta en Ucrania hay un video de un venezolano que se alistó en las fuerzas de seguridad para defender a su familia, para defender su hogar. Nosotros aportamos talento. Nuestros talentos están en el mundo.

Hay expertos que dicen que Venezuela no cuenta para nada en el mundo globalizado. A ellos, ¿qué les diría?

Les diría que leyeran a John Stuart Mill. Que nos sentáramos a intercambiar opiniones y pareceres para ver cuáles son sus argumentos para sostener lo que dicen. Y, después de ese intercambio, ver qué podemos sacar de ahí. 

¿Usted cree que la cara del sistema político de un país es su economía?

No, yo creo que son sus individuos. 

No veo a los venezolanos preocupados por la civilidad o la sociedad del conocimiento, por ejemplo. Aquí los intelectuales juegan un papel muy marginal. ¿Un país con esas particularidades está en todas partes, como dice?

Venezuela está en todas partes, gústele a quien le guste. Insisto, los venezolanos son nuestros embajadores naturales en los lugares a donde vamos. Lo otro es el papel de los intelectuales, un punto a discutir. En la dictadura de Gómez hubo intelectuales a favor, Manuel Díaz Rodríguez y Gil Fortoul, por ejemplo. Pero también hubo intelectuales en contra, Pocaterra y Rufino Blanco Fombona. En cada período político, digamos, hay intelectuales con distintas posiciones. Pero voy a poner de relieve lo que me parece más importante: cada vez que se han dado condiciones propicias para el desarrollo de la civilidad, de alguna manera, irrumpe el poder político y paraliza el fortalecimiento de las instituciones civiles. Es algo que, en general, hemos visto a lo largo de la historia de Venezuela. Y la historia da cuenta de ese hecho.

Ha sido nuestra gran dificultad.

Claro. Ese es el punto débil que nosotros tenemos… pero diría sí y no. Ahí tenemos la forma en que se organizó el referéndum revocatorio (2016-2017), la recolección de firmas, todo ese proceso ejemplar estuvo en manos de la sociedad civil, pero inmediatamente fue saboteado por los políticos de ambos bandos y, finalmente, fue abortado (por la injerencia de tribunales sin ninguna competencia en materia electoral). 

No hay líderes, dice. A cada uno le toca hacer lo suyo. Pienso en Franklin Brito y en lo que hizo para defenderse de la opresión. ¿Por qué la clase política que defiende la democracia liberal no se ha casado con esos líderes?

Para hacer eso tienes que pasar de un pensamiento ortodoxo a uno heterodoxo. Si no se da ese paso, es imposible que te puedas casar con las cosas nuevas que surgen. Algunas veces irrumpen líderes con novedades, en lo que damos por establecido y, gestionar esas novedades no es fácil. Lo primero es el rechazo, porque lo nuevo te saca de tu zona de confort y si tú tienes una cuota de poder, no la quieres soltar. Lo rechazas. O podría ser que esos líderes están avanzados con respecto a su época. Para mí una de las cosas que demuestra Franklin Brito es que Venezuela no tiene conciencia de lo que es la desobediencia civil. Y, a estas alturas (2022), creo que la sociedad venezolana todavía no lo entiende. Pero Franklin Brito ya nos anunciaba la intensidad del autoritarismo que nos cayó encima. No lo supimos ver.

No seamos tan misericordiosos con nosotros mismos y con la sociedad venezolana. En realidad, no lo quisimos ver. 

Lo dejamos solo. Porque él solo, como individuo, acorraló al poder. Hubo un momento en que ellos no sabían qué hacer con él. Por eso, finalmente, lo secuestraron y lo metieron allí. Pero él solo, con su posición individual, cuestionó los fundamentos del poder hegemónico.

Diría que ese poder hegemónico goza de buena salud y se ha extendido a todos los campos. No creo que el gobierno del señor Nicolás Maduro sea tan débil como muchos piensan. 

No podemos poner el foco en su fortaleza o en su debilidad, sino en los resquicios donde no llega esa hegemonía. Es imposible que el poder lo abarque todo. Por eso es que tú y yo estamos hablando de esto precisamente, sin que alguien con una metralleta nos esté vigilando. En este momento, no siento miedo de que me vaya a detener el Sebin. Aquí hay un resquicio de libertad, donde estamos tú y yo trabajando, pero así mismo hay muchos que también están trabajando anónimamente, que están metidos en barrios, creando conciencia y organizaciones. Hay mucho movimiento en el país y lo que hay que ver son esos resquicios, porque en cualquier momento se da la unión y cuando eso ocurra veremos cambios significativos. 

Esos resquicios han sometido a vigilancia, a persecuciones, en las calles, en los barrios, en la esfera política, en el sector comunicacional. Los venezolanos caminan en un campo minado. ¿Qué puede pasar? Es una incógnita y aquí encaja lo que dijo un abogado: ya tú sabes dónde estamos. Hay miedo porque hay represión. Se trata del Estado contra el individuo, ¿no?

Exactamente. Eso es lo primero que ataca el autoritarismo: al individuo, porque el individuo es la reserva del pensamiento. Por más que quieran reducirnos a ser un robot, no lo somos. Somos seres pensantes, con deseos, soñadores, creativos, por eso es que alguien se pudo escapar de Alcatraz. En las cosas más insólitas, hay una respuesta de libertad del individuo. No hay forma de que eso lo puedan amputar. Hay una famosa frase de Eurípides: «Mi lengua ha jurado, pero mi ánimo permanece libre». Tenemos una característica que, queramos o no, es la que nos hace humanos.

¿No es una paradoja que, en este momento, en el que el Estado avanza en su propósito de avasallar al individuo, a la sociedad, hablemos de resquicios de libertad?

Hay una máxima recurrente que dice: a mayor represión menos legitimidad. Si tienen que aumentar la represión es porque la disidencia se está multiplicando. 

¿Qué utilidad tiene reivindicar la filosofía liberal en una sociedad donde el poder militar y, en menor medida civil, ha impedido el desarrollo de las instituciones propias de la democracia liberal? ¿Con qué se comen las ideas de John Stuart Mill en una realidad como la nuestra?

En primer lugar, hay que recordar que, en sus orígenes, el liberalismo es lo que se opone a las monarquías absolutas. Son los luchadores que le imponen límites al poder del monarca. En su espíritu nace la libertad como acción. Los orígenes de la democracia representativa no son azarosos, tienen que ver con esa lucha entre poder absoluto y reivindicación del individuo, cuyo ejemplo más notorio es Inglaterra. Entonces, lo que está en el fondo es la tendencia del poder a reprimir a los gobernados. Y el modelo político que le impone límites es, precisamente, la democracia representativa. 

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*Candidata a doctora en Filosofía (USB). Maestría en Filosofía, mención Filosofía y Ciencias Humanas (UCV). Licenciada en Filosofía (UCV). Abogada (UCV). Licenciada en Estudios Internacionales (UCV). Profesora investigadora adscrita al Instituto de Investigaciones Literarias, Facultad de Humanidades y Educación (UCV).


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