Entrevista
Margareta Hargitay: “Ha habido una gran persecución contra los adolescentes”
por Hugo Prieto
Margareta Hargitay retratada por Mauricio López | RMTF
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Todavía tengo en la memoria la frase lapidaria de una socióloga: “Los jóvenes son los grandes olvidados de la revolución bolivariana”. Para ellos Venezuela es una película de terror. Son ellos los que ponen los muertos en los enfrentamientos entre las bandas y los cuerpos de seguridad. Son ellos los que navegan a la deriva hacia un lugar sin futuro. ¿Cómo ha impactado la pandemia a los adolescentes? Esta es la pregunta que le he formulado a Margareta Hargitay*. Solo ha aumentado la ansiedad, la depresión, la sensación de estar atrapados. Mientras tanto, un camioncito pasa por la calle anunciando que hay vacunas. A ese nivel hemos llegado.
Hay como dos agentes que provocan claustrofobia —la pandemia y el entorno en el que vivimos—. ¿Usted qué cree?
La claustrofobia es esa sensación que nos genera estar en espacios donde nos sentimos encerrados, asfixiados. Sin lugar a dudas, la pandemia aumenta esa sensación en muchísimas personas. Pero quisiera hacer una diferencia entre lo que la pandemia trae —el encierro, el confinamiento— y el hecho de que exacerba las patologías existentes. Es muy evidente que las personas con una estructura emocional más sólida y con un mundo interno más estable no han padecido la pandemia como otras personas. Creo que eso hay que diferenciarlo, porque vamos a encontrar adolescentes que manejan bien las redes sociales y otros en donde pueda haber ideación suicida, gestos suicidas o suicidios reales, solamente por el mal uso de las redes. Creo que la pandemia nos puso en una situación un poco homogénea. A todos nos confinó, a todos nos encerró en nuestras casas, en nuestros espacios privados. Modificó la posibilidad de acercarnos a las personas. Más en Venezuela, donde la gente suele dar la mano o un abrazo.
En Venezuela no hay políticas públicas para los adolescentes. Si a ver vamos, la adolescencia no está en la agenda pública. ¿Cómo influyó la ausencia de mensajes, de alternativas, de herramientas dirigidas a ellos? ¿No caminan a ciegas en medio de la pandemia?
Diría que la sociedad representa un poco lo macro de lo micro que pudieras ver. El adolescente es el gran olvidado, incluso en las familias. Algunos les dicen “aborrecentes”, nunca he entendido por qué los llaman así. Simplemente es un individuo en transición, que está pasando de una fase, en la cual tiene idealizado a los padres, a otra fase en la que empieza la desidealización y, por lo tanto, empieza una confrontación sana para poder individualizarse o incluso independizarse. Si esa confrontación no se da, el adolescente queda atrapado en su núcleo y no es capaz de salir al mundo. Esto es algo que muy pocos padres entienden. Por lo tanto, frenan y confrontan aún más. El Estado se ocupa muy poco, por no decir nada, de los adolescentes y las familias no entienden el cambio que está por venir. En lugar de vivir esa experiencia como un intercambio nutritivo, “donde voy a aprender de la música que vas a llevar a la casa, de tus amigos y de una nueva generación que no es la mía”, tratan de ejercer mayor control. Tampoco entienden las redes sociales, con las que llegan al mundo los adolescentes de hoy.
Diría que el adolescente se siente atrapado, ya sea por la ausencia de políticas públicas dirigidas a ellos o por la incomprensión de la familia. Entonces, son dos claustrofobias las que vive.
Es un doble atrapamiento. Antes, el adolescente podía ir al colegio (aunque lo odiara o no) y, en las tardes, se podía reunir con sus amigos, salir a la calle. Ahora no puede hacer eso, por el temor al contagio y a contagiar a sus padres, a sus abuelos. Sobre los adolescentes se ha hecho una persecución muy fuerte: “Son los responsables porque no se cuidan, porque salen a la calle o se escapan un rato, porque tienen una novia y la van a ver”. Entonces, son los grandes portadores del coronavirus en la casa. Los han tratado de confinar en un momento en que es casi impensable. ¿Por qué? Porque es una edad en la que el cuerpo, desde el punto de vista hormonal, está pulsando por salir. Lo que se necesita es ver al otro, es tocar y estar con el otro. En una edad en la que empiezan los grandes cambios sexuales. Entonces, para ellos es una gran pérdida no poder hacerlo.
Nadie tiene buenos recuerdos de la adolescencia, justamente por el tránsito que viven. ¿Qué es lo que se pierde? ¿Qué es lo que se gana, si acaso se gana algo?
Dependiendo de la edad y el momento en que esto sucede, hay situaciones muy críticas. Para las muchachas, por ejemplo, es la pubertad, la etapa en la que empiezan a tener senos. Ahora que el regreso a clases es presencial, hay casos en que ellas visten suéteres inmensos. No lograron pasar la transición natural, “en la que esto está pasando y mis compañeros me están viendo. Ahora yo soy otra”. La que regresa un año y medio después es un mujerón. Ellas mismas no han podido integrar esos cambios en su cuerpo. ¿Por qué? Porque eso es un cambio físico, en el que te sientes desgarbado, en el que tu cuerpo crece. Eso es la adolescencia. Y surgen las preguntas: ¿me van a hacer bullying?, ¿se van a meter conmigo? Para muchos, este reinicio de clases presenciales ha significado mucha ansiedad, mucha angustia. ¿Cómo me van a ver? No es cualquier pregunta, para el adolescente lo visual es muy importante.
Es la etapa en la que el individuo reafirma su condición de género, su preferencia sexual, su personalidad. Es una lista enorme de vacíos. De gavetas por llenar. ¿Qué causa en la psiquis, en la conducta, del adolescente la pandemia?
El adolescente necesita el grupo para resolver esos vacíos, esas dificultades. Allí —en los grupos— es donde ellos hablan de sus papás (bien o mal), hablan de sus hermanos, hablan de la novia. Pero esas dificultades se atenúan un poco, porque hay cierto beneficio con las redes sociales. A muchos les resultan preocupantes. Quizás porque tienen una baja autoestima o una personalidad poco formada, digamos, frente a un Instagram, donde la gente publica sus fotos más espectaculares. “Entonces, yo me comparo y me siento en desventaja”. Algunos no lo toleran. Cada vez que ven el Instagram de los otros, tienen una especie de trastorno de ansiedad, porque sienten que se están perdiendo de algo, y ese algo es lo más divertido que la gente postea.
¿Podría hacer un balance del impacto que tiene el uso de las redes sociales?
A los más vulnerables, se les disparan los trastornos de ansiedad, los trastornos de depresión. Otras lo pueden manejar mejor y las redes sociales les han servido para hacer grupos donde se reúnen para tener, por ejemplo, una fiesta, una pijamada virtual. Se reúnen, pero cada quien en su casa. Esto no es una novedad, viene de antes. Lo virtual te permite hacer cosas, te permite intercambiar. Muchos adolescentes introvertidos, a quienes les cuesta hacer vínculos presenciales, usan los videojuegos online y realmente tienen amigos, relaciones profundas, con gente que puede estar incluso en otras partes del mundo. Yo creo que los videojuegos son como los libros de antes. Son historias, son cuentos al final, pasan cosas y “yo puedo identificarme con un personaje”. Allí hay una cantidad de roles que ellos van jugando y van generando identidades. No todo es negativo.
¿El hecho de que la realidad virtual se haya convertido, justamente, en la realidad a secas, no genera grandes desafíos, grandes retos?
Sí y no. Sí, porque el cuerpo es importante. El cuerpo existe y algún día nos vamos a vincular, a través del calor, del sabor y el olor, con el otro.
Eso tiene que pasar.
Y va a pasar. Siento que eso se postergó para muchos en este año y medio de pandemia. Sin embargo, por naturaleza, el adolescente es transgresor y muchos transgredieron. ¿En qué sentido? Salieron a escondidas. El adolescente, que tiene mucha pulsión de vida y que tiene mucha búsqueda, lo va a intentar. El problema es con los muchachos que se quedaron en sus casas y se aislaron demasiado. Eso ocurrió con pacientes que tienen agorafobias importantes, aunque esta realidad virtual les permitió tener a alguien, aunque sea en la pantalla (del celular o la computadora). Ahora pueden salir de sus casas, pero no salen porque tienen una patología de base que necesita ser trabajada y eso les va a llevar mucho tiempo.
¿Diría que esto es un problema de salud pública?
Sí, lo es.
¿Ese problema no es incumbencia del Estado?
En ese sentido, estamos claros de que el país está muy deteriorado. Durante el tiempo en el que trabajé en el Hospital Clínico Universitario, teníamos grupos para familias, para adolescentes. En la Asociación Venezolana de Psicoanálisis —específicamente en el Departamento de Niños— hacemos grupos para padres. Pero una vez más, son iniciativas privadas. A veces son charlas que nos piden en un colegio. ¿Por qué los padres se preocupan tanto por la transgresión? ¿Por qué les preocupa la emancipación que ellos tienen que tener? Frente a esta agresión natural hay que saber responder. Pero para esto no hay políticas públicas. Muchos padres no entienden que esto es así, que esto es normal. “Mi hijo es un maleducado, está mal influenciado por los amigos que lo llevan por el mal camino”. No, lo contestatario, lo transgresor, es algo natural, es parte de tener una identidad propia.
Los adolescentes son los sospechosos habituales de la transmisión del virus, porque no se cuidan, porque se exponen y salen a la calle. Porque tienen más capacidad para tolerar el virus. Pero ¿los padres, los abuelos?
El adolescente tiende a ser omnipotente y piensa que esas cosas no van a pasar. Corre muchos riesgos y se pone en riesgo él mismo. Pero la pandemia los pone en una situación distinta, puedo enfermar a mi papá, a mi mamá, que tienen una condición. Sí hay culpa. Se ven muchos casos de ansiedades enormes en las estructuras más obsesivas, gente que no logra salir o que se bañan apenas regresan a casa. Se viven situaciones muy tensas, de muchos reclamos entre unos y otros. Adquirir el virus puede pasar, de muchas maneras.
El virus está en todas partes y creo que no tiene mucho sentido culpabilizar a alguien en particular, pero no ocurre así en la mayoría de los casos.
El fenómeno de la culpa. Si tú no te cuidas es porque no me quieres, porque no te importa si me muero. Hay temas importantes de resentimientos ahí. Uno lo ve en los lugares donde vive. Hay manifestaciones persecutorias importantes.
¿Esto va a cambiar? ¿Vamos a superar la pandemia? Creo que esas preguntas nos las hacemos todos, porque no hay información creíble y todo lo que sabemos es fragmentario. Creer que vamos a superar el coronavirus es lo más parecido a un acto de fe. ¿Cómo viven esta incertidumbre los adolescentes?
Hay un estudio que se hizo en los Estados Unidos, en el que compararon —durante la pandemia— los niveles de ansiedad y depresión en poblaciones mayores a 75 años y en poblaciones jóvenes entre 12 y 23 años. Los niveles de depresión y ansiedad eran muchísimo más elevados entre los jóvenes que entre las personas mayores. Surgió una pregunta: ¿por qué los mayores de 75 años, que son los que tienen mayores probabilidades de fallecer, son los menos angustiados? Precisamente porque tienen experiencia de vida, han pasado por situaciones difíciles, complejas, a lo largo de los años. Es un individuo que tiene esperanza, que la ha podido introyectar (el proceso psicológico por el que se hacen propios rasgos, conductas u otros fragmentos del mundo que nos rodea), quizás pueda fallecer, pero sabe que la situación se pudiera resolver. En cambio, una persona joven, expuesta al bombardeo mediático y a una cantidad enorme de información, es difícil que se pueda imaginar algo distinto. Los muchachos no tienen una identidad yoica (significa saber quiénes somos y cómo encajamos en el resto de la sociedad) fortalecida y esto es un embate a su seguridad, a su omnipotencia, al hecho de que crean que van a vivir para siempre y que van a disfrutar de todos los placeres de la vida. Frente a la pandemia, que literalmente lo arrincona, se dispara la ansiedad y la depresión, la rabia. Por eso hemos visto esa cantidad de fiestas clandestinas. Ellos van a transgredir… ¡Vamos a reunirnos, y si llega la policía o la guardia, pues llegó! Los adolescentes ya están hartos.
El Estado venezolano se desentendió de sus obligaciones con la sociedad. Vivimos bajo la ley del sálvese quien pueda. ¿Qué ocurre con los venezolanos que no encuentran ayuda psicológica, que no encuentran ayuda en ninguna parte? ¿Tiene alguna referencia de lo que ocurre en los barrios?
El mundo popular está aún más abandonado, porque no tiene los recursos para resolver algunas cosas básicas y depende, sin lugar a dudas, de que el Estado le provea esas cosas. En su gran mayoría se ve desasistido. Yo creo que el venezolano en general busca resolver. Es un gran resolvedor. Eso ocurre en cualquier estrato, pero en los más bajos la prioridad es el hambre. Vamos a tener problemas cognitivos. Ya los estamos teniendo. La gente no está esperando a que el Estado le toque la puerta. Averiguan. ¿En el Gustavo Herrera están vacunando? ¿En tal sitio…? Bajan y van. Conozco gente que hace meses se vacunó. Gente a la que le llegó el mensaje de texto. A mí me llegó. Pero no hay una política. Eso no existe. Es un boca a boca. Simplemente hay que vacunar. No hay ningún tipo de canales de información. Por mi casa pasa un camioncito que te dice que hay vacunas. Imagínate dónde estamos. Casi puerta a puerta, porque no hay otras políticas, no las hay. Esa es la gran verdad. Hay una desinformación enorme.
Habló de depresión, de rabia. Sabemos que la sociedad venezolana es violenta. ¿Qué incidencia podría haber tenido el coronavirus en la violencia intrafamiliar?
Absolutamente toda. Estamos hablando de alguien que se siente frustrado, impotente. Aumentan las tensiones en la casa. No hay cómo canalizarlas. En lo que una persona medio verbaliza estalla la violencia, probablemente la violencia física. O cuando hay hambre, o cuando no hay agua, o cuando se va la luz. La gran oferta electoral en Miranda es que por fin te va a llegar el agua por las tuberías. Dios mío: ¿esa es la oferta en el siglo XXI? Pero es así.
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*Médico psiquiatra, UCV. Psicoanalista de adultos, niños y adolescentes (ASOVEP, IPA, FEPAL). Directora de seminarios Ilap.
Hugo Prieto
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