Luis Zambrano Sequín retratado por Alfredo Lasry | RMTF
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Recientemente, el gobierno de Nicolás Maduro anunció dos medidas de carácter fiscal para aumentar los ingresos del Estado. De las transacciones comerciales que se realizan en los bodegones, el gobierno espera recaudar 5.000 millones de dólares. De las empresas de delivery, había la intención de sacar una tajada, quizás más pequeña. La medida, sin embargo, fue suspendida. Nadie sabe si la podrían sacar del congelador y aplicarla. Hay impuestos vigentes que tampoco se saben si existen o no. Toda la normativa referida al control de precios y del mercado cambiario no han sido derogadas, aunque no se aplican.
Es lo más parecido a vivir bajo la amenaza de la araña que espera su momento en la red para desencadenar una nueva crisis. El Estado, sencillamente, no tiene una visión de largo plazo y las inversiones privadas se hacen en actividades que pueden desmontarse con la misma facilidad con que se baja la santamaría. ¿En Venezuela podemos hablar de una política fiscal? Quién responde a esta interrogante es Luis Zambrano Sequín*. No hay desarrollo de nuevos mercados o de sectores industriales productivos, entre otras cosas, porque nadie cree en nadie.
¿Podemos hablar de una política fiscal en Venezuela?
Podemos hablar de una gestión fiscal, por llamarla de algún modo, que se aplica para levantar ingresos, cuyo propósito es financiar el gasto del gobierno central e incluso de buena parte del sector público. Recordemos que el gobierno central no sólo es un empleador, sino también es un empresario que, en forma recurrente, le inyecta capital a las empresas públicas.
Un empresario que creció con las nacionalizaciones del expresidente Chávez.
No solamente las nacionalizaciones de Chávez, sino la creación de empresas, muchas de ellas pequeñas —empresas comunales, de colectivos, cooperativas— que surgieron prácticamente por todo el país. Esas empresas fueron financiadas, en buena medida, no por impuestos internos o contribuciones del ciudadano, sino por el boom petrolero (2004—2014). Sólo en el año 2012, el PIB de Venezuela fue de casi 350.000 millones de dólares, mientras las exportaciones llegaron a 90.000 millones de dólares. Dinero que provenía del resto del mundo, lo que permitía que la presión tributaria interna fuera muy baja comparada con el resto de los países de América Latina. El gobierno no tenía que meterle la mano al bolsillo del ciudadano, porque lo que había, básicamente, era una transferencia de recursos del resto del mundo hacia Venezuela. Eso dio lugar a una institucionalidad fiscal, donde el esfuerzo era cómo capturar la renta petrolera y cómo distribuirla.
¿No es esa la quintaescencia del rentismo?
Por supuesto. Venezuela fue un país emblemático en ese sentido. Si lees la literatura sobre la fiscalidad petrolera, Venezuela siempre va a aparecer como un ejemplo del rentismo. Y eso llegó a máximos durante la presidencia de Hugo Chávez.
Durante los años 60 y 70, el Estado promovió una gran expansión de la educación pública —en infraestructura y personal capacitado—. ¿Ese no es un elemento distintivo?
Allí hubo una redistribución de renta también. Con unas ganancias, desde el punto de vista social, para el país en su conjunto, que fueron mucho más duraderas y con un horizonte de más largo plazo. Lo que marca una diferencia con lo que hizo el chavismo con el boom petrolero, donde la renta, en buena medida, fue utilizada para construir una estructura de poder con una visión de muy corto plazo, si se le compara con las décadas que mencionas.
No es sólo la falta de visión de largo plazo, sino el tema de la corrupción. Aparte del Hospital Cardiológico Infantil, el Metrocable de San Agustín y los bloques de la GMVV, ¿Qué otra cosa se hizo en Caracas?
En buena medida, el boom petrolero se transformó, por un lado, en consumo, y por el otro, en transferencias de capital, por distintas vías, vinculadas a la corrupción administrativa.
No creo que esa sea la modalidad de la corrupción, porque cuando uno ve esas transferencias, aparecen estructuras financieras muy sofisticadas y empresas fantasmas.
En un sentido amplio, el boom petrolero y su consumo, para decirlo de alguna forma, también fue aparejado con un proceso de desinstitucionalización del Estado. Es decir, no sólo se destruyó, básicamente, la estructura administrativa y de control, sino que las instituciones que existían para tal fin, comenzaron a funcionar de una forma muy deficiente. Estoy hablando de la Asamblea Nacional, de la Contraloría General de la República y de todo el aparato de justicia. Además, del desmantelamiento de la estructura administrativa del gobierno.
Todo se desmanteló y no hubo sustitución de nada.
Justamente, no han logrado construir nada alternativo. Pero al desinstitucionalizar al Estado y a los diferentes organismos llamados, justamente, a velar por un uso más eficiente de los recursos ¿Qué tienes? Corrupción, descontrol, falta de rendición de cuentas, desinformación. Hoy estamos, a mí juicio, en una situación caótica, que dan lugar a estos ejemplos que mencionabas. Decisiones en materia fiscal que son revertidas o que se quedan, simplemente, en el aire. Uno no sabe si están o no vigentes. Aquí todavía la normativa que tiene que ver con los controles de precios está vigente, así como buena parte de la normativa que tiene que ver con el mercado cambiario. Aquí hay impuestos que han sido decretados, que nadie sabe si existen o no existen.
¿Cómo hace un economista de su nivel para estudiar la economía venezolana?
La información, ciertamente, es muy limitada. Hay algunas cosas que te permiten inferir el comportamiento de algunas variables, algunos datos, a partir de fuentes de información indirectas. Hay caminos verdes, a través de los cuales fluye una u otra información. Uno trabaja con datos generados por modelos, por hipótesis, por supuestos. Digamos, ese tipo de canales.
Hay que recordar que, en Cuba, ciertos impuestos y medidas fiscales no se aplicaban, pero estaban vigentes. Recientemente, se reactivaron unas cuantas porque algunos empresarios del sector gastronómico se estaban “enriqueciendo”. Y ya sabemos que “ser rico es malo”.
En eso estamos en Venezuela y eso lo que te genera es una gran cantidad de incertidumbre. Eso es parte de la falta de institucionalidad. Es decir, tú tienes un conjunto de decisiones que han sido tomadas que, en otras circunstancias, deberían haber sido reformadas, ajustadas, a las nuevas realidades; institucionalizadas de alguna manera, precisamente para generar algo de seguridad jurídica y, por tanto, de certidumbre, pero eso no ha pasado. Entonces, hay toda una normativa que no está operando en la práctica, pero que está ahí. Y tal como dices, uno no tiene la certeza de que —ante un cambio de las circunstancias—, esa normativa pudiera volver a ser aplicada. Voy a dar unos ejemplos. Uno. Este país se dolarizó, pero eso no fue una decisión oficial, no la tomó el gobierno. No, la dolarización se produjo como consecuencia de la crisis. Era la única manera que la gente encontró para defenderse de la hiperinflación, provocada por el propio gobierno.
En algún momento, la dolarización empezó en los barrios de Caracas. Fue algo que los pobres —le escuché decir a un dirigente social— le impusieron al gobierno. ¿Detrás de ese comentario hay, digamos, racionalidad económica?
Definitivamente. Eso no sólo ha sucedido en Venezuela. Esa es la consecuencia de la hiperinflación, sobre todo cuando es duradera, que es nuestro caso. La destrucción de la moneda nacional se produce por la imposibilidad del gobierno de levantar la tributación petrolera. Recordemos la debacle de PDVSA. Algo similar podríamos decir con respecto a la tributación interna, luego de la importante contracción que experimentó la economía venezolana. La opción del gobierno no fue ajustar el gasto, sino darle instrucciones al Banco Central para que emitiera bolívares, con la finalidad de pagar sueldos, pagar las contribuciones y a seguir metiéndole plata a las empresas públicas, a las empresas comunales y a las cooperativas y lo hizo hasta cuando pudo y hasta donde pudo. Pero haciendo eso, creó la hiperinflación. Dado el rechazo al bolívar, el gobierno no tuvo otra alternativa que asumir el dólar, el peso colombiano en la zona fronteriza, el oro en las zonas mineras del estado Bolívar. La realidad se impuso, a pesar del discurso ideológico del gobierno. Y, de un día para otro, se olvidaron de ese discurso.
La gasolina también sirve como medio de pago en las zonas mineras. ¿Cómo funciona una economía que tiene tantos medios de pago? Donde los bienes no transables, un apartamento, por ejemplo, se convirtieron en bienes transables.
Eso es producto del propio caos institucional. El gobierno tampoco tenía la posibilidad ni la capacidad, de transitar hacia una economía dolarizada oficialmente. Estamos en una economía donde hay un universo de medios de pagos que generan una situación ineficiente.
Uno ve cómo en América Latina hay nuevos productos financieros, nuevos mercados, nuevos instrumentos bancarios. En Venezuela regresamos a la cuenta de ahorros, a la cuenta corriente y, como expresión ultra sofisticada, a la tarjeta de débito.
Eso parte del hecho de que la economía venezolana está, básicamente, excluida de los mercados financieros internacionales.
¿Desde cuándo?
¡Uff! Sobre todo desde el momento en que el gobierno declaró el default (2017). Pero incluso antes Venezuela llegó a tener un nivel de deuda tan elevado, que los bancos y las instituciones financieras dejaron de prestarle dinero. Sencillamente, nos convertimos en un país riesgoso. Un riesgo asociado, prácticamente, al momento en que Chávez fue electo presidente.
¿Cómo podría Venezuela regresar a los mercados internacionales?
Ese es un tema complejo que requiere, al menos, de unas condiciones mínimas necesarias, para revertir esta situación. Lo primero que tienes que hacer es ver cómo restructuras tu deuda. Un dato: la relación de la deuda con respecto al PIB es de 380 por ciento. Es decir, tú debes 380 por ciento de todo lo que el país produce en un año y 1.150 por ciento de lo que exportas. Es una deuda tan gigantesca que nadie te va a prestar, por el simple hecho de que no puedes pagar. Ese es uno de los problemas y tienes que arreglar eso de entrada. Probablemente tengas que renegociar una rebaja con tus deudores, porque tu economía no es la misma que tenías cuando te endeudaste en esas magnitudes. Pero como nadie va a creer en ti porque sí, tú necesitas que alguien garantice lo que dices que vas a hacer.
La institucionalidad no siempre es determinante. Cuando las empresas turísticas españolas hicieron negocios en Cuba, hubo una persona, Fidel Castro, quien les garantizó un tipo de cambio.
Seguramente habrá empresarios que quieran arriesgar, porque tiene la seguridad de que la persona que está en el poder les pueda garantizar una salida en caso de que estalle una nueva crisis. Ese tipo de empresas, ese tipo de inversiones, no son las que soportan el crecimiento a largo plazo. Eso son los bodegones. O sea, yo estoy dispuesto a invertir en Venezuela en algo que me permita salir si hay una nueva crisis. Entonces, remato el inventario, agarro mis reales, y me voy. Además, no voy a arriesgar ahí sino lo estrictamente necesario.
Tan fácil como bajar la santamaría.
Yo no me voy a meter a desarrollar una cementera o una siderúrgica, porque un proyecto de esa naturaleza necesita un horizonte de 10 a 15 años.
El Estado empresario, el Estado planificador. La imagen de un Estado poderoso, pero el país liliputiense. ¿Para qué sirve el Estado venezolano?
El Estado venezolano, hoy, es un instrumento para controlar el poder y la sociedad por un grupo que lo ha capturado. Para eso sirve, pero ese grupo que está administrando el gobierno y las pocas instituciones que todavía funcionan tienen un horizonte de muy corto plazo. Y está tomando decisiones en función de la inmediatez que se le presenta. Para el resto de la sociedad venezolana, el futuro es incierto y no es de esa manera que un país se puede reconstruir.
Estamos sujetos a una valoración que no es necesariamente certera, no hay fuentes de información primarias. ¿Dónde nos ubicamos?
Es la incertidumbre, llevada a su máxima expresión. Es una situación donde todos nos movemos con una alta inestabilidad. Entonces, nadie ahorra. ¿Cuál sería el objeto de ahorrar aquí? Nadie invierte en cosas realmente trascendentes. Todo el mundo vive en el corto plazo y listo para tomar medidas desesperadas ante cualquier evento crítico.
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*Economista egresado de la Universidad Central de Venezuela, con un Doctorado en Economía otorgado por la Universidad Católica Andrés Bello, una maestría en Economía de Illinois State University y un postgrado en Planificación del Desarrollo Regional del Instituto Latinoamericano de Planificación Económica y Social y la Comisión Económica para América Latina. Es profesor titular del pregrado y postgrado de Economía de la Universidad Católica Andrés Bello y Profesor Asociado (j) de la Escuela de Economía de la Universidad Central de Venezuela. Individuo de número de la Academia Nacional de Ciencias Económicas. Actualmente se desempeña como profesor titular – investigador en el Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales de la Universidad Católica Andrés Bello.
Hugo Prieto
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