[Químico, agrónomo, divulgador científico y narrador, Vicente Marcano (Caracas, 1848-Valencia, estado Carabobo, 1892) fue un importante intelectual venezolano del siglo XIX. Formado en Francia, alcanzó a publicar sus investigaciones en los Annales de la Sciencie Agronomique Française et Etrangère, en el Bulletin de la Societé Chimique de France y en los Compte-Rendus. Colaboró en los periódicos caraqueños La Tribuna Liberal, La Revista y La Opinión Nacional. Con el seudónimo “Tito Salcedo” publicó algunos cuentos. El texto que editamos forma parte de su libro Páginas sueltas (París, Imprenta de V. Fillion et Cie, 1878).]

Dispositivo utilizado para enfriar y fermentar mosto de cerveza. Ilustraciones de la obra «Las maravillas de la industria o descripción de las principales industrias modernas», por Louis Figuier.
Aunque temprano, me hallé arrancado muy a pesar mío de los brazos de Morfeo. Lo debía no al dulce trinar de los pajarillos que saludaban cantando a la aurora, ni a la suave fragancia que los naranjos en flor despedían al recibir los besos matinales del céfiro, sino a la voz chillona del sirviente, quien con cara que se esforzaba en agraciar mediante una sonrisa estúpida, se me presentó ruidosamente llevando ambas manos estiradas; la una, inclinada bajo el peso de un plato que contenía el imprescindible desayuno, en la otra, una carta.
Me levanté y tomé con impaciencia el papel de entre sus manos. Antes de abrirlo me asaltaron las numerosas y variadas reflexiones que sin saber cómo se agolpan al cerebro de todo hijo de Adán que recibe una misiva inesperada.
Como reconozco el estrecho parentesco que une al espíritu con la materia, resolví tomar cuanto antes el café para poner así a ésta en capacidad de soportar las impertinencias de aquél.
Una vez cumplido el religioso deber y sin poderme sustraer a la idea de que quien escribía tan temprano no podía quererme nada bueno, recorrí la carta y, al instante, mi pasado temor se tornó en franca alegría. La misiva se hallaba concebida en estos términos:
Estimado amigo:
Repetidas veces has escrito manifestando afecto desinteresado al sexo débil. Hoy que la nación ha cumplido uno de los deberes impuestos por los bellos principios que la sirven de norma, dándonos plena garantía contra los ataques de tanto Cupido sin flecha, espero de ti que aunque soltero vendrás a tomar con nosotras un vaso de cerveza para festejar el día.
Tuya.
Angelia.
Debo advertir al lector que mi amiga hacía referencia a la ley de matrimonio civil que acababa de promulgarse la víspera.
No podía negarme a la invitación. Así fue, pues, que llegada la noche me apresuré a ir a casa de Angelia con el propósito de llenar mi compromiso, tácito pero ineludible.
No sé si el papel que iba a desempeñar era de carta, de orilla o de oficio, pero en todo caso me miraba muy parecido al cordero que lame la cuchilla con que va a ser degollado. Encontré a Angelia como siempre, de buen humor y festiva.
–Te doy la enhorabuena –me dijo, dejando vagar entre sus labios una sonrisa, que para burlona era demasiado encantadora.
–Y hay de qué, amiga mía, pues siempre satisface el triunfo de las ideas que adquiere el hombre, no con la estúpida experiencia, sino en la escuela del sentimiento.
–Puesto que tienes conocimientos de física, dime: ¿cómo era presumible que la ley que acaba de publicarse, a causa de las ideas adelantadas que encierra, al chocar contra las preocupaciones del pueblo no encontrara, como no ha encontrado, oposición, al menos entre los retrógrados?–. Esto decía Angelia con un tono en que unía al ingenio natural de la mujer, la perspicacia filosófica de la juventud educada en las ideas de nuestro siglo.
–Fácil es explicarlo. Todo depende de las instituciones que nos rigen y de la educación política de nuestro pueblo. En cuanto a tu pretendida chanza tienes con ella más razón de lo que a primera vista creías. En efecto, las ciencias sociales tienen numerosos puntos de contacto con las naturales. Entre éstas, las médicas están mucho más atrasadas que las quirúrgicas; ya se ve, aquéllas son conservadoras, éstas radicales. Así, el republicanismo moderado no es si no paliativo que se aplica a una sociedad en la que no han penetrado bastante las ideas liberales, mientras que en el republicanismo radical es un sistema quirúrgico que rompe de calle con toda preocupación y apoyándose en la razón que es su experiencia plantea el ideal que ha concebido.
Y justo es decirlo, los resultados corresponden con ventaja a sus previsiones.
–Has hablado como un libro, si es que éstos hablan, y bien mereces, por lo que has dicho, se te recompense con una copa de este licor que no me atrevo a calificar con el nombre de vino ignorando yo su origen, pero que podré conocer si tu galantería llega hasta el punto de indicármelo.
–Siempre dudo al trabar contigo conversaciones del género de las que con frecuencia tenemos, pues temo parecerme a ciertos sabios de los nuestros que por quítame allá esas pajas nos descargan a quemarropa todo un texto de enseñanza que si lo ignoran no es por falta de haberlo leído.
–Depón todo temor, pues hay diferencia entre corresponder a una exigencia y escoger a la fuerza una satisfacción necia por infundada.
–Pues, vamos al grano, que es la base de la fabricación de la cerveza, no siendo ésta más que una bebida que se hace con el mosto fermentado de la cebada germinada, esto es, nacida, y que se aromatiza con el lúpulo.
–Luego la cerveza es, por lo que has dicho, un vino de cebada.
–Claro está. Ahora bien, la cebada encierra, como todo cereal, una cantidad notable de almidón. Durante la germinación este almidón se convierte parcialmente en glucosa, que es el azúcar de las frutas, por la acción de una materia azoada llamada diastasa y que se forma también en el acto de la germinación.
»Para convertir en azúcar el almidón de la cebada es pues necesario hacerla antes germinar, lo que se consigue humedeciéndola y dejándola expuesta durante ocho o quince días a una temperatura de catorce a dieciséis grados.
–Eso equivale entonces a hacer con la cebada lo que nosotros con el maíz para fabricar el carato de acupe.
–No hay, en efecto, más diferencia que la de la materia prima. Sí la hay en las operaciones subsecuentes, pues una vez que el germen ha adquirido la longitud del grano se detiene la germinación exponiéndolo a una temperatura de cincuenta grados. Esta ligera torrefacción se hace en una gran estufa atravesada por aire caliente.
»Luego se mezcla la cebada, nacida y tostada, previamente pulverizada, con agua caliente contenida en una gran caldera. Durante esta infusión la diastasa convierte el almidón en dextrina y luego en glucosa que se disuelve junto con los otros principios solubles del grano.
»Se cuece en seguida el mosto en una caldera de cobre con conos de lúpulo que le ceden un aceite esencial aromático, un principio amargo y tanino.
»Resta sólo dejar enfriar el líquido y someterlo a la fermentación; lo mismo que se practica entre nosotros la conversión del jugo de la caña en aguardiente.
»Con lo dicho he satisfecho a tus deseos del modo que mis fuerzas me han permitido.
–Lo que agradeceré si me prometes hacer lo mismo con las exigencias análogas que, según preveo, volveré a hacerte.
–Con ella puedes contar sobre todo si la conversación, hallándose estimulada con tus chanzas, lo es a más con la ingestión de vino de cebada o cosa parecida.
– ¿Luego para obligarte debo siempre añadir que se trata de tomar?…
–Pero no las de Villadiego.
Llegaba aquí la conversación cuando tuve que tomarlas, pues fue interrumpida por la llegada de una matrona de estas que hablan siempre de sirvientes, de la carestía general de víveres y otros asuntos de suyo importantes menos para los que como yo tienen escasos conocimientos de economía más o menos política.
(Caracas, enero de 1873)
Vicente Marcano
ARTÍCULOS MÁS RECIENTES DEL AUTOR
Suscríbete al boletín
No te pierdas la información más importante de PRODAVINCI en tu buzón de correo