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“Lo que decíamos que éramos, lo que decíamos que teníamos… todo era mentira”

Retrato de Norberto José Olivar por Fernando Bracho (izquierda) y de Miguel Ángel Campos por Nubardo Coy (derecha).

19/07/2020

Antes de cifrar toda esperanza de cambio en una intervención divina o en el anhelado imprevisto histórico, los venezolanos acariciamos la idea de que el chavismo, en su empeño por imponer el modelo totalitario, iba a fracasar en el Zulia. 

Hubo resistencia y señales promisorias al comienzo, pero más temprano que tarde caímos en cuenta de que el Zulia también había sucumbido. Las supuestas particularidades de una región que era considerada un emporio no eran tales. No había cimientos para tal cosa. La caída destruyó la infraestructura industrial que ya quisieran para sí varios países latinoamericanos y la única economía diversificada del país. Sólo era un mito que más abajo desmontan dos escritores: Miguel Ángel Campos* y Norberto Olivar**, ambos radicados en Maracaibo, la ciudad que se convirtió en ícono de la desolación y el miedo. Una figura en primer plano, pero al fondo, un país que en nada es distinto. 

¿Qué podrían decir de la situación en la que se encuentra Maracaibo? 

Norberto Olivar: Actualmente, Maracaibo pudiera estar en una situación muy parecida a la de su fundación, completamente desasistida y, al parecer, víctima de un ensañamiento por parte de quienes encabezan esta cosa que llaman revolución. Es lamentable. Uno se siente atado, impotente, burlado, humillado y torturado, en el sentido claro de la palabra, porque el maltrato a través de los servicios públicos, especialmente de la electricidad y el agua, son formas de sometimiento muy características de regímenes de este tipo. Desde el punto de vista cultural, que tal vez sea lo más importante, hay una parálisis, un desprecio, hacia el pensamiento, hacia el conocimiento. No sólo hacia las universidades, sino hacia las escuelas, punto inicial de nuestro sistema educativo. Sin forzar mucho las categorías, pudiéramos estar frente a un genocidio muy particular. Maracaibo es el reflejo, bastante dramático, de todo este proceso destructivo. Y lo peor, lo más dramático, insisto, es que no hay forma en que te puedas defender de esto. La lucha que pueda librar, como individuo, no es nada en comparación con la destrucción masiva. Sencillamente, somos víctimas y si acaso veremos qué queda al final. 

Miguel Ángel Campos: Hay varias formas de genocidio, el holocausto es una de ellas. Pero lo que está ocurriendo en Venezuela es inédito: un genocidio a través del desmantelamiento de la estructura societaria, no sólo de la estructura económica —la producción, distribución y consumo de alimentos, por ejemplo—, sino de la destrucción del tejido social. De tal manera que, cuando esto pase, porque esto pasará, aunque no sabemos en qué condiciones extremas quedará el país, yo creo que el mundo debiera plantearse un nuevo orden internacional. El caso venezolano no admite comparación y, cuando se intentan las comparaciones, se incurre en el error, porque hay cosas inéditas que necesitan ser situadas al inicio, desde el origen y desde el locus inmediato. Más allá de las regionalidades culturales con que enfrentamos el horror, hay un paradigma que es la actitud de la sociedad venezolana. Ahí no hay mayores distinciones. Son dos o tres referentes. Uno de ellos radica en la explicación de la imposibilidad de salir del crimen y del desarrollo en pleno de este genocidio. Pero yo tomaría en cuenta varias cosas: se creyó que ésta era una sociedad políticamente solvente, ¡no! Se demostró que somos una sociedad políticamente primitiva. Se creyó que éramos una sociedad socializada, ¡no! Somos una sociedad tribal. Se creyó que éramos una sociedad moderna, ¡no! Ni siquiera éramos parte de la sociedad de consumo, porque la sociedad de consumo no come basura, consume los bienes de la civilización, de la industria y de la tecnología. De tal manera que el atraso político es clave. 

Quisiera, MAC, que ahondara en <<las regionalidades culturales>> del Zulia. ¿Qué pudiera decir, además, de su capital?

MAC: El caso de Maracaibo es más grave. Se creyó siempre que éramos una sociedad apartada, que no tuvimos los destrozos de la guerra de independencia, que fuimos antimilitaristas o, más bien, civilistas, apreciadores del urbanismo de la ciudad… y eso se convirtió en una conseja a lo largo del siglo XX. Ahora, se está viendo que en Maracaibo no había mayor desarrollo político distintivo, porque sus grupos sociales, sus sectores, lo que estaban elaborando era un horizonte de bienestar crematístico, económico, y no construyeron instituciones. Aparte de eso, una cierta idiosincrasia que muestra al maracucho como extrovertido, dado a la comunicación, una imagen de un falso ciudadano. No hay sentido de ambición, de pertenencia, de solidaridad. Eso de compartir lo poco en las malas no existe. ¿Qué muestra lo que estamos viviendo? Una sociedad bastante desarraigada de la institucionalidad, que no se entendía en términos de deberes y derechos públicos. En Maracaibo, no hay una respuesta distinta a la del resto del país. 

Superar el desafío que supone pagar una consulta médica o la reparación de un vehículo significa adentrarse en una pesadilla, en una odisea. ¿Cómo llevan ustedes la cotidianidad? 

NO: Lo que he visto, por ejemplo, es que a mi vecino le estalló el transformador de su zona. ¿Y cuál es la solución? A varios les están pidiendo 100 dólares para que solventen el problema. Es gente que no tiene un ingreso significativo, creo que nadie en Venezuela puede tener un ingreso significativo. Conozco vecinos diagnosticados de cáncer que están postrados en sus casas, con algunos cuidados paliativos, pero sencillamente están esperando la muerte. En mi calle, los niños deambulan sin ir a la escuela, sin tapabocas. Y no pueden ver una mata de mango porque le caen encima. Ésa es la comida que tienen a la mano. Muchos de mis colegas se quedaron sin carro desde hace meses. No es una situación nueva. Creo que eso describe en algo la situación.

MAC: ¿Se dañó la nevera? Se consiguió el dinero para reponer el equipo, pero en un momento dado no teníamos para pagar la instalación, ya se hizo. ¿Hay que hacerle el motor al carro? Bueno, está en el taller. Ésos son aspectos que tienen que ver con aquellas personas que mantuvimos un cierto estándar de relación con el sistema de producción y consumo, con el sector terciario, podíamos comprar los bienes durables de una forma bastante solvente. Pero ésa es una parte muy pequeña de la sociedad. ¿El resto? Puedo darte una información que está en la calle. La gente hace cola en las estaciones para revender la gasolina. Antes y ahora. En Maracaibo son pocas bombas las que están vendiendo gasolina subsidiada. Esa gasolina no es para consumirla, es para venderla porque el parque automotor de la ciudad es absolutamente ruinoso. Hace tres años hice la cuenta. Maracaibo consumía más gasolina que Santiago de Chile, que es una de las principales ciudades industriales de América Latina. La gente está viviendo de eso, de lo irregular, de la gestión entreverada. Desapareció la sociedad del entendimiento. Eso se extinguió hace rato. Admitirlo no debe ser vergonzoso, simplemente nos da la medida de la tragedia. 

Cada vez más los venezolanos viven de lo irregular, o del auxilio de los familiares que viven fuera, los que tienen FE (Familia en el Extranjero), como dicen en Cuba. En Santiago de Chile me sorprendió la magnitud de la diáspora zuliana y, particularmente, de Maracaibo. Pero no se crea que los trabajos bien remunerados abundan en el continente. Esas oportunidades son para quienes pudieron educarse. ¿Qué dirían alrededor de este planteamiento? 

MAC: Cinco millones de venezolanos fueron expulsados producto de la destrucción de un entorno ecológico. Eso es ecología animal. Pero no son migrantes, son gente que huye de la destrucción. Está considerada la estampida más grande en la historia de América Latina. Quizás la mitad puede enviarles dinero a sus familiares. Los demás no lo pueden hacer por una razón muy sencilla, porque los primeros que se fueron tenían una formación y «entrenamiento profesional», como dice Orlando Albornoz. Ésos se integraron, efectivamente, a los sistemas económicos, culturales, sociales de esos países. Después empezaron a irse los que no tenían oficio y más recientemente el lumpen, la delincuencia. Y es verdad lo que dices. Eso saturó lugares como Santiago de Chile, como Buenos Aires, Lima, Guayaquil. Los que se establecieron en sus nichos ecológicos son esos profesionales formados en el petróleo generoso. Ésa es una inversión que hizo, de alguna manera, la sociedad no totalmente perturbada, pero lo hizo a través de una institucionalidad que más o menos funcionaba. Ahí están los resultados. Los que se educaron con un proyecto, con disciplina. El problema es que no hubo retribución. En Venezuela, hermano, los egresados universitarios no trabajan una hora gratis para nadie. «Eso me lo gané yo». No. Eso es falso. Tenían que retribuirle a la sociedad para fortalecerla. Allá se están dando cuenta de que ellos son unos privilegiados, unos beneficiados de la cultura del petróleo, más allá del reparto inmediato de la renta.

NO: A mí lo que me preocupa, cuando hablamos de este tema, es que toda esta inmigración calificada, que salió de nuestras universidades y consiguió posiciones privilegiadas en el exterior, va dejando un hueco inmenso en nuestra sociedad. En la Facultad de Medicina de la Universidad del Zulia, por ejemplo, emigran los recién graduados como si fuera un viaje de quinceañeras por el mundo o algo así. Se organiza la cohorte completa y se va. En algún momento, eso va a traer serios problemas en la sociedad, porque no vamos a tener el nivel profesional para darles sustentabilidad a renglones que son vitales. En medicina, por ejemplo, estamos a las puertas de un desastre. Aquí no va a haber médicos. En educación, el desastre se vio de manera inmediata, profesores de bachillerato y de la universidad se iban sin esperar la liquidación, sin una renuncia, sin nada, como si hubieran sido raptados. Los colegios de altísimo nivel en Maracaibo, de educación media, de primaria, tienen serios problemas para iniciar y darle continuidad al año escolar, porque los profesores abandonan. Yo creo que el drama va más allá de calificar qué grupos de la sociedad marabina pueden vivir de las remesas o de esa FE de la que estamos hablando. El problema es el vacío que están dejando esos grupos de jóvenes calificados dentro de nuestra realidad. Conozco casos de jóvenes que han logrado salvarse a sí mismos, pero que no han logrado atender a sus familias, que están muriendo, digamos, de mengua y de hambre. Lo más importante es tener esa visión de la Maracaibo futura que va a quedar sin educación y sin salud. Y no hay manera de que eso se pueda sanar en el corto plazo. 

Uno miraba en dirección al Zulia y eso era un emporio. Con el polo industrial petrolero y petroquímico más grande en el país y con una producción agropecuaria envidiable, primer productor de carne y leche. ¿Qué pasó con la infraestructura y el desarrollo que había en el Zulia?

MAC: Tienes razón, pero tengo una hipótesis. El desarrollo político no viene del desarrollo económico. La complejidad política es la que le va a decir a una sociedad hacia dónde va a orientar su concepto de bienestar. Ese concepto, entre otras cosas, está nutrido de elementos materiales, de economía, pero básicamente se alimenta de otras variables. Es decir, estabilidad política, democracia, convivencia, deberes y derechos, constitucionalidad, institucionalidad, eso no se da para nada por la economía, que viene a ser un logro posterior. El drama de Maracaibo y del Zulia es que no tuvimos capitanes de empresa que entendiera su responsabilidad social, como ha ocurrido en general en toda Venezuela, sino que creyó que había un marco económico e institucional para disfrutar de unos recursos económicos y enriquecerse. De tal manera que nunca ha habido ciudadano, sino consumidores, compradores, demandantes en el sector terciario. Si eso es así, podría explicar la interrogante que haces: ¿qué pasó? De eso escribí hace 40 años en una columna del diario Crítica. Y lo que ocurrió —lo que estamos viendo hoy de forma exacerbada— se debe a la organización de la sociedad bajo los cánones del siglo XIX, a la cultura del petróleo, vista como el aseguramiento de unos bienes materiales y de circulación de dinero. Otra cosa, no podemos seguir hablando de la categoría romántica de «pueblo», tal como la concibió (Johann von) Herder (las fuerzas luminosas de una demografía pensante con sus tradiciones, su folklore y su imaginario). Actualmente, no nos sirve. Tenemos que hablar de contexto de sociedad, y la sociedad venezolana es responsable de lo que ocurrió. Insistir en que «el pueblo» fue expoliado, en «el pueblo» menor de edad, francamente me parece una torpeza, no tanto para entender el presente, sino para lo que vayamos a hacer en el futuro.

NO: Quizás sorprenda lo que significa ver toda la infraestructura económica del Zulia destruida. Pero yo creo que en nada se diferencia en lo que ha pasado con el resto de la economía venezolana. La destrucción de la industria petrolera ha sido sistemática desde que Chávez llegó al poder. Algo similar podríamos decir de la producción agropecuaria. Primero, por una visión, no diría carente de propósitos, sino más bien perversa y bien planificada, de destrucción de esos sectores productivos, con miras a crear un sistema de corrupción y de manejos de fondos públicos que ni siquiera podíamos imaginar. Creo que todos pueden recordar aquellos días en que se vio al Táchira y al Zulia como opositores a toda prueba. Y vemos cómo se destruyó a esa oposición de la manera más simple, incluso con el ala del chavismo menos luminosa. Entonces, no creo que el Zulia tenga algunas consideraciones especiales respecto a los elementos que pudieran explicar la destrucción de su sistema. Todo lo que estaba ahí,  aparentemente, era sólido, pero no se cimentaba sobre verdaderas bases. Es decir, no existía una ciudadanía real que de alguna manera motorizara las ideas económicas. Eso lo vemos en la clase política marabina, zuliana, que se caracterizó de exitosa porque hacía un buen papel de conserjería. Es decir, se ocupaba de limpiar las calles, del ornamento y del mobiliario público, pero ni siquiera tuvo planteamientos originales para el país. El Zulia no tuvo una sola idea para enfrentar esta calamidad. Por el contrario, sucumbió y aún más que cualquier otra región del país. Lo que decíamos que éramos, lo que decíamos que teníamos, todo era mentira.

Recientemente, el diario El País publicó lo que a mi juicio es una radiografía del Hospital Universitario de Maracaibo. No hay agua, no hay ascensores. Pero sí una imagen espeluznante, un paciente que documenta la invasión de las ratas, sacando fotos de sus «capturas» con su celular. 

NO: La situación del sistema público de salud, pero también de los privados, es bastante grave. La idea de que podías ir a una clínica privada y resolver el problema no es posible. Quizás puedas resolver yendo de una clínica a otra. Esto no es producto de la pandemia, sino de un profundo deterioro que se viene arrastrando desde hace varios años. Asegurar la diálisis de la semana es una angustia, un dolor de cabeza. Tengo familiares enfermos de cáncer que se enfrentan no sólo a una sentencia de muerte anticipada, sino al hecho de que ni siquiera pueden tener la tranquilidad de morir en paz. Andan deambulando de un sitio a otro para que los puedan atender con cuidados paliativos, incluso. El sistema de salud se ha desmoronado de tal manera que ya nadie puede sentirse seguro con la atención de una clínica privada o con ciertos privilegios que cree tener. El Hospital Universitario tenía ciertas respuestas, porque había algunas fundaciones privadas que prestaban apoyo a los familiares de pacientes diagnosticados con largas enfermedades o enfermedades crónicas. La pandemia vino a colapsar todos los servicios del Hospital. Ya es del dominio público el pavor que tenía la gente de ser diagnosticada positiva al covid-19, entre otras cosas, porque al ser ingresada al hospital, no se sabía más nada hasta que te sacaban muerto por la puerta de atrás. Entonces, el Hospital Universitario es un paradigma del miedo de la ciudad, un reflejo de la nula asistencia en cuanto a tu seguridad, en cuanto a tus derechos humanos.

MAC: Las clínicas privadas no tienen ni capacidad técnica ni médica para resolver una emergencia, pero te cobran igual en dólares. Están desoladas, porque a la gente le resulta más barato morirse que ir a una clínica. Efectivamente, lo que se está viendo es que el acceso a la salud no tiene nada que ver con tu capacidad de pago o con que tengas dinero. Es la destrucción de una infraestructura de salud, pública y privada, que en medio de una epidemia imagínate lo que significa. 

El Gobierno le ha dado una respuesta policial a la pandemia. En el mejor de los casos pudiera tener una incidencia mínima en la solución al problema. Pero más bien pudiera agravarlo. Basta recordar las declaraciones de Lisandro Cabello, secretario de Gobierno del Zulia, quien tachó a los migrantes que regresaban al país infectados con el virus de «armas biológicas». La pandemia viene a ser la puntilla, la estocada final, para utilizar una imagen taurina. 

NO: La pandemia y la escasez de gasolina le vinieron como anillo al dedo al régimen. La opacidad del manejo es absoluta. El miedo te lleva a cuidar de ti mismo, a cuidar de los tuyos, porque te tienes que cuidar del régimen como si fueran los malandros que están azotando tu cuadra. Es bien difícil conseguir seguridad, conseguir tranquilidad, conseguir creerles en el manejo, cuando ves, efectivamente, que las respuestas que dan tienen un sesgo policial: alcabalas interparroquiales para detener la circulación. ¿Pero de quién si nadie está saliendo? Todos los militares en la calle y pareciera que están esperando otra cosa y no luchando contra la pandemia. ¿Qué se está haciendo para aliviar esto y para que el Hospital Universitario no sea un lugar de espanto? 

MAC: Lo que nos dice la epidemia, aunque no hay estadísticas, es que se ha convertido en un agente desmovilizador más. Así como la delincuencia, desde hace 20 años, empezó a desmovilizar a la sociedad venezolana, porque introduce elementos de riesgo, de miedo. Agregas la escasez de gasolina y la comparación es literal: si no hay gasolina, no te puedes movilizar. La desmovilización, en general, tiene que ver con la poca capacidad de la población para interactuar con las instituciones y para entenderse en términos de la vida pública. De tal manera que la epidemia ha sido un foco, el acabose, en ese sentido. Todas las justificaciones son perfectas —clínicas, médicas— para desmovilizar y para perseguir a la sociedad, porque la respuesta, tal como dices, ha sido policial. 

*Sociólogo por la Universidad del Zulia. Docente. Escritor y ensayista. Ha publicado, entre otros títulos: Desagravio del mal, La imaginación atrofiada, Incredulidad, La fe de los traidores.

**Historiador por la Universidad del Zulia. Docente. Novelista, cuentista. Ha publicado, entre otros títulos: Los guerreros, El misterioso caso de Agustín Baralt, La conserva negra. Su cuento Ismael forma parte de la antología Las voces Secretas: el nuevo cuento venezolano, que editó Alfaguara, sello que también publicó su novela Un vampiro en Maracaibo.


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