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Hasta el nido apartado
lleva el poeta los nombres de los objetos
y los adjetivos
calificando cada cosa robada al mundo.
Hoy pareciera que lo bello terminó
y el poema canta entre dislocaciones.
La poesía es inmunda.
Se escribe justo en el borde angustiante
de la frontera del mundo,
aunque siempre rozará el lirismo
que se empeña en acompañarla.
Antes de Jesús
se calificaba de inmundos a los poseídos por el mal,
a los leprosos;
pero Jesucristo fue amigo de glotones
y borrachos (Lucas: 7,34).
El apóstol Pablo se obstinaba
en señalar que Jesús le permitió a lo inmundo
reivindicarse y entrar en contacto
con la pureza y lo divino.
Estoy seguro de que Miłosz se inspiró en Jesús
cuando dijo que:
«Necesitábamos a un Dios que nos amase,
no en la gloria de la beatitud: en nuestra flaqueza».
Podría emplear tales referencias
para nombrar a la poesía
como un movimiento entre lo burdo y lo lírico.
Es por eso que la escritura de hoy
mueve el fiel de su balanza (su péndulo)
tocando tales extremos.
El poeta se redimensiona
en este ejercicio individual:
porque la poesía, solo prospera en el error.
***
Igor Barreto
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