Día del Padre

Leo, el papá de las morochas

Fotografías de Andrés Kerese

TEMAS PD ,
17/06/2018

Leonardo Mejías será papá en una semana o dos. Eso ha dicho la obstetra en la consulta prenatal. Su esposa María José tiene 8 meses de gestación. La pareja sale entusiasmada de la Clínica Leopoldo Aguerrevere el martes 21 de noviembre de 2017. Él tiene 29 años. Ella 28.

Comparten una casa en Baruta desde hace un año. Pero desde que María José cumplió su sexto mes de embarazo, el matrimonio pasa las noches en un apartamento en Chacao. Allí vive la mamá de Leo. Baruta es un buen lugar para establecerse, pero el transporte público es limitado. Y mientras la barriga crece, es más difícil para la joven madre bajar las escaleras de la vivienda.

Después de la consulta, Leo y su suegro cambian una pequeña cantidad de dólares por bolívares. El dinero se suma a los ahorros que se invertirán en la cesárea. La doctora advierte que un parto natural no será posible. María José y Leo tendrán morochas. Una de las niñas está en posición podálica, “de nalgas”. Las bebés nacerán antes de que el embarazo llegue a término y con bajo peso. Para cuidar también la salud de la madre, un mes antes la doctora había pedido medir en casa la tensión arterial de María José. Cuando Leo estaba en el trabajo, su esposa compartía con él los resultados en un mensaje de texto. Todo marchaba bien.

Durante la noche, María José se levanta tres veces seguidas para ir al baño. La tercera vez que regresa a la habitación enciende su celular. Toca la pantalla frenéticamente. Cuando Leo se acerca a ella, puede ver que chatea con una de sus amigas más cercanas, su confidente. La llama “tía”. Él intuye que algo anda mal. 

—Majo, ¿qué pasó?

—Creo que rompí fuente.

—¿Qué haces hablando con la tía? ¡Llamemos a la doctora!

Son las 11:00 de la noche. La obstetra recomienda a la pareja trasladarse hasta la Clínica La Arboleda. Leo no sabe en qué sector de Caracas está. De todas formas, habría sido en vano. Cuando llama al centro de salud, le dicen que no pueden recibir a María José. Emergencias está saturada de pacientes y no hay incubadoras disponibles. Leo llama de nuevo a la doctora. Toman la decisión de llevarla a la Clínica Leopoldo Aguerrevere, a 7 kilómetros de Chacao. Mientras María José prepara el bolso para partir, Leo se comunica con sus suegros. Necesitan un transporte seguro y rápido.

Leonardo Mejías y sus hijas, Antonella y Martina

Al llegar a la clínica se encuentran con una fortaleza. El portón está cerrado, al igual que la puerta de acceso a la Sala de Emergencias. Son medidas de seguridad. Hace siete meses, tres delincuentes robaron a mano armada a médicos y pacientes en la planta baja. La única manera de entrar es con la autorización de un doctor. Leo llama de nuevo a la obstetra, y ella, a su vez, se comunica con el departamento de vigilancia. 

Una vez dentro, Leo y su suegro caminan hasta la taquilla de admisión. Los atiende una mujer que, a juzgar por sus ojos caídos y el cabello despeinado, se ha despertado de un largo descanso. Los primeros intentos de pago con las tarjetas de crédito no funcionan. El punto de venta notifica un error de transacción en la pantalla. Leo intenta hacer una transferencia en línea. Es inútil. La mujer en la taquilla les advierte que si no pagan la cuota de la emergencia, María José debe acudir a otro centro de salud. A uno público. La obstetra intercede por su paciente. Asegura que la familia cancelará la deuda a la mañana siguiente. Pide que no se retrase más el ingreso de la parturienta.

A las 4:30 de la madrugada del miércoles 22 de noviembre, la doctora llama al celular de Leo. “Ya vamos a empezar. Si quieres estar aquí tienes que venir ya”. A las 5:04 de la mañana nace Antonella. Pesa 2,7 kilogramos. Dos minutos después, la sigue Martina. La balanza marca 2,4 kilogramos. Leo toma fotografías durante todo el procedimiento.

María José recibe el alta dos días después. La doctora se acerca a la familia con los resultados de los exámenes que le hicieron desde que llegó a la clínica. Explica que el día de su ingreso la joven tenía la tensión arterial muy alta. Leo escucha que la especialista habla sobre un diagnóstico de preeclampsia. No dice si se trataba de un caso grave o leve. Este trastorno hipertensivo del embarazo es una de las causas principales de mortalidad materna. Sin embargo, la doctora asegura que ni María José ni las niñas estuvieron en riesgo durante la cirugía. Recomienda medir todos los días la tensión de la madre y le prescribe un antihipertensivo, que debe tomar de forma preventiva si nota los valores altos.  

Leonardo muestra la primera foto en la que fueron retratados con sus hijas

Girasoles para María José

Han pasado 5 días desde el alumbramiento. Leo está de pie, junto al comedor, en el apartamento de su madre. Sujeta el teléfono pero no dice nada. Gira la cabeza, con la mirada congelada como la de un hombre bajo hipnosis. Ve a su mamá fijamente.

—Hijo, ¡hijo! ¿Qué pasó?

—Majo murió.

La pareja se había conocido en 2012. Los presentó un amigo en común. María José era repostera y estudiaba un diplomado de gerencia y gastronomía. Leo cursaba Derecho en la Universidad Central de Venezuela (UCV). Estaba involucrado con el movimiento estudiantil y por un tiempo fue vocero de las personas con discapacidad. Decepcionado de la política venezolana y víctima de grupos violentos en la UCV, decidió abandonar las ciencias jurídicas cuando cursaba el tercer año de la carrera y encontró su vocación en la medicina animal.

En una tienda de mascotas, un veterinario lo empleó como su auxiliar. Después se formó como entrenador canino. La pareja rescataba, cuidaba y adiestraba perros para darlos en adopción. Tenían cinco. María José creó su marca personal Majito’s Gourmet, que ofrecía tortas y galletas para canes.

Leo nació con espina bífida, una malformación en la columna vertebral. Hasta los 20 años fue sometido 17 cirugías correctivas, 8 de ellas en la columna. Aunque inclina el cuerpo hacia la derecha cuando camina debido a su defecto congénito, adoraba recorrer la Cota Mil con la manada.

Después de tres años de noviazgo, celebraron su boda civil el 12 de agosto de 2016. Al día siguiente se casaron por la Iglesia. El día que María José falleció celebrarían 6 años de novios.

María José se quejó de un dolor de espalda intenso desde las 2:00 de la madrugada del lunes 27 de noviembre. Sentía que sus pies eran muy pesados. Los tenía hinchados y duros. La piel estaba tensa y pálida. Quiso hablar con su esposo. Ella estaba en casa de sus padres, en La Trinidad. Esa noche él durmió en Chacao. María José encendió su celular y le escribió contándole sobre la molestia que no la dejaba dormir. Leo intentó calmarla entre notas de voz y mensajes de texto. Le sugirió tomar un relajante muscular. Infirió que podría tratarse de una secuela del cansancio. Leo recibió un último mensaje de ella a las 9:30 de la mañana. “Dormiré un poco y luego desayuno”.

Durante una hora intentó contactarla para decirle que había salido del trabajo. Que iría a visitarla. Que su mamá lo acompañaría y debía buscarla. Una vez que llegó al apartamento en Chacao, telefoneó varias veces a la casa de sus suegros y a sus teléfonos celulares. Solo respondieron tres veces. “Vente, vente. Aquí te explicamos”, le decían. “Majo se sintió un poquito mal”. Cortaban de golpe. A las 12:30 del mediodía, cuando su suegra contestó por tercera vez, la doctora tomó la llamada a la mitad del interrogatorio. Entonces, le dijo la verdad.

Leo detuvo a cinco choferes en la avenida Francisco de Miranda, hasta que finalmente uno aceptó llevarlo. Cuando llegó a la casa, caminó sin titubear a la habitación en la que su esposa falleció. La imaginó dormida. Pero las expresiones de María José habían cambiado. Leo no dice más sobre el cuerpo de su esposa. A un lado de la cama, las morochas recién nacidas dormían en su cuna. Sobre las sábanas del colchón todavía estaba el plato del desayuno a medio comer.

La evaluación clínica de la ginecobstetra y de otros médicos presentes determinó que la joven falleció por un tromboembolismo pulmonar. Tenía 28 años.

Veinticuatro horas después, Leo piensa en sus hijas. Tiene apenas una lata de leche en su poder. Siente la necesidad de conseguir más. Cree que también debe comprar pañales. Pero no tiene tiempo. Debe organizar el papeleo para la cremación de María José. Se pregunta si es un buen padre. “¿Lo estoy haciendo mal? ¿Está bien poner por encima mi deber como esposo que como papá?”.

Deja a las morochas en casa de sus suegros. Toda la familia está allí. Eso lo tranquiliza. A las 9:00 de la mañana, sube al auto de su hermano y parten hacia el registro civil en el Complejo Cívico Los Palos Grandes. La cabeza le duele de tanto pensar. No durmió bien. Comió un sándwich y será lo único que tendrá en el estómago durante ocho horas. Tramita el acta de nacimiento de Antonella y Martina. También el acta de defunción de su mujer. Regresa a casa de sus suegros para buscar la ropa con la que vestirían a María José para el velatorio. Toma un mototaxi hasta el Cementerio del Este. La viudez comienza con una secuencia de pasos administrativos. Mientras cumple con las tareas siente ganas de llorar. Pero las ocupaciones bloquean cualquier manifestación. No sabe si está bien o mal, pero se dice a sí mismo que es lo mejor.

Leonardo trabaja en una tienda de mascotas, en el municipio Chacao de Caracas

Leo ignora quién tuvo la idea de pedir ayuda en las redes sociales por primera vez. No sabe si fue un amigo de su mujer o un familiar. Admite que las donaciones lo ayudaron a equilibrar los gastos los primeros meses como padre viudo. Su prioridad era conseguir latas de fórmula para lactantes para sus dos hijas. Cuando contaba con una reserva de donativos, podía conseguir el producto por sus propios medios sin sentirse al borde de la cuerda floja. En noviembre de 2017, la leche ya escaseaba en los supermercados y farmacias.

El primer día que lo contactaron personas dispuestas a ayudarlo, contó 150 llamadas de mujeres ofreciendo leche materna. Leo no podía aceptarlas a todas. Desconocía el proceso de conservación de la leche. Tampoco tenía medios para confirmar la salud de las donantes. Un señor que criaba cabras le aseguró que la leche de las hembras estaba a la orden por si llegaba a necesitarla. En una ocasión una mujer se acercó hasta el apartamento con una cava pequeña, llena de pequeñas muestras de leche materna. En Charallave intentaron aprovecharse de la situación. Unos desconocidos organizaron una colecta de donativos en nombre de las morochas. Cuando Leo los confrontó, comprobó que no tenían contacto con ningún miembro de la familia. “Tenía que ser muy precavido. Era una situación extraña. Te sientes agradecido, pero no puedes decir sí a todo”.

Los abuelos maternos de Antonella y Martina también apoyan a Leo cuando lo necesita. Hace un mes pagaron las vacunas de neumococo y rotavirus que las morochas requerían en su esquema de inmunización. Fueron difíciles de conseguir y muy costosas. Ellos conservan las cenizas de su hija en casa. Leo coloca un ramo de girasoles frente al cofre de madera los 27 de cada mes. Era su flor favorita.

Los morochas cumplieron seis meses en mayo de 2018

No estás solo

—Hijo, así no le puedes sacar el monito.

—Sí, ya me di cuenta. Desvestirlas todavía me cuesta un poco.  

—Tienes que quitarles la ropita de abajo hacia arriba.

—Yo les pongo los pañales y les doy tetero. ¡Pero de esto no me he graduado todavía!

Leo se ríe. Está sentado en la cama, con Antonella a su lado. Logra sacar su brazo izquierdo del body para bebés, pero no puede liberar el derecho. Teme lastimar a su hija de 6 meses si hala la tela con fuerza. Con una mano sujeta a la niña por la espalda. Con la otra lucha con la manga, que no baja más allá del codo. 

Martina llora al lado de su hermana morocha, acostada boca arriba. Su abuela dice que es por el calor. En la sala, Manuela responde al llanto con un graznido agudo. La guacamaya azul forma parte de la familia desde hace 25 años, cuando la encontraron en un terreno baldío. Llamaba a un tal Domingo. La subieron a un árbol para que alzara el vuelo, pero eso nunca sucedió. Las niñas todavía se alteran cuando la escuchan. Lloran. “¡Esto es un concierto!”, bromea la abuela, mientras se encarga de Martina. La señora mira a su hijo y se sonríen.

Leo y su mamá preparan a las niñas antes de dormir

Leo trabaja en la misma tienda de mascotas en la que se formó como auxiliar veterinario. Cuando el médico que asistía se fue del país, Leo se quedó como vendedor. Hace una semana la encargada dio a luz y él asumió algunas de sus tareas. Es el último en dejar el local. Cerca de las 7:00 de la noche, llegó al apartamento de su madre, su hogar y el de sus hijas desde noviembre de 2017. “Ya se tomaron su tetero”, fue lo primero que dijo la abuela.

Después de 45 minutos quitando medias, tutús fucsia, y lazos rosas, visten a las morochas con bodies blancos y las llevan a su cuna. Antonella es la primera en quedarse dormida. Martina se resiste durante una hora. Leo la coloca sobre sus piernas y toma sus dos manos entre las suyas. Al poco rato el sueño la vence. Los amigos de Leo dicen que Antonella se parece más a él, por la tez clara y la frente amplia; mientras que Martina tiene los ojos achinados y la piel morena como su mamá. 

Cuando las niñas están dormidas, su padre descansa en la cama matrimonial junto a la cuna. A veces, antes de dormir, abre la aplicación de notas de su celular y escribe poemas rimados. O dedicatorias para María José que publica en Instagram después. Desde que enviudó, Leo descubrió que escribir era terapéutico. Ahora piensa en terminar un texto para el Día del Padre, motivado por la letra de una canción. Hace unos días escuchó el tema “Amor y control” de Rubén Blades. Cuando el salsero produjo el disco homónimo una mujer estaba muriendo. Su madre. Leo se quedó con una frase:

Sólo quien tiene hijos entiende

que el deber de un padre

no acaba jamás,

que el amor de padre y madre

no se cansa de entregar.


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