Fotografía de Arlin Aponte
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Valentina Francelys nació el sábado 4 de febrero de 2017 en un parto de alto riesgo asistido en el único centro de atención primaria de La Sabana, una población costera del estado Vargas a 108 kilómetros de Caracas. Yuleidys Berroterán, de 16 años, ingresó a la sala de parto del Hospital José María España con 9 centímetros de dilatación y todas las variables en su contra: es adolescente, no tuvo chequeos regulares de control prenatal, y vive en una población rural sin atención médica especializada, tres factores de riesgo de mortalidad materna según la Organización Mundial de la Salud.
El ginecobstetra Ramón Serrano realizó el tacto vaginal y comprobó que Valentina estaba por nacer. Se abrió paso entre las enfermeras del hospital, advirtiendo que se trataba de un parto prematuro, y entró de golpe a la sala donde Yuleidys se preparaba para dar a luz con las piernas abiertas frente a la doctora Mauyuri Álvarez. Según sus cálculos, a partir de la fecha de la última regla, Yuleidys apenas tenía 30 semanas de embarazo: diez menos que las de un período de gestación normal. “¡Tenemos un pretérmino, tenemos un pretérmino!”, gritaba Serrano con las mejillas enrojecidas por un calor húmedo que, sin aire acondicionado para contrarrestarlo, se concentraba en la habitación como si fuera un invernadero.
La pequeña respiró con dificultad y su llanto sólo podía escucharse muy cerca de su diminuto cuerpo de 41 centímetros y kilo y medio. Pero el susto duró poco. Una vez que fue trasladada a la incubadora, la pediatra Merari Canache declaró a la recién nacida estable. Apuntó que la nena tenía 33 semanas, tras practicarle un test de Capurro, que evalúa cinco indicadores clínicos para determinar la edad gestacional.
Yudelis Berroterán, una mujer de 40 años de piel tostada, esperaba noticias sobre su nieta en la entrada de emergencias del hospital. Mileima, una amiga de la familia, comentó: “Esa iba a parir, uno sabe cuando el bebé viene”. Ambas aseguraban que Yuleidys experimentó las primeras contracciones el viernes por la noche, porque la adolescente ya sentía molestias y dolores. Aunque la trasladaron al centro de salud, los doctores no encontraron síntomas de preparto y sólo le recetaron un Acetaminofén.
La presencia de los dos ginecobstetras y la pediatra durante un alumbramiento no es una escena regular en La Sabana. Los tres doctores forman parte de un grupo de 18 especialistas de Fundaensalud, una organización sin fines de lucro que visita poblados indígenas y rurales para diagnosticar y tratar las patologías de la comunidad a largo plazo y promover estrategias preventivas contra enfermedades.
El sábado 4 de febrero fueron por primera vez a la comunidad varguense, atendiendo el llamado de uno de los voluntarios de la fundación que ejerce el cargo de médico rural en el Hospital José María España.
El recinto cuenta con los recursos para ofrecer atención primaria. Aunque los insumos son limitados, está abastecido con antibióticos, vitaminas y suplementos de hierro. Tiene cuatro camas en la sala principal de hospitalización, infantómetro, incubadora y una cama más pequeña para cuidados infantiles. La infraestructura está equipada para consultas de pediatría, obstetricia y medicina interna; sin embargo, sólo tres médicos recién graduados que ejercen el año rural y cinco enfermeras, están habilitados para atender las emergencias en un poblado de 1200 personas. No hay especialistas.
En cada una de las paredes del hospital hay consejos para los jóvenes sexualmente activos: una cartelera armada por los estudiantes de cuarto año del Liceo Bolivariano Caruao expone los diferentes métodos anticonceptivos, y en otra se explica la importancia del control prenatal. El hospital funciona como un bastión que defiende la salud de los habitantes de La Sabana, pero las batallas más grandes no pueden librarse allí. Es común escuchar en las conversaciones entre los médicos la palabra “traslado”, porque los casos más complejos son siempre referidos al Hospital Dr. José María Vargas del Instituto Venezolano de los Seguros Sociales, en La Guaira, a 73 kilómetros de La Sabana.
Los viejos
Todos preguntaron por medicinas. Una mujer alta de 71 años, que caminaba con dificultad apoyada en un bastón, se sentó frente a la doctora Fabiola Reyes y le extendió sin preámbulos un papelito blanco, doblado entre sus manos como una figura de origami. Reyes desdobló el récipe, comenzó a leer en voz alta los remedios, y los descartó uno a uno: “No lo tenemos”. La señora abandonó la consulta con una mueca de desagrado, cojeando hasta la entrada. Otra, de 65 años, contó a la doctora Cristina Inchausti que a su madre le estalló un ojo por falta de medicamentos para controlar la tensión intraocular y ella, que padece de la misma condición, temía que pudiera ocurrirle lo mismo. Se llevó las manos a los ojos y exclamó: “Me han recomendado cinco alternativas y ninguna la encuentro”.
Para los habitantes de La Sabana, la travesía por las medicinas comienza en una farmacia en el poblado de Los Caracas, a una hora de camino en vehículo, pero puede continuar hacia La Guaira dos horas más, y terminar en la capital venezolana si el medicamento se requiere con urgencia y en las paradas anteriores no se encontró ni una caja. Moverse tras los remedios es una tarea obligatoria. Una de las hijas de Lina, de 94 años, dice que ha buscado sin éxito el Olmesartán para tratar la hipertensión arterial, y Metformina para la diabetes. La señora Lina no recibe su tratamiento desde hace meses.
El autobús que baja a Caracas cobra 8.000 bolívares el pasaje ida y vuelta, y el que cubre la ruta hasta La Guaira pide 3.000 bolívares. “El transporte es caótico. Teníamos una flota de 15 carros que cubrían la ruta Maiquetía-Chuspa. Ahora solo tenemos cinco”, cuenta Marco Ramírez, el vacunador de la parroquia Caruao, donde ha vivido durante sus 34 años. Sumado a posibles gastos de comida y bebida, la inversión de cada viaje asciende a 20.000 bolívares, según el presidente del consejo comunal de la zona, Reinaldo Salvatierra, un hombre de 63 años que reside en La Sabana desde la década de los setenta:
“Aquí los casos de violencia son aislados y controlados. Se respira paz, tenemos el mar, la playa, nos ponemos a sembrar. Pero la salud ha sido una gran preocupación para nosotros. El ambulatorio es un hospital tipo uno que fue fundado cuando la comunidad no llegaba a los mil habitantes. Pero la población ha ido creciendo y no hay ninguna intención de las autoridades de mejorarlo. Aquí no hay laboratorio ni servicio de rayos X, ni tiene especialidades. No hay pediatra que pueda evaluar a un recién nacido que haya tenido complicaciones. No hay traumatólogos, ni Medicina Interna. Los médicos del ambulatorio hacen tripas corazón. Yo diría que el servicio de asistencia de salud es de un veinte por ciento. A los profesionales yo les digo brujos, porque dan los diagnósticos de acuerdo a sus impresiones. Es triste decirlo, pero estamos en manos de Dios. Los médicos tienen buenas intenciones, pero aquí no hay suficientes insumos”
Salvatierra agregó que el Área de Salud Integral Comunitaria, como lo define el Ministerio de Salud, llegó a La Sabana el año pasado y los abastece de vez en cuando. Al técnico agropecuario y radiólogo, por ahora le queda pendiente una cita en el Hospital Dr. Miguel Pérez Carreño, donde deberá operarse el ojo izquierdo por un glaucoma avanzado. Esta enfermedad ocular genera daños en el nervio óptico y ocasiona la pérdida progresiva de la visión y puede conducir a la ceguera sin un tratamiento adecuado. De los 82 pacientes atendidos por la oftalmóloga María Alejandra Claro y el médico cirujano José Luis Hurtado, ocho fueron diagnosticados con la afección.
Los niños
Los especialistas evaluaron a los pacientes en la Escuela Básica Bolivariana Manuel María Villalobos, rodeados por imágenes de próceres venezolanos, carteleras temáticas del Día del Amor y la Amistad, y figuras de anime de las computadoras Canaimitas pegadas a las paredes. El colorido de los afiches de las efemérides y los dibujos de los estudiantes contrastaban con las ventanas rotas y las filtraciones mohosas. Para los pobladores de La Sabana, la pintura cuarteada y las motas verdes pasaban desapercibidas.
El sábado 4 de febrero llovió toda la mañana. Para la comunidad fueron buenas noticias. “El servicio de agua es constante, ya que los caudales de los ríos han aumentado. Fíjate, ahorita está lloviendo. El agua que usamos viene del río directamente, y cada uno la trata en su casa con un poquito de cloro o poniéndola a hervir. Nos abastecemos del río que llaman Pozo del Cura”, explicó Marco Ramírez.
El Pozo del Cura es un lugar turístico del estado, ubicado cerca de la carretera que une a las poblaciones de Caruao y Chuspa, sobre el lecho del río Aguas Calientes. Ramírez aseguró que la falta de agua potable afecta la salud de la población.
La pediatra Merari Canache indicó a una mamá usar los sobres de un producto para purificar el agua que se toma en casa. Le regaló dos y le recomendó que después de hervir el agua, la dejara calentar 15 o 20 minutos más. La madre asintió a cada sugerencia de la especialista, mientras su hijo, de 10 años, miraba a la doctora con el ceño fruncido, los ojos llorosos y el labio torcido sin pronunciar palabra alguna. A su corta edad ya es considerado un paciente con complicaciones, tras una operación en el riñón, pero la doctora Canache sabe que el dolor en la panza no se debe a su condición. “Tienes un parásito en el estómago que se transmite por agua contaminada. Eso pasa por consumir agua del chorro sin hervir”.
En la mesa contigua, el doctor Manuel Velásquez receta baños nocturnos y cremas de azufre por dos semanas a un niño sordo de 12 años para combatir la escabiosis. Su madre asume con vergüenza que su pequeño travieso, un preadolescente que se inclina más por los dibujos que por la tarea escolar, tiene sarna.
A los problemas y enfermedades asociadas con la higiene, se suman las relacionadas con la mala nutrición. De los 111 pacientes pediátricos recibidos, 28 padecen anemia. De los 157 adultos examinados en medicina interna, 42 también la sufren. En total, 70 pacientes están anémicos. “Se trata de un déficit de hierro que se instaura en lugares donde la ingesta de alimentos ricos en este mineral es poca, de difícil acceso. Poco a poco se convierte en una enfermedad crónica que difícilmente se puede superar. Es la instauración de una patología crónica, y es por eso que estos pacientes se han hecho tolerantes a esos niveles tan bajos de hemoglobina”, explica la bioanalista Aurora Hernán, vicepresidente de Fundaensalud y especialista en nutrición.
En cuestión de horas, la organización repartió más de 1.000 pastillas de hierro entre sus pacientes y 500 dosis de medicamento contra los parásitos.
“¡Uno ya está acostumbrado a comer pura yuca!”, exclamó una mujer de 59 años antes de abandonar el aula en la que opera Medicina Interna. Sus brazos extremadamente delgados ya dejan ver el camino de sus venas como surcos que sobresalen en su piel. La doctora Fabiola Reyes no sabe el peso exacto de la paciente raquítica, que con ojos profundos le dice: “Doctora, orino mucho y he bajado bastante de peso. Me duele mucho el brazo derecho”. Reyes toma sus exámenes de hemoglobina y observa que los valores están bajos, le recomienda hacer un esfuerzo por comer carne, y le receta unas pastillas para el dolor de los hombros, secuela del Chikungunya. Le sigue un hombre de 55 años que presenta síntomas similares con una hemoglobina de 11,2. “Para un hombre está muy baja. Debería estar en 12”.
A dos cuadras de la escuela, Angelina Laya y su esposo Ismael Quintana, dos sobrevivientes de la tragedia de Vargas de 1999, viven rodeados de santos y de fotografías familiares en blanco y negro, en una casa que tiene más de 60 años. La Sabana no fue afectada por la tragedia, pero los esposos estaban en Corapal (parroquia Caraballeda), visitando a uno de sus cinco hijos cuando comenzó la vaguada. El mayor, que se llama como su padre y ya tiene 62 años, contó que encontraron a “los viejos tapizados por el barro”.
Ahora sobreviven a otra crisis. “A veces comemos una vez al día, cuando se puede, un poquito de arroz o de yuca. Ya casi no comemos carne y pescado de vez en cuando”, aseguró la señora Angelina Laya, que descansaba en una silla al lado de sus figuras de la Virgen del Valle, cuyas delicadas vestimentas revelan la devoción que siente por ella.
Las mujeres
En Vargas las mujeres tienen en promedio cinco hijos, según las estadísticas del Instituto Nacional de Estadística. Un total de 2.674 bebés son de adolescentes entre 15 y 29 años, según el censo de 2011.
Al ginecobstetra Ramón Serrano le preocupa la salud de las madres y las mujeres en La Sabana. Las 37 pacientes que examinó sufren algún tipo de infección vaginal y, aunque no es posible determinar sin los resultados de la citología cuántas de ellas padecen de Virus de Papiloma Humano (VPH), “se estima que por la evaluación previa, un 40% tiene VPH, lo que quiere decir que cuatro de cada diez podría desarrollar cáncer de cuello uterino”. La más joven de las embarazadas tenía 14 años.
Yuleidys Berroterán fue una de las mujeres que se acercó hasta el hospital por dolor abdominal. La visita al doctor terminó en un parto de alto riesgo, pero la abuela de la recién nacida dijo sentirse aliviada por haber contado con los especialistas. “Sin ellos la bebé habría muerto”.
Los médicos del hospital remitieron a Yuleidys y a su hija al centro de salud del Seguro Social ubicado en La Guaira, donde han estado internadas durante una semana. Siendo un parto prematuro, la madre tiene que estar en observación y la niña debe recibir cuidados especiales. “Este tipo de pacientes requieren terapia neonatal y eso sólo se encuentra en los hospitales grandes”, explica uno de los doctores rurales. “Además, nosotros, los rurales, no somos pediatras. Somos médicos cirujanos”.
La pediatra Merari Canache se aseguró de que el hospital en La Guaira recibiera a ambas pacientes, tras una discusión telefónica, presenciada por enfermeras y médicos, en la que la dejó claro a su interlocutor que no le podía negar cupo a la pequeña si su estado se agravaba. “Los bebés prematuros son inciertos, pueden estar estables pero al rato presentar una complicación”.
Para entonces, ya habían pasado tres horas después del parto. Antes del anochecer, Yuleidys y Valentina iniciaron el viaje de casi dos horas hacia la capital varguense en la única ambulancia disponible del hospital.
***
Este texto fue publicado originalmente en Prodavinci el 11 de febrero de 2017.
Indira Rojas
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