Perspectivas

La autopista Guaicaipuro o el pasado como presente

Fotografía de la autopista por Federico Parra | AFP

14/10/2020

El pasado que no pasa

El pasado 3 de octubre se cumplieron treinta años de la reunificación de Alemania. En cualquier otra circunstancia la fecha hubiese sido objeto de numerosos eventos y discusiones, así como de una amplia cobertura en los medios, pero la pandemia hizo que esto, como tantas otras cosas, pasara de forma más bien desapercibida. La historia por entregas de la vacuna (¿vendrá en otoño? ¿vendrá en invierno?), los forcejeos de las elecciones norteamericanas con el giro dramático de la covid de Donald Trump, o la larga lista de nuestros agobios cotidianos, lograron una vez más que lo urgente relegara a lo importante.

Y no porque lo de la vacuna o lo que pase con la primera potencia del mundo no sea urgente e importante, sino porque hay cosas que merecen más atención de la que solemos prestarle, sobre todo las que creemos haber dejado atrás pero siguen influyendo en nuestras vidas más de lo que solemos pensar. Aunque sea ya un mantra de los historiadores que, a fuerza de repetido puede ser fastidioso, el pasado es un asunto del presente. Y la combinación, en menos de dos semanas, de la llegada a edad adulta de la Alemania reunificada –con un nuevo gesto de las políticas oficiales de la memoria del Estado venezolano: rebautizar la autopista Francisco Fajardo como el nombre de Guaicaipuro–, nos lo vuelve a recordar.

Veamos tan solo algunas de las implicaciones que tienen ambas cosas para ver hasta qué punto merecen ser tomadas muy en serio.

Alemania

Hablar de la crisis, el colapso y la disolución de la República Democrática Alemana (RDA), como se llamó a la comunista, no sólo es repasar un cuento lejano y acaso emocionante de la Guerra Fría, tan popular el día de hoy entre los jóvenes historiadores. Es enfrentarnos a problemas que están lejos de haber desaparecido con la caída del Muro de Berlín. Recordar a la RDA y su dramático final, es pensar en los callejones oscuros a los que conduce el totalitarismo, en la capacidad de las sociedades libres para ganarle el pulso a los regímenes policiales, en el fracaso de las economías de planificación central, incluso en el caramelo envenenado que suelen ser los líderes autoritarios y personalistas. Viviendo, como estamos, un proceso de autocratización en el mundo, con hiperliderazgos cada vez más poderosos y movimientos nacionalistas e iliberales en ascenso, nada de lo anterior debe verse como algo perdido entre las imágenes en blanco y negro de la Crisis de los Misiles o del incidente del U-2.

De allí que el reto que nos puso la embajada de Alemania en Caracas a un grupo de académicos –Colette Capriles, Maryhen Jiménez, Paola Bautista, Francisco Alfaro-Pareja, Héctor Briceño y quien escribe– haya resultado tan provechoso para reflexionar sobre la forma en las que las sociedades lidian con la permanente de pasados difíciles, de esos “pasados que no pasan”, para emplear la frase de Elías Pino Iturrieta, aprenden a manejar asertivamente, y logran seguir adelante.

Nos pidieron que desarrolláramos, en videos de no más de diez minutos, algunas ideas en torno a una de esas típicas palabras alemanas, tan específicas en su sentido como intraducibles a los demás idiomas: Aufarbeitung. La palabra asusta, como en general el alemán asusta para quien viene del español, pero pasada la impresión inicial veremos qué tan importante puede sernos a los venezolanos.

Traumas y falsos recuerdos

Aufarbeitung, Aufhebung, Geschichtsaufarbeitung y Vergangenheitsbewáltigung son palabras que nos hablan de los retos que han tenido los alemanes para lidiar con su pasado. Trabajarlo, como quien trabaja con sus recuerdos y con sus vivencias (que no son necesariamente lo mismo) en el diván de un psicólogo, los asimila de alguna manera; aprender a lidiar con ellos y seguir adelante con la vida, es lo que en general significa Aufarbeitung. Por su parte Geschichtsaufarbeitung y Vergangenheitsbewáltigung se refieren a las políticas específicas que el Estado desarrolla en función de tal cometido: lo que de manera muy general podemos traducir como políticas de la memoria. Finalmente, Aufhebung es una categoría filosófica que se emplea en varias cosas, pero que para nuestros efectos se asocia con la idea de superar el pasado, como quien modifica algo viejo, lo integra a una nueva realidad y con eso da un salto adelante. En las cuentas de twitter e Instagram de la embajada pueden verse los videos. Algunos fueron más teóricos que otros, la elocuencia ante la cámara y la formación de cada quien le puso un tono distinto a la disertación, pero todos concluimos que el Aufarbeitung, en particular, y la experiencia alemana en general, tienen mucho que aportar para la Venezuela que se espera, algún día, construir.

Si las democracias están en crisis en el mundo, es en gran medida por la puesta en cuestión de las grandes certezas sobre las que se erigieron. Del mismo modo que el derrumbamiento del comunismo (estruendoso en Europa, discreto y manteniendo las formas en Asia) llevó consigo la demolición de su Historia Oficial y con ella de la multitud de estatuas de Lenin y Marx que hoy reposan en depósitos, a la espera de algún comprador o de que al menos el precio de su material suba en las fundiciones. Todo el universo de los que derriban estatuas el día de hoy, propone cambios de nombre en las toponimias, condenan ciertas fiestas cívicas, libran history wars, como se las llama, implica el cuestionamiento de las bases sobre las que se erigió el mundo post-Guerra Fría, la economía de mercado, la democracia liberal, la globalización, incluso de muchos estados.

Los cambios son de diversa índole. En algunos casos están enfocados en ampliar la democracia, como en los casos en los que se oponen al racismo, en otros pueden tener un contenido xenófobo y nacionalista. Algunos carecen de sentido histórico, como a la hora de condenar a Thomas Jefferson por haber tenido esclavos o de descalificar toda la obra de David Hume por algunos comentarios que hoy nos parecen racistas pero que en su época eran usuales. Cada caso debe verse con cuidado, pero lo que hay en común es una revisión general la memoria de las sociedades, como parte de un replanteamiento de sus sistemas políticos.

En Venezuela hemos sido precursores en el proceso. Desde hace veinte años, los debates en torno a la legitimidad (o no) de la Revolución Bolivariana siempre conducen, en algún momento, a la interpretación de la historia. Según se vea, era necesaria e incluso inevitable, o se trató simplemente de una opción entre muchas y, ni de lejos, la mejor. Un capítulo nuevo esta history war fue el rebautizo de la autopista con el nombre de Guaicaipuro.

Escapa de los objetivos de este texto detenerse en el nuevo nombre. Vayamos a lo que implica, en función de nuestra relación con el pasado, y a sus consecuencias concretas para nosotros (sí, al Aufarbeitung): si a Guaicaipuro se le quiere enaltecer con lo que en el fondo es el símbolo de su derrota histórica, estamos en un plano, por demás típico en la memoria colectiva de los pueblos, dentro del cual la historicidad de los hechos da paso a lo que la imaginación considera mejor para sus fines. Y lo de Guaicaipuro es, en cualquier caso, menos grave que otras cosas que se han hecho (al cabo los caraqueños llevamos al menos tres siglos admirándolo, según lo indican las fuentes). De consecuencias políticas más nítidas ha sido borrar los nombres de los estadistas de la democracia de las obras que ellos erigieron, o convertir la Rebelión de Andresote en una típica de revuelta de cimarrones, cuando en realidad lo fue de plantadores –algunos de ellos, sí, cimarrones– opuestos al monopolio impuesto por el Estado, hartos de pagar altos impuestos y deseosos de venderle su cacao a quien se lo pagara mejor.

El mundo está lleno de casos así, pero precisamente por eso sabemos que estas manipulaciones de la memoria terminan siendo un problema para la sociedad, como lo es para cualquiera entender su vida y tomar decisiones con base en falsos recuerdos. Los alemanes, nación traumatizada si las ha habido en el último siglo, saben bien de qué va el asunto. De allí que hayan inventado el Aufarbeitung o, en todo caso, puesto nombre a lo que en otros idiomas necesita varias palabras para explicarse.

Los hechos de ayer y las políticas del mañana

El Aufarbeitung juega un papel clave en los procesos de paz y reconciliación, en las transiciones de las dictaduras a las democracias, en dondequiera que la consignación de los hechos va más allá de la reflexión histórica. El relato histórico a veces se convierte, o en todo caso alimenta expedientes judiciales, ayuda a establecer de responsabilidades, fundamenta políticas de reparación. Y en todos estos casos el pasado demuestra ser un fardo, en una herida, en obstáculos para construir un camino juntos, para perdonar, para superar todo aquello –sin olvidarlo, porque el olvido es también muy peligroso– y construir algo nuevo.

Alemania tuvo que vivirlo dos veces y de forma muy dura: después del nazismo y, en la parte que fue comunista, después de la disolución de la República Democrática Alemana en 1990. No fue fácil entonces ni lo es incluso hoy, una generación después. Las responsabilidades de quienes hicieron mal y de quienes miraron a otro lado, a veces porque no tuvieron otra oportunidad, son inmensas. La brillante democracia que ha logrado edificarse, como cualquier régimen político, no tiene el don de la perfección. Y hay descontentos. La extrema derecha es una fuerza en ascenso, nuevos miedos alimentan nuevas amenazas, hay revisionismos del comunismo y se avivan nostalgias, pero en general, el balance es alentador y ofrece muchas cosas de las que los otros pueblos pueden extraer lecciones.

Más temprano que tarde los venezolanos seremos uno de ellos. Si algo se le dice con frecuencia a quien escribe, es que los historiadores tendremos mucho que hacer en el futuro. Seguramente será así, pero lo más complicado no será determinar los hechos (aunque habrá algunos que tal vez queden siempre opacos, como ha pasado con las muertes de Juancho Gómez y Carlos Delgado Chalbaud, para poner dos casos célebres; o que llevarán a interminables discusiones bizantinas, como la enfermedad de Diógenes Escalante). Lo más complicado estará en ese segundo momento al que se enfrenta el historiador después de que ha ordenado las evidencias, establecido sus filiaciones y redactado la crónica inicial: el análisis.

Las conclusiones incómodas comienzan a aflorar entonces. Lo de Guaicaipuro y el discurso absolutamente condenatorio de la conquista (no importa que haya sido a través de un mestizo, medio guaiquerí y además sobrino de Naiguatá, como Francisco Fajardo), aunque genera mucho de qué hablar cada 12 de octubre, es sólo uno de los costados del asunto. Veamos tan sólo un panorama de las history wars que actualmente se perfilan, o ya están en curso en Venezuela.

Pensemos, por ejemplo, en el papel que jugará en treinta o cincuenta años la memoria de aquellos venezolanos que pasan frío y ven a compatriotas morir en el Páramo de Berlín –ese nuevo Pisba invernal e infernal que debemos atravesar– pero que están seguros, o casi seguros, de que la causa de sus males es que Hugo Chávez murió muy pronto, que con él en Miraflores hasta al menos el 2021, otra sería su situación…. No son todos, pero muchos con los que se habla cuando llegan finalmente a Bogotá, lo afirman como una verdad de fe.

No hay razones para pensar que, por lo menos inicialmente, morirán pensando de otra manera y que no transmitirán esa certeza a sus hijos. O pensemos en algunos de los que acaban de comprar una casa en Doralzuela y ocultan las fotos de hace diez años en las que aparecen con camisas rojas. O en otros que llegaron un poco antes a esa misma Doralzuela y están convencidos de que Chávez fue sólo producto de una conspiración cubana, sin que nada de lo ocurrido en el país entre 1980 y 1999, por poner dos fechas, haya contribuido a su llegada. Pensemos en las personas que afirman que Rafael Caldera es el culpable de todo por haber sobreseído a Chávez (tal vez porque sus electores no tienen ninguna responsabilidad…). O en algunos de los perezjimenistas muy activos en la web, que ven la causa de todos los males en el “comunista” Rómulo Betancourt quien, según ellos, arteramente pavimentó el camino para la llegada de la Revolución Bolivariana.

El hecho de que haya sido uno de los más grandes contrincantes del comunismo en la región, un aliado clave de los Estados Unidos o que en el discurso del chavismo sea visto como un Satán, no los convence. Los hay que no ven la culpa en Betancourt en sí mismo, sino en lo que encarna: la democracia, el pueblo. Si se volviera al voto censitario, consideran, todo sería mejor.

Pensemos en otros grupos, también muy activos en la web, que buscan la causa de los males tan atrás como en Simón Bolívar y la independencia. Combinando datos ciertos con algunas francas manipulaciones, han tomado el testigo de José Domingo Díaz y exaltan la hispanidad de una forma que ninguno de los historiadores del franquismo –al menos de los americanistas, que solían serios– hizo. A veces pareciera que quieren sustituir los mitos de la leyenda negra, que hoy es historia oficial, por los mitos de la leyenda dorada.

Y todo lo anterior, sin hablar de la Historia Oficial del chavismo, que en buena medida ha detonado todas estas reacciones. Su visión simplificada de una lucha maniquea entre opresores y oprimidos, que a lo largo del tiempo adquiere diversos rostros, sirve para articularlo todo y legitimar la Revolución. En su visor, la historia ha sido el campo de batalla entre los opresores españoles, la oligarquía que “traicionó” a Bolívar, el imperialismo yanqui, el puntofijismo, sus herederos, todos los que han sido ricos, a veces, en algunos voceros extremos, los blancos… versus los indígenas, Guaicaipuro sobre todos, los cimarrones, los afrodescendientes, el pueblo, Simón Bolívar como suerte de líder popular, Ezequiel Zamora, Cipriano Castro, los guerrilleros comunistas de los sesenta, Hugo Chávez….

La memoria venezolana se está volviendo un cúmulo de fragmentos que se detestan entre sí. Así son las derrotas, y nuestra sociedad ha vivido muchas últimamente. Todos esos fragmentos tienen su trauma mayor o menor. Y todos tienen un recuerdo más o menos falseado por el tiempo o por sus vivencias. Así, todos parecen estar disgustados con algo y en particular con alguien. Todos tienen su particular memorial de agravios. Es un certamen de acusaciones mutuas que augura cualquier cosa menos la creación de opciones conciliadoras e inclusivas.

Porque el problema es que la historia se usa para cosas concretas. Como señaló Hayden White, el pasado práctico sirve, inicialmente, para responder a la pregunta ética de ¿qué debo hacer? Las visiones manipuladas, llenas de medias verdades y dobles intenciones podrán responder en Venezuela, como lo han sido en todas partes: destruir al culpable (y cuidado: todos somos potencialmente culpables para alguno de estos discursos).

Es acá cuando es pertinente la importancia del Aufarbeitung y la forma en la que Alemania lo ha empleado para seguir adelante. No se trata de imponer una visión unívoca, de negar la pluralidad de ideas o la libertad de opinión (objetivos tradicionales de las Historia Oficiales), pero sí de ofrecer una visión basada en el sentido histórico y las evidencias. Que al menos las opiniones se basen en eso y no, como en el tango, en el camino que los sueños prometieron a sus ansias. Que las opiniones diversas no sean un impedimento para el convivir, para la tolerancia, para la inclusión.

Sí, los historiadores del futuro tendrán mucho trabajo. Sobre todo, enfrentando los mitos que tiene cada bandería, a veces sinceramente creídos, a veces conscientemente manipulados. Habrá que ayudar a que cada una pueda digerir la parte que no les gusta del pasado (que a veces es un sapo grande y muy baboso que es necesario tragar crudo), para superarla y dar un paso adelante en la formación de un mejor porvenir. Transitando por la Autopista Guaicaipuro, tal es el más importante reto que tendrán que afrontar.


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