Ilustración de Lucas García
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Desde su inauguración en los años cincuenta, la autopista Francisco Fajardo de Caracas ha sido ampliada en numerosas ocasiones, pero ninguna modificación fue tan polémica como la que atraviesa hoy: su nombre, referencia a uno de los primeros conquistadores, será cambiado por Cacique Guaicaipuro, en homenaje a la resistencia indígena. La decisión no es nueva, tiene antecedentes: el estado Vargas, El Ávila, algunos parques, plazas, un buque y hasta el mismo nombre oficial de Venezuela. Un continuo esfuerzo del poder por cambiar la historia.
En 1723, se imprime y circula en Madrid el único libro de don José Oviedo y Baños: Historia de la conquista y población de la provincia de Venezuela, un relato sobre el proceso de conquista en la Tierra Firme que, a diferencia de los que existían entonces, estaba hecho desde las fuentes depositadas en archivos y bibliotecas, y no desde la descripción de un cronista de Indias. El neogranadino, perteneciente a los blancos principales de Caracas, presentó un texto que, desde Venezuela, contribuyó al pugilato de dos leyendas: una dorada, que pinta con flores y colores el choque de dos mundos; y otra negra, que tiñe de sangre los sucesos desencadenados a partir del 12 de octubre de 1492. Un debate que la historia parece haber resuelto, pero la política no, porque continúa vivo desde hace más de medio milenio.
Dentro de la academia y el gremio de estudiosos del pasado, las leyendas negra y dorada han sido superadas, pues, los argumentos de cada una se fundamentan en dos visiones que, si bien son contradictorias y apelan a diferentes elementos, ninguna descarta el resultado de aquel proceso: lo ocurrido el 12 de octubre significó el inicio de un nuevo período que estuvo signado, para bien o para mal, por la influencia entre dos mundos distintos. Lo que hoy identifica a América no es exclusivo de una sola cultura -india, hispánica o negra-, sino que es el producto del mestizaje entre ellas. Incluso, los mismos historiadores consideran que el debate acerca del descubrimiento, la invasión o el encuentro está resuelto y lo que quedan son retazos políticos que buscan justificación histórica para sustentarse. Uso y abuso del pasado.
Regir la memoria
Aunque el maniqueísmo ha sido una constante de la historia oficial, la diferencia con el propósito actual es que ahora se pretende mostrar como una verdad absoluta y totalizante, sin titubeos. Para ello fue fundado el Centro Nacional de Historia en el año 2007, como institución adscrita al Ministerio del Poder Popular para la Cultura, cuyo principal propósito es “ser rectora de la política del Estado Venezolano en todo lo concerniente al conocimiento, investigación, resguardo y difusión de la historia nacional y la memoria colectiva del pueblo venezolano”, fundamentado dentro de lo que se denomina como “historia insurgente” que reconoce antagonistas y protagonistas dentro del hecho histórico, pues se antepone a “una historiografía amurallada en las frías mazmorras del academicismo”, según su página web.
Al cumplirse 527 años de aquel suceso que cambió insoslayablemente la historia universal, la alcaldesa del Municipio Libertador de Caracas, Erika Farías, tuiteó: “En el marco del proceso de descolonización del pensamiento, he instruido al Concejo del Municipio Bolivariano Libertador cumplir con todos los procesos pertinentes para cambiar el nombre de la autopista Francisco Fajardo a Cacique Guaicaipuro”. Las reacciones no se hicieron esperar. Mientras unos creen que la medida es una reivindicación a los orígenes del territorio que hoy se llama Venezuela, otros la señalan como una decisión política tomada a la ligera que carece de fundamentación histórica. Ante la falta de fuentes y la variedad de relatos, el debate, que para muchos está resuelto, todavía deambula entre la historia, la ideología y el mito.
Ni buenos, ni malos
En contraste con lo anterior, el historiador Gustavo Vaamonde, numerario de la Academia Nacional de la Historia y profesor de la Universidad Central de Venezuela, considera que la historia no es de blancos y negros, de buenos y malos y, en el caso del cambio de nombre, destaca la importancia de las dos figuras debatidas: “Francisco Fajardo tiene importancia sustancial para el proceso de ocupación española, es la muestra de ese proceso de mestizaje, que caracteriza a Venezuela. Él pudo fundar pacíficamente, producto de la negociación y del acuerdo, el primer asentamiento en el valle de los Toromaimas, hoy Caracas”. Guaicaipuro tampoco pierde importancia para el académico, pues es “el legado de la resistencia de las comunidades originarias en este proceso de ocupación”. Las figuras no son comparables.
Manuel Donís Ríos, historiador, numerario de la Academia y profesor de la Universidad Católica Andrés Bello, explica que Venezuela es un país mestizo y Francisco Fajardo es un exponente destacado de su identidad, por lo que resulta contradictorio atentar contra su figura: “No puede haber justificación histórica. La documentación existente desde el siglo XVI hasta la fecha echa por tierra cualquier intención de cambiar los hechos. La historia no puede ser tergiversada para estar al servicio de un proyecto político”. Al igual que Vaamonde, cree que Guaicaipuro, como otros caciques, tiene ganada su significación histórica al enfrentarse a los españoles, en defensa de sus comunidades, tal como hicieron otros líderes indígenas que, por el contrario, decidieron aliarse a los europeos y sacar provecho de ello.
Ideología y partido
“Don Francisco de Fajardo fue uno de los conquistadores y pacificadores de los indígenas de la costa firme. A él se le debe la masacre de indígenas de venezolanos y del Caribe. Él fue una mala persona y no deberíamos rendirle ningún homenaje”, cuenta el historiador Fabricio Vivas, presidente del Archivo General de la Nación. Para él, Europa tiene una deuda con las culturas americanas y piensa, además, que “si le cambian todos estos nombres de españoles y portugueses a las ciudades, se le hace un gran favor a la cultura originaria”. Cambia su discurso cuando se le pregunta acerca de la represión del Estado venezolano hacia el pueblo pemón durante el mes de febrero de 2019: “Siempre el Estado reprimirá, porque es allí donde reposa el orden de la política y del gobierno, él tiene el monopolio de las armas y lo ejerce”.
Tampoco niega que exista una intención por politizar el pasado y ponerlo al servicio del gobierno, ni que la decisión por cambiar los nombres obedezca a una línea del partido: “Tenemos que ver por dónde se les mete el diente a estos procesos para darle un sentido mucho más político e ideológico a esa reconstrucción histórica, para que todo el mundo pueda entender eso desde otra perspectiva, y allí es donde cumple un papel importante el Centro Nacional de Historia con sus mecanismos de divulgación. Eso no es borrar el pasado, sino fortalecerlo”. Desde su visión, esta práctica no es totalitaria, sino que es parte de la descolonización de la memoria histórica que reconoce a los invisibilizados del pretérito; sin embargo, la bandera de la inclusión se viene abajo cuando sólo se destaca al grupo indígena.
Mito e historia patria
Para Guillermo Durand, historiador y excronista de la ciudad de Caracas, existen dos versiones acerca de Guaicaipuro: el histórico y el místico. Ambos creados a partir de lo escrito por Oviedo y Baños en Historia de la conquista y población de la provincia de Venezuela, publicada más de 150 años después. “Ese criterio de autoridad se impuso en los historiadores del siglo XIX y XX y así quedó consagrado y beatificado Guaicaipuro en la historia patria”. Sin embargo, Durand indica que varios datos han sido omitidos por los historiadores por temor a atentar contra la reputación del indio. Uno de ellos trata sobre la relación entre Guaicaipuro y una encomienda repartida entre Cristóbal Cobos y Andrés González en 1568, dato que derrumba la versión de su épica muerte en una choza en llamas.
Con relación al conquistador de la autopista, Durand asegura que, sin sus esfuerzos previos por formar asentamientos en la zona central, el establecimiento de ciudades jamás hubiese ocurrido. Aquello fue una tarea titánica para el mestizo porque “debió confrontar tanto a los indios como a los españoles que lo tildaron de traidor o despreciable”, siendo una figura polémica incluso en su propio tiempo. El 25 de julio de 1567, entre la maleza y el correr del río, se abre paso un grupo de conquistadores. Provienen de El Tocuyo y van dirigidos por un caballero de armadura plateada. Es el capitán Diego de Losada, quien, al clavar su espada en la tierra, se convierte nada más y nada menos que en el fundador de Santiago de León de Caracas. La hazaña iniciada por Francisco Fajardo estaba terminada.
Jesús Piñero
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