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No saben ustedes
cómo los huesos
que son apenas un ciento
me duelen al contemplar
la rotación de la tierra.
Ese ovillo de cintas azules
y verdosas
envolviendo un núcleo
cálido… brillante,
mucho más que un cometa
de hielo ferroso.
Así es,
pero este corazón mío
hecho de barro
ilumina menos
que una luna menguante.
Cruzan meteoritos
como agujas pinchando
la cuajada ennegrecida de nubes.
Pero nada ocurre:
son como puntos
de soledad anaranjados,
similares al centelleo
de un fósforo.
Yo sigo como siempre
en el silencio de estás contemplaciones.
Conservo la paciencia
de un pescador en su barca
ante los incontables fulgores
del seno de la Vía Láctea:
ella es
como nuestra madre
sentada en la sala de espera
de este gran hospital
que es el kosmos.
Igor Barreto
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