Katyna Henríquez: “Un libro puede ser el símbolo del despojo que vivimos”

Katyna Henríquez retratada por Ernesto Costante / RMTF

17/04/2022

No es casual que el ciclo de vida que emparentó a Katyna Henríquez con su tío materno, Simón Alberto Consalvi, comience y termine con dos libros de autores venezolanos. Giraluna, de Andrés Eloy Blanco, y La Torre de Timón, de José Antonio Ramos Sucre. Dos poetas nacidos en Cumaná. Ambos conocieron el exilio en situaciones distintas y uno de ellos, Andrés Eloy, jugó un papel protagónico en la construcción de la democracia venezolana. De esas vertientes se alimentó Katyna Henríquez gracias a Simón Alberto Consalvi, otro venezolano de pensamiento plural y democrático. Esta es la historia de dos espacios, la librería El Buscón y el espacio SAC de la Universidad Católica Andrés Bello. Y también es la historia del desgarramiento, del despojo que encontró en las páginas de los libros el eco de la destrucción de Venezuela. 

La realidad que estamos viviendo no es el producto de una hecatombe natural, sino la construcción -ladrillo a ladrillo- de un proyecto político que dura ya 23 años. ¿Cuál es su percepción del sector editorial y del libro durante esta etapa?

El problema de fondo es que, sin espacios de libertad y democracia, no podemos desarrollar políticas culturales que promuevan la lectura. Partamos de ahí. Las librerías, así como las bibliotecas, son, en esencia, espacios de diálogo, espacios de pensamiento crítico, de pensamiento plural. Son espacios de civilidad. Si no contamos con un pensamiento democrático, es imposible que podamos desarrollar estos campos, que, además, son fundamentalmente para la creatividad, para la inteligencia, pero eso suele ser una amenaza en estos tiempos, ¿no? Las librerías han venido cerrando de una forma impresionante. 80 librerías para el 2018 -cifras de la Cámara Venezolana de Editores- y de allí en adelante, lo que hemos visto es un goteo interminable de nuevos cierres. Es trágico porque somos un país sin librerías. 

En una oportunidad, Ana Teresa Torres me dijo que no hacía falta cerrar las librerías, como ocurrió en regímenes totalitarios. A través de la quiebra, el autoritarismo hegemónico obtiene el mismo resultado. 

Absolutamente. Llegas al mismo punto, digámoslo así, de una forma “indirecta”. Desde el momento en que los grandes sellos editoriales (Planeta, Océano, Santillana, entre las más importantes) comienzan a irse del país, porque no había seguridad ni para producir ni para distribuir libros (año 2013), allí comienza el desastre para las librerías, porque no teníamos cómo dotarnos de novedades. Se comienzan a vaciar los estantes. Paradójicamente, El Buscón se crea en 2003 como una librería de libros usados, de libros raros, primeras ediciones y bibliografía venezolana. Eso, que en ese momento significaba una audacia, porque en Venezuela no hay una tradición de librería de segunda mano, resultó ser nuestra tabla de salvación. Desde el primer momento, nos fuimos dotando de libros que salían de bibliotecas privadas. Nuestras búsquedas permanentes iban a asegurar la dotación de nuestros estantes. Esa es la razón por la que seguimos de pie. 

¿Cómo es esa búsqueda? ¿Cómo indagas y llegas a tener esos afluentes de bibliotecas particulares?

Una librería de segunda mano se abastece de varias fuentes, de bibliotecas, de ventas de garaje. Eso es lo usual. En el caso de El Buscón, con toda esta tragedia que está viviendo el país, nos hemos encontrado con bibliotecas que llegan de lectores dolientes. Son las bibliotecas que dejan las personas que se van del país. Al comienzo, no era así. Era un trabajo de exploración -dentro y fuera de Venezuela-, de ediciones de literatura y pensamiento político venezolano. Pero en la medida en que la diáspora estalla como un cataclismo (a partir de 2017), nos dimos cuenta de que somos una librería de acogida. 

En muchos sentidos, una librería significa un refugio de intimidad, pero ¿un lugar de acogida? No lo hubiera imaginado. 

Sí, cuando las personas se van del país, venden sus enseres, venden sus carros, pero siempre dejan para última hora sus libros, porque piensan que algún día se los van a llevar, cosa que es absolutamente imposible. Entonces, antes de subirse al avión, casi desesperados, se acercan a El Buscón a ofrecer sus bibliotecas. Sabemos que una biblioteca es parte de una vida, y vemos, como una constante, el amor con que las personas llegan a la librería e incluso los ofrecen como una donación, pero esa no es la figura con la que nosotros trabajamos. Siempre hemos sido muy selectivos, muy rigurosos con nuestra selección. No todos los libros encajan en el perfil de El Buscón. Trabajamos a consignación y eso conlleva un compromiso económico. Creo que esto es una nueva metáfora de la crisis que estamos viviendo.   

Hay una relación afectiva con los libros. También con el país. Ese momento forma parte de la ruptura y el desgarramiento. Diría, incluso, que forma parte del despojo. 

Absolutamente. No solo están dejando unas cajas con libros, están dejando una vida. Y ahí es cuando experimentas la sensación de despojo, que te están arrancando un país y una historia. Lo que al comienzo fue una labor grata de búsqueda bibliográfica, ahora se ha convertido en algo desgarrador. Es una escena constante, con esa alusión de lo que significa para ellos dejar atrás parte de sus vidas. Mantenemos el vínculo, porque, al ser una consignación, tenemos una obligación económica con ellos y para mí eso es algo muy especial. Además, se está produciendo otro fenómeno, asociado a la diáspora, que a mí me llama la atención. Hay personas que, sin ser editores de oficio, están empezando a editar libros sobre nuestro país. Se da el caso particular de libros para niños y jóvenes que retratan a Venezuela, nuestra cultura, nuestra tradición. Son libros editados afuera por personas que se han asesorado muy bien en cada una de las áreas del trabajo editorial.  

¿Diría que esta manifestación es un elemento más, una arista, de lo que un grupo de venezolanos han dado en llamar la resiliencia?

Absolutamente. De hecho, para los libreros que quedamos en pie, nuestro trabajo diario es un ejercicio de resistencia.

¿De resiliencia o de resistencia?

Ambas cosas. Hay una sensación extraña que yo misma me la planteo y es, digamos, cuando te despiertas todos los días en medio de tantos obstáculos y tantos problemas, con editores que no tienen cómo editar, con distribuidores que no tienen libros para distribuir, con autores que no tienen dónde publicar, pues de ahí surge una fuerza, y no me preguntes de dónde sale, qué nos impulsa, qué nos anima a seguir en resistencia. Es una fuerza profunda que nos obliga a buscar los libros, aunque sea debajo de la tierra. Quienes deseamos vivir nuestras vidas sin doblegarnos, sin ceder, asumimos un reto a diario. Son, como dije al comienzo, los pocos espacios que nos quedan de libertad y de pensamiento plural, de civilidad. Son los espacios que debemos preservar a toda costa. ¡A toda costa!

Katyna Henríquez retratada por Ernesto Costante / RMTF

El Buscón se ha convertido en un escenario para lanzamientos editoriales, cuando los hay, y también en un espacio de debate y reflexión. ¿Cómo se incorporó esta dinámica a la librería? ¿Qué diría alrededor de este planteamiento?

Hay que partir de un hecho: un libro es un depositario de ideas, de pensamientos, de la creación y de la inteligencia. Eso es lo que tratamos de direccionar. No solamente es el lanzamiento de un libro, de la novedad editorial, para que se venda, para que se comercialice, sino lo que en sí mismo cada libro genera. Nuestra programación, Leer País, incluye libros de poesía. Uno de ellos es de Rafael Cadenas. Entonces, es lo que ese libro genera y todo el eco en cuanto a la lectoría del país, así como un libro de arquitectura, de urbanismo, puede ser el registro del abandono. Siempre generamos discusiones a partir de un libro en particular y la lectura del país a través de cualquiera de sus vertientes. Y la verdad es que ha sido muy reconfortante, porque las propuestas son permanentes: buscar el escenario de la librería como un lugar para el encuentro y la reflexión.

Mientras la escucho, me digo a mí mismo: también es una forma de construir memoria. Y el asunto es el siguiente: nosotros tenemos que construir memoria. Esa es una tarea básica, vital. Sin memoria no hay cultura en las artes o en la política.

Nuestro objetivo -trabajar con ediciones agotadas-, con bibliografía venezolana, apunta a preservar la memoria. Nosotros tenemos un legado asombroso, vinculado al tema del libro. La tradición del libro en Venezuela, la calidad editorial que se perdió, tenemos que preservarla como una obligación. Desde un comienzo, elegimos preservar la memoria editorial, la memoria bibliográfica, para los investigadores, para los académicos, para las nuevas generaciones que, lamentablemente, no tienen idea de lo que perdimos. Entonces, para mí, es una apuesta y compromiso permanente, trabajar en función de la memoria.  

En una ocasión tuve la oportunidad de ir a la casa de Simón Alberto Consalvi. Hablamos de periodismo, de literatura, pero yo me sentía sobrepasado, porque Consalvi era Consalvi y bueno… yo era yo. Antes de irme me pidió que lo acompañara a un anexo, encendió la luz y una enorme biblioteca surgió como un planetario. 

Estamos hablando de don Simón, el tío Simón, hermano de mi madre, Cristina Consalvi, la mayor de los hermanos. Estamos hablando de un tema muy personal, porque no es que yo conocí esa biblioteca, sino que me alimenté de ella durante mi niñez, durante mi adolescencia, por un hecho particular. Simón Alberto, en sus comienzos de su vida política, tuvo que dejar su biblioteca juvenil, digamos, de los inicios, en la casa de los abuelos en Tovar (Mérida). En mis vacaciones de niña había un lugar sagrado en esa casa, la biblioteca de don Simón, que, como dije, era una biblioteca juvenil, porque luego vino su biblioteca de formación de adulto. Entonces, el contacto y el amor que yo tengo con los libros, incluso hoy día, se lo debo a Simón Alberto y a mi padre, Rigoberto Henríquez Vera, que también fue un gran intelectual y un gran lector. Ellos fueron, además, compañeros de lucha juvenil y universitaria, en los inicios de sus respectivas vidas políticas. Así nace mi contacto con los libros de don Simón, que tuvo continuidad cuando él manejó (junto con Cristina Guzmán) el proyecto de la librería El Búho, ubicada en Sabana Grande. Ahí tuve una inspiración y el primer llamado del oficio librero. La biblioteca a la que te refieres (en su casa del Alto Hatillo) era un universo. Su fortaleza era la multiplicidad temática. Era una cosa abrumadora, porque allí estaban los más hermosos libros de arte, la biblioteca en inglés de la política estadounidense y de la política internacional. Y más aún, su biblioteca de Historia de Venezuela. Para mí, Simón Alberto fue un referente inmenso, incluso en la creación de El Buscón. 

En sus vacaciones juveniles, en ese lugar mágico que había en la casa de sus abuelos, ¿qué libro la marcó?

De entrada, diría que Giraluna de Andrés Eloy Blanco. Simón Alberto tenía toda la biblioteca de Andrés Eloy. 

¿Por qué la biblioteca de Simón Alberto Consalvi fue donada a la Universidad Católica Andrés Bello? ¿Para un hombre público, un intelectual prestado a la política, no era quizás previsible o pertinente donarla a una universidad pública autónoma?

Probablemente eso es lo que él hubiera querido. Pero yo nunca tuve la oportunidad de hablarlo con él. Cuando Simón Alberto muere, surge la idea de hacer un cuerpo de donación, porque su biblioteca era tan grande que era imposible hacer una donación completa. Ese cuerpo de donación era muy claro porque iba a contener su biblioteca sobre Historia de Venezuela, de Estudios Políticos y de Política Internacional. Son casi siete mil títulos. Afortunadamente, recordé que en México, cuando se dona una biblioteca personal, se crea un espacio físico distintivo de esa persona. Hablé con las autoridades de la UCAB y al rector (José Virtuoso, sj.) le encantó la idea de crear el espacio Simón Alberto Consalvi. Es un espacio amoroso, en el sentido de que colocamos objetos muy personales: sus lentes, su tabaco, sus retratos que eran los de su mayor afecto, su sillón de lectura y al lado una obra de Luisa Richter. Hay un mueble que exhibe todas sus publicaciones; los libros de su autoría están allí expuestos. En otro mueble se colocaron sus condecoraciones. El Espacio Simón Alberto, que diseñamos conjuntamente Annella Armas y yo, es una gran vitrina, una pecera, que el público puede ver desde afuera. En el vidrio hicimos una rotulación donde aparecen todos sus datos biográficos. Datos bibliográficos y cinco de sus más célebres aforismos, que dan fe de su espíritu y su pensamiento democrático. Lo importante es que ese espacio genere una programación alrededor de la figura y la obra de Simón Alberto Consalvi. De hecho, a finales de este mes, tenemos el primer encuentro alrededor de este espacio, con Inés Quintero y Carlos Hernández Delfino.  

¿Por qué no hicieron esa donación a una universidad pública autónoma?

Pensamos, inicialmente, hacerla para la Universidad Central de Venezuela, que fue su casa de estudios. Pero dadas las condiciones que veíamos en la Biblioteca Central o en algunas bibliotecas alternas (de Escuelas y Facultades), nos dimos cuenta del peligro que significaba llevar esos libros a espacios que no tienen la más mínima protección y que se encuentran en el más absoluto abandono. 

Finalmente, ¿cuántos libros tomaste de la biblioteca para ti?

No seas malvado. Me voy a confesar en público. Una edición de La Torre de Timón de José Antonio Ramos Sucre de 1929. Pero, ojo, me dio tiempo de pedírsela, ¡ah!


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