Julio Castro: “Todo esto dejará cicatrices en nosotros”

Fotografía de Andrés Kerese | RMTF

18/08/2021

Hace casi 30 años, Julio Castro pegó en la puerta de la nevera de su casa una lista que le pareció fundamental. “Es el ABC de la preparación en caso de una epidemia”, le dijo a su esposa. Era el año 1993, y Julio era entonces estudiante del posgrado de Medicina Interna. Regresaba de Boston después de visitar al médico Carlos Torres-Viera, quien había sido su compañero de clases desde el primer día en la Escuela de Medicina de la Universidad Central de Venezuela y ahora estudiaba su posgrado de Medicina Interna en la Universidad de Yale. Los materiales pegados en la nevera eran de un seminario de fin de semana al que asistieron juntos.

Cuando terminaron el posgrado de Medicina Interna, cada uno por su lado empezó el de Infectología. Se daba inicio a una carrera en enfermedades infecciosas que por muchos años los preparó para entender todos los cambios que hemos vivido en este último año y medio.

Julio Castro se ha convertido en uno de los médicos más conocidos del país. Como infectólogo, ya había trabajado en diversas epidemias de Chagas y hepatitis. Además de su práctica médica, su formación en modelos matemáticos ha contribuido a la investigación y comprensión de eventos epidemiológicos en Venezuela. Su trabajo permitió estimar el alcance de la epidemia de zika en el país durante 2016. Su rol como asesor de salud de la Asamblea Nacional ya había puesto su nombre en los medios, y en la pandemia la atención mediática ha aumentado. Atendió al primer paciente confirmado de covid-19 en Venezuela, es parte de la mesa técnica de vacunas y, ante la falta de información oficial clara, sus videoconferencias han atraído a miles de personas y su cuenta de Twitter a veces parece un consultorio virtual.

Cerca de cumplir el primer año y medio de la pandemia, conversamos con Castro para conocer su perspectiva sobre la situación de la epidemia en Venezuela, el proceso de vacunación y cómo ha sido su experiencia en estos casi 18 meses.

En febrero del año pasado publicaste un artículo en Prodavinci previendo la posible llegada del coronavirus al país y atendiste el primer caso oficial. Ha transcurrido año y medio, ¿qué es lo que más te ha sorprendido de este proceso en el país?

Yo diría que en lo estrictamente virológico-epidemiológico no me han sorprendido muchas cosas. La epidemia es algo que estudiamos, analizamos históricamente y se supone que tenemos que prepararnos. No es la primera epidemia que me toca vivir. Ya tuvimos H1N1, he estado relacionado con epidemias de hepatitis A, Chagas, dengue, chikungunya, zika. La mecánica de la epidemia en general es para nosotros un proceso similar.

¿Qué cosas dentro de la epidemia sí fueron quizás sorpresivas? Voy a poner un ejemplo: la epidemia es como un huracán que tiene un trayecto muy probable, que puedes más o menos predecir. Cuando ves los huracanes que pasan por el Caribe, se dice que va a pasar más o menos por tales sitios y que será de categoría tal. Hoy en día tenemos argumentos técnicos para tener una visión aproximada de lo que puede pasar con una epidemia. En Venezuela, en febrero de 2020, con un sistema de salud desestructurado, con problemas en los servicios públicos, con problemas con los recursos humanos, cosas que ya sabíamos en torno a la emergencia humanitaria compleja, veíamos venir un huracán categoría 5 de frente y nosotros en un palafito. Esa es la imagen que yo tenía.

Repentinamente, por razones que ni siquiera entendimos en el primer momento, el huracán de categoría 5 disminuyó a tormenta tropical. En Venezuela solamente. Veías alrededor y, al lado, en Colombia, era un huracán tipo 4, en Chile uno tipo 5, en Brasil igual. Esa primera diferencia del impacto de la epidemia, al menos hasta ahora, entre Venezuela y la región, para mí sí fue un aprendizaje.

Además de atender pacientes, hemos hecho un esfuerzo por tratar de entender ese fenómeno y explicarlo desde lo científico. Como parte del centro de mi vida es la investigación, esa semilla de por qué esto pasó en Venezuela fue tomando curso, estudio, análisis. Creo que hoy en día tiene una primera respuesta: publicamos un paper científico hace unas semanas donde analizamos datos que hemos recabado, que tiene muchos millones de puntos de información e inputs de diferentes sectores relacionados con la epidemia. Lo hicimos dentro de un grupo de científicos, con gente reconocida en el Reino Unido, gente de la Academia de Ciencias Físicas y Matemáticas, María Eugenia Grillet y Margarita Lampo, que son expertas en modelos matemáticos.

En ese paper encontramos, para hacerlo corto, que un determinante fundamental en el impacto relativamente modesto que ha tenido la epidemia en Venezuela fue la falta de gasolina. Era muy claro para mí desde el principio que la mayor transmisibilidad del virus está relacionada con un elemento humano. El virus tiene su potencialidad, tiene su condición innata de si es más transmisible, de si produce más enfermedad, pero había un elemento modificador de ese tema: el elemento humano. Si tú te imaginas la epidemia en la Gran Vía de Madrid o en la estación Termini de Milán, el volumen de personas por minuto, y eso lo comparas con Chacaíto o con Santa Elena de Uairén, estamos hablando de fenómenos muy diferentes en términos de transmisibilidad.

Uno de los primeros elementos, que también expusimos en Prodavinci en un primer momento, es que el producto interno bruto era un marcador de la transmisibilidad. No porque sea más rico o más pobre, sino porque de alguna manera expresa esa relación entre los seres humanos. Eso también fue un aprendizaje, que quizás no me esperaba antes de la epidemia en Venezuela.

Un segundo elemento es la incapacidad nuestra, a pesar de muchas herramientas que tenemos hoy en día, tecnológicas, modelísticas e inmunológicas, de entender la propia dinámica del virus. Por ejemplo, estimar que iba a haber variantes con un impacto como el que han tenido. Al menos para mí, ha sido una señal de cautela. Un poco aceptar que quizás no sabemos tanto de los elementos que estábamos viendo. Nos dice que vayamos con cuidado, porque esto puede ser más complicado de lo que parecía en un primer momento.

Lo que me ha extrañado más, ya no en lo viral, es la incapacidad del ser humano para aprender y entender lo que está pasando. El poco entendimiento del entorno político sobre los fenómenos científicos y biológicos. Que haya países como Estados Unidos en donde el 30% de la población no quiere vacunarse. Hay cosas que no entiendo del ser humano todavía. Me cuesta entender por qué una persona que tiene conocimientos, que tiene cierto nivel de cultura, que tiene información, que es capaz de entender una evidencia y cómo funciona una vacuna, decide no vacunarse. También me cuesta entender cómo todavía a estas alturas hay estructuras de gobierno, en buena parte del mundo sin mucha diferencia entre países avanzados y no tan avanzados, que no usan la información, evidencia y conocimiento que tienen cerca de su entorno científico y siguen tomando medidas que, de alguna manera, dejan por fuera el conocimiento que hemos adquirido. Eso me sigue preocupando.

Hay aprendizajes familiares, profesionales. Quizás me cuesta entender que pasé un año, ya vamos por año y medio, viendo la misma enfermedad muchas veces al día, todos los días, todo el tiempo. Entendía cómo podía ser una epidemia, pero pensar que iba a ver 10 o 20 pacientes al día con la misma enfermedad, durante tanto tiempo seguido, sí era difícil de imaginar.

Al ser una enfermedad nueva, no había mucha información disponible. ¿Qué tan difícil ha sido tratar a pacientes cuando todavía se está aprendiendo sobre los tratamientos que funcionan?

Al principio era muy angustiante. Primero por nuestra propia incertidumbre. Imagínate que tienes un paciente enfrente, con una enfermedad que no conoces y no sabes qué hacer. No hay ninguna guía. La primera vez que tuve un paciente enfrente, había visto otros virus, enfermedades parecidas, pero era un dilema interno. Era una pregunta ética conmigo mismo sobre este escenario. Traté de ver qué había hecho en oportunidades similares.

Yo creo que el ser humano cuando está muy confundido, cuando no entiende qué está en su entorno, busca sus referencias naturales: sus libros, sus profesores, sus amigos, la gente que piensa que sabe más y que lo puede ayudar y guiar. A lo mejor están igual de perdidos que tú, pero te pueden dar una linterna para manejarte en ese mundo medio oscuro y tenebroso en que nos estamos desenvolviendo.

Entonces traté de leer qué se estaba haciendo en otras partes, llamé amigos. A Carlos Torres-Viera, por ejemplo. En ese momento él no había tenido a su primer paciente con covid, y él mismo estuvo enfermo pocos días después. Le pregunté qué haría en mi caso, él me dijo unas cosas y eso fue lo que hice al final. Eso ya no lo hacemos. Ya se demostró que esas medicinas no funcionan. Pero eso fue lo que teníamos en ese momento en mitad de la incertidumbre.

Segundo, el manejo de volumen masivo de información que nos llegaba de diferentes partes, que había que procesar para discernir lo que era importante de lo que no lo era. Fue muy duro eso. Colateralmente, tenía que tratar de entender cuál debía ser mi rol en casa, en mi hospital, con mi familia, mi entorno social, mis amigos y mi país.

Hemos atravesado dos oleadas en Venezuela. Aún con sus limitaciones, las cifras oficiales muestran una cantidad de casos alta con una tendencia sostenida en el tiempo. ¿Cuál es la situación de la epidemia en el país actualmente?

Tenemos los datos oficiales, es decir, los datos de los resultados de pruebas PCR, y los datos de los monitoreos extraoficiales que nosotros hacemos. Es muy claro que estamos en una segunda onda pandémica muy prolongada, bastante intensa. Si ves los números oficiales, el promedio de casos por semana en estas últimas 19 semanas es mayor que lo que tuvimos en la otra onda pandémica, en números reales. En términos de duración ya vamos para tres veces lo que duró la otra.

Ese impacto, que es lo que nosotros llamamos carga de enfermedad, a pesar de que quizás no se note como lo que se vio en Brasil, Ecuador, Chile, a la larga termina siendo una carga muy importante para el sector salud venezolano. También para la economía, para la vida social del ciudadano.

Lo que yo diría es que estamos en esta segunda onda, muy larga, y no sabemos qué va a pasar de aquí en adelante. Como a otros países les ha pasado, puede que la segunda onda baje; puede que la segunda onda pase a la tercera onda sin que baje la segunda. Son escenarios posibles que pueden estar delante de nosotros.

Los picos en la región han sido muy intensos (Brasil, Chile, Argentina, Ecuador, Perú, Colombia), pero duran 4-5 semanas. En Venezuela, quizás no ha sido tan alto, pero sí han sido muy largos. Eso nos diferencia un poco y probablemente tiene que ver con esta misma dinámica de transmisión que es menos aguda, pero más prolongada. Estos comportamientos claramente obedecen a la situación diferente que tiene Venezuela dentro de la región. Ahí debe estar metida la hiperinflación, la situación política, la situación económica, la situación de la gasolina y el diésel, muchas otras cosas que terminan modificando el evento final, que es tener más casos por más tiempo.

Comentando justamente el rol del comportamiento en la evolución de la pandemia. Nos encontramos en un momento en que los controles parecen estar bastante relajados, no hay casi restricciones de movilidad y eso se une a la detección de la variante delta en el país, mientras ya iniciaron actos de campaña y vamos próximamente a elecciones. ¿Qué podemos esperar? ¿Qué preocupa de este escenario cuando venimos de una cantidad alta de casos?

Yo diría que hay dos escenarios. Escenario uno, que la segunda onda pandémica empiece a bajar progresivamente y eventualmente pueda subir en cualquier momento próximo. Creo que este es un escenario real.

El segundo escenario, que creo es el más probable, es que pasemos de la segunda onda pandémica a una tercera, predominando la variante delta, con alta transmisión (mayor a la que tenemos ahora). Para mí, va a durar un tiempo indeterminado, y nos va a llevar al segundo semestre del año. Quizás un mes o dos meses. Puede empezar dentro de unas semanas si la variante delta hace lo mismo que en el resto de los sitios donde ha estado (Estados Unidos, Europa, la India, etcétera).

Yo diría que a pesar de que hay más relajamiento en relación a las medidas de distanciamiento social, siento que la gente sigue utilizando tapabocas, en la calle al menos. Creo que es importante y hay que seguirlo haciendo. Pero nos hemos relajado en el tema del control de lo que yo llamo la “burbuja”. Pasamos un año teniendo relación solamente con nuestro entorno muy cercano, entonces ahora vemos fiestas de graduación, matrimonios en casas de fiestas con 500 personas. Está la actividad de campaña que comentas. Empiezas a ver actividad mayor que aumenta el riesgo. Creo que con la sumatoria de eso el escenario más probable es que pasemos de segunda a tercera sin bajar los casos.

Recurrentemente surge el debate entre abrir la economía y sacrificar un poco los controles para que haya actividad, y esto muchas veces se une con qué tanto peso tiene la responsabilidad individual en comparación con las autoridades. ¿Cómo se balancea esto? ¿Quién tiene más responsabilidad? Algunos acusan a quienes no se cuidan, mientras que otros simplemente no ven incentivos para seguir cumpliendo las normas.

La epidemia hay que entenderla como un fenómeno dinámico. Pensar ahorita en una cuarentena como la que tuvimos en abril del año pasado no luce sensato. La sociedad no puede vivir así. Creo que lo que luce más lógico a estas alturas es entender que esto es como un grifo que abre y cierra. Cuán fuerte aprietas la tuerca, o cuánto la aflojas, debería estar relacionado a algunas variables que fueran comprensibles para todos los ciudadanos, no solamente para los gobiernos, y que tuvieran las reglas claras.

Me llamó mucho la atención en Europa que la gente tiene muy claros los niveles de transmisión basados en los criterios epidemiológicos. Tenían niveles de transmisibilidad asociados a los datos oficiales. Así tenían claro cuándo las medidas iban a ser más difíciles (aparición de toque de queda, nuevas cuarentenas estrictas, el tema de los colegios, las universidades, el tema del uso obligatorio de tapabocas y los espacios cerrados). Las medidas están muy asociadas a niveles de severidad de transmisión que todo el mundo acordaba como válidos.

Lamentablemente en nuestro entorno eso no es así. No entendemos a estas alturas por qué unas veces el 7×7 sí se aplica y otras veces el 7×7 no. No sabemos cuándo hay alta transmisión, cuáles deberían ser los grupos que sí van a trabajar y cuáles no, cuándo puede haber colegio. Entonces es mucho más difícil para nosotros como ciudadanos entender la dinámica.

Si el ciudadano entiende que estamos en nivel amarillo, con una transmisión de tantos casos por mil habitantes, entiende también que su gobernante tome una medida más restrictiva en el tema de la movilidad porque todos estamos viendo el mismo escenario. Es mucho más fácil acordar las cosas socialmente.

Sobre lo que no tengo duda es que si no hay un alineamiento entre el deber individual de los ciudadanos y los deberes sociales de los gobiernos, ahí va a haber conflicto y va a haber dificultad en el control de la epidemia.

Probablemente habría que ver los modelos de algunos países de Europa del norte, Alemania, algunos países asiáticos, que sin duda han tenido un desempeño mejor en promedio. Hoy en día esas economías empezaron a reactivarse más tempranamente que las otras. Yo no creo en el dilema de que esto o es la economía o es el virus. No. Creo que ambas cosas están relacionadas. Hay momentos en que la predominancia debe ser el control del virus porque la situación está desbordada, y hay momentos donde la situación es de mayor calma, que te permite mayor flexibilidad en lo económico.

Creo que todavía hay muchas lecciones que debemos ir aprendiendo de esta interacción de la pandemia, en particular con la economía, porque creo que estamos lejos de ver el impacto final. Es posible que se vaya el virus, ojalá se vaya rápido y pronto, pero el impacto va a quedar en los sistemas de salud, en las situaciones no atendidas por la misma pandemia. Por ejemplo: ¿cuántas personas dejaron de atenderse, vigilarse, diagnosticarse el cáncer durante todo lo que ocupó la pandemia en este año y medio? Ese costo de diagnósticos retrasados, fallas en las quimioterapias, radioterapias, tratamientos, va a pagarse en vidas. Son impactos indirectos de la epidemia que no van a terminar con el virus, pero pueden durar quizás algunos años más. Es algo que tenemos que ir midiendo progresivamente.

Fotografía de Andrés Kerese | RMTF

Para que haya transparencia también debe haber un sistema de diagnóstico robusto, capaz de reflejar la realidad aproximada del país. En Venezuela sabemos que desde el principio se centralizó todo el diagnóstico de covid en el Instituto Nacional de Higiene, pero había esfuerzos de monitoreo, se llamaba a las familias. Este año pareciera que dejó de ocurrir. ¿Qué está pasando con el sistema de diagnóstico en estos momentos?

La verdad es que en el caso venezolano, si lo comparas con el resto de la región, es muy mediocre. Colombia pasó de hacer quizás 10 mil pruebas de PCR al día a 70 mil al día en este momento. Así podríamos decir de muchos otros países. Lamentablemente la capacidad de diagnóstico en Venezuela creo que responde a una política pública de seguir teniendo el control hegemónico del diagnóstico y no aumentar la capacidad, aunque hay la manera de hacerlo. Puede tener una lógica gubernamental, política, administrativa, estratégica, lo que sea, pero desde el punto de vista epidemiológico no tiene ninguna lógica.

Haber traído a través de un acuerdo con el mismo Ministerio de Salud una estrategia de diagnóstico con antígenos, que es una de las pruebas que recomienda la Organización Mundial de la Salud, haber gastado dinero de la nación en eso y no haberlo utilizado es algo para mí muy difícil de comprender.

No hemos mejorado la capacidad diagnóstica formal, pero tampoco además asumimos lo que otros países asumieron. Cuando vas en una tormenta, tienes que utilizar seis o siete instrumentos de navegación diferentes, porque algunos pueden fallar en determinado momento. O en determinado momento un indicador es mejor que otro. Probablemente la cantidad de PCR por día lo es en un momento, en otro momento el porcentaje de PCR positivo, el número de fallecidos, o el número de camas ocupadas; en otro momento es el porcentaje de camas de terapia intensiva ocupadas o el número de personal de salud enfermo. Hay muchísimos indicadores.

Lamentablemente en Venezuela no hemos hecho uso de esos indicadores para entender mejor la pandemia. Seguimos usando solamente el número absoluto de PCR positivos por día, que es el único instrumento oficial que hemos tenido durante la pandemia. Eso creo que es un retraso terrible.

Sin datos y con tantos problemas para encontrar información que refleje la realidad de lo que está ocurriendo con la epidemia, ¿alguna vez tendremos una forma de estimar el impacto de la epidemia en Venezuela, en relación a casos y muertes?

Yo creo que sí, porque no pueden ocultar los muertos. En todas partes del mundo muere más o menos el mismo número de personas todos los días, todos los meses y por ende más o menos todos los años. En la mayoría de los países que avanzan, su mortalidad va bajando muy paulatinamente y eso hace que mejore la esperanza de vida. Es lo que uno espera, porque hay desarrollo tecnológico, la modernidad, etcétera.

Vamos a suponer, voy a poner un número teórico, que en Venezuela mueren cien personas por mes, lo que significa que serían 1200 muertos al año. En algún momento, cuando los investigadores revisemos, vamos a ver cuántas personas murieron en 2019, en 2020, en 2021. Ahí vas a ver un pico de mortalidad, que es lo que se conoce en Epidemiología como exceso de mortalidad. Sobre una línea base de muertos esperables, porque la gente se muere normalmente, vas a tener un exceso de mortalidad y ese exceso que no se puede esconder nos va a dar una idea de la magnitud, más allá de los casos por PCR, que es lo que sabemos hoy en día.

Ese exceso de mortalidad, para quienes estamos relacionados con el mundo de la investigación, hablará elocuentemente de cuál fue el impacto real en Venezuela. Aun cuando las causas de muerte de ese exceso hayan sido mal catalogadas. Por ejemplo, una persona que tiene un covid leve, no fue para el médico y se murió en su casa de un infarto, era una muerte atribuible al covid que tiene complicaciones trombóticas o tromboembólicas. Lo cierto es que el número de muertes anuales por infarto es más o menos estable. Si tienes un aumento vas a tener un exceso de mortalidad por infartos que es imputable al covid.

Hace unos meses comenzó la vacunación con un proceso desordenado y sin fases claras, lo cual contrasta con la forma en que se ha vacunado en otros países. ¿Cuáles son los aspectos que te han llamado la atención de la vacunación en Venezuela y qué cambiarías?

El primer elemento es que no hay una guía, no hay un plan, no hay estrategia. Bueno, a lo mejor la hay, pero no hay un plan escrito. ¿Cómo se evidencia eso? El 90% de los países dicen plazos. Por ejemplo, al 31 de agosto deberían estar vacunados el 80 o el 90% (o la meta que pongan) de las personas mayores de 75 años. El primero de septiembre empiezan los de 70, y así. Vacunar por fases, que no hay que ser ningún genio para hacerlo, en Venezuela lamentablemente no ocurre.

No solamente no es así, sino que no está planteado que sea así. No está escrito en ninguna parte. Y si está escrito, no se cumple. Ese es el primer elemento que yo cambiaría: que todos los venezolanos tengan claro cuándo les toca vacunarse, porque eso baja la presión, lo hace más equitativo, puedes enfocar mejor tus recursos. Tiene muchísimas ventajas.

¿Qué cosas creo que han cambiado quizás para bien? La estrategia gubernamental durante la primera fase de la vacunación, diríamos hasta marzo, estaba muy enfocada en hospitales, lo cual tenía sentido porque tienen que vacunar primero al personal de salud. Pero siempre se hizo un énfasis muy importante, al menos discursivo, de llevar la vacunación a los centros de atención primaria, que son centros muy pequeños, con muchas dificultades y cuyo costo operativo es muy ineficiente en términos de cantidad de vacunas que puedes poner por la dimensión del centro.

Cambió esa visión a tener centros de vacunación, un megacentro como Parque Miranda, un estadio, un centro comercial. No ha cambiado todo lo que a mí me hubiera gustado, pero sí se nota que en algún momento hubo un reenfoque hacia centros de vacunación que no eran sitios del sector salud. Creo que hubo un cambio sutil en ese tema. No podemos atribuirlo a las discusiones de la mesa técnica nacional (de vacunas), aunque eso se discutió en la mesa técnica nacional.

Una parte de la mesa de vacunas, que es el sector académico, elaboramos un documento que le hicimos llegar al ministro, a la Organización Panamericana de la Salud y a Unicef, donde ese enfoque estaba muy calculado, con números y modelos. Yo no puedo decir que se deba al documento, honestamente, pero repensaron la cosa y Ministerio de Salud reenfocó. No me importa la causa: me importa la consecuencia. Hubo un cambio y es algo positivo a resaltar.

Debemos resaltar que, al menos dentro de la discusión de la mesa técnica nacional, la óptica del doctor Alvarado, que es el ministro, es traer la mayor cantidad de vacunas posible. También era la nuestra. Que no ha sido un hecho, esa es otra historia por diferentes razones. Algunas imputables al ministerio o a la forma de decidir las cosas, y otras no imputables porque la falta de disponibilidad de vacunas es mundial. Pero yo debo reconocer que, al menos yo, he sentido de parte del doctor Alvarado la intención de buscar la mayor cantidad de vacunas. Probablemente las decisiones que han afectado el tener acceso a más vacunas no vengan del entorno estrictamente técnico, sino de otro como el político.

Yo quisiera tener una campaña de vacunación que tuviera un vocero que todos los días dijera cuánta gente vacunamos, por ejemplo. Como lo han hecho muchos países. Esa dinámica del timing de la vacunación y la información es muy importante para estimular a la gente a vacunarse, para que sea más eficiente, para que sean más transparentes los datos. Lamentablemente esa es una caja negra, nadie sabe dónde, cuándo, quiénes. Esa es otra cosa muy negativa que está signando la vacunación en este momento.

Hace unas semanas presentaste junto a un grupo de médicos una propuesta de vacunación que tenía la meta de cumplir el 70% de la población para este año. Más de 22 millones de personas, 45 millones de dosis en seis meses. ¿Cuáles serían las claves de este plan para que logísticamente pudiera llevarse a cabo?

Hay tres elementos clave. Primer elemento: acceso al producto biológico, o sea, tener vacunas. No puedes poner vacunas que no tienes. Deberíamos tener una estrategia para conseguirlas, aun en el escenario de dificultad a nivel mundial. Eso no se ha dado. Primera parte de esa secuencia de eventos, gravemente fallida.

Segundo elemento, que va muy pegado al primero: la maquinaria de logística para poner vacunas debería estar muy aceitada. Tener recursos humanos, monetarios, logísticos, cadena de frío suficiente, etcétera. Pero eso debe ser más grande en tanto tengas más vacunas. Quizás esto no se ha notado mucho porque no tenemos tantas vacunas. Imagínate que tuvieras 25 millones de vacunas guardadas. Probablemente se empezarían a ver las fallas del entorno logístico, que no es capaz de poner todas las vacunas que tiene.

El tercer elemento creo que es más difícil de percibir, que es el hecho de que ejercer el liderazgo en este momento sobre la sociedad implica movilizar todos los recursos necesarios en el país para cumplir con la meta. Eso implica sectores vivos como los militares, Fedecámaras, voluntarios, sociedad civil, sistema de Naciones Unidas, Médicos Sin Fronteras, Cruz Roja Internacional, etcétera. Para que eso se produzca, tienes que ejercer el liderazgo nacional suficiente para que todo el mundo entre en el mismo cauce y que cada uno haga lo que mejor sabe hacer. Eso tampoco lo noto. Está un poco disgregado. Si el liderazgo al que le corresponde hacer eso lo hubiera asumido como una tarea central, la situación probablemente sería más optimista. Esta situación creo que es tan central en este momento como ganar una elección o resolver la hiperinflación.

Entonces no creo que vayamos a llegar a la meta, porque esos tres elementos están débiles.

Recientemente se anunció que deben estar por llegar los primeros cargamentos del mecanismo Covax. ¿Esto trae de alguna manera un compromiso de transparencia? ¿Las autoridades están obligadas a reportar cómo se van aplicando estas vacunas?

Es una respuesta difícil. En mi opinión, un gobierno debería tener un compromiso de transparencia en absolutamente todo y que implique todo: cuántas vacunas llegan, cuántas se ponen, de dónde sale el dinero con que se pagan, la información diaria de cuántas vacunas se pusieron. Todo el mecanismo alrededor de una campaña de vacunación que tiene esta importancia debería estar signado por un compromiso de información. Lamentablemente no ha sido así.

Dado que la mesa técnica ya tiene casi siete u ocho semanas que no se reúne, no hay un compromiso firmado de transparencia. Uno asume que los entes gubernamentales asumen la responsabilidad que les corresponde; no porque sea Covax, porque en definitiva pueden hacerlo con las donaciones de los chinos también o con la venta de las vacunas rusas. Es lo que yo sigo esperando como ciudadano, que haya transparencia. Pero no me engaño. Yo sé lo que ha pasado en este país en términos de la información. La verdad no soy optimista en ese sentido.

Quizás vamos a tener la claridad de parte de Covax que diga que enviaron un avión con tantas y tales vacunas. Entonces tendremos la certeza de que vendrán vacunas de tal compañía, pero de ahí en adelante, cuántas ponen y cuántas distribuyen, no creo que vayamos a tener esa información disponible. Igual estamos haciendo esfuerzos para obtener algunas formas de información, como siempre hacemos, por el camino de la ciudadanía.

Uno de los principales problemas en que se ha encontrado la vacunación en el país es uno común con otros países: el retraso con la segunda dosis de Sputnik V. Hay dudas y miedo de perder el plazo de la segunda dosis. ¿Cuáles son las recomendaciones para las personas en esa situación?

Esto es un tema de mucho debate hoy en día. Debemos decir, antes que todo, que no tenemos muchos argumentos científicos para saber qué hacer en una situación como esta. No tenemos información.

Cuando no hay información, nos queda elaborar algunos conceptos con base en lo que estamos viendo, referencias históricas e información básica de lo que conocemos de la epidemiología e inmunología de este virus. En ese sentido, varias claves:

  1. La vacuna no es como la cédula que se vence. No es que si yo me puse la vacuna el primero de marzo, al día 121 ya no estoy protegido. Hay una protección de la vacuna, aún con la primera dosis, que estimamos que a medida que va pasando el tiempo puede ir disminuyendo. La tasa de esa disminución realmente no la conocemos, pero no hay un riesgo inminente de que en el día 121 se va a enfermar y se va a morir. No funciona así.
  2. Así como dije eso, digo lo siguiente: el esquema de Sputnik está hecho para dos dosis y nuestra recomendación es que todas las personas que recibieron un componente deberían recibir el segundo en un tiempo prudencial. La información que tenemos ahora indica que sería en los primeros tres o cuatro meses posterior a la primera dosis. Debemos insistir en complementar el esquema oficial.

¿Qué pasa si esto no se cumple? A lo mejor aparecen segundos componentes, no lo puedo saber. Pero lo que estamos palpando en el terreno mundial, las declaraciones que estamos viendo, información que obtenemos a través de expertos en el área, del sistema de Naciones Unidas, parece que el escenario más probable es que va a haber mucha dificultad para el segundo componente. No es el único escenario, pero es el más probable.

Ves informaciones de prensa que dicen que el Instituto Gamaleya instaló una planta en Argentina para hacer el segundo componente este agosto. Hacer vacunas no es hacer churros. Hacer un segundo componente de esa vacuna, con ese vector viral, tiene una complicación que tiene a los rusos complicados y no parece lógico que con una planta que van a empezar a construir ahorita vaya a tener vacunas en dos semanas. Eso no luce sensato. Van a poner una planta, pero eso probablemente va a tomar unos cuatro o cinco meses para producir las primeras vacunas.

Vamos con el tema de las opciones que tenemos en Venezuela. No son muchas. Tenemos primero que la persona se quede con la primera dosis y se espere a ver qué pasa. Opción 2: ponerse otra vacuna, que la única opción posible es la de Sinopharm porque no hay otra en Venezuela. Eso es lo real.

Dentro de la opción 2 tienes el escenario A: que te pongas una sola dosis de la vacuna Sinopharm. Opción 2B, que te pongas dos dosis de Sinopharm. Es decir, suponer que no tienes inmunidad suficiente con una sola de Sputnik y ponerse el esquema completo. Entre esas opciones, yo me voy por la de ponerte otras dos dosis y voy a explicar por qué:

En el caso venezolano, la gran mayoría que tiene un solo componente de Sputnik pertenece a dos grupos vulnerables: personal de salud y personas mayores de 60 años. Porque alguna normativa que dio el Ministerio de Salud decía que la vacuna Sinopharm era para menores de 65 años y la Sputnik para los mayores. Ahora no es así, porque no hay casi Sputnik. Esos dos grupos de alto riesgo tienen que tener absolutamente garantizado que van a estar protegidos. La única forma de garantizarlo es que tengan un esquema completo de vacuna.

Ahí no hay ningún concepto inmunológico atravesado. Es lo más conservador para hacer en esas personas. ¿Hay experiencia con respecto a eso? No hay experiencia en covid, pero sí hay experiencia con otras vacunas. Dos ejemplos reales: el estándar de la vacuna de hepatitis B es que recibas una dosis el día 1, otra al mes y luego otra a los seis meses. Si la persona no recibe el esquema completo, la recomendación es que esa persona reinicie el esquema de vacunación. Hay otras vacunas con otros virus, como la de rotavirus, que lo que hace es complementar. Si recibiste una vacuna de rotavirus y la mamá no recuerda cuál se puso, el esquema habitual es completarlo con alguna otra vacuna de rotavirus. Se maneja diferente a la hepatitis B.

¿Qué nos dice eso? Aun cuando lidiemos con virus, cada virus tiene una situación diferente en relación a las vacunas. No tenemos forma de establecer una regla general. Entonces, como no hay una regla general, para mí lo más sensato y lo más conservador desde el punto de vista de protección de esos grupos vulnerables es que se pongan dos dosis de Sinopharm. Si de aquí a seis meses o un año hay experiencia de que una vacuna Sputnik y una Sinopharm es igual de protectora que dos dosis Sputnik, ya en ese momento cambiaremos la recomendación con base  en la evidencia. Pero en este momento, mi opinión es que debe recibir dos dosis de Sinopharm en el intervalo adecuado y considerarse vacunado una vez que eso pase.

¿Puede cambiar? La ciencia cambia. Si hay datos suficientes con Sputnik y Sinopharm, o con Sputnik y Johnson & Johnson, o con Sputnik y Pfizer, ya cambiaremos nuestra forma de pensar cuando haya evidencia de eso.

Fotografía de Andrés Kerese | RMTF

La opinión de Julio Castro justamente ha sido una de las más escuchadas en el país durante la pandemia. Aparte de tu papel como médico, integrante de la mesa de vacunación, has tenido un rol de comunicador importante. Haces lives en Instagram, Twitter parece un consultorio. ¿Qué crees que ha sido lo más difícil de este rol de comunicar durante este año y medio?

Una de las cosas más difíciles es discutir en un ámbito que no está hecho para discutir información científica. Viene una gente todavía con el tema de la ivermectina y para yo explicar en Twitter e Instagram que hay 25 trabajos que dicen que la ivermectina no sirve y tres que dicen que sí sirve, cuando haces un análisis de eso, la conclusión es que no sirve y eso tiene implicaciones metodológicas. Explicar el proceso es muy difícil en redes sociales.

La gente cree que uno no discute porque, no sé, porque sabe más. Simplemente ese medio no está hecho para una discusión así. Muy diferente es que yo debata con un colega en un congreso, en una jornada médica, en un Zoom donde hay argumentos a favor, argumentos en contra en función de la evidencia disponible.

Cuesta mucho que vuelvan las mismas preguntas todo el tiempo. La propia dinámica instantánea de las redes sociales implica que no están hechas para que la gente vea en tu timeline de Twitter lo que dijiste hace mes y medio. Entonces volver a repetir, repetir, repetir todo el tiempo se hace difícil. 

Me pasa una cosa muy curiosa: en Instagram, cuando hago los lives, veo que la gente hace preguntas sobre el post que el propio live responde. Entonces me pregunto si es que no vieron el live. Lo ven, pero no llegan hasta el final. Hay gente que dice que es muy largo, que son 50 minutos hablando. Pero la ciencia, lamentablemente, no puede ser como comida para llevar. Tiene metodología, tiene estructura de conocimiento, tiene historia.

También me cuesta mucho, y tengo que reconocerlo, el manejo de los bots, y cuando la gente insulta. Uno tiene el mecanismo intuitivo de salir a responder cada cosa que te dicen, pero con el tiempo ves que no puedes hacerlo. Tienes que mantener una línea discursiva, informativa, con la idea de educar y compartir los conocimientos que uno tiene con las demás personas. Hay, como todo, cosas buenas y cosas malas.

¿Cuáles son esos vacíos de información que notas en tus seguidores que te preocupan más?

A veces lo que más me preocupa es el fanatismo. Me cuesta entender por qué alguna gente se apega a unas cosas sin tener mucha lógica. El mismo tema de la ivermectina: ¿por qué insisten en tener tanta abogacía por una cosa que no conocen? Me cuesta entender eso. Además son reiterativos. Los mismos insisten sobre el mismo tema.

Los fanatismos en general no son buenos. En las redes sociales me cuesta entender y nunca se acaba. A veces piensas que se acabó la cosa, y vuelve otra vez el tema de la ivermectina, los fake news.

El caso de la ivermectina ha sido muy particular, por esa insistencia en redes. Una de las cosas más difíciles de entender para la gente es que el tratamiento de covid es principalmente para síntomas. Quizás la desesperación por no tener una cura directa de la enfermedad empuja a las personas a buscar medicamentos no recomendados por cualquiera que promete que sí sirven. ¿Cuál es el riesgo de la automedicación en estos casos?

Hay dos grandes riesgos. El primero es que esos medicamentos no son inocuos, tienen efectos secundarios diversos. No son tan frecuentes, gracias a Dios, pero pueden tener efectos secundarios. Por ejemplo, el uso de antibióticos puede generar cuadros alérgicos que comprometan la vida. Es extremadamente raro. Pero si hay 22 millones de personas tomando un antibiótico, aunque sea raro, puede aparecer.

El segundo riesgo es un poco más difícil de transmitir. El hecho de que la persona con síntomas sienta seguridad por usar un medicamento que sabemos que no funciona, retrasa la verdadera atención médica que esa persona necesita. No es infrecuente que veamos pacientes que llegan complicados y terminan falleciendo, o terminan teniendo enfermedad muy larga y severa. Es reiterativo ver que venían usando medicamentos que nosotros sabemos que no sirven, los usaron durante mucho tiempo y retrasaron acudir. ¿Qué pasa? Perdemos la ventana de oportunidad que sí tenemos con algunos medicamentos, que no son muchos, de incidir sobre la historia de la enfermedad.

Una de las advertencias de este período de la pandemia es la preocupación por la salud mental. Ustedes, el personal de salud, han llevado un peso muy grande. Tú padeciste la enfermedad, además de tratarla desde el día uno en Venezuela, tienes amigos que la han tenido, has visto la clínica donde ejerces llena de pacientes. ¿Qué ha sido lo más difícil de este proceso como médico y como persona?

Lo más difícil para mí es no tener la capacidad de atender a toda la gente que mi obligación ética me demanda. Tener que decirle a un paciente, a un amigo, que tiene que irse a otra parte porque no tenemos capacidad –esto sabiendo que esa capacidad tampoco existe en otra parte– es lo peor que a uno le puede pasar.

Es peor a que se te muera un paciente. Porque un paciente que sabes que está mal, que luchas con él, o que se muere intempestivamente teniendo una enfermedad severa, es un evento que desde el día uno se sabe que puede pasar. La muerte es parte de la vida y es parte de la enfermedad. A la gente le sonará un poco duro, pero los médicos no es que nos acostumbramos, sino que aprendemos a vivir con eso. Para mí, lo más duro es decirle a una persona que no tengo dónde ponerla.

Lo segundo es esa dureza de la enfermedad. Es una enfermedad solitaria. Tú estás solo como médico. El paciente está solo. El familiar está solo. Todo el mundo está solo porque estamos todos aislados. Esa sensación espanta porque, si hay algo que necesitas cuando estás enfermo, es el apoyo de la gente que te quiere. Lamentablemente, por el aislamiento eso no puede pasar. Eso, sumado muchas veces, todos los días, es algo que todavía me cuesta muchísimo asimilar. Ese impacto, como médico y también como paciente, no es a costo cero. Hay un rédito negativo en nuestra psique.

Todo esto dejará cicatrices en nosotros. Voy a poner un ejemplo para que la gente lo entienda un poco y tiene que ver conmigo. El virus ha producido en mí, hablo de Julio Castro como paciente, un trastorno en su capacidad cognitiva que yo noto todos los días. Mi capacidad de hablar no es igual que antes de la enfermedad.

Diré cosas mías porque como son mías las puedo decir. Yo tengo buena memoria. Después del covid, estoy en una rueda de prensa, en una reunión en Zoom o estoy dando clase, y tengo que anotar las preguntas que me hacen. Si me hacen más de dos preguntas, cuando voy a responder no recuerdo la tercera que me hicieron. Ahora sistemáticamente cada vez que me hacen preguntas, las anoto para que no se me olviden. Eso antes no me pasaba. Esa es una cicatriz en alguna parte de mi cognición, de mi cerebro, que espero se recupere 100%, pero no estoy muy seguro de que eso pase.

Así como te digo que tengo esa cicatriz, es probable que tenga otras de las cuales no soy consciente. Viendo todos los días pacientes con covid, cada vez voy aprendiendo más y les voy preguntando sobre cosas que ellos tienen aún, después que han pasado meses, que todavía quedan como cicatrices. Repito: no son solamente cicatrices evidenciables o del mundo biológico. Pueden estar en el mundo de nuestros sentimientos y pueden aflorar en algún momento.

Yo quisiera ver más información, más investigación o más ayuda en esa área de salud mental. Esto va a ser un tema. Esta enfermedad ha afectado a millones de personas en el mundo al mismo tiempo. Son incertidumbres de la evolución de la enfermedad que tenemos todos los días.

Este año ha sido muy difícil, pero siempre dices que de estos procesos se puede sacar algo bueno. ¿Cuál aprendizaje crees que este proceso nos puede dejar como venezolanos?

No necesariamente como venezolanos, pero creo que hay dos grandes lecciones. La primera de ellas es que como seres humanos organizados deberíamos ser capaces de entender estos procesos y solucionarlos. ¿Qué implica eso en este momento? Bueno, que la gente entienda que tiene que vacunarse. Que el camino entre la situación actual y una realidad normal pasa por usar las vacunas. No es el único camino, pero es uno de ellos.

Quizás como una metalectura, hay que entender que lo que está pasando con el virus no obedece a un hecho fortuito. Creo que esta es una expresión de la interacción que tiene el ser humano con su medio ambiente que ha venido cambiando a través del tiempo con un claro deterioro. Siendo covid una zoonosis, y si ves cuántas zoonosis han aparecido en el siglo XX y XXI, pareciera que el ciclo de la zoonosis con impacto importante está acelerándose. Eso obedece, en mi opinión y es un análisis muy simplista quizás, a que el ser humano se está desarrollando con su entorno biológico de una manera en la que cada vez más le afectan fenómenos que antes no le afectaban. Eso implica invasión de las cuencas de los ríos, calentamiento global, deforestación, tráfico de animales.

Si no entendemos esto, probablemente vamos a estar en otra pandemia en algún momento, no sé cuándo. Sí creo que es un mensaje que tenemos que aprender todos y no suponer que esto fue como un meteorito caído de otra galaxia. No creo que sea fortuito.


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