Entrevista

Juan Toro: “Estamos registrando nuestros propios dolores”

Juan Toro retratado por Natacha Trebucq | RMTF

19/01/2020

Habla el autor, pero también hablan las imágenes. Es el lenguaje fotográfico que, en el registro visual de Juan Toro, es tanto como una recolección —¿quizás una recopilación?— de lo que nos sucede como país. No hay nada casual, el formato, la ampliación del tamaño de los objetos, la textura y las tonalidades conforman un artefacto artístico destinado a incitar, a provocar —en el sentido lato de la palabra— las reflexiones que nos interpelan. Lo que hemos hecho ¿lo estamos haciendo bien? ¿O no ha sido suficiente? 

Y posterior a la vorágine de la violencia, el registro fotográfico de los cartuchos de una munición de perdigones, el casquillo de una bala; una metra o una piedra no buscan despertar la ira, sino el accionar reflexivo desde la perspectiva de un espectador. Lo dijo Víctor Fuenmayor en Maracaibo: Esto me hace comprender un poco más la violencia, porque tengo la capacidad de organizar esa violencia. 

Esto es lo que se ha propuesto Juan Toro, comunicador social y fotógrafo, primero con una exposición —“Fragmentos”— y luego con un libro, Expediente, de un año que tanto un lado como el otro del conflicto quieren olvidar. Pero ahí está el registro fotográfico, fiel testigo de la memoria. 

Si algo ha resultado prolífico es la destrucción de estos 20 años. Así que la enfermedad que nos corroe se ha diseminado como un cáncer en el tejido social. El registro de una fábrica que se fue a pique, plasmado en las imágenes del libro Usier, nos incitan a reflexionar acerca del daño antropológico que nos convierte en sobrevivientes dentro de un territorio en el cual está ausente la república. De eso también nos habla Juan Toro.   

¿Cuándo descubrió que su relación con la imagen iba por el campo de la fotografía? 

No fue amor a primera vista ni una decisión consciente. Esto tiene, si se quiere, un antecedente familiar: uno de mis primos, Hernán Toro, es director de fotografía en cine, viéndolo trabajar surgió una inquietud. Si puedes dominar un fotograma, ¿puedes dominar una película? Me propuse ir, tratar de entender, de lo pequeño a lo grande. Y resulta que ese fotograma es tan grande que no pude salir de ahí. Más adelante, en mis estudios de comunicación social, me encontré con elementos muy básicos de la fotografía, no había profundidad, así que tenías que salir a la calle a buscarla. Hice un curso con un fotógrafo de la época, Ricardo Ferreira, y luego decidí buscar una pasantía en el diario El Universal. Pero para entrar al departamento de fotografía, y así lo decían ellos, tenías que esperar que un fotógrafo de planta se muriera. En ese mundo te das cuenta de que tú no sabes nada. Mi relación con la imagen ha sido que ella va un paso adelante; y yo, siempre, tratando de alcanzarla. Han transcurrido casi 30 años, que se podrían resumir en un proceso inacabado de formación. 

Si la fotografía es arte, necesariamente, conlleva un proceso creativo que, a su vez, lo lleva a uno a explorar su mundo interior. ¿Cuándo se vio, digamos, en el vacío? ¿Cuándo decidió llenarlo con la imagen? 

Yo no tenía la habilidad para escribir o para componer música, que era otra cosa que a mí me gustaba. Pero la imagen, en esa búsqueda de dominar el fotograma, terminó por generar una forma de expresión. Así fue como llegué al hecho fotográfico. ¿Cuándo lo decidí? Posiblemente, en la cobertura que hice del primer cacerolazo que le hicieron al expresidente Carlos Andrés Pérez. De noche, en una calle que se llama Nueva Caracas, en medio del fuego cruzado entre militares y protestantes. En esa imagen empezó todo. Y también mi relación con lo social. 

El lugar común reza que “una imagen dice más que mil palabras”. No sé si esa frase entusiasme a Rafael Cadenas, por ejemplo. ¿Usted qué cree? 

Eso posiblemente lo dicen porque una imagen puede tener mil millones de interpretaciones. ¿Pero tú sabes lo que es difícil? Escribir con imágenes. No puedo hablar por los demás. Pero en el mundo de la fotografía suele llegar un momento en que sales a la calle a buscar la foto de tu vida, a buscar el instante decisivo del que hablaba Cartier Bresson, pero en mí fue otra cosa, la foto de mi vida se construye en el tiempo, se construye de muchas pequeñas imágenes que van a terminar generando un discurso. Hay fotógrafos como Robert Frank, Taryn Simon o artistas como Teresa Margolles a los que no puedes definir por una imagen, sino por una forma de pensar, por una forma de ordenar sus discursos, por una trayectoria. 

Juan Toro retratado por Natacha Trebucq | RMTF

De alguna manera el arte refleja la realidad del país, es algo ineludible. ¿Cómo ha vivido ese proceso? ¿Qué interrogantes se ha hecho alrededor de ese proceso?

Yo necesitaba salirme de la esfera comercial de mi trabajo para adentrarme en lo que realmente me interesaba: hacer registros del país. De hecho, me he convertido en una especie de recolector de esos registros, planteándomelos y definiéndolos según el problema que esté trabajando. Son tantas cosas que vas creando archivos, en los que vas metiendo imágenes que luego organizas para entender, o tratar de entender, la problemática que estamos viviendo. De ahí surgió mi primer libro: Expedientes

¿Cómo hace la depuración de esas imágenes? ¿Qué atributos tienen que tener esas imágenes para que se conviertan en piezas de ese libro?

Me vinculé al tema de la violencia a través del periodismo y el 25 de diciembre de 2008 hice mi primera imagen: la escena de un crimen. Iba fotografiando todo lo que me interesaba de ese tema para generar un discurso. ¿Qué ocurrió cuando se expusieron esas imágenes? Que a muchos espectadores les resultaron muy fuertes, incluso una persona se desmayó en sala. La gente se iba corriendo. Esa fue una gran interrogante, un momento importante, para mí. Ese mismo año comienzo a convertirme en ese recolector, por decirlo de algún modo, de la problemática del país, que tiene, en mi opinión dos cosas. Una, es muy grande, muy extendido. Dos, abarca muchos —si no todos— aspectos de la vida nacional.

En 2017, asistí a los espacios del taller de fotografía de Roberto Mata, en los cuales usted expuso parte de su trabajo. ¿Qué motivó esa experiencia?

En el caso de “Fragmentos” (título de la exposición) mi objetivo era hacer un retrato del conflicto, pero no desde la perspectiva de los actores involucrados, sino desde el silencio que dejan los objetos —el casquillo de la munición de perdigones, el cascarón de una bomba lacrimógena, una metra, un miguelito— que usaron, tanto un lado como el otro, en las calles. Mi interés no era tanto cómo funciona una imagen por sus características específicas, por sus cualidades estéticas, digamos, sino más bien ir construyendo ese discurso, utilizando esas imágenes como pequeñas piezas.    

Durante el recorrido me invadió una sensación de rechazo, tuve que  hacer una pausa. Pero esa emoción, paradójicamente, fue la que me impulsó a terminar de mirar la exposición. Hay un trasfondo detrás de esas imágenes. 

Parafraseando a George Didi-Huberman, diría como el título de su ensayo “Cuando las imágenes toman posición”. Los venezolanos estamos viviendo dentro del conflicto todo el tiempo, vivimos inmersos en él. Y no podríamos decir, como Susan Sontag, “estamos frente al dolor de los demás”, sino algo que nos incumbe directamente. Nosotros estamos registrando nuestros propios dolores. Yo no soy el fotógrafo que por razones de trabajo se ha ido del país… yo soy el fotógrafo que convive con todo eso. Y creo que ante la reacción de la gente de salir corriendo de la sala, uno debe dar un paso atrás. Pero no para alejarse del problema, sino para acercarnos a él de una manera distinta. 

¿A qué se refiere?

Al hacer un corte transversal de estos 12 años de trabajo vas a encontrar todo tipo de imágenes. Y cada momento, creo yo, te va a generar una emoción distinta. Mi intención es atraparte en ese espacio. En “Fragmentos”, por ejemplo, yo estoy descontextualizando el hecho. Si fotografío el objeto en la calle, digamos, en el lugar donde ocurrieron los hechos, seguramente se va a contaminar de una serie de cosas y no es eso lo que quiero. ¿Qué me propongo? Descontextualizar, porque en el laboratorio yo amplío el tamaño del objeto, que ciertamente ya no te puede causar daño, pero sí te puede hablar de lo que pasó y ahí te puede generar esa confrontación de la que estamos hablando.

Juan Toro retratado por Natacha Trebucq | RMTF

El cascarón de una bomba lacrimógena, los cartuchos de una munición de perdigones, versus piedras y bombas molotov, en estricto sentido no pueden compararse, ni por su eficacia ni por el daño que pueden causar. Entonces, ¿son imágenes que toman posición? 

Pero esa es una reflexión que haces tú, lo interesante es que la haces desde el punto de vista del espectador. Lo que estoy haciendo es abrirte las puertas para que, justamente, indagues, reflexiones. No tengo que decírtela, porque creas un vínculo duradero con el hecho fotográfico, que desde tu postura te va a hablar de lo que allí pasó. 

También te puede decir quiénes son las víctimas y quiénes son los victimarios.

Sí y no. Porque, finalmente, te das cuenta de que las víctimas, como país, somos todos. Yo no estoy generando bandos. Un miguelito, como imagen, por ejemplo, es mucho más violento que un perdigón, porque no estoy determinando qué causa más daño. Finalmente, cuando ves ese hecho frente a ti, entre comillas, organizado, se plantea lo que dijo Víctor Fuenmayor cuando “Fragmentos” se expuso en Maracaibo: “Esto me hace comprender un poco más la violencia, porque tengo la capacidad de organizar esa violencia”. 

La ira suele desembocar en violencia y al liberarse esa emoción los seres humanos nos podemos sentir bien.

Claro, pero cuando expones estas imágenes en una sala de arte o en las páginas de un libro, ya esos hechos no están en caliente. Ahí es cuando entras a mirarlos desde una postura más reflexiva. La ira no te permite reflexionar. Todos estamos cargados, de una u otra manera, de un sentimiento, de una emoción, frente a la problemática que estamos viviendo. 

¿Pero adónde te llevan esas imágenes? A las protestas de 2017, a las agresiones que pudiste ver con tus propios ojos. Esa pared, esas páginas ponen ante ti una película de lo que ocurrió en ese momento. Y las emociones que gatillan no son nada agradables.

Pero también te hace reflexionar sobre la necesidad de un cambio. ¿Estamos haciendo bien lo que hacemos?  O quizás, ¿no hemos hecho lo suficiente? También podrían generarse otras ideas, coincidentes o contradictorias. Lo importante es que estás viviendo esas cosas en un lugar diferente donde sucedieron y por tanto puedes pensar. 

¿Por qué eligió una fábrica para documentar la destrucción del tejido social en Venezuela?

Yo crecí oyendo cuentos de esa fábrica. Cuando me enteré de que iba a cerrar porque estaba enfrentando una coyuntura muy difícil y que la única opción era declararse en quiebra, pregunté si podía registrar ese cierre, porque entendía, desde mi punto de vista, lo que allí pasó. La persona que fundó esa fábrica, Bernardino López Álvarez, arribó a este país en barco a los 17 años. Pero cuando entré a la fábrica entendí que allí no sólo había una línea de producción, sino un capital humano que se pierde. Ahí entendí que también es un lugar donde perdemos todos. De eso nos habla la escritora Ana Teresa Torres en el prólogo de Usier. Por cierto, el título del libro es el fragmento de una palabra escindida, esto es, parte de un letrero que ponía la marca de camisas que se producían en esa fábrica: Lecorbusier. Ese hecho nos conectaba con otra de las problemáticas del país. No es que unos están perdiendo más que otros; estamos perdiendo todos finalmente. 

El cierre de una fábrica no tiene nada de extraordinario, de hecho, ocurre a diario en todo el mundo. 

Lo decía Gerardo Zavarce (curador de artes visuales) el concepto de trabajo atraviesa por un cambio radical. Actualmente, por ejemplo, en muchos países proliferan los Airbnb; en lugar de llegar a un hotel, tú alquilas un apartamento y eso, de alguna manera, genera una forma muy distinta de ver el trabajo hotelero. Pero en Venezuela esa problemática del trabajo está aupada por el conflicto político, que finalmente está generando un mapa distinto del país. Entonces, echar el cuento de esta fábrica significaba, igualmente, echar el cuento de lo que estamos viviendo en el país.  

Cuando se pierde el trabajo, se pierden muchas cosas: la dignidad de la persona, la noción de seguridad y, en mucho, la vida cotidiana. Se pierde, además, como lo advierte Ana Teresa Torres en el prólogo, el tejido social. ¿Cuál sería su reflexión?

Son los vacíos que van quedando, que no se vuelven a conectar. Yo estuve en la fábrica el día del cierre y una de las cosas que más me impresionó fue el mensaje que quedó escrito en la pizarra que usaban  las tejedoras para comunicarse (Juan Toro pasa las páginas del libro Usier hasta que da con la fotografía en cuestión): Costureras/ Destrozadas/Fin. En esas tres palabras siento que queda expuesto lo que para ellas significó este cierre.  


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