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Incluso en las condiciones electorales más adversas impuestas por la institucionalidad chavista, la oposición (o las oposiciones) pudo haber desafiado la coalición gobernante, cada vez más hegemónica y por tanto menos democrática. ¿Qué faltó en las elecciones parlamentarias (2020) y en las elecciones regionales (2021)? Un mecanismo de coordinación eficaz. A esa conclusión llegaron los autores del estudio “La oscilante (in)capacidad de la oposición venezolana en la disputa por el poder subnacional (2008-2022)”.
Lo que hemos visto es una sucesión de fracasos, una continuidad del fracaso. Y no parece haber en el contexto político actual capacidad para revertir la situación. El cambio político surge ante nosotros más lejano que el mismísimo horizonte. “Lo que veo es un gran desierto de aquí al 2030”, dice Juan Manuel Trak*, uno de los autores. Quizás podamos ver nuevos liderazgos, nuevas formas de representación política, una vez que concluya el ciclo de la Mesa de la Unidad Democrática.
Han diseñado ustedes un Índice para medir la potencialidad electoral de la oposición (o de las oposiciones en Venezuela). Sin embargo, todos sabemos que en política dos más dos no son cuatro. ¿Por qué hacer una aproximación casi logarítmica, infinitesimal? ¿Usted cree que esa herramienta puede servir para visualizar mejor las cosas?
Nuestro objetivo no era otro sino identificar las tendencias y patrones del voto de las distintas fuerzas opositoras con respecto al voto del oficialismo, tomado a este último como una constante, bajo el entendido de que es la fuerza política con mayor coordinación. Lo que queríamos mostrar es que la coordinación tiene un potencial para vencer electoralmente al oficialismo, en unas condiciones muy adversas. Pero la ausencia, precisamente, de un mecanismo de coordinación eficaz reduce las posibilidades de haber alcanzado un mayor número de gobernaciones, por ejemplo. Lo que impide, además, que ese potencial electoral se traduzca en una fuerza política alternativa.
No veo ninguna iniciativa, ninguna acción, que pueda cambiar el declive electoral de la oposición que, paradójicamente, comienza en 2015, cuando alcanzó su pico más alto.
Creo que hay varias etapas en la oposición, desde que se ganó la elección parlamentaria en 2015. Comenzaría por señalar las medidas del Tribunal Supremo de Justicia para desconocer el poder institucional obtenido en esas elecciones. ¿Pero cuál fue la respuesta? No vimos una estrategia común, unos buscaban el referéndum revocatorio (abortado por tribunales penales a finales de 2016), otros buscaban un juicio político, otros buscaban la declaratoria del abandono del cargo… Es decir, la oposición no sabe administrar la victoria de ese año y sus distintos factores compiten entre ellos para ver quién es el más radical y quién tiene el mecanismo más expedito para sacar a Maduro del poder. Empiezan a generar iniciativas absolutamente descoordinadas e incoherentes entre sí. Finalmente, se impone el referéndum revocatorio, pero no como resultado de un consenso, sino porque era el mecanismo que ofrecía la mayor posibilidad de movilización. Diría que hubo dos hitos. Uno fue la recolección de firmas, que se desdibujó, en medio de las iniciativas incoherentes. El segundo hito llega con las protestas de 2017 y la respuesta represiva del gobierno. ¿Cómo canalizar ese estado de ánimo? Creo que algunos grupos de la oposición se radicalizan y en esa medida abandona el trabajo de la organización político electoral, para tratar de capitalizar otro tipo de movilización, más hacia el terreno de la confrontación.
La confrontación que vimos en las calles entre unas fuerzas policiales y militares armada hasta los dientes versus unos jóvenes armados con escudos de cartón. Se eligió una estrategia condenada al fracaso, incluso antes de su formulación. Lo increíble es que no hubo una sola voz que haya dicho: todo «Esto es totalmente descabellado. ¿A qué podemos atribuir este episodio psicótico de la oposición venezolana?».
Creo que hubo una creencia, entre los grupos más radicales que estaban liderando a la oposición, de que una salida de fuerza era posible. Olvidaron lo ocurrido en 2014, cuando el gobierno de Maduro demostró su disposición a reprimir a la población. Pero lo volvimos a ver una vez más en 2017, con una represión mucho más brutal. Confundir allí la posibilidad de un estallido social, producto de la profunda crisis que enfrentaba el país en ese momento, con la posibilidad de desplazar al gobierno de una forma violenta, ha generado un círculo vicioso que refuerza la estrategia que has calificado de psicótica. Los jóvenes eran enviados como carne de cañón y, mientras ocurrían esos episodios, echabas más gasolina a la rabia colectiva, justificada, precisamente, por el asesinato de los jóvenes. Llevaste el conflicto justo al terreno donde tu adversario tenía mayor control, por recursos y por disposición a usar la violencia y la fuerza letal, allí donde tiene más conocimiento, justamente, en la represión policial y militar.
Tenemos dos ejemplos recientes. El estallido social en Cuba, que no forzó el cambio, y el de Sri Lanka que sí lo forzó. Entonces, el resultado de estas estrategias siempre es una moneda al aire.
Habría que ver cuáles eran las condiciones del contexto político e institucional –la coalición interna, el papel de los militares que no reprimieron a la población– que llevó al resultado en Sri Lanka y que en Cuba no lo hubo. En Cuba tienes a un régimen totalitario, en el cual los militares están casados completamente con el mantenimiento del sistema, con el mantenimiento de esa élite porque son parte de ella. Y no hay una apertura posible, bien sea por una negociación o por un estallido social. Son contextos muy diferentes. Y esos contextos, que a veces nos pasamos por alto, hacen la diferencia o por lo menos aumentan la posibilidad de que tenga éxito o no una rebelión. Eso es lo primero. Lo segundo es el resultado. Es decir, ¿esa rebelión termina siendo la sustitución de un grupo autoritario por otro grupo autoritario o efectivamente se traduce en un proceso de apertura democrática, en el cual se va institucionalizando el conflicto político? En el caso de Sri Lanka eso está por verse.
Volvamos al caso venezolano. Después de 2015, tenemos varias oposiciones en el país. Una maximalista que terminó en la autoproclamación del señor Guaidó como presidente encargado de un gobierno interino y que por propia definición desconoce al gobierno de Maduro. Y otros sectores (minimalistas) que se plantearon ejercer una oposición “leal” al régimen chavista. Ya no necesitamos una radiografía para ver lo que ocurre, la fractura quedó expuesta. ¿Esto es obra de la propia oposición o una victoria del gobierno?
Yo creo que es una combinación de ambas cosas. En algún momento llegué a identificar a tres grupos opositores. Uno, los maximalistas que habían roto con la Mesa de la Unidad antes del 2015 (Vente Venezuela, Alianza Bravo Pueblo); luego el minimalismo, la oposición representada por Henri Falcón, cuyo mantra, digamos, era “no digamos nada malo, participemos sin quejarnos” y la propia Mesa de la Unidad que oscilaba entre ambos polos. ¿Participaba? A veces sí, a veces se quejaba. En 2018, termina ganando el sector que impulsa hacia el maximalismo y esa fractura queda expuesta allí. Pero el gobierno –ya sabes, los rusos también juegan– va a potenciar esas contradicciones. Convoca a los grupos que participaron a unas falsas mesas de diálogo, con el señuelo de probables victorias electorales, que no son tales. Esa oposición es la que va a dar pie para que el TSJ designe a los rectores del CNE y luego valida un sistema electoral totalmente absurdo, en el cual meten a 100 diputados adicionales que nada tienen que ver con lo que establece la Constitución o con lo que dice la ley de procesos electorales. Participan y terminan peor de lo que estaban y allí es donde ese minimalismo comete su gran pecado, se junta con los partidos cooptados por el TSJ y pierden toda credibilidad. Ya no es una fractura. Es que te amputaron la mitad del brazo.
No podemos hablar de una oposición leal. En realidad, son aliados del gobierno.
2021 demuestra en mucho las contradicciones de una oposición errática frente a la posibilidad de participar o no en los procesos electorales. Entonces, creo que hay que diferenciar entre la dirigencia de los partidos políticos, que llevaron a cabo estas acciones que evidencia su cooptación por parte del gobierno, de los sectores y grupos regionales que vieron una ventana para conseguir, mediante la participación electoral, objetivos políticos muy concretos, muy específicos dentro de cada región. Quizás Fuerza Vecinal es un buen ejemplo. Va a ser un partido, llamémoslo así, electoralista local, con diferentes matices a los partidos que sí fueron a la elección parlamentaria de 2020. Una de las grandes derrotas de la plataforma unitaria es no haber podido retener a estos grupos que quieren seguir dando la lucha, siendo lo electoral lo menos costoso. Y aun así hay persecución, sino hay que preguntarle al Partido Comunista de Venezuela. Esa ruptura de la oposición ha traído el surgimiento de estas nuevas expresiones políticas que, al final del día, son también hijas de PJ o de VP.
Si tomas la foto en familia de Fuerza Vecinal, vas a ver a varios de sus integrantes que no son precisamente opositores. Unos han hecho negocios y otros arreglos políticos con el chavismo.
No te contradigo. Y más que negocios, son estos financistas de estos grupos opositores que, efectivamente, tienen negocios con el chavismo. Tienen intereses allí. Pero lo que quiero enfatizar es que ante el vacío que deja la plataforma unitaria al no participar en los procesos electorales desde 2017, van a surgir estos grupos, en los que hay personajes vinculados a la corrupción del gobierno. En todo caso, van a estar allí y tienen visibilidad porque el espacio quedó vacío. Ese es el punto al que quiero llegar. Se creó un estatus quo con la no participación. Y pareciera que todo el mundo se está beneficiando.
Para mucha gente esto que estamos viviendo es una dictadura. Pero ustedes hablan de “un régimen autoritario”. Quizás una expresión de Emilio Lovera pueda clarificar las cosas. Diría entonces, “se parece igualito a una dictadura”.
El termino dictadura ha sido tan manoseado que ha perdido su significado más preciso. Hablamos de una coalición autoritaria, que es el término (académico) que se está utilizando. Y de cómo esa coalición ha construido un sistema que está oscilando entre un autoritarismo hegemónico, bajo el cual no hay posibilidad de alcanzar ningún espacio de poder a través de algún tipo de elecciones y un autoritarismo competitivo, que se parecería más al régimen de Chávez. En cualquier caso, desde que Maduro está en el poder, sobre todo desde 2016-2017, esto es un sistema autoritario hegemónico, en el cual las elecciones han dejado de ser el mecanismo por excelencia para alcanzar el poder, pero no por eso dejan de ser útiles como un espacio para organizar y movilizar y difundir el mensaje político en la gente y retar al sistema en el terreno electoral. Puedes hacer lo que se hizo en Barinas para no caer en la trampa. Es decir, obligar al gobierno a respetar sus propias reglas de juego, incluso cuando se ha valido del Tribunal Supremo de Justicia para tratar de cambiar un resultado que no le era favorable. Yo creo que el 2024 abre la posibilidad de crear una estructura política que sea capaz de removilizar a la sociedad. Pero esta vez de manera inteligente, no como carne de cañón.
¿Por qué vamos a desconfiar de la incompetencia de la oposición, si eso es lo que ha demostrado una y otra vez?
El proceso de primarias pareciera una copia de lo que se hizo en dos ocasiones anteriores, ¿no? Una consulta entre amigos. Carecemos de un liderazgo político a la altura de las circunstancias que estamos viviendo. Personalmente –no estoy hablando como académico–, creo que lo que viene es un gran desierto hasta 2030, por lo menos. Vendrá una nueva oposición política cuando terminé el ciclo de lo que fue la Mesa de la Unidad Democrática. ¿Qué liderazgo va a surgir de allí? ¿Cuáles son las nuevas formas de representación política? ¿Esta revisión a lo interno de los partidos políticos va a generar nuevos liderazgos? Coincido contigo, la incompetencia mostrada por la oposición no permite tener un panorama optimista.
Eso de Maduro vete ya, en este momento político, es un chiste. Es un mero sarcasmo. No creo que en 2024 se produzca el cambio.
Desde el punto de vista político, lo que estamos viendo es una oposición que está cometiendo los mismos errores de siempre, con los mismos voceros de siempre, con las mismas estrategias de siempre, pareciera que no tuvieran un plan. De hecho, las primarias son lo más parecido a una competencia de purismos. Lejos de unir, lo que van a hacer es dividir, tal como están planteadas al momento. No tanto en las reglas, sino en el significado de la palabra. ¿Quién es el opositor más puro? Si es así, vamos al fracaso y a una continuidad del fracaso.
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*Investigador independiente, México. Doctor en procesos políticos contemporáneos. Magister en Ciencias Políticas por la Universidad de Salamanca. Consultor en análisis de datos e investigador independiente.
Hugo Prieto
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