Entrevista

Juan Cristóbal Castro: “Parte del problema es que hemos personalizado la política”

Fotografía de Joel Guzmán

08/01/2023

Después del asueto navideño, rescato la lectura del libro de ensayos de Juan Cristóbal Castro*: Tierras de agua (ensayos itinerantes), que mereció el premio que otorga la Universidad de los Andes en alianza con el Centro Venezolano Americano de Mérida. La convocatoria se hizo bajo el siguiente enunciado: La diáspora. Los que se van y los que se quedan. Algo que el autor se ha tomado muy en serio.

En las páginas de ese libro hay una lectura de la complejidad del país y de los grandes desafíos que enfrentamos, si queremos restituir el debate en el espacio público, si queremos recuperar nuestra condición de ciudadanos en un país, cuyas tendencias marcan una nueva realidad, muchas veces incómodas, un país más pobre, hundido en el autoritarismo, y en la incapacidad política para restituir las formas democráticas.

Una de las cosas que conocimos en la dinámica polarizante fue el miedo, en distintas manifestaciones. ¿Qué tanto nos hundió esto en el inmovilismo? ¿En la idea de que esto se consolidó y no hay nada que hacer? Hubo una reacción, pero como complemento a la política del miedo.

Uno de los dispositivos más efectivo de esta modalidad de populismo autoritario, que empezó en Venezuela y luego se fue propagando a otros países, fue un tipo de miedo que juega mucho con mecanismos mediáticos, que se valen de los medios de comunicación, por un lado, y por otro, cierta cultura melodramática de la victimización. Efectivamente, eso genera ciertos miedos a pronunciarte de una manera más reflexiva, crítica, porque no quieres caer en el juego de la polarización, porque puedes llegar a pensar que no es legítima tu voz, porque quizás vienes de un grupo privilegiado y así, los mecanismos del miedo van generando, como dices, cierto inmovilismo. Sabemos que las muchas oposiciones que hay en Venezuela han caído en dos dinámicas. O el inmovilismo o en una suerte de reacción de tabula rasa, de cambio radical. Siempre nos hemos movido en la polarización que engendró el discurso populista de carácter autoritario que nos tocó.

Su apreciación sobre el Caracazo es sin duda novedosa: la irrupción de los excluidos del 27 de febrero “terminó siendo absorbida por la personalización del líder revolucionario, en un trabajo sistemático de cooptación”. El Caracazo aparece, en el discurso del chavismo, como algo seminal de la autodenominada revolución bolivariana. Es el señor Hugo Chávez quien se apodera de esa reacción de la gente. ¿Se trata de un hilo bien construido o solamente de una secuencia de hechos?

Creo que hay las dos cosas a la vez. Por un lado, se demostró que la personalidad de Chávez era absorbente. Quería estar en todas partes, desde el inicio. Y, por otra parte, tenemos una cultura política tremendamente personalizada, si la podemos llamar así. Tenemos la figura de Betancourt, constantemente invocada, o la de Carlos Andrés Pérez, quien fue depuesto y traicionado, tenemos siempre ese cariz melodramático. Todo eso se funda en la tradición al culto a Bolívar que hemos tenido. Sí, tenemos una gran obsesión por personalizar todo. Por eso la discusión y la crítica al chavismo ha sido, igualmente, sectaria y tan personalizada. Basta que esgrimas un argumento para que te tachen de seguidor de Henrique Capriles o María Corina Machado. Es decir, todo se personaliza en el discurso público venezolano. Pero volviendo al tema de Chávez, el 27 de febrero y la figura del pueblo también se personalizan. Se instala la idea de que todas las manifestaciones del pueblo son legítimas y que esas manifestaciones son una parte consustancial al chavismo. El chavismo no representa al pueblo. Es el pueblo. Esto lo advirtió muy bien Fernando Coronil. No hay mediación como la hubo en la democracia representativa. Y eso también nos remite a la característica que anotó Teodoro Petkoff sobre la izquierda venezolana. No era jurásica sino borbónica. En el sentido que esa tradición quiere reivindicar la encarnación del pueblo en la figura del rey. Incluso, cierta noción de lo comunitario está vinculada a esta idea.

Esto forma parte de la reescritura de la historia que nos acerca, tal como lo cita en su ensayo, a una “civilización del olvido”, “a una sociedad en directo sin futuro ni pasado”. Quizás esto tenga un sustrato ideológico o político. ¿Cuál sería ese sustrato de todo esto?

Si lo vemos en términos generales, podemos pensar, antes que nada, como una vertiente la crisis de la política en las sociedades modernas y contemporáneas. El desarrollo de cierta cultura mediática que, cada vez más, busca personalizar la manera de vincularse a los espectadores, que pone en crisis los tiempos de la política y de la institucionalidad, porque nos obliga un poco al vínculo afectivo, o más bien emocional o sentimental de cierta inmediatez, lo que no ayuda a los acuerdos, a las negociaciones políticas, que demandan otros tiempos. Por otro lado, tenemos cierta cultura de la política venezolana, donde hay una crisis muy fuerte de los vínculos con lo popular y de ciertos hábitos de personalización que, como señalé anteriormente, han sido muy recurrentes. En ese sentido, tenemos una tarea pendiente para pensar mejor nuestros vínculos con lo popular, porque están ahí, pero todo lo estamos viendo a través de una tradición o personalizada.

Si apelamos al nexo afectivo o emocional nos ahorramos un camino, ¿No? El camino que significa reflexionar, pensar y construir.

Sí.

Y aquí encaja una frase que me llamó la atención. “Chávez no necesitó de armas, al viejo estilo foquista guerrillero (el castrismo), ni de huelgas o revueltas, tal como lo trabajo Lenin, para desarmar el tejido institucional de la democracia”. Pareciera que el discurso y la palabrería resultó suficiente para construir el autoritarismo que estamos viviendo, ya con visos de totalitarismo innegable. ¿Sólo fue mediante la seducción de la palabra?

Por un lado, estuvo la dimensión retórica del lenguaje, que fue muy efectiva. Pero hay que entender que eso es imposible si no hay una infraestructura detrás. No es lo mismo una persona en la calle, significante, diciendo algunas cosas que un presidente. Por otro lado, hay que tomar en cuenta las condiciones mismas de la situación venezolana. Pero lo que sí es cierto es que una vez que asumes un cargo de poder y tomas el espacio público y el espacio mediático (lo que ocurrió con el chavismo y con el castrismo a partir de 1959), valiéndose del efecto carismático y de las numerosas movilizaciones populares, así como de las cadenas de televisión, en esa misma medida, esa palabra se convierte en algo sumamente peligroso. Miremos el caso de Trump, en una sociedad tan sofisticada como los Estados Unidos, logró generar grandes problemas con esa retórica polarizadora. Eso para no hablar del impacto que tuvo el discurso y el uso de los medios radiales en el genocidio de Ruanda. El odio que se generó entre unos y otros y también de las fantasías paranoides entre unos y otros, lo que terminó generando las condiciones del exterminio. Entonces, la dimensión del discurso es muy importante y sobre todo cuando estás en un espacio de poder.

Fotografía de Joel Guzmán.

La instrumentalización de la pobreza. El pobre como nuevo sujeto de la revolución. ¿Qué diría del uso de la pobreza dentro del discurso del chavismo? La reivindicación de los nadie, por ejemplo. Una práctica que se extendió a toda América Latina.

Yo creo que es un tema que tenemos que discutir con mucha sinceridad. Todavía hay una justificación del chavismo con cierta idea de la pobreza. De hecho, la palabra visibilizar se usa mucho en el chavismo como una expresión asociada a la necesidad de reivindicar al pueblo. Ahí es donde tenemos que dar un debate. Primero que nada, el populismo autoritario de Chávez, a diferencia del peronismo, reivindica al sujeto subalterno, lo que Marx llamaría el lumpenproletariat. No necesariamente es el pobre que aspira a una condición de mejoría, sino más bien es el sujeto que está fuera del sistema. La visión del peronismo buscaba incorporar a “los cabecitas negras”, es decir al sujeto pobre, a la clase media y a la modernización. Entonces, tenemos esta visión del chavismo, la encarnación del sujeto pobre como sujeto nacional. Y eso es lo que me parece problemático. Se nacionaliza a este sujeto en desmedro de otros sujetos y de otras subjetivaciones. Esto, por otro lado, implica una suerte de totalización de lo social, también en desmedro de entender otras formas de lo social. Esto es muy importante si queremos pensar a futuro, porque la sociedad venezolana es mucho más pobre, mucho más desigual que la que teníamos antes de 1998.

Ahí es donde se tranca el serrucho, porque sin una visión actualizada, sin tomar en cuenta los cambios que produce la economía, las tecnologías, en la realidad social, entonces se contraponen dos visiones arcaicas. La pregunta es por qué no se contrapone un discurso más actualizado, más consustancial con los tiempos que estamos viviendo. ¿Cuál sería la incapacidad que explique esto?

Esa es una buena pregunta y yo también me la hago todo el tiempo. Me atrevería a pensar -y esto es una hipótesis- que en principio nos enfocamos todos a trabajar en un mismo horizonte: en salir del régimen, acabar con Chávez y con Maduro y no entender que el mal es toda una infraestructura que permite y justifica esa “cabeza del rey”, hablando metafóricamente. Necesitamos una infraestructura mucho más sofisticada y eso pasa por crear elementos culturales y foros cívicos de mayor envergadura. Yo lamento, por ejemplo, que a los intelectuales, a los creadores, a los escritores y académicos, de afuera y de adentro, se nos haga muy difícil comunicarnos. Echo de menos mucho más diálogo, a pesar de pequeñas iniciativas que se han dado. Pero me llama la atención que, después de más de dos décadas, sean tan pocas. Que no tengamos más editoriales como las que deberíamos tener. Creo que hay mucha gente afuera que podría servir de sustento para crear editoriales. Lo que ha hecho la Universidad Católica Andrés Bello y la Universidad de los Andes es casi milagroso. Pero creo que las élites del país no están conectando con esta necesidad de crear espacios de discusión; tampoco los académicos hemos organizado foros, espacios abiertos, en el que participen colegas de adentro y de afuera. Esa comunicación permanente que uno ve en otros países, no la veo en Venezuela. Faltan condiciones para elevar y profundizar el debate público. Entonces, es muy difíciles que las ideas incidan en el liderazgo político. Necesitamos nuevos insumos verbales para una formación política.

Diría que la liebre saltó por otro lado. Es el arte el que actúa como contradictor de la retórica del chavismo. Se detiene en su ensayo en los trabajos de Carolina Lozada, Igor Barreto, Xiomara Jiménez, Ángela Bonadies, Marylee Coll y Luis Molina Pantin. Falta el mundo político, el mundo popular y, en buena medida, la sociedad civil.

Sí, especificaría también que son ciertas zonas del arte, de la literatura, que están tratando de proponer otros lenguajes, para vernos y vincularnos con lo social de una manera distinta, pero también hay otras zonas que operaron con intereses, con prebendas y maneras reductivas de pensar la sociedad. Los trabajos que cito son obras que surgieron en situaciones muy precarias, sin un respaldo fuerte, pero paradójicamente, se concibieron en un espacio de mayor libertad para explicar situaciones. Ahí está una limitación, porque quedan circunscritas a ciertas autonomías, a públicos muy restringidos y eso no ayuda a llegar a otros sectores. Necesitamos crear una plataforma mucho mayor para que pueda haber más diálogo, más discusión, más difusión de esas obras. Podrías traducir lenguajes que quizás son elitescos a términos más accesibles para que puedan incidir, con mucha más intensidad, en la política y en la opinión pública. En el fondo, estamos hablando de una crisis de una dimensión de la sociedad civil, producto, claramente, del chavismo que ocupó todos los espacios públicos. Ya eso ocurrió. ¿Qué hemos hecho? Criticar a los políticos, convertirnos en grandes figuras de la denuncia, pero hemos trabajado muy poco en la creación de espacios de vínculos y de comunidad. Creo que eso ha contribuido a que estas obras no puedan traducirse en términos más concretos y puedan cambiar el lenguaje político.

Nos movemos en un archipiélago de casos aislados. Sin espacios colaborativos, sin espacios de reflexión, nos quedamos, una vez más, en el camino. Allí hay un trabajo pendiente. Quizás no hemos encontrado las piezas que den con una solución.

Yo creo que esta incapacidad se debe a varios problemas. Por un lado, venimos de una cultura petrolera, donde las instituciones culturales, así como lo público en general, estuvieron muy vinculados al Estado, aunque hubo iniciativas privadas muy importantes. Pero, de alguna manera, nos acostumbramos a pensar desde las facilidades que generaban los bienes económicos del Estado. No hemos creado prácticas culturales desde cierta dimensión humilde y precaria. En países que atravesaban por grandes dificultades, más se dio impulso a las manifestaciones culturales. No tenemos esa tradición cultural. Pero eso no quita que tengamos que aprender. Empezar a ser más productivos, digamos, en formas de relacionarnos, en formas de producir. Hay muchos pronunciamientos en tuiter, pero poca discusión de los temas venezolanos en foros y congresos académicos, a pesar de que el dinero no es el principal impedimento. Eso es algo que me llama mucho la atención.

No quisiera terminar sin referirme a la profunda y extensa reflexión que hace sobre la diáspora. Sin embargo, me voy a quedar con esta cita de su ensayo. “Hablo de un grito melodramático de dolor, de un gesto cursi de mis (ahora sin trono), de una nostalgia de tiempos ricos, de una caricatura de anhelos consumistas de dinero fácil, por no hablar de su contracara, la de sospechosos criminales que abusan de la ayuda de la gente, del igualitarista irresponsable que nunca trabajó por su país, del ladrón disfrazado de criatura angelical…”.

Esa reflexión es producto de lo que yo he visto. Es bueno hacer notar que a partir de 2012, el perfil del migrante que empieza a poblar el continente, no es el profesional de clase media, sino es un migrante pobre, que muchas veces se va por necesidad, por desesperación. Obviamente, hay de todo. Hay justificaciones diversas. Pero uno ve que la gran mayoría se va porque tiene que irse, tiene que buscar la forma de proveer alimentos a su familia o a buscar una vida digna que no puede tener en Venezuela. La migración no se detiene, aunque supuestamente el país se arregló. Pero son siete millones de venezolanos regados por el mundo, la mayoría en América Latina. Y, lo que preocupa, son las reacciones que se han ido generando en su contra. Y la incapacidad de respuesta que hemos tenido los venezolanos ante esa realidad. Tenemos un régimen que niega a los migrantes y a distintos sectores opositores minoritarios que no tiene capacidad institucional para cambiar esa situación. Por último, añadiría la falta de cultura del migrante que tiene el venezolano. No sabe establecer redes de solidaridad. El migrante pobre es muy incómodo. Para los sectores de izquierda, es una persona que tiene un discurso considerado de derecha, que además no quiso construir el socialismo y, para otros sectores privilegiados, se trata de una persona igualitaria, que está acostumbrado a las formas de hacer venezolanas, que no encaja en sociedades más verticales y estratificadas.

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*Profesor de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Chile. Hizo estudios doctorales en la Universidad de California y su maestría de Literatura Comparada en la UCV. También realizó la doble carrera (periodismo y letras) en esa misma universidad. Ha sido profesor en otros recintos universitarios, tanto en Venezuela como en otros países. Autor de varios ensayos y escritos en revistas y libros académicos.


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