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[Discurso de aceptación de Jesús Piñero por el segundo lugar de la VIII Bienal del Premio de Historia Rafael María Baralt 2020-2021, iniciativa promovida por la Academia Nacional de la Historia y la Fundación Bancaribe para la Ciencia y la Cultura]
Llegué a la figura de José Rafael Pocaterra a través del cuento «De cómo Panchito Mandefuá cenó con el Niño Jesús» que leí en mi niñez. Aunque fue ya de grande cuando comprendí su significado. Por eso, en la Escuela de Historia de la Universidad Central de Venezuela decidí presentar como trabajo de grado un análisis crítico de cómo sus relatos constituyen reflejos y denuncias a la dictadura gomecista desde la ficción. Movido tal vez por un ambiente similar al del Pocaterra de los años veinte-treinta del siglo XX.
Indagando para esa investigación, me encontré con el episodio que narro en el trabajo galardonado con el segundo lugar en el Premio Rafael María Baralt: en todas las fuentes que revisaba encontraba un único dato que se repetía una y otra vez: «Pocaterra se fue de Nueva York a Montreal por persecución de los espías gomecistas». Nada más. Pero yo estaba empeñado en saber qué pasaba. Decidí revisar su archivo y hallé algunas pistas. Luego –en las memorias de Pedro Manuel Arcaya–, otras. Esas pesquisas me condujeron a la mención de un texto en la revista neoyorquina La Reforma Social. Tratando de obtener siquiera una fotocopia de aquel trabajo llegó un momento en el que se hizo imperioso consultar los archivos de la New York Public Library, pero no tenía recursos para hacerlo. Navegando en la web leí que había un ejemplar digital en la Universidad de Minnesota. ¡Bingo, allí estaba una colega! Ella consultó la publicación y me mandó las copias por correo electrónico. Así pude culminar el estudio y comprobar lo que sospechaba.
Un artículo publicado a finales de 1922 en aquella revista convulsionó a los exiliados de la dictadura de Juan Vicente Gómez. Su autor, José Rafael Pocaterra, señalaba que la única forma para salir del dictador era la muerte, razón por la cual el cuerpo diplomático del gobierno venezolano en Estados Unidos, presidido por el doctor Pedro Manuel Arcaya, denunció el texto ante las oficinas del Departamento de Estado y del fiscal adjunto del distrito de la ciudad, Maxwell S. Mattuck, quienes comenzaron una serie de interrogatorios a los involucrados con la publicación. El suceso fue interpretado como un intento de censura por los adversarios del régimen fuera de las fronteras de Venezuela y discutido por los periódicos americanos The New York Times y The Washington Post.
Este episodio es poco conocido, al menos en las investigaciones realizadas sobre Pocaterra, pues su faceta dentro de la literatura tiende a ser el principal punto de arranque en casi todos los trabajos revisados. Su labor como periodista en Nueva York se encuentra registrada en sus memorias y en los testimonios epistolares de sus coterráneos, tanto de amigos como de enemigos, ámbitos gracias a los cuales obtuve –memorias y cartas– una primera referencia: Pocaterra fue un hombre cuya pluma periodística despertó interés en casi todos los lugares donde era leído, pues entre sus adversarios no solo se encontraban los personeros de la dictadura, sino también otros venezolanos exiliados que, por diferentes motivos, no apoyaban sus ideas. Numerosas misivas están dirigidas a él y son varios los argumentos en los que se le apoya y se le critica. Así pues, Pocaterra es actor, testigo y relator de una época.
La reconstrucción de este momento de su vida me permitió acercarme a otra cara del gomecismo: la del exilio en Norte América. Aunque es vasta la bibliografía que nos cuenta el padecimiento de la oposición al dictador en las cárceles, es escasa la que habla de la vida de los venezolanos que se encontraban más allá de las fronteras, pues la gente también sintió y padeció a Gómez en otras latitudes, a kilómetros de Maracay, de Miraflores y de La Rotunda. Eso no significaba que haya uniformidad en las experiencias de los desterrados. Se trataba de una comunidad heterogénea que alcanzaba los diez mil habitantes en la que las diferencias ideológicas y sociales determinaban las acciones y los oficios que llevaban a cabo.
De todas las labores ejercidas por los desterrados venezolanos en Estados Unidos el periodismo era el más frecuentado, pues les permitía denunciar a la dictadura por todos los flancos, sin restricciones de ningún tipo, ya que se encontraban en un país cuya carta magna garantizaba desde 1791 –con la Primera Enmienda– la libertad de expresión. El periodismo que realizó Pocaterra era de opinión, pues a través de argumentos y contextualizaciones ofrecía sentencias y reflexiones que respondían a su visión del presente, no solo en Venezuela sino en el mundo. Esto se puede evidenciar en los artículos publicados en El Heraldo de Cuba, posteriormente compilados por el historiador y periodista Manuel Caballero en el volumen Cartas hiperbóreas.
El trabajo de investigación me llevó a conocer algunos sucesos que demuestran el valor que adquirió la dictadura venezolana para el gobierno de Estados Unidos en aquella época. En 1922 se habían firmado importantes concesiones petroleras que Gómez otorgaba a diferentes allegados y particulares estadounidenses. Por si fuera poco también había sido aprobado un nuevo texto constitucional que, a diferencia del anterior, establecía dos vicepresidencias ejecutivas las cuales fueron ocupadas por el hermano y el hijo, respectivamente, del dictador andino. Una decisión que muchos no tardaron en calificar como dinástica y que atornillaba a la familia del tirano en el poder, con el beneplácito del gobierno federal norteamericano administrado por Calvin Coolidge. La idea de mantener contento a Gómez, el gran concesionario del petróleo, fue el objetivo de la administración estadounidense y a eso apuntó su apoyo incondicional al Benemérito hasta su muerte en 1935. Por eso, la cruzada contra los exiliados se propagó eficazmente tanto en Nueva York como en otras ciudades que servían de foco para el antigomecismo. La decisión del Departamento de Estado puso en duda el concepto de libertad de expresión, que es un culto dentro de ese país, pues pretendió censurar a un medio a petición de una solicitud diplomática, lo que generó el revuelo de los exiliados y sus pronunciamientos en diferentes periódicos de la época.
En su faceta como periodista Pocaterra denunció irregularidades vinculadas con factores de poder, puso al descubierto la realidad venezolana que la dictadura intentaba mantener oculta. Dejó en evidencia el compromiso del periodismo con la sociedad y la idea de que a través de la tinta y el papel se puede intentar incidir en cambios políticos y sociales.
En este sentido, esta investigación muestra una faceta distinta a lo que han sido convencionalmente los trabajos sobre este intelectual, desde sus primeras biografías hasta la actualidad. Y advierte en Pocaterra un personaje inexplorado, un hombre que no se puede encasillar en una categoría específica ni en una sola corriente ideológica. Los hechos históricos lo demuestran. Se opuso a Gómez, pero fue ministro y diplomático de los sucesores del tirano: Eleazar López Contreras e Isaías Medina Angarita. Trabajó con la Junta Revolucionaria de Gobierno de 1945 y posteriormente con la administración de Rómulo Gallegos. Su carrera política culminó con la muerte de Carlos Delgado Chalbaud, el hijo de su mentor y amigo Román Delgado Chalbaud.
A estas últimas referencias deberían dirigirse las próximas y nuevas investigaciones sobre el personaje y su tiempo, a indagar en su vida como funcionario público, testigo y actor político.
Cierro estas palabras reconociendo el apoyo de las personas que estuvieron involucradas en la elaboración de esta investigación. A mis padres Elisa y Jesús, a mi hermana Yusbelly y a mis sobrinos, por tanta paciencia en cada etapa de mi formación.
Expreso, asimismo, mi profundo agradecimiento a la periodista Marielba Núñez, mi profesora de periodismo y tutora, quien se embarcó conmigo en este trabajo, el cual presenté en la Escuela de Comunicación Social de la UCV en 2019. A Ana Joanna Vergara, quien de manera gentil me hizo llegar las copias de los ejemplares de La Reforma Social desde la Universidad de Minnesota, cuyos originales se encuentran, como dije, en la New York Public Library.
No puedo dejar de mencionar a Anahías Gómez, tutora de la otra investigación que hice para la Escuela de Historia, y que además fue jurado en la Escuela de Comunicación Social, por su incondicional apoyo en todo momento; y a Moraima Guanipa –también jurado en la Escuela de Comunicación Social– siempre atenta al esfuerzo que supuso este trabajo. A Leonardo Capaldo por tanta paciencia en la Biblioteca Central de la UCV. A Ángel Alayón, Carlos Sandoval, Edgardo Mondolfi Gudat y Rafael Arráiz Lucca por sus comentarios y recomendaciones. A Carole Leal Curiel por el impulso final para postularlo a este prestigioso premio, desde el mismo momento cuando la llamé para decirle.
Finalmente, agradezco a la Academia Nacional de la Historia y a la Fundación Bancaribe por brindar esta oportunidad a los jóvenes historiadores y por estimular la investigación histórica, especialmente a los doctores Inés Quintero, Ocarina Castillo, Diego Bautista Urbaneja y Carlos Hernández Delfino por reconocer este aporte para la historiografía venezolana. Sin duda, son tiempos oscuros los que vivimos, pero cada esfuerzo es una luz en el camino. Este premio, quién puede negarlo, representa una motivación muy grande para continuar mi labor.
Jesús Piñero
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