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Se tiene por cierto que en todo fracaso residen una tristeza y una razón. José José tenía 22 años cuando los fracasos se le empezaron a convertir en catapultas.
El Festival de la Canción Latina era el nombre original de aquel fenómeno mass-media en que se convirtió la OTI. Consistía en que cada país pusiera el futuro del pop en la voz de alguna promesa cuyo fracaso no representará mayor estruendo.
Son los años del reinado de la televisión abierta, de modo que los tesoros del VTR de entonces permiten que hoy la experiencia de varias actuaciones de la música latinoamericana funcionen como eficaces proveedoras de nostalgia.
Una de las más revisitadas corresponde a la segunda edición de ese festival: se trata de José José representando a México en 1970 y sus trémulos 22 años cantando «El Triste».
También se tiene por cierto que los fracasos son fáciles de resumir: tan sólo quedó de tercero. Los terceros lugares y la opacidad de bronce terminan siendo muy útiles para quienes llegan del cuarto lugar hacia atrás: los ocultan, los eclipsa, permiten el olvido de sus derrotas. Los terceros lugares le pertenecen a quien menos ganó de quienes podrían haber ganado. Quizás esa sea la más ancha y pesada de las responsabilidades de los terceros: esa densa apatía que permite tener el más brillante de los fracasos.
Sin embargo, el matiz aparece cuando ese tercer lugar puede ponerse en tela de juicio. Ahí es cuando la maravilla del extenso registro de la televisión de los años setenta deja de ser memorabilia y nostalgia para convertirse en una oportunidad para la justicia. Había representaciones de dos artistas por cada uno de los veinticinco países de América y Europa involucrados. La pretensión global es evidente en el orden alfabético: Argentina, Bélgica, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador, El Salvador, España, Francia, Guatemala, Haití, Honduras, Italia, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, Portugal, Puerto Rico, República Dominicana, Uruguay, Venezuela.
El asunto es que esta edición del festival se llevaba a cabo en el Teatro Ferrocarrilero de México. Es decir: a ese José José de vestuario barroco y principesco le tocaba jugar de local, algo que para los mexicanos representa un peso enorme desde los juegos de pelota de los aztecas.
Ahí en esa enciclopedia para lectoespectadores que es Youtube está el registro. La interpretación de José José es inmensa, enorme, telúrica. Y el único accidente, una aceleración en el tempo que resulta de los propios nervios, es atendida a tiempo por la batuta del maestro José Sabré Marroquín, quien alcanza la aceleración del muchacho y se suma a la velocidad de locomotora que parecía interpretar el deseo justo del auditorio, que se permite el frenesí. Arrojan flores. Gritan. El aplauso les resulta insuficiente, demasiado humano para lo que acaban de presenciar. Los versos de «El Triste» estaban entrando en el universo del pop en español para no salir jamás.
Esa reacción no se percibió en el desempeño de la brasileña Cláudia con «Canção de amor e paz», bajo la dirección de la orquesta en manos de Pocho Pérez. Tampoco sucedió cuando Mira Castellanos, representando a Venezuela, llenó el Teatro Ferrocarrilero de su histrión inigualable, cantando «Con los brazos cerrados», mientras la orquesta era dirigida por Aldemaro Romero.
Aquella magia sólo tuvo lugar con aquel muchacho casi inexpresivo que había logrado que la canción de Roberto Cantoral desordenara el clima festivalero y transformara durante un momento ese concurso en un recital único, irrepetible.
No se trataba del público alabando al campeón local: en los camerinos y en el backstage la reacción a «El Triste» también era unánime. La capacidad interpretativa y el tándem logrado por el director para superar el escollo había sido una lección maestra para cada uno de los jóvenes cantantes y músicos. Sin embargo, ese accidente que tanta rotundidad le dio a esa versión única de una canción que interpretó tantas veces sirvió de argumento para restarle algunos puntos.
Y entonces un tercer lugar, que casi siempre se traduce en olvido, devino en polémica y con eso en noticia. Así empezaron a armarse discusiones que iban desde definir si era un barítono de rango completo o una voz joven camino a ser tenor hasta cuestionar su origen como cantante de las alcoholadas noches chilangas.
¿Acaso no es la canción del desamor un ritornelo infinito del tercer lugar? Se trata de un imaginario que se fundamenta en la amada que se va con otro, en estar entre dos amores, en perder.
El sujeto poético de «Gavilán o paloma» que se autodefine ingenuo y charlatán. La incertidumbre ganándole a los amantes en «Lo dudo». El vacío convertido en promesa imposible en «Voy a llenarte toda». El hombre juzgado por la sociedad en «40 y 20». Incluso ser el «tercero» en aquella versión trucha de «We are The World» llamada «Cantaré, cantarás», eclipsado por Julio Iglesias y José Luis Rodríguez, aún siendo el más afinado de todo el popurrí de voces.
Una voz de bronce. Brillante sin ser de plata. Única sin necesidad de ser de oro. Sólida, poderosa, fuerte sin necesidad de victorias definitivas.
El fantasma del alcoholismo en la vida de José José estaba desde mucho antes de ser un asunto propio. Es la muerte de su padre como víctima de la bebida un anunció claro. Y la canción parecía advertirlo: la primera vez que José José firmó un contrato con una disquera le exigieron dejar de cantar en los locales nocturnos que daban de comer a su familia.
La noche y la voz parecían estar atravesadas siempre por un miedo al exceso que estaba fundamentado en una verdad. Desde su media orfandad sabía que el alcohol mataba, pero con el tiempo descubrió que las redes sociales también lo hacían. Incluso podían matarlo más veces que la bebida. Durante al menos las dos últimas décadas de su vida, para muchos fueron más importantes las noticias hepáticas sobre José José que el track de algún vinilo.
Su muerte, consecuencia de las complicaciones naturales de un cáncer de páncreas que lo hospitalizó en Florida, fue recibida con escepticismo. Habían sido tantas las veces que en el mundo 2.0 habían dado fake news sobre su muerte que su desaparición real parecía una mentira.
Aún así, aquella alegoría del fracaso convertido en catapulta en 1970 volvía a aparecer: una fotografía en la que aparecen retratados Rocío Dúrcal, Juan Gabriel, Camilo Sesto y José José fue memeficada después de la reciente muerte del español hace unos días. En los chascarrillos y chistes sobre aquella imagen adjudicaban a José José una victoria sobre la muerte, pero también se tiene por cierto que contra ese silencio nadie ha triunfado.
Willy McKey
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