Jorge Masetti: “Sigue y persiste en el fracaso”

13/10/2024

Fotografía cortesía de Jorge Masetti.

No hay un solo libro que se haya terminado de escribir, en la que los autores pierden por nocaut o tiran la toalla. Razones sobran: ya sea por la urgencia (o necesidad existencial) de poner punto final. O por la rebeldía de los personajes e incluso de la historia, que se confabulan para escapar de una idea preconcebida. Es el caso de Jorge Masetti, quien ha recuperado los derechos de su libro El furor y el delirio, escrito en marzo de 1999. Algo que se nota, confiesa su autor, es que lo escribió con rabia. Quiere actualizarlo y tomar la palabra, sin la emocionalidad que entraña el relato. 

En mi condición de lector, sólo diré que el final es sobrecogedor. Hay cierta melancolía, quizás la certeza del fracaso de la revolución cubana. Tantos jóvenes enviados a morir. Tanto sufrimiento y penurias inimaginables, que ponen a Cuba a competir con Haití. ¿Por qué escribir de esto entonces? Porque creo que el fantasma de Fidel Castro vive entre nosotros. ¿O acaso Cuba no es para algunos el mar de la felicidad?

Quien habla es Jorge Masetti*

¿En qué momento decide convertirse en un revolucionario profesional?

Si estás en condiciones de clandestinidad, no puedes tener otro tipo de trabajo (que no sea la revolución), estás inmerso en la organización a la que perteneces, pero esa decisión no la tomé yo, la tomaron los militares cuando dieron el golpe de Estado en Argentina (1976). Viví clandestino en Europa, por lo que recibía una mensualidad mínima, lo mínimo para sobrevivir. Luego estuve en Nicaragua, formé parte del ejército de ese país por un corto tiempo, después en otras guerrillas, en Centroamérica, en Colombia. No es una decisión que toma uno, son circunstancias que te van llevando hacia eso.

Eras un hombre de acción, más que de teorías o reflexión. Y, por el hecho de anteponer la revolución ante cualquier circunstancia, se cometieron errores, algunos muy costosos. Pero a la izquierda en general le cuesta mucho asumir el papel que jugó en el siglo XX en América Latina. ¿Qué dirías alrededor de este planteamiento?

La izquierda es mucho más amplia que el sector que hizo la lucha armada en algunos países minoritarios. Pero yo prefiero hablar de mí mismo. El guevarismo, llamémosle así, se convirtió casi en una religión. No sólo en mi caso, sino para otros compañeros. Entonces, los niveles de entrega eran casi religiosos. No tiene nada que ver con la acepción del término (del revolucionario profesional) que hace la derecha, cuando nos tildan de mercenarios. Es todo lo contrario. Los niveles de entrega de varias generaciones que participaron en la lucha armada de América Latina fueron impresionantes. Más que una reflexión, era como una religión. Reflexión había muy poca. Había unos cuadros políticos formados en la guerrilla, pero la mayor parte de los guerrilleros éramos gente de una entrega absoluta. Éramos creyentes, poner en duda las enseñanzas del Che Guevara, de Fidel Castro, o de nuestros propios dirigentes, en las organizaciones revolucionarias era imposible. 

Aclaremos una cosa. Yo estoy utilizando el término revolucionario profesional, como lo entendía Lenin. 

Y así lo utilizo yo en mi libro, también. Lo que significa estar entregado enteramente a la revolución. Eso pesa mucho, pesa más que la familia, que las viejas amistades. La organización se convierte en el centro de la actividad humana. 

También en tu libro hay compañeros que se quedan atrás, que se quiebran, que dudan. O quienes juegan a favor de sus propios intereses. Y el trato que reciben es demoledor. 

O que tuvieron momentos de mucha entrega, y en otros tuvieron dudas y persiguieron alejarse de ese universo. El trato con ellos, yo podría decir que era inhumano. Algunas organizaciones, incluso, llegaron a fusilar gente. Lo peor que se le podía decir a alguien era ‘quebrado’. No se tenía en cuenta, no había consideración de nada. Y mucho menos se aceptaba lo que podía ser una opinión crítica. 

Tuviste la suerte de no caer preso, aunque en varios momentos caminaste por la cornisa. Creo que hubo una fascinación por la acción revolucionaria y por la adrenalina que eso desencadena. ¿Estoy equivocado en esa apreciación?

No, para nada. Al contrario, creo que funciona mucho la glorificación de la acción. Que va más allá del tema ideológico. Tiene que ver con cierto machismo, con la hombría y el jugarse la vida. Por supuesto, hubo momentos, por ejemplo, en Colombia, en los que me pregunté: ¿Qué estoy haciendo aquí? Pero eran instantes, nada más. No es algo lineal. Pero es verdad que la glorificación de la acción guerrillera formaba parte de nuestra propia vida. ¿La adrenalina? Ah, por supuesto, es un estimulante permanente. 

En varias ocasiones regresaste clandestino a Argentina. Fue encontrarse con una organización diezmada, en retirada.

Ni siquiera diezmada, una organización (el ERP, Ejército Revolucionario del Pueblo) que había sido derrotada. Algunos compañeros teníamos la ilusión de poder reconstruirla o de reconstruir lo mismo. No recuerdo si en el libro lo cuento, pero cuando hablamos con compañeros que habían sido colaboradores nuestros, nos decían: esperemos que no regresen para hacer lo mismo. Es decir, la derrota no sólo era militar, habíamos perdido muchos compañeros, sino política. Una derrota total. Y la democracia comenzaba a tener una valoración distinta en Argentina, incluso, para nuestra generación. A mí me costó ese cambio de vida, esa adaptación, por eso me vinculo inmediatamente a los servicios cubanos, que apoyaban a Chile, luego me voy a Colombia. Fue como una huida hacia adelante. No aceptaba esa forma de vida, a pesar de que pude haberme quedado en Argentina, por primera vez tranquilo. 

Nadie te lo hubiera reprochado, pero tú lo hubieras hecho. 

No estaba bien conmigo mismo en ese momento. No sabía vivir de otra manera, a pesar de que mi experiencia como revolucionario fue corta (20 años, a partir de los 17).

En Cuba, en Nicaragua, en Venezuela, uno puede ver que la ideología es más fuerte que la realidad. Y a pesar de que la realidad es terca, tozuda, y le dice a la ideología lo equivocada que pueda estar, la gente sigue y persiste en el fracaso. 

Sigue y persiste en el fracaso, sobre todo cuando vemos las dos revoluciones triunfantes en América Latina, la cubana y la nicaragüense, que se transforman en dictaduras. Desde el mismo comienzo, diría, de la lucha armada y de la construcción de la dirección. Ya existe el germen para que esos procesos se conviertan en dictaduras. Son dos procesos que se viven al mismo tiempo. La consolidación de una dictadura, de una clase dominante, constituidas hoy en castas mafiosas. Pero eso lo permitió la construcción de la organización y del mando revolucionario, la relación con el pueblo y la relación con la democracia. La democracia era despreciada, la democracia burguesa. Algunos lo podían decir por convicción, mientras otros tenían la idea en la cabeza de mantener el poder absoluto. Se vivieron dos fenómenos al mismo tiempo. Lo vemos en Cuba y en Nicaragua. La construcción de una dictadura desde el mismo comienzo y del mismo modo la construcción de un proceso revolucionario, lleno de ilusiones, que también fracasaron todas. 

Los servicios de seguridad, de inteligencia en Cuba, ¿Son tan eficientes como lo reseña la prensa? 

Podría decir que llegaron a tener una eficiencia enorme. Contaron, además, con el apoyo de los movimientos revolucionarios latinoamericanos, no por dinero, sino por razones ideológicas. Se hacía inteligencia, se participaba y se colaboraba con los cubanos. Por otro lado, tuvieron capacidades de penetración enormes en casi todos los países del continente y de Europa. La economía no la supieron desarrollar, pero el trabajo de inteligencia y de información, sí. Yo nunca trabajé con los servicios de inteligencia, en el libro eso está claro. Yo trabajé con el Departamento América, un organismo de difusión de la guerrilla que manejaba Manuel Piñeiro. No es por cubrirme, eran cosas distintas. 

Todo estaba compartimentado, tal como lo ideó Lenin. 

Exacto. A mí me llama la atención que mucha gente que se va de Cuba habla de operaciones en las que ellos nunca estuvieron. Yo, que estuve vinculado de una manera a ese mundo, nunca escuché cosas así. Uno se enteraba en el momento en que iba a participar. Por lo demás había una compartimentación absoluta. Y en eso eran muy rigurosos. Además, siguen trabajando así. Estoy convencido de que colaboran con los servicios de Venezuela y de Nicaragua. Eso, desde el comienzo. 

Sí, eso queda claro en tu libro. Hay un episodio que nos pone en antecedentes de los vínculos del régimen cubano con el trasiego de drogas. Se les pide a los funcionarios de la embajada de Cuba en México que intercedan por un narcotraficante.

Jaime Guillot Lara. 

Es un episodio anterior al caso Ochoa (el general cubano, Arnaldo Ochoa, fusilado por órdenes de Fidel Castro, por delitos de narcotráfico). 

Sí, estamos hablando del año 1982. 

¿Te sorprendió ese hecho? ¿O lo viste como muchos revolucionarios que justifican moralmente todo que golpee o dañe al imperialismo norteamericano?

No. Esa supuesta defensa ideológica de operaciones de narcotráfico o de vínculos con narcotraficantes, me parece demasiado cómoda. En realidad, Jaime Guillot Lara ya tenía una orden de aprehensión del gobierno de los Estados Unidos. Pero en Colombia seguía en libertad. Un cargamento de armas que iba de Panamá a Colombia (para el M-19, la guerrilla urbana liderada por Carlos Pizarro), iba en el barco El Carina, que era propiedad de Guillot Lara. Esta operación estaba coordinada con el Departamento América y los servicios cubanos. El barco es detectado por la marina colombiana, incluso lo hunden, el armamento se pierde y algunos compañeros del M-19 mueren en esa operación. De inmediato, las autoridades de Colombia libran una orden de captura contra Guillot Lara, quien logra escaparse, llega al aeropuerto de Ciudad de México y estando allí, llaman desde La Habana para que el enlace del Departamento América le preste ayuda en lo que pueda. Por suerte, digámoslo de alguna manera, alguien que era muy próximo a la cancillería mexicana y colaboraba con los servicios cubanos interviene y Jaime Guillot Lara sale ese mismo día para La Habana, donde vivió muy protegido y donde siguió operando porque vivió con muchos recursos en Cuba.  

Tu apreciación de Manuel Piñeiro (el jefe del Departamento América) es oblicua. Al principio es fraternal, pero luego se difumina, casi como un fantasma. 

El manuscrito de ese libro lo terminé en 1993, mira cuántos años han pasado. Hoy lo escribiría de otra manera. Cuando reflexiono sobre mis relaciones afectivas de la época, realmente descubro que Piñeiro sigue ocupando un espacio importante para mí. Un personaje que puedo recordar con cierto cariño. Fue la persona que, en ausencia de mi padre, me llevaba a la playa, al cine. Se ocupaba de mí, de mis problemas. Ya, con la edad, me doy cuenta de que las cosas no se pueden ver en blanco y negro. El hizo su trabajo, cometió muchos errores. ¿Qué pensaría hoy en día? No pudimos nunca hablar. 

¿Nunca sabremos las motivaciones por las cuáles el general Ochoa fue fusilado?

Unos días antes de que se aplicara la pena de muerte, Ileana de la Guardia (esposa del entrevistado e hija del coronel Tony de la Guardia, también fusilado), se encontraron con Ochoa en la casa de Patricio (el hermano gemelo de Tony de la Guardia). En esa casa, Ochoa se refirió a Fidel y a Raúl de manera muy despectiva. Recuerdo que me dijo. Estos dos tipos, mandando gente a morir desde hace 30 años y ellos aquí apretando más a la gente. Yo creo que cada vez van apareciendo más testimonios del pensamiento de Ochoa y de los otros oficiales que fueron juzgados y fusilados en Cuba. El juicio desató una purga enorme en toda la estructura del poder. En ese momento se estaba produciendo la perestroika en la Unión Soviética, a la que Fidel se negó de entrada. Hay dos intervenciones a favor de ese proceso del general (José) Abrantes, el ministro del Interior, quien luego es llevado a juicio y muere “oportunamente”, en la cárcel, por no haber controlado a su personal (a los gemelos de la Guardia y a otros oficiales del ejército) quienes, supuestamente, habían realizado operaciones de narcotráfico. 

Que Ochoa tenía una gran popularidad entre los cubanos, no me cabe la menor duda. En 2006 pude ver una pinta en un baño público (8-A), lo que ya es mucho decir en un régimen policial como el cubano. Otro héroe de la revolución, Benigno Alarcón, se va de la isla porque el régimen le propone una gira por todo el país para pedirle más sacrificios al pueblo, en medio del llamado “período especial”.

Fueron años terribles. Ojo, comparado con lo que está pasando ahora, nada. No hay electricidad, no hay gas y cuando se consigue algo de comida, no hay cómo almacenarla. 

Tanto Ochoa como Benigno están decepcionados, abatidos emocionalmente por una cotidianidad tan apremiante como la que se vive en Cuba. 

Hubo un último hecho que fue de los más graves para Fidel Castro. Me refiero a la batalla de Cuito Cuanavale, la mayor que tuvo el ejército cubano (junto con las fuerzas del MPLA, Movimiento para la Liberación de Angola), contra el régimen racista de Suráfrica. Cuando Ochoa viaja a La Habana y le presenta a Fidel el plan de combate de Cuito Cuanavale, Fidel le responde que ni se le ocurra, porque eso va a llevar a los surafricanos a la mesa de negociación. Y a él no le conviene que se termine la guerra en África, porque eso le da margen de negociación con Estados Unidos y con países europeos. Ochoa regresa a Angola, desobedece a Fidel Castro, libra la batalla de Cuito Cuanavale que, efectivamente, sienta a los surafricanos en la mesa de negociación. Se firmaron los acuerdos de paz enseguida. 

Eso también había que cobrárselo a Ochoa.

Para Fidel es un acto de indisciplina. Y es verdad que lo fue, pero Ochoa estaba harto de ver morir a su gente. 

Dices en el libro que tenías la esperanza de que García Márquez interviniera ante Fidel Castro para que conmutara la pena de muerte. Incluso dices que cuando vas a la casa que Fidel le regaló a García Márquez para pedirle que intercediera, ya Fidel (lo supones porque era lo lógico) había estado allí para hablar sobre ese asunto.

La respuesta de García Márquez fue: ni amigos ni enemigos quieren que se produzcan estos fusilamientos. Cuando Ileana le pidió que intercediera por su padre, García Márquez le dijo Yo voy a hablar con él. Tres días después, aparece en Madrid justificando los fusilamientos, diciendo que eso era un problema entre militares. Él fue un servil de Fidel Castro. Le encantaba estar en la cocina del poder.

***

*Periodista, escritor, cineasta. Miembro de la Asociación Francia por la Democracia en Cuba.


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