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El pasado toca la puerta, no una ni dos veces, sino una y otra vez. Vivimos como los hámsteres, en la rueda giratoria. Podemos creer, incluso, soñar con un futuro, pero no podemos o no sabemos alcanzarlo. La historia pasa… sin gloria, pero con pena. No sorprende entonces que Jesús Piñero, periodista e historiador, llegue a pensar que su investigación sobre José Rafael Pocaterra, lo sorprenda, con sucesos que ocurrieron en el siglo XX, pero que podrían describir la realidad que vivimos en el siglo XXI
Hay tantas semejanzas. Un caudillo que se impuso en elecciones democráticas para perpetuarse en el poder, venezolanos que huyen despavoridos de una dictadura, la oposición dividida, centrada en sus apetencias e intereses particulares, opositores que, sin rubor alguno, piden la intervención de Estados Unidos en nuestro país. En fin, valdría la pena discutir si el ADN de los venezolanos, como sostienen algunos historiadores, anida en la democracia o en el caudillismo.
¿Y esto por qué razón? Quizás porque desconocemos el pasado, no hemos reflexionado sobre el devenir, tampoco hemos sacado conclusiones. Hemos aprendido poco o nada. Y lo peor es que una generación más joven se muestra descreída, desinteresada en la historia. Le muestro los dedos de una mano a Jesús Piñero* y le digo, con frialdad absoluta, “me sobra el pulgar”. Intercambiamos miradas perdidas. “Sí, somos pocos”, dice Piñero. Un beduino que, a sus 29 años, recorre el desierto. ¿Cuál fue el país que mi generación le dejó a estos jóvenes? Más vergüenza no puedo sentir después de esta conversación.
Hemos hablado sobre su tesis de pregrado, que obtuvo el segundo lugar del Premio de Historia Rafael María Baralt, auspiciado por la Academia Nacional de la Historia de Venezuela y la Fundación BanCaribe.
¿Por qué elegiste para tu trabajo de grado a un personaje tan controversial como José Rafael Pocaterra?
Mi primer contacto con Pocaterra fue a través de uno de sus cuentos (De cómo Panchito Mandefuá cenó con el niño Jesús), me empecé a acercar al autor y en mis estudios de historia me di cuenta de que no se había trabajado la literatura como fuente para la historia. En la obra de Pocaterra siempre hay como un patrón: un niño muerto, una persona enferma, violencia, lo que refleja la decadencia en la Venezuela gomecista. La pregunta que me hice fue ¿cómo los cuentos pueden servir de fuentes para la historia? Y esa fue la razón por la cual elegí a Pocaterra. Sus cuentos versus la dictadura de Juan Vicente Gómez.
No sólo eso… la literatura como fuente de la política. ¿Qué dirías? ¿Hay más política o más literatura en la obra de Pocaterra?
Los cuentos son literatura, pero en Memoria de un venezolano de la decadencia hay más política. No creo que establecer esos límites sea necesarios, puede haber literatura y política a la vez. A Pocaterra se le recuerda por la denuncia política que él hace dentro de la literatura.
En su investigación encontré pocas referencias a los trabajos periodísticos de Pocaterra. En cambio, hay un contexto social y económico de la Venezuela del primer tercio del siglo XX. Creo que el periodista merecía más atención.
Nos centramos en un episodio en particular, un escrito de Pocaterra que fue un escándalo y puso en entredicho las relaciones de Venezuela y Estados Unidos. Ese artículo de opinión, en el que Pocaterra afirma que la única forma de acabar con la dictadura de Gómez es mediante un magnicidio, sólo sirvió para demostrar la vigencia y solidez de la libertad de expresión en Estados Unidos. La idea no era recorrer la trayectoria periodística de Pocaterra, sino examinar ese episodio que ocurrió, exactamente, hace 100 años. Lo que hizo la dictadura de Gómez fue utilizar la diplomacia petrolera para limitar o anular las denuncias que hacía el exilio venezolano en Nueva York, digamos, la mala prensa que podía dañar la imagen de Juan Vicente Gómez.
Insisto: faltó el Pocaterra periodista.
¿La dificultad para acceder a las fuentes? Pudiera ser. Todo lo relacionado con el episodio en cuestión fue consultado en los archivos digitales de la Universidad de Minnesota; no por mí, aclaro, sino por una amiga que me los envío a mí dirección de correo electrónico. El interés por Pocaterra apunta más a la literatura que al periodismo. Otra dificultad la encontré en las hemerotecas venezolanas. Si vas a buscar las ediciones de los periódicos en las que publicó Pocaterra resulta que están en muy mal estado. Yo apenas encontré una o dos copias de sus trabajos en El Fonógrafo, un periódico zuliano, en el que Pocaterra trabajó hasta 1917. Así que no pude dibujar muy bien su faceta como periodista.
Da vergüenza, pero la memoria de Venezuela hay que buscarla en los archivos de otros países.
Exactamente, en el caso de La Reforma Social (un periódico que editaban los exiliados venezolanos en Nueva York, en cuya sección de opinión Pocaterra publicó el artículo que causó el escándalo), se puede entender. Entonces, ¿debía ir a Estados Unidos? No tenía los recursos, le escribo a la Universidad de Nueva York y me sugieren que consulte en una base de datos. Ahí es donde interviene mi amiga, Ana Vergara Sierra, quien busca la información en la Universidad de Minnesota, siguiendo indicaciones muy precisas.
Se publicaron varias novelas que denunciaban el racismo, la segregación y la exclusión que se hizo visible con la explotación petrolera. La idea de que el petróleo llegó para corromper a la sociedad venezolana, a dislocarla, en fin, la demonización del petróleo, quizás Mene es la de mayor elocuencia. Pero hay otras obras, como El señor Rasvel (1934), de Miguel Toro Ramírez, y un cuento, «El arco secreto», de Gustavo Díaz Solís, que apuntan en dirección contraria. Es decir, le asignan al petróleo la cualidad de un agente precipitador del crecimiento económico y social. Quizás hizo falta establecer un contraste entre una visión y otra.
Para los efectos de mi trabajo, la pregunta es: ¿En qué tendencia se enmarca Pocaterra? Y la otra cuestión es que despuntaba la idea, entre los venezolanos, de que el petróleo nos podía solucionar la vida. Basta ver lo que vivimos en los años 70. Entonces, hubo quien alertó que el petróleo también sirvió para ampliar las brechas sociales. O textos como los de Alberto Adriani, donde lo condena abiertamente. Es ahí donde se enmarca Pocaterra. Mi investigación también es una invitación a la reflexión. Quizás porque cuando la escribí, me dije: esto es lo que estamos viviendo al día de hoy.
Todas esas denuncias son premonitorias de lo que es el pensamiento de izquierda. ¿Fue Pocaterra un precursor de la izquierda en Venezuela?
Cuando le hablé de la investigación a uno de mis profesores, Enrique Nóbrega, ya fallecido, él me dijo: Pocaterra es un tipo muy raro, no podemos encasillarlo en ninguna ideología política. Era un tipo que se movía de un lado a otro. Si bien se opone a Gómez desde la denuncia política y social, es un tipo que va a trabajar con López Contreras, con Medina Angarita, quien legalizó al Partido Comunista y estableció relaciones con la Unión Soviética, donde fue nuestro primer embajador. Va a trabajar en el trienio de Acción Democrática y con la junta de gobierno que presidió Delgado Chalbaud. ¿Calificarlo de izquierda? A lo mejor sí, a lo mejor no.
Entonces, ¿Pocaterra fue un oportunista, políticamente hablando?
La profesora Catalina Banko me lo advirtió: No lo llames oportunista, porque eso es un juicio de valor. Pero yo creo que sí. Fue un tipo que supo aprovechar las oportunidades que se le presentaban. Sacó provecho de ellas y se mantuvo con todos los gobiernos. A mí eso me llama la atención.
Haces mención a una de tus fuentes, que tilda a Pocaterra de cobarde. ¿Lo dice por su participación en la expedición del Falke?
Después del golpe a Gallegos, Betancourt se refiere a Pocaterra como Un pavo real sin escenario. Y la verdad es que él quedó muy marcado por la experiencia del Falke. Nadie sabe por qué decidió arrojar las armas al mar. De ese episodio él decide escapar. Luego está la conspiración contra Gómez, entre 1918 y 1919, que lo lleva a él a La Rotunda. Cecilia Pimentel lo tacha de cobarde y dice que falseó las Memorias de un venezolano de la decadencia. A Pocaterra no lo puedes ver sino entre el odio y la pasión. Al punto que, en 1989, en el Congreso de la República, se debatió si sus restos se trasladaban al Panteón Nacional. Pero Acción Democrática se opuso. Quizás por su papel en el golpe contra Gallegos. Si mencionas a Pocaterra en la Fundación Rómulo Betancourt te afean la mirada.
Pocaterra apenas terminó el sexto grado, pero fue un autodidacta y aprendió por su cuenta varios idiomas. Fue irónico, seguramente despectivo, al considerar los análisis de otros intelectuales, más bien académicos.
Él criticaba a los intelectuales positivistas, que justificaban a Gómez. También a los escritores que escribían con palabras “bonitas”. Sus escritos son muy toscos. Pero eso no le preocupaba. Al contrario, porque era parte de su denuncia. En lo personal, me parece que escribe horrible, pero gente como Rufino Blanco Fombona era muy cercano a él. Paradójicamente, Pocaterra fue cayendo en el mismo lenguaje que utilizaban los positivistas. Manual Caballero habla del término decadencia. Y es porque Pocaterra trata de agarrar la tesis del cesarismo democrático (de Vallenilla Lanz) para burlarse de los césares de la decadencia (título del libro de José María Vargas Vila). Entonces, creo que de alguna manera está respaldando la tesis del cesarismo democrático.
Le dedica su tesis de grado a sus compañeros “que tuvieron que irse del país por culpa de una dictadura”. En ciertos trayectos de su libro, uno se pregunta: ¿Está película no es la que estamos viendo?
En algún momento, mientras escribía mi tesis, sentí que estaba describiendo mi propia realidad, aunque eso ocurrió hace 100 años. Es decir, estamos hablando de grupos de exiliados que pedían la intervención de los Estados Unidos en Venezuela; estamos hablando de una realidad política del país, marcada por la falta de libertades políticas; estamos hablando de una oposición dividida, que ensayó formas de lucha no democráticas; estamos hablando de muchos caciques para pocos indios, como dicen por ahí. Y de grupos de exiliados en Nueva York, en Madrid, en Ciudad de México, que eran los focos del antigomecismo, que se organizaban para denunciar la dictadura. El régimen de Gómez haciendo uso de la diplomacia petrolera para lavarse la cara. Entonces, ¿esta es la Venezuela del siglo XXI o la Venezuela del siglo XX?
40 años de democracia es un lapso muy corto en la vida de los venezolanos. Todos nosotros, en esencia, tenemos una visión caudillista de la vida. El peso del caudillismo, de alguna manera, nos arropa a todos. Esa podría ser una conclusión del paralelismo que trazas entre la Venezuela del siglo XXI y la Venezuela del siglo XX.
No utilizaría el término caudillismo, tal vez el personalismo. Dentro de nuestra historiografía, el caudillismo es un fenómeno histórico del siglo XIX. En cambio, el personalismo sí ha estado marcado a lo largo de nuestra historia. El profesor Arraíz Lucca siempre comenta que la democracia ha sido una excepción a la regla. Carrera Damas habla de la sustitución de un rey por un presidente. Y Pocaterra también, ¿acaso no creyó en otro caudillo cuando se embarcó en el Falke? ¿No es esa la idea de que un predestinado nos va a venir a salvar? Es la misma tesis que pareciera repetirse. Sí, coincido contigo.
Todos tenemos un caudillo adentro. ¿Fue un siglo, no?
Aunque Inés Quintero sostiene lo contrario. Ella dice que, pese a esa suerte de personalismo, los venezolanos tratamos de defender los conflictos políticos mediante mecanismo democráticos. Ella habla del ADN democrático de los venezolanos. No lo sé, a fin de cuenta son posiciones historiográficas y visiones del mundo que son perfectamente debatibles.
¿No será que podemos hablar del ADN caudillista? Lo mejor es que dejemos el tema para los historiadores contemporáneos. Quedó pendiente la dedicatoria a tus compañeros.
Yo escribo este trabajo entre 2017 y 2018, fueron años en que la locura que seguimos viviendo en Venezuela alcanzó su cota más elevada. Vi a muchísimos amigos irse del país. Mucha gente salió huyendo y era lo que se sentía. Se lo dediqué a ellos y, por todas las similitudes señaladas, hay que decir que no es la primera vez que los venezolanos emigran. No, en el siglo XX mucha gente también se fue. No en números similares, pero mucha gente se fue por culpa de una dictadura. Quizás por eso le dediqué el trabajo a ellos.
No he visto en su generación, quizás tampoco en la mía, una preocupación por la historia; por establecer, realmente, un vínculo con el pasado; algo que nos permita llegar a conclusiones y lo más importante a sacar un aprendizaje de lo que hemos vivido. Tú debes ser una excepción, una rareza, un elemento discordante en su generación.
No creo, conozco compañeros y amigos que tienen esa misma preocupación. En el doctorado de la UCAB, por ejemplo, hay cuatro personas que no llegan a 40 años, yo soy el único que no llega a los 30. Está Esther Mobilia, Paola Guillén, Luis Fernando Castillo. Sí, hay gente que estamos reflexionando sobre la historia del país.
Jesús, le digo mientras alzo la mano, se cuenta con los dedos de una mano, y me sobra el pulgar.
Sí, somos pocos. No hay mucho interés. Hay gente que me pregunta: ¿para qué estudiar la historia? ¿De qué nos va a servir examinar el pasado? Sin duda, hay falta de reflexión y creo que eso nos ha llevado a gran parte de lo que vivimos hoy. Es decir, se utiliza la historia para justificar cualquier acción, cualquier capricho, vaya usted a saber con qué intención, y la gente se cree el cuento. Precisamente porque no hay interés por estudiar el pasado. Tenemos que buscar otra forma de estudiar la historia, porque es vital para la democracia y para nuestro país. Sin la historia no podemos entender el presente.
Entonces, ¿qué podemos esperar?
Desconcierto, poco entendimiento. ¿Cómo podemos pensar el futuro, si no conocemos el pasado ni entendemos el presente?
***
*Licenciado en Historia y en Comunicación Social (Summa cum laude). Además, es autor de 15 historiadores cuentan su historia y compilador de Venezuela documentos para su estudio. Colaborador de medios digitales.
Hugo Prieto
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