Entrevista

Igor Barreto: “Esto es lo más parecido al fascismo que hemos vivido”

Igor Barreto retratado por Andrés Kerese | RMTF

18/04/2021

Desde los 11 años, Igor Barreto, poeta —sin más que agregar a su vida pública—, crio gallos de pelea. Una afección pulmonar acabó con lo que fue, sin duda, una pulsión en su quehacer cotidiano, tanto o más que la poesía, si tomamos en cuenta la entrega más reciente de sus versos en el libro La sombra del apostador (editado por Visor, con el apoyo de la Fundación para la Cultura Urbana). Un espejo del país. Y ya verán por qué lo digo. 

Escribe a manera de epígrafe: “A los gallos de pelea, a su pluma ética, debo el respeto por la palabra empeñada, la lección de la pérdida y el fracaso, mi reverencia hacia el pasado, hacia ese espacio sacro que es una gallera”. ¿No son demasiadas deudas?

No, para nada. Tal vez me he quedado corto. Hay muchas cosas que decir sobre este ritual del solsticio de verano, que ha sido poco estudiado. En varias ocasiones, tuve la oportunidad de conversar con Isabel Aretz (musicóloga, investigadora del folclore latinoamericano, académica de altísimo nivel), y ella me decía: “Yo no estoy interesada en investigaciones culturales que no tengan menos de 400 años de existencia”. Toda la antropología ha intentado negar la importancia que tienen los gallos. Pero el gallo de combate tiene más de 3.000 años de existencia. Margaret Smith (antropóloga estadounidense) decía que los gallos “eran una pelea de penes. Eso no tenía ninguna importancia”. Sin duda, es un ritual de exclusión de la mujer, pero no de lo femenino. En el centro de la arena está la muerte, esa presencia de lo fértil, de lo transformador, que es un elemento femenino. El ritual de los gallos de pelea tiene un enorme poder simbólico de trascendencia. Cumple con todo requerimiento que debe haber en todo ritual, convocar a una comunidad. Una comunidad que es cerrada, que se comunica y tiene una identidad y un lenguaje propio entre ellos. 

En la parte inicial de su libro hay una clara referencia a la Divina Comedia, a la escalera que nos lleva al Inframundo. Igualmente, la imagen de un reloj de porcelana destruido de la catedral de San Fernando. ¿Las claves de un mundo condenado a la extinción?

No. Es un mundo que tiene un vínculo profundo con la muerte. Deberían existir galleras en el Inframundo, en el Infierno. De eso no habla Dante, por supuesto. Nunca habrá ido a una gallera. A pesar de que se jugaban gallos en Italia, en su época. Pero Dante sí fue de la opinión, considerando de manera profunda y objetiva la poesía, que ella se refiere a la muerte, a la muerte que está más allá, en el Inframundo. Por eso la construcción de la Divina Comedia en esa secuencia (Infierno, Purgatorio y Paraíso). La primera parte de mi libro presenta unos personajes, unos problemas e ideas sobre la poética, sobre cuáles son los grandes problemas que yo considero que hay en la poesía y cuáles los problemas que tiene el hombre actual: la puesta en duda del rito, la pérdida de los mitos. Me parecen dos aspectos muy graves. La parte intermedia del libro es un desarrollo cuasi ensayístico del significado de los gallos. Traté de fijar la perspectiva latinoamericana. Entonces, hay una serie de referencias que aluden a la región, que van desde el vudú hasta un cronista cubano, que introduce la comparación entre la pelea de gallos y el mundo clásico grecolatino. 

También hay una mención a la trayectoria del gallo entre Europa y América: Cuba, México y Venezuela. 

Muchos capuchinos de origen cordobés participaron en la conquista de los llanos venezolanos. En las noches, se asustaban porque escuchaban cantar gallos. ¿Cómo llegaron esos gallos primero que ellos? Ya en 1.500, los gallos cantaban en los bosques de la sabana. Pero cuando ellos pudieron atrapar ejemplares, también se asustaron, porque esos gallos cantaban al mediodía. No es que el gallo peninsular no cante a esa hora, pero no es usual que lo haga. En cambio, el gallo del trópico canta durante todo el día y en las primeras horas de la tarde, canta muchísimo. Eso los espantó y les pareció un presagio fatídico. En Veracruz, durante la conquista, hubo un traslado importante de gallos de pelea. No porque quisieran exportarlos, aunque luego España lo hizo y los borbones vieron un negocio en las casas de gallo, sino porque al aumentar el comercio, en medio de las largas travesías y para distraerse, los hombres jugaban gallos en la cubierta de las carabelas. 

El gallo quiere ser hombre y el hombre quiere ser gallo. El gallo es poesía y el hombre prosa. Se intercambian papeles y representaciones. Hay rasgos de humanidad, ¿el gallo es superior al hombre?  

Simbólicamente, el gallo está representado en el extremo superior del árbol de la vida y en El jardín de las delicias —del pintor neerlandés Jheronimus Bosch—, en el panel central de ese tríptico, las aves, los pájaros, ocupan un lugar muy importante, porque ellos simbolizan la parte más libidinosa, la más importante quizás, que define al hombre. El deseo erótico, sexual, es un componente esencial de lo humano y de su civilización. Por eso la relación que tiene el deseo con el cuerpo del otro, pero también con el poder, con el poder sobre el otro. Ahí (en esa pintura) tenemos a los pájaros que alimentan a los hombres que, según la mirada de Bosch, eran básicamente pecadores, hombres lúbricos, casi animales, cuyos cuerpos tienen una proporción similar, o levemente menor, a la de los animales. Entonces, esa animalización del hombre también era una humanización del animal.       

La confluencia de los hombres que se da en las galleras, no hay allí distinción de clase social, raza o credo, tampoco de procedencia, ya sea rural o urbana. Es el lugar donde todos podemos encontrarnos.

Además de ser un ritual, lo que ocurre allí (en la gallera) es una fiesta y una asamblea popular. Sólo en la gallera se da la posibilidad de que el hombre más humilde le arranque el patrimonio a un hombre adinerado. El juez de valla, el juez de la gallera, tiene que hacer valer ese derecho del hombre humilde, que llevó un gallo de calidad y le ganó al ejemplar de un hombre de mucho dinero, porque la palabra empeñada y el honor están por encima de la usura, de la codicia. Un hombre humilde y pobre te puede quitar todo el dinero que llevas en el bolsillo. Yo tengo amigos, no voy a dar nombres, que tienen recursos económicos y gallos de pelea. En ciertas ocasiones, llevaban sus ejemplares a las galleras de barrio, y la gente de Santa Cruz, de Ojo de Agua, los derrotaban. Tenían que llevarse su gallo muerto a sus fincas, a sus restaurantes. Lo perdían todo. Ese grado de permeabilidad social ha existido en la gallera tradicionalmente. 

Hay poemas que reflejan una realidad muy dolorosa del país. “La cola del pan”, “El mundo gallináceo (II)”, en este último, hay una dedicatoria al diputado Fernando Albán. 

Tiene una mención a Celán, cuyo verso original dice: “El maestro que vino de Alemania”, refiriéndose al fascismo. Yo creo que la experiencia chavista es el modelo político más cercano al fascismo que hemos vivido, que seguimos viviendo. Ver a Maduro vacunarse contra el covid y saber que sus funcionarios, cuando resultan positivos por covid, los alojan en el Eurobuilding, mientras las demás personas son alojadas en hospitales desasistidos o en El Poliedro, es entender el enorme sentido de discriminación y de segregación social que tiene el chavismo, que tiene este Gobierno, que tiene este régimen, como ideario político. 

Sí, el país duele. Quisiera hacer mención a un personaje, Amundaraín, que aparece mencionado en más de una ocasión. ¿Qué fue lo que le llamó la atención? 

El profesor Amundaraín, de deportes, lo conocí, fui su amigo. Tenía un gallo zambo que él llamó Infarto. Bellísimo. A los gallos se les conoce por la pluma, un gallo de casta tiene una pluma muy particular, abrillantada, pero también tiene una actitud: es un gallo manso a las manos de los galleros, que aman a esos ejemplares, porque no les hieren los brazos con el pico, que es una gran arma de un gallo de combate. Amundaraín muere de un infarto en una gallera, cuando su gallo recibe una herida. Esto es importante para mí, y quizás para el lector, porque hay mucha gente llena de prejuicios. La pelea de gallos es el ritual más importante que existe en América Latina. Incluso, más importante que las corridas de toros. Es el más ancestral, el más claro, el más puro, el de mayor contenido humano en sus propósitos. 

Sin embargo, hay trazos en el libro que señalan un vínculo entre la fiesta brava y las peleas de gallo. 

Sí, son rituales de muerte. Ése es el vínculo. Pero en una corrida de toros —y que me perdone mi amigo Luis Enrique Pérez Oramas— tú eres un espectador, ¿verdad? Y no pongo en duda que, en algún momento, te puedas identificar y proyectar en la danza del torero, pero en una pelea de gallos, tú te identificas con uno de los gallos en combate y tú recibes y das heridas. Necesariamente tienes que verte representado en uno de los gallos. Ésa es la llave de entrada a una gallera y al ritual de una pelea de gallos. La proyección y la representación. 

Igor Barreto retratado por Andrés Kerese | RMTF

¿Podría hablarse de una continuidad con relación a su libro El Muro de Mandelshtam

Sí, ciertamente, existe una continuidad entre El Muro de Mandelshtam y este libro, La Sombra del Apostador. Ambos libros constituyen una aproximación a la poesía hecha desde una gran libertad. En El Muro hay un propósito de construir una ficción cuasi novelesca, mientras que La Sombra pone el acento en una construcción cuasi ensayística. En uno de sus libros (Poesía e investigación), Hermann Broch habla de esa confrontación, entre una poesía, digamos, confesional, intimista, y una poesía de la investigación. Entonces, en La Sombra, hay una investigación sobre un aspecto de la realidad. El motivo son los gallos, pero el tema es la vida humana, la muerte, el azar, la relación con el poder. En el epitafio de la tumba de Spinoza, recuerda Cees Nooteboom (en su libro Tumbas de poetas y pensadores), hay una sola palabra: “Cuidado”. Sí, en la vida hay que tener cuidado y en este libro hay esa señal.

La señal del poder

EN TIEMPOS DE DICTADURA

El general de los mostachos
como la punta de un pincel grueso
podía borrar
a cualquier infeliz del edulcorado lienzo
         de unas calles coloniales.

El tercio tenía un Gallo de Combate
tan peculiar por sus ojos redondos
                                                              y sus patas cortas
y el pecho con las medallas de veintiún muertes
al cual apodaban:
                               Ojo e’ Sapo.

Mi niñez le dio vueltas a la estaca
donde amarraban al batracio.

Y ya que sus ojos eran grandes
resultaba fácil durante el duelo
que una espuela de carey le arrancara de cuajo
        alguna de sus lámparas.

Aunque la ceguera para una dictadura
        no suele ser extraña:
        pues su rabia puede acabar
con la vida de los presos de la cárcel pública.

Así fue este gallo, cuanto más ciego, más peligroso.

Igual que los sapos gordos que surgían repentinamente
        de la macolla del campanillal del río,
        con la panza harta de saltamontes
        y tenues luciérnagas que iluminaban
        aquellas noches sin luna.
Salían saltando con sus dorados galones
        y su poderosa contextura.

Yo vi a ese gallo pelear en el círculo angosto
        de las contiendas

en una tarde cerrada y sangrante.

Las fases de la luna, el azar, precisamente, surgen como elementos considerados en este libro. ¿Qué relevancia tienen?

El gallo de combate es como el pájaro del cual habla San Juan de la Cruz, un pájaro solitario, es un ave entre dos luces, entre la noche y el día, está en el filo de esas dos cosas. También es el pájaro de la muerte, ¿no? Es el pájaro de la vida, de la resurrección. Es el pájaro que le recuerda a Pedro el acto de cobardía cuando negó a su maestro y se lo recuerda con un triple canto. Pero el apóstol Marcos dice que el gallo no cantó tres veces sino dos. Tiene entonces una dosis de conmiseración y empatía. 

Imbuidos como estamos en la inmediatez, en lo elemental, quizás nos resulte extraño ocuparnos de lo que comúnmente se denomina “maltrato animal”. Entonces, uno ve que estos rituales se tachan como matanzas y espectáculos sangrientos. ¿Cuál es su opinión?

Es completamente risible esa actitud. Hubo incluso una asociación de psiquiatría (a escala mundial) que la suscribió, incluso dijeron que participar (en la pelea de gallos) era un síntoma de anormalidad psicológica. Es una forma más de censura social. Mientras vayan tantas personas a las peleas de gallo o a las corridas de toros, ¿qué autoridad, en nombre de qué mayoría, puede negarles el derecho a que asistan? Fuera del contexto de un ritual, el sacrificio de los animales puede ser un acto de sadismo. Pero dentro de ese contexto, donde la muerte de un animal tiene un carácter simbólico y trascendente, no creo que sea un acto de sadismo. Todo lo contrario. Es un acto de comunión, de acercamiento cultural y social, que el globalismo, en estos años, ha tratado de borrar de alguna manera, me refiero a nuestro perfil latinoamericano. O, incluso, al perfil de España como continente. Incluso Hemingway, que lo llegó a aceptar con un aire festivo, pero de una manera muy superficial. La crueldad es otra cosa. El pronunciamiento de Fidel Castro cuando dijo que la única cosa cruel que había sobre el planeta era el capitalismo. Por Dios, ¿por qué no ha habido una resolución de las Naciones Unidas que condene los crímenes de Stalin (más de 20 millones de muertos)? ¿O en la China de Mao (más de 50 millones de muertos)? ¿O el genocidio en Camboya? ¿Y Fidel viene a decirme, cuando el pueblo cubano está de rodillas, muriendo de hambre? No, los gallos son animales muy bien tratados, igual que los caballos de casta. Muchas veces, cuando son ejemplares de calidad, mueren en sus jaulas, muy bien alimentados, muy bien cuidados. Sin enfermedades, vacunados cada seis meses, lo que no hace la mayoría de la gente con sus animales en sus casas. 

¿Qué reflexión haría sobre el país y lo que estamos viviendo? ¿De los temas —la vida humana, la muerte, el azar, la relación con el poder— que hay en el libro? Uno puede ver un espejo del país.

Sin duda alguna. Venezuela padece lo que se ha procurado como país. Uno tiene lo que se merece. Venezuela está purgando toda la frivolidad del país minero. Fue arrastrada, con los manjares del país minero, hasta esta situación humillante. Cuando digo que fue arrastrada, es porque lo hicieron sus propios dirigentes. Por sus propios políticos. Algunos tuvieron como ciertos destellos de advertencia. Pero ésta es una hora bastante gris, con una oposición sumamente inútil. Que no tiene respuestas ni proposiciones claras para nada. Absolutamente nada. Guaidó me parece un político completamente infantil. Intolerable, pero igual me parece María Corina y los otros. Ninguno es un gran venezolano, ninguno tiene un grado de conciencia importante para hacerle propuestas de relevancia. Si tú asumiste el reto político, ¿cómo le vas a tener miedo a la cárcel? 


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