Huníades Urbina Medina retratado por Alfredo Lasry | RMTF
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Afirmaría, sin lugar a dudas, que el doctor Huníades Urbina* es un firme creyente de la educación y de la salud pública. Lo ha demostrado a diario, con una firme convicción. La radiografía que hace de la salud en Venezuela muestra un patrón, incluso en las estadísticas. Hemos experimentado un retroceso sorprendente, quizás inexplicable, en un país que aún figura entre las naciones de ingresos medios. El dato más demoledor es la inversión que el Estado destina a la salud: 0.8 por ciento del Producto Interno Bruto. Vivimos de la buena voluntad de los donantes para vacunar a la infancia de enfermedades que estaban erradicadas, como la difteria y el sarampión. La formación de recursos humanos es producto de un compromiso ético, de una preocupación individual, de una condición altruista. En la salud, como en otros espacios de lo público, el Estado ha abandonado sus obligaciones. O se comporta como un convidado de piedra.
¿En qué condiciones se encuentra la medicina venezolana en estos momentos?
La salud en Venezuela, en los últimos 15 años, está en una fase crítica, entre otros factores, por la escasa inversión que realiza el Estado. De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud, para que un país tenga un sistema de salud adecuado, debería destinar el seis por ciento del Producto Interno Bruto a este rubro. Venezuela (de acuerdo a la Oficina Panamericana de la Salud) estaba invirtiendo 0.8 del PIB, para el año 2021. Evidentemente, con ese presupuesto asignado, no se puede mantener una salud adecuada para los venezolanos. Se han hecho algunas inversiones, hay que reconocerlo, pero no están acordes con la necesidad de los hospitales.
¿Qué significa eso?
Las autoridades deberían preguntarles a quienes hacemos vida en los hospitales: ¿Cuáles son las necesidades? No llegar con una orden superior y empezar a hacer cambios e inversiones que son innecesarias. Voy a un ejemplo, el Hospital de Niños J.M. de los Ríos, hospital de referencia nacional: en 1987, manejábamos 420 camas. Actualmente, se manejan 80 camas y la población infantil venezolana crece, anualmente, entre 500.000 y 600.000 nacimientos por año. Ese hospital, construido en la década de 1960, tenía sus paredes recubiertas de baldosas, ese era el acabado de momento. En la actualidad, eso no se permite. ¿Qué hicieron en el Hospital de Niños? Las paredes de la entrada las cubrieron con dry wall prohibido por la norma ISO 9.000, porque no se puede lavar, es inflamable y propicio a los hongos. O pusieron puertas de vidrio, en casi todos los hospitales de Venezuela, y en Caracas, que es zona sísmica, esas puertas se rompen o se traban, en caso de un terremoto. Entonces, se hace inversión, pero no es la adecuada. El déficit presupuestario tiene otra consecuencia: No hay camas suficientes; no hay laboratorios; no hay medicamentos; no contamos con equipos actualizados y la atención al paciente se retrasa.
¿En términos de salubridad? ¿Cuál es la situación?
Todo eso hace, en transversal, que el sistema de salubridad venezolano, en el que fuimos bandera en América Latina durante muchísimos años (malaria, fiebre amarilla, diabetes, enfermedades no transmisibles) está también desasistido. En vacunación, Venezuela fue, hasta la década del 2000, pioneros en esquema de vacunación para la población infantil y adulta, en la región. Al día de hoy, quedamos atrasadísimos. La cobertura vacunal apenas llega, según cifras de la Oficina Panamericana de la Salud, al 50 por ciento. De acuerdo a la OMS, para que usted tenga una adecuada cobertura vacunal, debería vacunar al 95 por ciento de la población. Eso quiere decir que estamos dejando al 50 por ciento de nuestros niños, niñas y adolescentes, sin la protección. ¿En que se traduce eso? En que reaparecen enfermedades que estaban controladas, como la difteria, que reapareció después de 24 años en Venezuela por la baja cobertura vacunal. Reapareció, en 2016, el sarampión después de 10 años, en los que fuimos declarados zona libre de las Américas. La cobertura en tuberculosis, que era bandera en nuestro sistema de vacunación pública, llegaba al 90 o 92 por ciento. Al día de hoy está en 67 por ciento. Estamos dejando al 37 por ciento de los lactantes sin protegerlos a futuro contra la tuberculosis, en un país de desnutridos, de hacinamiento. La tuberculosis es marca de pobreza a nivel de los Estados. De acuerdo a la OMS, Venezuela está en una emergencia humanitaria compleja.
De la emergencia humanitaria compleja se habló con insistencia el año pasado. Pareciera que pasó de moda.
Claro, porque la gente no sabe lo que es eso. ¿Qué es una emergencia humanitaria compleja? Es cuando un país ha sufrido un desastre natural o las consecuencias de un conflicto bélico (una guerra civil, por ejemplo), nada de eso ha ocurrido en Venezuela. En esos eventos catastróficos, se desarticulan y se pierden los programas de salud. No hay medicamentos. No hay transporte para los heridos. Esas son las consecuencias de un evento natural adverso o de una guerra, nada de eso ha ocurrido en Venezuela. Pero sufrimos las consecuencias como si los hubiésemos padecido. Nuestro sistema de salud está desarticulado y prácticamente inoperante.
¿Cuándo dice que el sistema de salud está desarticulado a que se refiere?
Voy a un ejemplo. Si hay un programa de diabetes, se supone que el ministerio de la salud, que es el ente rector, debe conocer cuántos pacientes diabéticos tiene, cuánta insulina necesita, y eso no existe. En Venezuela, desde el año 2016, no se publica el anuario estadístico vital, eso es contra la ley. Esa información debería ser pública, pero especialmente para el personal de salud. Aquí no sabemos de qué nos morimos, de qué nos enfermamos. Al no saber la cifra de pacientes, usted no puede hacer una proyección de cuántos medicamentos necesitas, cuántos equipos de tomografías necesitas, cuantas radioterapias… A eso me refiero cuando hablo de un sistema de salud desarticulado. El programa puede existir en el papel, pero no se ejecuta porque el ministerio no da a conocer los datos. Ojo, los deben tener, pero no los publican. Entonces, usted va a atender a un paciente diabético, no consigue la insulina; los niños no consiguen las vacunas; las mujeres con cáncer de seno, no tienen dónde hacerse radioterapias. Eso es lo que significa desarticular. Aquí cada quien anda por su lado, sin atender a la población que lo necesita.
Algunos economistas señalan que han surgido clínicas pequeñas que han servido como paliativo a la salud pública. ¿Usted tiene alguna apreciación sobre ese dato?
Las clínicas, sean grandes o pequeñas, siempre han contribuido con el sistema de salud, entre otras cosas, porque la gente debería tener la posibilidad de elegir qué médico la atienda y cuál es el lugar donde quiere que la atiendan, sea un hospital o una clínica privada. ¿Qué pasa en Venezuela? A raíz de la emergencia humanitaria compleja, que obedece a múltiples factores, solamente, de acuerdo a la cámara venezolana de aseguradoras, entre el cinco y el ocho por ciento de la población, tienen un seguro privado. Eso sería la población de Costa Rica, pero nuestra población es mucho más grande. Entonces, alrededor del 92 por ciento de los venezolanos tenemos que morir en los hospitales. Eso no es paliativo, eso es: el que tiene puede; el que no, critica, como dice la gente. En los hospitales de Venezuela tenemos el 50 por ciento de las camas operativas y cuando usted llega al hospital, la larga cola y la gran deuda social. No hay camas, no hay medicamentos, no hay quirófanos, no hay anestesiólogos. O usted consigue un hospital con anestésicos y anestesiólogos, pero no tiene quirófano. Por eso estamos desarticulados. Todos los hospitales, todos, deberían tener todos los servicios para atender a la población venezolana.
Los postgrados de medicina que se imparten en las universidades autónomas son un ejemplo de solidaridad y trabajo colaborativo. No hay ningún incentivo para la formación académica.
Es una labor altruista. Así de sencillo.
¿Podemos hablar de sostenibilidad?
No… bueno, sí. De hecho, lo estamos haciendo. ¿Qué sucede en las universidades? Primero, la matrícula ha bajado, los muchachos no quieren estudiar en los institutos de educación superior, por diferentes razones. En la UCV, llegamos a tener más de 40.000 alumnos en todas las carreras. Actualmente, la matricula es de 23.000 estudiantes. ¿Qué ocurre? Las universidades, como entes públicos, dependen del gobierno, en este caso del Ministerio de Educación Superior. Debemos trabajar con un presupuesto. El presupuesto de la UCV y el de la Universidad del Zulia, por ejemplo, representan el uno por ciento de los recursos solicitados, que llegaron en el mes de junio. Con eso hay que pagar obreros, empleados, profesores, investigación… Usted me dirá. ¿Qué pasa? Nos están asfixiando y, a pesar de eso, las universidades autónomas seguimos trabajando. Seguimos dando docencia. Hacemos nuestro mejor esfuerzo para darles a nuestros estudiantes la mejor formación. Ahí, nos apoyamos con los jubilados, a quienes se les dio la condición de profesores invitados, porque nuestros profesores se están yendo del país, o se están muriendo, o tienen una condición crónica. Nos apoyamos en las clínicas privadas, a través de convenios, para que nuestros alumnos puedan completar su especialización, básicamente en la parte quirúrgica, con médicos que, a su vez, fueron formados en la universidad o son profesores universitarios.
Creo que siempre se puede estar peor.
El asunto es no compararnos con Haití o Angola, sino con Suiza o Canadá.
Uno ve lo que podría ser un patrón, incluso estadístico, por ese camino no vamos a compararnos con Canadá, pero quizás, sí, con Angola.
Haití, en algunos rubros, tiene mejores indicadores que Venezuela. Con todos los problemas que tiene ese país, violencia política y social, falta de democracia, tierras estériles. Entonces, la idea es persistir, mantenernos, a pesar de las condiciones. Eso es lo que conocemos como resiliencia. Yo no me acostumbro a esta medicina que tenemos. Pero trato de dar lo mejor de mí por la salud venezolana y por la formación de nuestros muchachos. De lo contrario, habría que apagar la luz del Estado, porque cuando vamos a educación, a infraestructura, a la industria petrolera, todos tienen las mismas carencias. De presupuestos que van a los bolsillos de algunos funcionarios, según las denuncias de las propias autoridades. Mientras no cambiemos la política en salud, vamos a seguir dando traspiés.
Creo que esto es insostenible.
Sí, podemos decir eso, podemos decir que podemos estar peor. Pero el país no se va a acabar. No nos podemos ir todos de aquí. Algunos quisiéramos, pero no podemos. Estamos anclados aquí por diferentes razones, entre otras, porque considero que es mi deber como venezolano, como médico, retribuirle al país los 40 años en los que yo me formé. Y como yo, hay muchísimos. El que se fue se fue. Se le respeta y le deseamos suerte, pero los que estamos aquí, no nos vamos a ir y nunca van a lograr que nos vayamos.
Venezuela, por su condición de país tropical, es epicentro de enfermedades no trasmisibles (hipertensión, diabetes, cardiopatías, entre otras), creo que las condiciones en que vivimos también afectan la salud mental, el estrés, la depresión, la ansiedad. Está sensación de que no hay mañana, que tu meta es llegar hasta las seis de la tarde. ¿Cómo nos afecta?
Esa es la otra epidemia silente, no declarada. La afectación de la salud mental del venezolano. Hay un aumento de los suicidios en adolescentes. Mérida es el epicentro de esos suicidios. ¿Cómo es posible que un adolescente le pregunte a uno, en una charla en la escuela, cuál es la cantidad mínima de alimentos que él puede tener para compartirla con su hermanito? Eso es terrible en Venezuela y eso sucede.
Ésas también son enfermedades no transmisibles.
El estrés, la malnutrición, la ruptura familiar, el que te tengas que ir a otro país o a las minas para tratar de conseguir dinero, todo eso impacta en la salud. ¿Cuál es nuestro problema básico? Todos son importantes. Y cada familia tiene su problema particular. Pero si yo no protejo la infancia, no voy a tener un adulto sano. Al internista le voy a entregar un adolescente enfermo. El Estado tiene que voltear la mirada hacia la infancia venezolana. De lo contrario, el futuro será cada vez peor en el país.
¿Cuál sería su apreciación final?
Sí hacemos una radiografía de Venezuela, estamos con metástasis a nivel pulmonar, a nivel óseo, pero todas las condiciones tienen un paliativo y tienen una solución. Pero para eso se tiene que hacer la inversión necesaria y adecuada. No podemos seguir viviendo de donaciones. Venezuela está vacunando a la niñez gracias a las donaciones. Las recibimos, las agradecemos a organismos como Unicef, como la OMS, la misma Cruz Roja Internacional. Pero usted tiene que tener programas de calidad y de acceso universal. ¿Cómo trabajan estas organizaciones internacionales? Revisan el PIB de cada país. Venezuela se considera como un país de ingresos medios. No somos un país pobre, somos un país empobrecido. No calificamos para muchas ayudas, prefieren dárselas a Haití, a Zaire, a algunas regiones de la India.
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*Médico pediatra intensivista. Exdirector del Hospital de Niños J. M. de los Ríos. Presidente de la Academia Nacional de Medicina.
Hugo Prieto
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