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El 2017 representó para Venezuela un hito histórico. Fue un año colmado de dificultades sociales, económicas, políticas y humanitarias. Cerró entre el default, la hiperinflación y el cuarto año de contracción económica consecutivo. La mesa está servida para que 2018 sea el año más difícil de nuestra historia moderna, y el Ejecutivo parece reacio a tomar medidas económicas que eviten un agravamiento del desastre. En este sentido, conviene anticiparnos al desenvolvimiento de nuestro proceso hiperinflacionario, el cual reúne características particulares que merecen ser resaltadas.
Anteriormente hemos hecho referencia en Prodavinci a los procesos hiperinflacionarios latinoamericanos de la década de los 80. Si bien existen múltiples coincidencias en términos de restricciones al crédito externo, presiones derivadas del ciclo electoral y antecedentes prolongados de inflaciones altas (aunque estables), el caso venezolano se distingue por la presencia de una élite gobernante de profunda convicción marxista.
Una hiperinflación latina-bolchevique
Desde enero de 2007, los Planes de la Nación (Planes de la Patria) han señalado la intención de hacer transitar al país hacia un sistema socialista de inspiración marxista y “bolivariana”, con peculiaridades venezolanas. Evidencia de que esta intención no ha sido un mero ejercicio retórico, podemos hallarla en la proliferación de controles de precios relativos, expropiaciones de “sectores estratégicos”, incremento de 52,7 puntos porcentuales en la participación de las importaciones públicas sobre el total importado y el establecimiento de consejos comunales (soviets) con capacidades para regular la participación del reducido sector privado.
En este contexto, conviene revisar los episodios históricos de hiperinflaciones que han sido estabilizadas durante regímenes comunistas. Si se descartan los casos de naciones satélite exsoviéticas en los 90 por haber transitado hacia un tipo de economía más abierta, el caso chino (1943-1945) por su inicio previo al ascenso de Mao, y el de Zimbabwe (2007-2008) por no haber sido estabilizado efectivamente, resaltan entonces los casos de Rusia (1921-1924) y Hungría (1945-1946) como aquellos donde el comunismo causó una hiperinflación, la estabilizó, y posteriormente se consolidó.
En caso de la Rusia soviética, se trató de una hiperinflación desatada por factores endógenos, debido a los desequilibrios macroeconómicos generados por el “Comunismo de Guerra” leninista y sus políticas ideológicamente intransigentes. En el caso de Hungría, además de ser la peor hiperinflación registrada en la historia, se trató de un episodio acompañado por una severa contracción de la economía y presión diplomática y fiscal insoportable. En el primer caso, la ausencia de financiamiento internacional constituyó un obstáculo fundamental para la estabilización mediante un programa de ajuste. En el segundo caso, se intentaron políticas heterodoxas que agravaron notablemente la espiral de precios.
Las coincidencias con el caso venezolano saltan a la vista. Para poder comprender lo que nos depara el futuro económico inmediato, será necesario combinar el conocimiento sobre los procesos latinoamericanos con la experiencia histórica de los episodios soviéticos.
Rusia: La imposibilidad del socialismo
Después de una crisis económica causada por la participación rusa en la Primera Guerra Mundial, la “Revolución de Febrero” derrocó la monarquía en 1917, a favor de una monarquía constitucional. En noviembre de ese mismo año, Lenin y el partido Bolchevique tomaron el poder e instauraron un proyecto nacional comunista.
El período inicial del gobierno de Lenin estuvo marcado por un “Comunismo de Guerra” (1918-1921), en el cual se expropiaron más de 37.000 empresas [1] y se manejaron ineficientemente, causando una disminución de los ingresos fiscales, que fueron compensados con financiamiento monetario. Los salarios de los empleados públicos eran pagados en especie, por lo que tenían que comerciar a través del trueque o buscar un segundo empleo informal para conseguir dinero. En respuesta, Lenin ilegalizó el comercio privado y el dinero perdió su uso como medio de transacción.
La combinación explosiva de políticas estatistas e ineficiencia en el manejo de las empresas expropiadas causó una caída en la producción de más de 85% [2]. Esta caída en la oferta de productos, acompañada de un crecimiento de la base monetaria de 405% en 1920 y 599% en 1921, causó altos niveles de inflación [3]. La inflación destruyó los usos del dinero como reserva de valor y unidad de medición, disminuyendo su demanda y causando una hiperinflación a finales de 1921.
Los bienes básicos escasearon y la hambruna causó protestas en las calles. La solución del gobierno fue distribuir paquetes de productos escasos en raciones, generalmente gratuitas o con un precio subsidiado. En 1922, la oferta de dinero creció 16.420% [4] para que el gobierno pudiera costear sus gastos, y los productores dejaron de aceptar rublos a cambio de sus productos.
Hungría: Una hiperinflación inducida
Luego de la Segunda Guerra Mundial, la URSS ocupó militarmente el territorio de Hungría desde 1944 hasta 1945. Los soviéticos se encargaron de que el gobierno de posguerra en Hungría fuera ideológicamente afín. Por ello, aunque el Partido Comunista perdió las elecciones de 1945 con sólo 17% de apoyo, los soviéticos presionaron para establecer un gobierno de coalición donde los comunistas manejaran cargos altos.
Durante la guerra, la capital fue tomada mediante un asedio destructivo. Adicionalmente, gran parte del capital físico que sobrevivió a la guerra fue removido por el ejército soviético. Según estimaciones del Banco Comercial de Pest (1947), 40% de la riqueza de Hungría fue destruida. Por otro lado, el genocidio de judíos y prisioneros de guerra disminuyó la fuerza laboral en 60%, y después de la guerra Hungría perdió el 70% de su territorio.[5]
Sin aprender de los errores de la primera guerra, los aliados demandaron de Hungría un exagerado pago de reparaciones empezando en 1945, el cual aumentaba en 5% de interés por cada mes de retraso. Además, obligaron a pagar el traslado de los 700.000 soldados soviéticos por Alemania y Hungría. Los gastos de reparación y de traslado soviético representaron entre 25-50% del gasto público mensual de Hungría ese primer año.
Desde julio de 1945 hasta agosto 1946, ocurrió la hiperinflación más alta registrada en la historia mundial. Una combinación entre la destrucción del aparato productivo y la base impositiva, con altas demandas fiscales soviéticas, fueron las causas principales.
Siendo el único país que experimentó hiperinflación después de ambas guerras mundiales, las autoridades del Banco Central eran perfectamente conscientes de las consecuencias inflacionarias del financiamiento monetario. Presionaron a los soviéticos para evitarlo, pero estos fueron sordos a las plegarias y pujaron por mantener las causas de la hiperinflación para asegurar la destrucción de la clase media.
En 10 de los 13 meses de hiperinflación, menos del 10% de los gastos eran financiados con ingresos tributarios. Y en los últimos dos meses, menos del 5% de los gastos se cubrían con impuestos convencionales. El alto financiamiento monetario aumentó el nivel de precios en 30.000.000.000.000.000.000.000.000% (3*10^25) durante la hiperinflación, llegando incluso a un tope inflacionario mensual de 41.900.000.000.000.000% (4,19*10^16%) en julio de 1946. Se estima que durante la hiperinflación el PIB cayó entre 55-65%, mientras que los salarios reales cayeron 28,3% cada mes, en promedio.
Para lidiar con la hiperinflación, el gobierno húngaro experimentó con políticas extremadamente heterodoxas, como la indexación de depósitos bancarios. El gobierno obligó a los bancos comerciales a abrir cuentas bancarias de “pengős para impuestos” (pengő era la moneda oficial). Los depósitos en estas cuentas crecían diariamente según la inflación reportada oficialmente. El objetivo era que la población las utilizara para asegurar el valor de su dinero dirigido al pago de impuestos y que cuando hicieran dicho pago todavía valiera lo mismo en términos reales. Efectivamente, fue un intento de evitar el efecto Olivera-Tanzi.
Mientras crecía la inflación, estos depósitos se popularizaban, intensificando notablemente el ciclo hiperinflacionario. El cociente entre pengős impositivos/pengős creció y fue imposible encontrar efectivo en la calle porque la mayoría del valor estaba en las cuentas indexadas. A las 2:00 pm de cada día, los bancos cerraban, por lo cual al mediodía la gente llevaba todo su dinero al banco y el día siguiente sacaban un monto mucho mayor ajustado por inflación para poder comerciar.[6]
Los bancos comenzaron a imprimir notas que representaran los pengő de impuesto. Estas notas eran sólo válidas por dos meses para desincentivar su uso, pero no fue suficiente. Dos meses antes del final de la hiperinflación, el ministerio de finanzas fue autorizado para imprimir notas de “pengő de impuesto”.
Al tomar esta medida, la población dejó de aceptar los pengő normales, y progresivamente el gobierno tuvo que ir legalizando diferentes usos de los pengő impositivos. En julio de 1946, se legalizó su uso ampliamente, mientras se estabilizaba la hiperinflación. Por meses, este instrumento fue el único medio de cambio, y pronto comenzó a experimentar inflación luego de que el ministerio de finanzas lo comenzara a emitir. La sustitución monetaria involuntaria fue concretada.
De esta manera, se evidencia que la indexación de depósitos es altamente contraproducente. El efecto Olivera-Tanzi no se puede evitar, y el aumento de la base monetaria, sea en manos de los ahorristas o del gobierno, genera más inflación y menor bienestar.
Estabilización en socialismo
El objetivo de un programa de estabilización es recuperar la confianza en el valor del dinero. Sus ingredientes principales incluyen la reestructuración del sistema fiscal (tanto ingresos como gastos) y la política monetaria, asegurar la convertibilidad de la moneda, y en el caso de economías socialistas: relajar (temporalmente) el control estatal sobre el sector productivo.
En cuanto al cuadro externo, tanto el desmontaje de un control cambiario, como la ejecución de una reestructuración fiscal necesitan generalmente financiamiento externo. Los términos y plazos de los pagos de deuda deben ser claros y públicos, de lo contrario, se arriesga aumentar la incertidumbre de los agentes sobre las capacidades y recursos disponibles del Estado para ser fiscalmente sostenible. Tanto en el caso soviético como en el húngaro resalta el reconocimiento por parte del liderazgo comunista de la necesidad de relajar controles, y trasladarse momentáneamente a un sistema capitalista para poder estabilizar la hiperinflación. En el caso de la Unión Soviética, este reconocimiento llegó en 1922, y en Hungría en agosto de 1946.
La Unión Soviética emprendió un programa de estabilización y reforma económica conocido como la “Nueva Política Económica” (NPE). La NPE se caracterizó por 4 áreas principales de reforma: monetaria, fiscal, cambiaria y de derechos de propiedad. Aunque existían intenciones de llevarla a cabo, el camino a la estabilización no fue fácil. De hecho, la fase más aguda de la hiperinflación se vivió durante la NPE, entre 1922 y 1923.
En agosto de 1946, la coalición de gobierno de Hungría introdujo un programa de estabilización impulsado por el partido comunista. El programa se dividió en grandes rasgos en 3 tipos de políticas: (i) medidas para incrementar la aceptación del dinero, (ii) reformas severas a la política fiscal, y (iii) reestructuración de reparaciones, nuevo financiamiento, y esclarecimiento de fronteras.
Para manejar las expectativas, el gobierno de Hungría seleccionó la fecha del 1ro. de agosto como inicio de la estabilización, ya que coincidía con la cosecha de verano. Además, aumentaron momentáneamente las importaciones para llenar los anaqueles y generar una percepción de abastecimiento.
Reformas al sistema fiscal y los derechos de propiedad
La reforma fiscal del NPE tuvo que ser brusca, y los soviéticos tuvieron que renunciar a gran parte de su aparato de control social en favor del mercado. Para recaudar impuestos y poder equilibrar el presupuesto, se volvió a cobrar el alquiler de viviendas. Como parte del NPE, se legalizó el comercio y la empresa privada. Se volvió a un sistema de cobro de impuestos en moneda y no en especies, así como a pagar salarios en dinero.
En Hungría los cambios en el financiamiento del presupuesto fiscal tuvieron que ser radicales. Mientras que en agosto de 1946 solo el 21% de los gastos era cubierto con impuestos tradicionales, en septiembre aumentó a 33% y en octubre ya era del 96%. La reforma impositiva incluyó tasas de ISLR de hasta 60% del ingreso por trabajo, y 80% del ingreso por alquiler. El IVA aumentó del rango preguerra de 2-5% a 3-10%, y la evasión de impuestos comenzó a ser penalizada a una tasa de 10% por mes de evasión.
La reforma del gasto público en Hungría comenzó con el despido del 10% de los empleados públicos en todos los ministerios y del 75% de los policías. Los salarios y pensiones del gobierno se recortaron en más de 50% en términos reales.[7]
Reformas monetarias y bancarias
La reforma monetaria en la Unión Soviética incluyó 3 remonetizaciones y 2 cambios de moneda. Ante la virtual desaparición del uso del dinero, los soviéticos intentaron crear una nueva medida de valor (de raigambre marxista) para pagarle a sus trabajadores, basada en unidades de tiempo de trabajo. Este intento falló estrepitosamente y fue abandonado en favor de una unidad llamada “rublo preguerra”, la cual simulaba los precios relativos en la Rusia Monárquica de 1913 y se indexaban los salarios mensualmente.
Por último, decidieron emitir una moneda que el proletariado percibiera como estable. Dicha unidad era libremente convertible al oro (chervonets). El chervonets presentó mayor estabilidad, pero convivía simultáneamente con el rublo y se apreciaba rápidamente. El gobierno seguía pagando algunas de sus cuentas en rublos, y ello dificultaba el comercio.
Poco a poco, el rublo desapareció de circulación y el chervonets surgió como la moneda. El gobierno había reconocido su error, por lo que el trueque y la distribución de raciones previas a la NPE fueron sustituidas progresivamente por un sistema de transacciones monetarias, el cual tuvo que sobrepasar varias etapas para llegar a ser relativamente estable. En 1925, con la reforma monetaria casi completa, la producción en la Unión Soviética creció 42%.
El caso monetario húngaro también fue emblemático. En el programa de estabilización, el gobierno introdujo una nueva moneda (florín) a un tipo de cambio de 400 octillones (4*10^29) de pengő por florín, y de 200 millones (2*10^8) de “pengő impositivos” por florín. Simultáneamente, se restableció un antiguo estatuto del Banco Central que impedía créditos directos o indirectos al gobierno, exceptuando los casos en que el gobierno depositara un monto equivalente en oro o divisas. Además, controlaron la oferta de créditos mediante requerimientos de reserva de 100% para los bancos comerciales.
Relaciones externas
La estabilidad monetaria hubiera sido imposible en la Unión Soviética sin haberse esforzado en aproximarse a la libre convertibilidad de su moneda al oro. Después de repetidos intentos, la única solución que encontraron para que los agentes demandaran la moneda fue darle un valor intrínseco, o al menos, asegurar que fuera capaz de comprar algo con valor intrínseco. Pero lograr la libre convertibilidad no fue fácil y tomó tiempo, porque la URSS no tuvo acceso oportuno a créditos internacionales que le permitieran tener suficiente oro. La razón de sus dificultades fue su previo default a la deuda soberana, durante la revolución.
Sin embargo, Hungría si contó con apoyo financiero internacional. EEUU prestó USD 15 millones entre mayo y junio de 1946, y las Naciones Unidas concedieron el equivalente a USD 4 millones en comida. También pudieron recuperar USD 32 millones en reservas de oro que el gobierno nazi había tomado, y sirvieron como cobertura para los florines al momento de ser introducidos.
Por otro lado, se especificaron y reestructuraron los plazos del pago de reparaciones y deuda. Se extendió el plazo de 6 a 8 años, se acomodaron progresivamente los pagos de amortización de manera que al comienzo fueran menores, y fueron eliminados los intereses por penalidad de pago tardío de la deuda de 1945. Como parte de su trato con la Unión Soviética, Hungría cedió sus acciones mayoritarias en la empresa minera más grande de Rumania para amortizar los pagos en los primeros años de reparaciones.
Good-bye Lenin… criollo
Tras analizar las experiencias de la URSS y Hungría, salta a la vista que ni siquiera los regímenes socialistas reales pudieron evitar un giro promercado (aun siendo temporal) para frenar procesos hiperinflacionarios.
Medidas efusivamente criticadas como neoliberales por la izquierda venezolana durante los años 90, como los recortes fiscales, la reducción de la nómina pública, independencia del Banco Central, privatización de empresas y libre convertibilidad de la moneda, debieron ser implementadas (o permitidas, en el caso húngaro) durante la primera mitad del siglo XX por la nación epítome del marxismo aplicado.
Más aún, en ambos casos debió realizarse una reforma completa del sistema cambiario, a fin de utilizar el tipo de cambio como variable ancla de expectativas. Ante una cotización no-oficial que ha sufrido una depreciación mensual cada vez más acelerada en la actualidad venezolana (19,9% mensual promedio durante el primer semestre de 2017 vs. 47,9% estimado para el segundo semestre de 2017), quedan pocas dudas sobre la necesidad de prestarle similar atención a esta área de política económica.
Ante un cierre casi total de los mercados financieros para la República de Venezuela y Pdvsa, dado el evento de crédito ocurrido en noviembre de 2017 y las sanciones impuestas por EE.UU., cabe recordar las dificultades rusas experimentadas durante el programa de estabilización de 1921-1925, ocasionadas por un default de deuda desordenado.
Venezuela requerirá apoyo financiero multilateral para llevar a cabo un programa de ajuste macroeconómico creíble. De lo contrario, los costos políticos de una reforma fiscal comprensiva y una unificación cambiaria, dificultarían el compromiso del gobierno de turno con sus objetivos declarados. Siendo este el caso, los agentes económicos no creerán en la promesa de una autoridad monetaria independiente y centrada en la estabilidad de precios, y seguirán reduciendo su demanda de saldos reales en bolívares y agravando el ciclo hiperinflacionario. Precisamente, esta ausencia de auxilio financiero fue una de las causas fundamentales del lento proceso de ajuste soviético (aproximadamente, cuatro años).
Pero los rojos también juegan…
Si bien parece inevitable que un proceso de estabilización inflacionaria tenga sesgos favorables al desarrollo de las fuerzas de mercado, no debe perderse de vista que tanto Hungría como la URSS eventualmente revirtieron las medidas concernientes a derechos de propiedad. Ello fue posible gracias a factores tanto externos (estallido de la II Guerra Mundial en el caso ruso, dominación soviética en el caso de Hungría) como a factores internos o de economía política de las élites gobernantes.
Los bolcheviques lograron afianzar su poder tras la implementación de la NPE, hecho que facilitó la regresión hacia un mayor control estatal con la llegada de Stalin y de un nuevo comunismo de guerra. En caso de haber enfrentado suficientes fricciones en la coalición gobernante, o suficiente oposición de otras fuerzas políticas (si no hubiesen sido derrotadas durante la guerra civil), tal retroceso habría sido más difícil de implementar. En el caso húngaro, la estabilización ayudó a sentar las bases para convertirse en la República Popular (comunista) de Hungría en 1949.
En el caso venezolano, la coalición gobernante del PSUV ha entorpecido cualquier ajuste estructural propuesto internamente. Además, ha enfrentado la oposición de otras fuerzas políticas que han capitalizado el descontento generado por la crisis y la parálisis de política económica. Sin embargo, existen esperanzas de alcanzar un cambio en la coalición que incluya elementos menos radicales, algunos adversarios, o incluso un gobierno totalmente diferente. Solo de esta manera será posible un ajuste.
Caso contrario, si la coalición gobernante logra consolidarse o eliminar a aquellas facciones menos radicales en su concepción de la economía a largo plazo, podríamos vivir uno de los peores procesos hiperinflacionarios de la historia.
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Referencias
[1] Lawton, L. (1932). An Economic History of Soviet Russia.
[2] Ídem.
[3] Pickersgill, J. Hyperinflation and Monetary Reform in the Soviet Union, 1921-26.
[4] Ídem.
[5] Bomberger, W., & Makinen, G. (1983). The Hungarian Hyperinflation and Stabilization of 1945-46. Journal of Political Economy.
[6] Ídem.
[7] Ídem.
Asdrúbal Oliveros, Guillermo Arcay, Jean-Paul Leidenz
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