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El día de hoy, 22 de julio de 2021, murió el poeta, ensayista y crítico literario Guillermo Sucre. Reproducimos esta entrevista que le hizo el periodista Hugo Prieto, publicada originalmente en Prodavinci en agosto de 2016
La sala del apartamento de Guillermo Sucre tiene una célula completamente viva. Una mesa, una lámpara de brazo y una pequeña máquina de escribir, sobre la cual hay un sobre lleno de hojas. La mesa está flanqueada por dos bibliotecas, llenas de libros. El sillón de tres puestos junto a la pared parece que lo hubieran dejado allí, provisoriamente, el día de la mudanza. Diríase que todo lo demás son cosas de escasa y fortuita utilidad.
En esa mesa, Sucre reescribió y amplió su ensayo sobre Neruda, a finales de los 90, que finalmente incorpora a La máscara, la transparencia, un libro de ensayos sobre poesía hispanoamericana que ha sido celebrado en el exterior y en Venezuela es un objeto de culto, que al paso del tiempo se ha abierto a las nuevas generaciones como un logro acabado de brillante escritura.
Al intruso la escena le puede resultar inquietante. No tanto por la soledad que allí reina, sino por lo que esconde, el hallazgo de una escritura transformada en espiritualidad. Sucre ha levantado su voz cuando ha sido preciso e impostergable. Sin importarle la condena al ostracismo o al desdén con que suele reaccionar la política cada vez que le recortan poder. Lo ha hecho a su gusto y su sentido del humor es la mejor prueba de que no se arrepiente de nada.
Dentro de los postulados de “Sardio”, movimiento poético e intelectual, cuya denominación, además, era el de una revista, se advierte que el compromiso de sus integrantes, era con la ‘inteligencia’, no con la política o con una ideología en particular, ¿Qué los llevó a plasmar ese propósito, esa búsqueda?
En esa época todos éramos, como se dice, de izquierda. Yo era del centro, por supuesto, de Acción Democrática. Adriano González León, Francisco Pérez Perdomo, Ramón Palomares, quien sí era un poeta realmente puro, un poeta que venía de los Andes, Elisa Lerner, Luis García Morales, Manuel Quintana Castillo. Nunca pensamos que aquí podía haber una guerrilla como en Cuba. La revolución cubana marcó enormemente a nuestra generación, para bien o para mal. Yo siempre me opuse, porque decía “nosotros (los integrantes de Sardio) no habíamos hecho contra Pérez Jiménez una resistencia armada”. Todos los intentos que hizo AD fueron una estupidez. Yo estaba preso en Ciudad Bolívar cuando el 23 de Enero, con Ramón J. Velásquez. Entonces, salimos de la cárcel y lo fundamental era una cosa democrática. Muchos de esos manifiestos los escribía yo, con Rodolfo Izaguirre, pero Rodolfo era un hippie comunista.
Se les exigía a los integrantes de Sardio “rigor, disciplina, lucidez para que puedan conocer la verdad de su momento”. ¿Realmente observaron esos principios?
Ojalá hubiésemos sido más rigurosos. Pero más o menos era eso. Nos reuníamos en un cafetín que quedaba al lado del Teatro Municipal, antes de que se construyera el Centro Simón Bolívar (las torres de El Silencio). Teníamos una librería que la dirigía José Meneses y que luego fue ‘Suma’ (que aún existe en Sabana Grande). Fue una librería muy importante para nosotros. En el primer número de Sardio yo publiqué un artículo muy fregado sobre Neruda, quien vino a Venezuela, en 1958, poco después de la caída de Pérez Jiménez. Neruda se puso furioso. Te advierto que él era un tipo raro. Por ejemplo, cobró por hacer un recital de poesía en Barquisimeto y cosas así.
También reivindicaban ‘una dimensión colectiva del arte’. Es algo extraño, porque el artista, cuando desarrolla su obra, está por su cuenta, íngrimo, solo, desnudo. ¿Cómo es eso?
Cuando no entra la cuestión ideológica, sino una visión, digamos, equilibrada de la política, por lo menos entra cierta defensa de los valores humanos. Antes no se decía los valores humanos, pero en el fondo era eso. Nosotros no podíamos aceptar que se pusiera preso a todo el mundo. Bueno, yo sé que se cometieron excesos en el segundo gobierno de Betancourt. Pero también fue una guerra de guerrillas que afortunadamente no pudo ser muy urbana. Estalló, ¿no? Recuerda que había ayuda de Cuba, de la Unión Soviética a través del partido comunista.
Había un objetivo claro de tumbar a Betancourt.
Ese fue el problema. Pero en el 68, con la invasión de Checoslovaquia, la llamada revolución naranja de (Alexander) Dubcek, Teodoro Petkoff y Pompeyo Márquez dijeron “tenemos que apoyar a Checoslovaquia”, en cambio Rusia envió los tanques y eso lo aceptó Fidel Castro, que perdió su aura de independiente y otras cosas.
El intelectual es visto, indistintamente, como un artista, que juega un papel ‘como un guía, un crítico o consejero, de la sociedad’. Se rehúye la política, pero no del todo. ¿No es, digamos, un papel bastante cómodo?
Eso de consejero no me parece y guía tampoco.
¿Un crítico que no participa en política?
Para nosotros fueron muy importantes dos personajes de la literatura francesa, que comenzamos a leer en esa época. Sartre y Camus. Camus era un crítico, democrático, pero Sartre, no. Sartre creía que no podía haber cambio histórico sin derramamiento de sangre. En cierto modo, sin cierta dictadura. Sartre dijo en una ocasión que en la Unión Soviética habían modificado una de sus piezas de teatro y sin embargo él no dijo nada, porque comprendió que para la Unión Soviética eso tenía que ser así. Pero no para él, que pertenecía a un mundo más libre.
Esa ha sido una actitud característica de los intelectuales de izquierda… hay que comprender al poeta, pero en este caso, el poeta es Stalin o Fidel Castro. Pero a ninguno de esos intelectuales se les ocurrió (o se les ocurriría) vivir en Rusia o en Cuba. ¿Cómo es esa disociación?
Yo conocí a Vargas Llosa en Caracas cuando vino a recibir el premio Rómulo Gallegos, que se daba por primera vez. Eso fue en 1967. Simón Alberto Consalvi era el presidente del Inciba (Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes), nos reunimos en varias ocasiones con Vargas Llosa, cuya actitud no era muy cubana, aunque defendía a la revolución cubana, pero tampoco comprendía muy bien por qué en Venezuela no hubiese una revolución similar. Y fíjate, ya estaba en declinación la guerrilla, por supuesto. En esa ocasión también vino García Márquez. Simón Alberto me llevó el discurso de Vargas Llosa a mi casa, para que lo leyera, le dije: ¿Qué malo tiene que diga ese discurso? No es que Leoni iba a asistir al acto, pero con ese discurso dijo que no. Entonces, García Márquez le decía a Vargas Llosa: “¿pero por qué tienes que meter a la revolución cubana aquí?”. Increíble, ¿no?
Sardio también le dio la bienvenida a la revolución cubana “como la esperanza más vigorosa del renacimiento de la democracia”.
No, eso no lo escribí yo. Yo me puse furioso con esa cosa. Se lo dije a Izaguirre. Rodolfo, qué vaina es esa. Eso fue algo de los recién llegados a la revolución. Eso lo escribió Gonzalo Castellanos, un arquitecto que era muy amigo mío. Pero cuando regresé a Venezuela, Gonzalo casi no me saludaba. Cristóbal Palacios tampoco. Cristóbal se ponía a hablar horrores de Betancourt. Salvador Garmendia también era muy procubano, pero después de que ocurrió lo de Checoslovaquia y de que vio la actitud de Petkoff se fue distanciando también.
Se produjo la ruptura. ¿Influyó el “caso Padilla”, el poeta cubano “llevado a juicio y condenado de antemano por Fidel Castro”?
Por supuesto. Eso fue. Y esa fue la ruptura también de Sartre.
¿Fue una ruptura con tus amigos, con quienes estuviste en la cárcel? ¿Cómo enfrentaste eso en términos personales?
La segunda vez que caímos presos, mi hermano Leopoldo y yo, fue casi en solitario (año 57). Nosotros vivíamos cerca de la librería Cruz del Sur (a dos cuadras del bulevar de Sabana Grande) Jesús Sanoja estuvo preso con nosotros. Él salió expulsado, dio muchas vueltas, en París y muchos otros sitios. Rafael Cadenas se fue a Trinidad, ahí fue donde aprendió muy bien inglés y después de la caída de Pérez Jiménez, nosotros nos veíamos con frecuencia. De modo que no hubo ruptura.
Pero Jesús Sanoja vivió en la clandestinidad durante el gobierno de Betancourt.
¡Ah! En esa época no lo veía. Años después, cuando se publicó la primera edición de La máscara, la transparencia, publicada por Monte Avila, a mí no me nombraban en El Nacional (a causa de una crítica que Guillermo Sucre hizo de una de las novelas de Miguel Otero Silva), pero Jesús se mandó con dos páginas del ‘Papel Literario y como él era muy amigo de Miguel Otero, bueno, se acabó la cosa.
¿La guerrilla venezolana no desencadenó un cisma entre los poetas?
Manuel Caballero, por ejemplo, estaba en contra de la guerrilla. Claro que nos distanciamos, ya no había la misma cordialidad y la misma capacidad para reunirnos. Pero no con Rafael Cadenas ni con Jesús Sanoja. Recuerda que durante la dictadura, Jesús vivía cerca de nosotros, él siempre pasaba por la casa y preguntaba por mis hermanos y por mí y cuando caí preso, la única tarjeta de Navidad que recibí en la cárcel era de Rafael. A mí regreso al país, pedí mi ingreso a la Universidad. Elías Pino era decano de la Facultad de Humanidades. Allí daba clase Nelson Osorio, a quien conocí en el Pedagógico. Era un gran pedante y claro, un comunista, que ejercía cierta influencia. Me contaron que en una reunión donde se trató mi solicitud, Osorio dijo “pero es que Guillermo Sucre es hermano de Sucre Figarella, el presidente de la CVG” (Corporación Venezolana de Guayana). Oswaldo Barreto se puso furioso, dijo: “esa no es manera de criticar a Guillermo, así que estoy en desacuerdo”. Y Michelle (Ascencio), que era la directora de la Escuela de Letras, apoyaba mi ingreso. Tuve que escribirle a Luis Fuenmayor, que era rector. Fuenmayor dijo: claro, Guillermo tiene perfecto derecho a entrar. Me rebajaron, en la Simón Bolívar era profesor titular y en la UCV profesor asociado. Ganaba un salario horrible.
Quisiera saber su opinión sobre una frase que escribe Mariano Picón Salas. Cito textualmente: “Desengaño o resignación, o romántico escape de las cosas. Había sido durante los años de eclipse civil los síntomas de una prolongada derrota venezolana. Que aquí no vale la pena esforzarse por romper la costra de las costumbres y los malos hábitos, porque una misteriosa inercia autóctona, terminaba prevaleciendo sobre todo impulso renovador”.
Recuerdo perfectamente, son alrededor de siete ensayos en Páginas de Venezuela.
¿No es una visión muy pesimista del país?
Se refiere, básicamente, a la época de Gómez y a la época anterior de Castro. Recuerda que cuando Mariano Picón escribe Los días de Cipriano Castro, durante la dictadura, ese libro se vendió inmediatamente, porque todo el mundo decía que era una metáfora de Pérez Jiménez. Luego, Mariano Picón se fue del país. Hay una frase suya, en referencia a su viaje a Chile, iba en un barco de inmigrante y en el fondo “veía siempre a mi padre que iba como el derrotado, el desengañado” y eso fue porque él tuvo problemas económicos con el café en Mérida, porque ellos eran hacendados. Su padre, don Pío, murió en Chile y a través de su segundo matrimonio, hay familiares de Picón Salas en ese país, él perteneció a un grupo literario, pero ninguno de sus integrantes fue tan buen ensayista, tan buen historiador como Mariano Picón Salas.
Digamos que la frase es una clara impresión del oscurantismo venezolano, pero desde tu mirada y en un tiempo más cercano ¿le encuentra algún sentido?
Comprensión de Venezuela es un libro muy importante de Mariano Picón. El terminó de escribir ese libro en 1947, después de haber fundado la Facultad de Filosofía y Letras en la Universidad. Ya Gallegos lo ha nombrado embajador en Bogotá. Inicialmente, esos ensayos fueron publicados como artículos en la Revista Nacional de Cultura, que él fundó. En los inicios de la apertura, Mariano Picón fue secretario general de ORVE, donde estaba Betancourt, pero también la izquierda comunista y la izquierda democrática. Picón se opuso a ciertas iniciativas de ORVE, porque decía que “eso era obligar a López a tomar medidas radicales”. Fue nombrado embajador en Checoslovaquia, donde escribe ‘Europa América’ y varios ensayos. Por supuesto, tiene una visión muy crítica de lo que era Venezuela. Picón iba a retomar su cátedra en Chile, luego de que López Contreras lo destituyera por “comunista”. El tuvo una polémica con Ramón David León, el director de la Esfera, quien precisamente empezó a acusarlo de comunista. Pero ciertamente la frase pudiera tener algo de verdad, dentro de lo que sería la psiquis política venezolana. No son frases como las de Uslar, “hay que sembrar el petróleo”. Es una vaina muy distinta.
Hablando de la psiquis, hay otra frase de Picón Salas que me gustaría que comente. “Episodios tan trágicos como el de la guerra a muerte y de la gran emigración del año 1814, ante el avance y reconquista española, me parecen decisivos para la formación del alma criolla”.
Bueno, Mariano Picón advierte, en efecto, que si no se toma consciencia del daño que provocaron esos episodios, sería una irresponsabilidad. Uslar Pietri siempre me decía “pero Sucre es que en la época de Gómez no había un solo técnico de la industria petrolera”, como si el atraso del país fuera de índole técnica, cultural. No. Era otra cosa también. Era esto.
Para un poeta, esta frase ¿Qué podría significar?
Bueno, si te pones a ver, la literatura venezolana no ha sido muy optimista, ¿no? Mariano Picón tiene un libro que se llama Buscando el camino, lo fotocopié de la Biblioteca Central porque no había más ejemplares. Y allí Mariano Picón tiene un ensayo sobre Nietzche, dedicado a Ramos Sucre. Eso es 1918, tiene un ensayo dedicado a Enriqueta Arvelo Larriva, una poetisa que fue la mejor de su generación, incluido su hermano, que fue perezjimenista, ése sí se fue por el camino llano. Y Briceño Iragorry, que en esa época fue gomecista. Lo que pasa es que Briceño Iragorry se reivindica porque se opuso a Pérez Jiménez y la verdad es que le dieron de palos en Madrid (un ataque ordenado por el dictador).
A mediados de los 60, criticas a las élites porque no estaban a la altura de los desafíos que enfrentaba el país. Te refieres a quienes tienen la capacidad de orientar a la sociedad y tomar decisiones. ¿Podrías hacer ese mismo planteamiento en el momento actual?
Si uno compara la resistencia que ha habido contra el chavismo con la que había contra Pérez Jiménez, por supuesto que hemos progresado mucho. Es la verdad. Una cosa era Uslar Pietri, que volvió con el mismo tema de la corrupción. ‘¿Dónde está la plata?’, así se presentaba Uslar en los mítines de barrios elegantes, en El Paraíso. En las elecciones de 1963, Uslar salió senador, al igual que el pirujo (Ramón) Escovar Salom, apoyados por el FNP, que luego formó parte del gobierno de la ‘ancha base” (1963). Pero no era la ancha base de ORVE, sino la del banquero que tenía un castillo en el Ávila (José Joaquín González Gorrondona). Escovar era el ministro de Justicia. Mi hermano Leopoldo me decía: el pirujo es bueno, sabe hacer análisis políticos.
Es cierto, la resistencia no es la misma, pero eso no responde a la pregunta. ¿Le haría la misma crítica a las élites en este momento?
Yo sí creo, si pensamos en la universidad (en la UCV y el resto de las universidades autónomas) donde no ha entrado el chavismo. Esa gente está preparada. En la época de Pérez Jiménez, claro que se oponían, pero ahí nadie hablaba.
Una serie de artículos publicados en la revista Vuelta a mediados de los años 90 (se pueden leer en los archivo de la revista Letras Libres) causaron una gran polémica. Cito textualmente “A quienes diciéndose intelectuales renunciaron a las ideas democráticas para sumarse a la conjura armada, y aún alentarla, sin importarles mucho las terribles consecuencias que esto podía y puede acarrearle al país, la cadena de golpes, la violencia crónica, la devastadora agitación social…
Uslar Pietri, José Vicente Rangel, Juan Liscano, que era amigo mío, pero se puso a conspirar en las últimas. Juan Liscano era un invitado permanente que tenía Carlos Andrés Pérez en Miraflores, en su primer gobierno. Me cuenta quien fue el primer presidente del Conac, Luis García Morales, que Carlos Andrés Pérez lo invitaba los jueves a cenar y eran Francisco Herrera Luque, que era una especie de chavista de la novela y Rafael Pizani, a quién Pérez le celebró sus 80 años en Miraflores. El ministro del Interior era mi amigo de la cárcel, Alejandro Izaguirre, que me contaba también todo eso. Recuerdo que cuando estaba en Monte Ávila, Liscano llegaba los viernes en la mañana y decía: el presidente Pérez dice que esta editorial es elitesca. ¿Qué es lo que quiere decir con elitesca? El decía eso.
Violencia (más de 20.000 homicidios en 2015), agitación social (saqueos y linchamientos) y golpes institucionales (en el CNE, en el TSJ).
Yo veía eso, no tenía dudas.
¿Cuál podría considerarse el legado más importante de su generación?
Yo creo que Rafael Cadenas. Rafael es un magnifico prosista, ha escrito libros en defensa del lenguaje, pero también libros de ensayo y su poesía. Quizás a excepción de su primer libro. Soto hacía penetrables, pero la mitad de ese libro es impenetrable. Para un premio que se llamaba José Rafael Pocaterra, que daba el Ateneo de Valencia, me pidieron que fuera miembro del jurado junto con Ramón Palomares y Juan Sánchez Peláez. Eran obras inéditas. Dije que no podía votar por el otro. Yo voté por Falsas maniobras, que era el segundo libro de Rafael y de ahí los comunistas me volvieron a aceptar en el cenáculo.
¿Qué caracterizaría hoy a la crítica literaria en Venezuela?
Allí hay un problema, no sólo de Venezuela, sino del mundo hispánico y del mundo en general. La crítica literaria, si uno se pone a ver, siempre ha estado dominada por las grandes editoriales. Por ejemplo, el premio Goncourt, en Francia, ahí contaba mucho (la editorial) Gallimard.
No es el caso de Venezuela, donde han desaparecido varias editoriales.
Contaría un poquito de sinceridad, pero no expresada en forma primitiva, insultándolo o mandándolo al infierno, no puede ser. Y un poco de claridad. No decir, primero, esta es la gran obra. Elliot decía una cosa, “uno puede hablar de una obra auténtica, pero no puede hablar de una obra eterna o grande”, porque eso es decisión del tiempo.
Dice que a la escritura se llega por medio de la pasión, no del virtuosismo o de la erudición. ¿Te sientes partidario de alguna utopía?
Creo que uno siempre está oscilando entre la utopía y el descontento, el desengaño. Pero eso es bueno, me parece. Que uno se dé cuenta de eso. Porque un exceso de utopía lleva a la dictadura, como ocurrió en Rusia y en Cuba. Yo fui amigo de Alejo Carpentier. El vivía en La Florida. Por supuesto, yo no tenía carro y Carpentier no manejaba, pero su mujer, Lilia, sí manejaba y me iban a buscar los sábados, porque había una reunión en su casa, cenábamos y luego tomábamos algo. Alejo nunca habló de política. Pero cuando los guerrilleros de Castro tomaron La Habana (el 1ero de enero de 1959), recuerdo que lo fui a visitar y allí estaba Inocente Palacios, quien propuso brindar a la semana siguiente con champagne y él llevaba la comida. A los pocos meses se fue a Cuba y de ahí a París. Al Partido Comunista de Cuba no le gustaba Carpentier. El único que lo apoyaba era el Che Guevara. Y cuando se produjo lo de Padilla (el “caso Padilla”), decía mucha gente que Carpentier se escurría para no coincidir con Sartre y su mujer, Simone de Beauvoir, en las calles de París, porque le daba vergüenza.
En Mea Culpa, Guillermo Cabrera Infante, da cuenta de esa versión y asegura además que a Carpentier se le veía incómodo porque estaba apoyando una cosa en la que no creía.
No creo que haya sido por arribismo, porque él sabía muy bien que se iba a someter a un régimen. Pero después que esos tipos entran, les resulta muy difícil salirse.
¿Esa no es la relación de los intelectuales con el poder?
Sí, claro. Hay algo de eso.
Usted incluyó un ensayo sobre Neruda en la reedición de La máscara, la Transparencia. Un gran poeta que tenía un lado oscuro. La controversia alrededor de Stalin, el asunto de la libertad y la democracia. ¿Esto ha sido un acto de justicia o un merecido reconocimiento al poeta?
Yo tenía ideado ese ensayo desde el mismo momento en que empecé a escribir La máscara. Pero coincidió con el golpe de Estado de Pinochet y la muerte de Neruda, pocos meses después del golpe. Pensé que publicar el ensayo, que le tiene ciertos reparos a Neruda, era como hacerle un bien al pinochetismo. Decidí no publicarlo. Lo fui corrigiendo, ampliando. Escribí la última versión en 1998. Y lo incluí en esta reedición de La máscara, porque eso estaba prometido. De modo que el ensayo de Neruda siempre lo concebí y me gustó quizás escribirlo ya más reposadamente, releyéndolo casi todo. A excepción de sus últimos libros, que quizás no tenían genio y, además, con un lenguaje repetitivo.
Neruda se mantuvo en sus trece. Nunca rehuyó de su condición de comunista, nunca fue un revisionista.
Porque él estuvo muy influido por los comunistas franceses, en vez de los comunistas italianos que eran más revisionistas. Y nunca pensó en los disidentes. Todavía no se había traducido, creo yo, a Mandelstam. El poeta que lee un poema contra Stalin. Stalin llama a Pasternak y le pregunta. “¿Usted conoce a un poeta que leyó y usted estaba presente? ¿Qué piensa de ese poeta y de ese poema?” Pasternak no hallaba que decir. Optó por elogiar a la persona, no al poema. “Ya sé tu opinión”, dice como anuncio de la muerte. El mundo hispánico ha sido muy oscurantista en eso de traducir las obras de la disidencia comunista. Las memorias de la mujer de Mandelstam las leí en ingles, cuando estaba en Estados Unidos. Y también en francés. En España se publicaron mucho después.
¿Qué opinión tiene de que su obra sea un referente para los poetas que vienen?
La verdad es que en Venezuela se ha hablado muy poco de La máscara, la transparencia, salvo las dos páginas que escribió Jesús Sanoja en Papel Literario, muy poco. Se ha hablado mucho más en el exterior que aquí. Pero La máscara se ha vendido mucho en el país, tanto la edición que hizo el Fondo de Cultura Económica, como la de Monte Ávila y ahora la reedición que hizo la editorial El Estilete.
Hugo Prieto
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