Guillermo Morón: una historia en cuatro actos (y III)

12/02/2022

Ilustración de Sebastián Guzman / Prodavinci

Este texto es la tercera parte de la serie. Puede leer la primera entrega aquí y la segunda en este enlace.

Tercer acto: el Instituto Pedagógico Nacional, 1949

Morón regresó a Venezuela en 1958. No venía de España, sino de Alemania, donde, después de graduarse de Doctor en Historia en Madrid, había ido con una Beca Humboldt para estudiar Filosofía, y se quedó trabajando en la Universidad de Hamburgo.  Tal vez hoy sorprenda que un joven venezolano tome aquella decisión, pero si entonces Venezuela era imán para los extranjeros, mucho más lo era para los venezolanos que básicamente asociaban la emigración al exilio. Además, la receptividad de la Academia (Morón contaba que Cristóbal L. Mendoza fue de los que más insistió en que retornara), el éxito de Los orígenes históricos de Venezuela, el espaldarazo que le había dado la UCV a la obra, la economía del primer exportador mundial de petróleo, en la que Morón halló rápidamente un muy buen empleo en la Shell, y probablemente los horizontes que se abrían con la democracia, indistintamente de que muy pronto se decepcionara, pueden explicar el retorno.

Pero no fue el único que regresó en 1958. Con la caída de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, también llegaron los exiliados, quienes rápidamente tomaron el liderazgo de la Escuela de Historia de la UCV que se inaugura entonces. Talento y capacidad de trabajo les sobraba, como lo demostrarían en los siguientes años, y además formaban parte de los sectores políticos que llegaban al poder. Germán Carrera Damas, Eduardo Arcila Farías, Federico Brito Figueroa, Miguel Acosta Saignes y hasta, en buena medida, J.M. Siso Martínez eran hijos de la gran escuela historiográfica de México, donde habían pasado sus exilios, y eso, entre otras cosas, significaba bastante marxismo en su formación y una gran influencia de los intelectuales del exilio republicano español. Nada nos indica -ni Morón dijo nunca- que el decano de la Facultad de Humanidades, nada menos que Juan David García Bacca, haya hecho algo para impedir su entrada a la nueva Escuela de Historia, pero da una idea de su situación en el nuevo contexto el hecho de que hombres como el decano estuvieran en el exilio, precisamente, porque habían sido derrotados por falangistas como Ballesteros Gaibrois y Ramos Pérez.

Tampoco hay evidencia de que, más allá de su hispanismo, entonces tan en línea con el Estado español, Morón haya sentido una especial simpatía por el franquismo.  A lo mejor tomó algo del ambiente de irreverencia de los falangistas universitarios de su momento, que eran una especie de juventud contestataria permitida por el régimen, pero sin que ello pareciera implicar un compromiso político mayor. En cualquier caso, lo que Morón sí señaló toda su vida fue que “los comunistas” o “los marxistas”, no lo habían dejado entrar en la UCV, y es muy probable que, de un modo u otro, con decisiones expresas o tácitas, eso haya sido así. Una mayor investigación documental seguramente nos explicaría mejor el proceso. Todo indica, por la veces en las que insistió en el tema, que fue algo que le dolió bastante. El punto es que la joven promesa que parecía llamada a renovar toda la historiografía venezolana no pudo participar en el amplio, rico e influyente movimiento renovador que se desarrolló en la Escuela de Historia durante la década de 1960 (¡son los días en los que Carrera Damas literalmente crea una nueva visión de la historia venezolana!).  Es decir, contribuyó, y mucho, a esa renovación, pero no desde la UCV, aunque eso en realidad nunca se le ha reconocido así. 

De todos los líderes de aquella revolución historiográfica, había uno especialmente cercano a él: Brito Figueroa, con quien había estudiado en el Instituto Pedagógico Nacional una década atrás. Pero esa relación es otra instancia que no solo nos dibuja la naturaleza de sus diferencias con la universidad, sino también de qué tan lejos venían. El mismo tiempo que llevaba de amigo cercano de Brito Figueroa, lo tenía disintiendo en sus tesis histórico-historiográficas. Esto nos dice de cuán lejos venía la brecha que lo separaba de la Escuela de Historia de entonces y porque fue recién egresado del Pedagógico que comenzó a escribir su Historia de Venezuela, como confiesa en la introducción. Si la academia española terminó de moldearla, la obra nació entonces. Veamos: en 1949, Morón se graduó en la hoy famosa promoción “Juan Vicente González” (famosa porque, además de él, se graduaron también Brito Figueroa y Ramón Tovar). Después de tres años llevando una vida típica de estudiante del Pedagógico -profesor en un colegio por las mañanas, estudiante en las tardes- sus cuentos y artículos ya aparecían en El Nacional (su columna allí duró casi cincuenta años, de 1946 a 1994), El Heraldo y Fantoches. En la actualidad, aquellos años del Pedagógico son vistos como dorados, lo que en gran medida es cierto. Ideado en 1936 por Mariano Picón-Salas, como el centro que formaría a los profesores (aún es el título que otorga) que habrían de llevar adelante el vasto plan de modernización de la educación venezolana que estaban llevando adelante Eleazar López Contreras y sus ministros, en especial Arturo Uslar Pietri, por diez años, al menos, 1946, cuando, otra vez por intercesión de Picón-Salas, se fundó la Facultad de Filosofía y Letras de la UCV, el Instituto Pedagógico Nacional, estuvo a la vanguardia de las ciencias sociales y las humanidades en Venezuela. En sus profesorados, como se les llamaba a las carreras, al principio de tres años, se pudo obtener por primera vez en Venezuela una formación superior y sistemática en historia y geografía, castellano y literatura, matemática y física, biología y química, inglés y francés.  

La consecuencia es que muchos jóvenes con vocaciones científicas y humanísticas se inscribieron en el Pedagógico, al tiempo de que gran parte de las mejores cabezas de Venezuela daban clases en él: intelectuales y educadores venezolanos de larga experiencia, las dos Misiones Chilenas que se contrataron, muchos exiliados republicanos españoles, formaron un cuerpo académico lleno de figuras importantes. Además, el Pedagógico tenía otra ventaja: de forma relativamente rápida, sus egresados podían conseguir un empleo razonablemente remunerado en los liceos que se inauguraban entonces por todo el país. Incluso, una vez inaugurados los estudios humanísticos en la UCV, siguió siendo una oportunidad de crecimiento profesional, muy requerida por jóvenes o docentes ya en ejercicio. Morón contaba que quien lo motivó a estudiar en el Pedagógico fue Cecilio “Chío” Zubillaga, el gran intelectual caroreño que, en gran medida, fue su mentor: en el Pedagógico usted podrá conseguir un buen trabajo en tres años. No era una mala opción para un muchacho al que le gustaban las letras y era hijo de una viuda que debía sudar bastante el sustento de la casa. 

 Pero eso no significa que esa historia del Pedagógico careciera de puntos oscuros.  Al contrario, está repleta de crisis, tormentas políticas y sistemáticos debates sobre la calidad de los estudios. Cuando Morón estaba graduándose, las cosas habían llegado al punto de que se discutiera la posibilidad de cerrar al instituto, incorporándolo a la UCV.  Había razones académicas (entonces el título de Profesor no se consideraba universitario) y sobre todo políticas para ello, ya que una gran cantidad de sus alumnos eran adecos o comunistas. Su protagonismo durante el Trienio (1945-48) era un motivo de inquietud para la dictadura que se había instalado en 1948 y que poco a poco lo fue estrangulando con la expulsión de alumnos, la persecución de profesores, el limbo legal y otras medidas.  Paralelamente, hacia adentro ya se presentaba el eterno -y probablemente insoluble- problema entre los que ven, en una formación científica y humanística amplia, el mejor perfil para un docente y los que consideran que la formación pedagógica, con sus técnicas y métodos, es lo definitorio. Y en lo referente a los estudios históricos, los estudiantes marxistas querían imponer su visión a un profesorado que no lo era: una corriente marxista.

Así las cosas, el destacadísimo estudiante Guillermo Morón decidió quebrar lanzas en una serie de artículos en contra de la adscripción del Pedagógico a la UCV (lo que lo enfrenta al ministro de Educación, Augusto Mijares, otro ilustre egresado de la institución, quien rápidamente desmintió la medida, aunque las evidencias parecen apuntar a que fue seriamente considerada), en contra de la Ley de Educación y el Reglamento del Pedagógico que estaba redactando la dictadura (lo que lo enfrenta a los directores Humberto Parodi y Héctor Guillermo Villalobos), en contra de lo que llama la “pedagogía aluvional” que, entre otras cosas, obvia la experiencia histórica de los grandes maestros venezolanos y en contra de los marxistas. En un artículo en el que responde una crítica de Brito Figueroa por las posiciones teóricas de sus profesores del área de historia (Héctor García Chuecos, Augusto Mijares, J. M. Siso Martínez, Simón Becerra, Luis Acosta Rodríguez), hace esta declaración de principios: “…sé que la corriente seguida por Brito lleva al centro de los procesos sociales esa cuestión económica.  Yo creo en el hombre. Yo creo que el hombre está en el centro de la evolución histórica. No el simple personaje caracterizado como héroe, sino el hombre desnudo, el hombre de la calle; pero el hombre. Y la economía está regida por el hombre. Y hay individualidades que forman siglos. Napoleón y Bolívar han determinado épocas. Y a su alrededor giraron las situaciones de los pueblos…”

Por una parte, el enfoque de la que sería su Historia de Venezuela estaba ya esbozado: “esta es la Historia del pueblo venezolano. Después de todo es el pueblo quien realiza la existencia histórica. El hombre en comunidad es el pueblo. Los trabajos de crear la casa, de levantar la ciudad, de labrar la tierra, en medio de grandes pobrezas, fue (sic) del pueblo”, leemos en su introducción. Pero estos artículos también nos pueden hacer comprender por qué Doña Rosario Montero se asustó cuando la “dicta-blanda” pasa a ser franca dictadura en 1950. Recién graduado, Morón es enviado a trabajar al Liceo Lisandro Alvarado en Barquisimeto (donde tiene la oportunidad de darles clases a dos muchachos prometedores: Manuel Caballero y Rafael Cadenas). Paralelamente el gobernador Felice Cardot lo nombra su secretario. Pero la situación política no hace sino empeorar. Tal vez Doña Rosario no supo nunca que Guillermo aprovechó su cargo para, en un acto de lealtad y temeridad, ayudar a esconder a Brito Figueroa de la policía política. Pero algo habrá percibido en el ambiente. Seguramente se dijo a sí misma algo como: si al presidente Carlos Delgado Chalbaud le pasó lo que le pasó, ¡qué esperar para su hijo tan apasionado como talentoso, capaz de enfrentarse a quien sea por sus ideales! No, Guillermo, lo que viene es una dictadura y usted se va, aunque acá no comamos. 

 

Cuarto acto: coda en Miraflores, 1959.

La antesala en el Palacio de Miraflores le generaba inquietud. Estaba esperando a un hombre por el que no era simpático: Rómulo Betancourt. A diferencia de casi todos sus compañeros del Pedagógico, que apoyaron vivamente a la Revolución de Octubre de 1945, y que estuvieron a la vanguardia de una de sus luchas fundamentales, la del decreto tres-dos-uno. Guillermo Morón siempre incluyó al 18 de octubre de 1945 como parte de las “oportunidades perdidas” de la historia venezolana. En su libro definirá sin rodeos a López Contreras como “el fundador de la democracia”, mientras al Trienio lo llamó el “régimen de un partido” y, por explicación del período, simplemente se limitó a citar la versión que dio Isaías Medina Angarita en sus memorias. 

Por eso la invitación que le hace Cristóbal L. Mendoza para entrevistarse en Miraflores con Betancourt no le podía agradar. Pero a don Cristóbal no le iba a decir que no y, en todo caso, el proyecto que tenían entre manos bien valía el trance. Don Cristóbal había reunido una gran cantidad de documentos, periódicos y testimonios de la época de la independencia y quería publicarlos por medio de la Academia Nacional de la Historia a propósito del sesquicentenario del 19 de abril, que se cumpliría en 1960. Pero no contaba con los recursos, de modo que decidió pedir una entrevista con el presidente de la república a ver qué se podía conseguir. Como el recién llegado Morón había sido nombrado director de publicaciones, le correspondía asistir a la cita. Llegado el día, y después de una muy breve espera, llega el Betancourt. Para sorpresa de Morón, no solo le resultó mucho más cordial de lo que se hubiese imaginado -incluso, para su perplejidad, le llegó a caer bien por momentos-, sino que de inmediato demostró entender el valor de la propuesta, se entusiasmó mucho y prometió hacer lo que estuviera en sus manos para que el proyecto pudiera concretarse. Y fue una palabra honrada: a finales de 1959, comenzaron a aparecer los volúmenes de la famosa Colección Sesquicentenario. Aunque el concepto y recopilación de casi todos los textos fue resultado del trabajo paciente de Mendoza, Morón se inaugura con ella en uno de los principales oficios de su vida: el de editor.

La Colección Sesquicentenario marcó un hito. Básicamente influyó en todo lo que se hizo dentro de la revolución historiográfica que entonces se llevó adelante en la UCV. Al menos en todo lo que se refirió a los últimos años de la colonia, la independencia y los primeros de la república. Si Morón no hubiese tenido otro aporte a la historiografía venezolana, este, como editor, bastaría para posicionarlo en un lugar destacado. Pero el asunto es que sí hizo muchas otras cosas: con las puertas de la UCV cerradas (o así al menos él lo consideró) en ese 1959 entró a trabajar en la Shell como director de la Revista Shell, una de las grandes revistas culturales del momento (en 1966 será ya gerente de todas las actividades culturales de la petrolera en Venezuela). También comenzó a dar clases en la Universidad Católica Andrés Bello, de historia de la literatura venezolana, y con sus alumnos preparó un equivalente en las letras de la Colección Sesquicentenario: la Colección Clásicos Venezolanos, que puso al alcance de todos los autores del siglo XIX, con ediciones comentadas y precedidas por estudios introductorios. Esta colección fue editada por la Academia Venezolana de la Lengua y financiada por Shell. Al mismo tiempo, inició uno de los proyectos editoriales más vastos, influyentes y largos en el tiempo de la historia venezolana: las Fuentes para la Historia Colonial de Venezuela, publicada por la Academia Nacional de la Historia y que ya está sobre las doscientas obras. En una historiografía en la que no solo se había escrito poco (y enseñado menos) sobre la colonia, sino que tampoco había compilaciones documentales ni ediciones críticas de los cronistas coloniales. Eso cambió con esta colección. Afirmar que fundó los estudios de historia colonial en Venezuela sería exagerado, pero sin duda los puso en otro nivel. En ella también comenzaron a aparecer las investigaciones de numerosos jóvenes historiadores, casi siempre sus tesis doctorales, que hallaron en la Academia y en Morón apoyos fundamentales para el desarrollo de sus carreras.

En 1983 comenzó a coordinar una Historia general de América, de más de treinta volúmenes, con historiadores de todo el continente. Y todo esto atendiendo su propia empresa (la famosa Imprenta Italgráfica), escribiendo manuales escolares (en 1956 apareció su Historia de Venezuela para bachillerato, que alcanzó once ediciones), síntesis como su A history of Venezuela (1964), que por haber sido por mucho tiempo una de las pocas en inglés se convirtió en una referencia en el mundo anglosajón, o las ya citadas de Espasa-Calpe y el Fondo de Cultura Económica. También publicó libros de ensayos, compilaciones de artículos de prensa y novelas. Como queda en evidencia, ante tantas cosas, los cuatro actos de su vida acá consignados apenas ayudan a delinear los contornos de Morón, su obra y su tiempo. Ha quedado por fuera su vida política, iniciada en la década de 1966 con un movimiento, el Movimiento de la Clase Media, para enfrentar las reformas de las leyes de Impuesto Sobre la Renta y de Hidrocarburos, que veía excesivamente intervencionistas (y tuvo éxito: no lograron pasar). También ha quedado alguna consideración sobre su obra literaria. Hay un Morón especialista en lenguas y autores clásicos que merece también un estudio; así como otro cronista. Y, ya que hablamos de la construcción de su Historia, se hace necesario un análisis de la obra en sí. 

Su vida abarcó un siglo y se involucró de tal modo en sus procesos que estudiar cada parte de ella da para un ensayo o una monografía completa. Sus intereses y capacidad de trabajo lo hacen difícil de asir en un solo texto. Sus contrastes lo hacen complejo, pero lo enriquecen. Entre los denuestos, que en realidad ya quedaron en el pasado, y la admiración, que va ganando la batalla de la posteridad, sabemos que no hay que estar de acuerdo con todo lo que dijo para reconocer su legado. Ojalá más personas se animen a leerlo, analizarlo sin ataduras y a emular la estatura de su compromiso ciudadano con la cultura, la república y la sociedad. Cerremos con la verdadera declaración de principios con la que cerró su Historia de Venezuela:

Lo verdaderamente importante no es escribir la historia sino contribuir a realizarla, juntamente con su pueblo.  Comenzó por ser historiador y terminó, después de veinticinco años de trabajos intelectuales, por ser un vecino. Ahora, si es que tiene la oportunidad vital, va a nuevas aventuras. Ni el pueblo ni la cultura se detienen. Ahora son casi quinientos años. Después serán mil.

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(Guillermo Morón murió el 19 de noviembre de 2021 y este texto fue escrito en tributo a su vida y obra. Caracas, enero de 2022).


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