Freddy Javier Guevara retratado por Andrés Kerese
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Hoy, más que nunca, los venezolanos nos enfrentamos a un dilema del cual empezamos a tomar consciencia, en medio de un aprendizaje cruel, porque enseña con la destrucción de un país. Lo que tenemos por delante son grandes desafíos, desequilibrios y necesidades ingentes. ¿Cómo enfrentar la realidad objetiva, la que nos acompaña a todos en la vida diaria? Empezamos a ver experiencias de organización y emprendimiento, la construcción de un tejido social, sin la sombra del Estado. Un signo positivo, quizás esperanzador, pero nada está dicho sobre el futuro. No sabemos de qué lado va a caer la moneda.
Más allá del escenario —en el cual nos desenvolvemos— está la realidad subjetiva, la que se nos presenta a cada uno de nosotros, la que nos afecta como individuos. Y para cada quien la pregunta, en clave de desafío, es una sola: ¿cómo voy a cambiar mi realidad? Empezamos a ver cambios, maneras distintas de relacionarnos, tanto con nosotros mismos, como con la gente que nos rodea. Es precisamente así, porque empezamos a comprender que no se trata de un evento colectivo sino de un evento individual. No se trata de una respuesta egoísta. En mayor o en menor medida, la gente trata de tejer los hilos de su propia construcción, de su propio mundo.
Freddy Javier Guevara*, a quien le he propuesto que desarrolle estos temas, dice que “el venezolano ha entendido que ante sí tiene un mundo, al que solo puede cambiar desde sí mismo. Es decir, desde su mundo interior. Y así lo ha venido haciendo. Así se han establecido redes de solidaridad entre la gente, estructuras y emprendimientos que han permitido que el venezolano sobreviva”.
En esas redes, ¿qué lugar tiene la política?
La política es la relación de los ciudadanos con el Estado y la relación de los ciudadanos entre sí, con las normas y las leyes que deben regirlos. El lugar de la política en esto —la realidad objetiva que estamos viviendo— se ha reducido a una sola esfera: la relación de los ciudadanos entre sí. Esa es la principal característica y entidad que tiene hoy la política en Venezuela.
Podríamos hablar de las relaciones a las que llegan (o construyen) los ciudadanos por afinidades, por intereses legítimos o por formas de ver la vida. Yo hablaría de núcleos que se sobreponen en órbitas concéntricas. ¿Pero no hay una conexión entre una cosa y otra?
Yo creo que así se reconstruyen las sociedades. De gente que se organiza de acuerdo con sus intereses, con una forma de ver la vida, o de ciertas maneras de entender la cultura o la actividad económica. Son pequeños grupos que se van conformando paulatinamente y se van vinculando entre ellos, pero a través de la solidaridad y de la compasión del uno por el otro. Si ambas cosas (solidaridad y compasión) no existen, no hay posibilidad de que la sociedad se reconstruya. Al menos como yo lo veo.
En la medida en que el liderazgo y los partidos políticos están desconectados de esas formas de organización, quizás porque no hay espacios deliberativos ni institucionalidad política, ¿Qué nos queda? ¿Cancelamos esa forma de organización? ¿Eso es lo que estamos viendo en Venezuela?
Quizás lo que quieres decir es que no existen estructuras ni instituciones que representen al ciudadano, que legislen su relación con el Estado. Y que alternativas políticas, tampoco las hay. Entonces, ¿qué nos queda? Creo que queda mucho. Queda al ciudadano mismo hacerse su propia cultura y sus propias tradiciones. Sus propias formas de entenderse. Y eso es lo que está sucediendo en el país. La gente se está entendiendo, de una manera de otra, en los espacios públicos, en los abastos, en las farmacias, en los lugares de comercio, la gente se ayuda en los edificios, en los barrios, hay una especie de tejido que está naciendo, que se está formando y yo creo que eso es importante. Es la renovación de una sociedad que, sin la representación de un Estado como tal, decide sobrevivir y, más que eso, ver una opción.
Esa frase de que no hay democracia sin partidos políticos, no hay arreglo sin dirigencia política, ¿no se contrapone a un tejido social que no tiene representación en el Estado? ¿Ve ese hecho como algo positivo?
Es lo que hay. No es lo que uno quiere. Es lo que existe en este momento. El deber ser es que existan líderes y partidos políticos que garanticen la democracia. Que existan ciudadanos. Pero ese lugar está vacío.
En la medida en que el tejido social del que habló se fortaleza, ¿no representa un reto al sistema político que se instauró en Venezuela?
La realidad siempre es un reto para el que quiera participar. Y más para cualquier organización política que se proponga organizar a la ciudadanía, con propuestas individuales, con propuestas colectivas, pero que tenga una organicidad propia. Ese vacío lo van a llenar los dirigentes que sepan entender y encauzar ese reto que tiene el país. Organizaciones políticas que se relacionen, con una ciudadanía autónoma, y le permitan vivir con dignidad. Esa es la forma de llenar ese lugar que hoy está vacío.
Hay estudios de opinión que están midiendo el desencanto, la depresión, que hoy manifiestan los venezolanos. Las cifras son contundentes —cerca de la mitad de los encuestados dicen sentirse deprimidos— pareciera que son dos cosas que están coincidiendo en un mismo momento. Me refiero, por un lado, a esa necesidad de construir un tejido social y, por el otro, a esas emociones que cité anteriormente. ¿No pareciera contradictorio?
Contradictorio no; paradójico sí. Porque una cosa es la ficción —la propaganda de un país donde todo funciona perfecto, donde la dirigencia tiene una lectura exacta de la realidad— y otra cosa son los estados de ánimo —la depresión—. Es decir, la relación del hombre, del ciudadano, con una realidad que le ha sido ajena. Una realidad que no conoce y que le es imposible o difícil conocer, en la medida en que no la vive de forma individual. Necesita, entonces, organizarse en diversos grupos por afinidad, por intereses. Hay muchísimos ejemplos —círculos de lectura, de estudio, de expresiones relacionadas con el arte y la cultura—, grupos que tratan de revitalizarse en medio de una sociedad escindida. ¿Cómo se estructura una sociedad donde se han roto todos los paradigmas de organización ciudadana? ¿Cómo se organiza la sociedad a partir de la nada? Justamente a partir de sus necesidades, materiales, espirituales. Yo creo que estamos en ese inicio, en ese comienzo donde la sociedad despierta, donde la sociedad entiende que no está representada por los dirigentes, tanto de uno como de otro lado, y que quiere vivir de una mejor manera. Se ha decidido a buscar esa mejor manera.
Dos cosas. Una, la sociedad venezolana no encontró, a lo largo de estos años, una conexión con la dirigencia política, sea del signo que sea. Dos, para aquellos que están esperando un cambio en el corto plazo, lo mejor sería que moderen sus expectativas. Los procesos políticos y los procesos sociales son lentos.
Hemos salido del Paraíso. Cuando el hombre fue echado del Paraíso, de ese lugar donde todo estaba dado, luego de haber comido de la manzana, tuvo que pasar por todo el sufrimiento de hacerse hombre, de sufrir enfermedades y de tener que buscar su propio alimento. Lo que significa todo el proceso de la consciencia. El hombre busca la consciencia siempre y de alguna forma la consciencia es dolorosa. El haber buscado que las cosas funcionen, sin haberlo logrado después de tantos años, ha hecho que el ciudadano se vuelque sobre sí mismo, en relaciones y vínculos más cercanos, para tener una vida medianamente digna. No por eso va a dejar de creer en la vida política, que eso vaya a ocurrir en el futuro, ¿ahora, que pronto vaya a haber un cambio? Yo creo que el país tiene que pasar por ese proceso de adquirir una nueva consciencia. El reto es ser un país diferente, entenderse de otra manera. Ahí están las emociones humanas. ¿De qué manera y cómo nos relacionamos? También están las emociones más dignas del hombre: la solidaridad y la compasión, dos cosas fundamentales para reconstruir una sociedad.
No veo agendas relacionadas con la solidaridad y la compasión, quizás porque no son cosas que los venezolanos relacionemos con la política. Nuestra visión de la política es muy elemental, una presentación en PowerPoint; en fin, una visión muy tecnocrática. Y en vastos sectores populares, una visión más pragmática, un quid pro quo. Pero si se quiere reconstruir la sociedad, habría que poner énfasis, precisamente, en la solidaridad, en la compasión. De lo contrario, ese crecimiento de la consciencia será espontáneo y se pierde también una oportunidad.
El mundo cambió y lo ha demostrado las grandes transformaciones que hemos vivido en los dos últimos años. Venezuela también cambió. No me voy a centrar en un juicio de valor (si fue para mal o para bien), sino en el hecho mismo que significa haber cambiado y eso significa un reto para la vida de la sociedad y de los individuos que conformamos la sociedad. Lo que está planteado es ¿cuál es la imaginación que vamos a tener para enfrentar esos retos, esos desafíos? Si esa imaginación va a ser la depredación o va a ser la construcción de esa sociedad basada en unos principios, en unos valores éticos y morales, que nos permitan la sobrevivencia de esa sociedad. Ese es el reto que tiene esta nueva sociedad venezolana.
Quizás yo sea muy lerdo, muy lento, en estas cosas. Lo escucho y presiento que me cayó la locha. Más allá de las propuestas, de los planes y las buenas intenciones, y de cómo se vendan, pues yo creo que la clave de todo lo que ha dicho es precisamente eso: una nueva consciencia, la consciencia individual, pero también hay una consciencia colectiva, ¿no? ¿Cómo se entrelazan y armonizan ambas cosas?
Hay una consciencia individual, que es la que tiene el hombre consigo mismo y que se relaciona con las necesidades. Esa relación que tiene el hombre con la necesidad es un principio sumamente poderoso, incluso más poderoso que los propios instintos. Esa relación es la que va abriendo la consciencia. A partir de ahí, el hombre va elaborando lo que es moral o lo que es amoral para él. Cuando los valores se generan desde la necesidad y desde la relación del hombre consigo mismo y con lo que lo rodea, principalmente lo hace en torno a todo aquello (principios y valores) que le dan vida, a todo lo que le permite vivir o sobrevivir dignamente en relación con los otros. Allí empieza la consciencia colectiva, que más bien es una consciencia inconsciente. Y está basada en la cultura (ya se ha dicho que la democracia es una cultura) de la sociedad. Si no se fomenta la educación, y ahí quiero meter todas las formas culturales, la consciencia colectiva siempre estará por debajo de la anchura de la consciencia individual, de aquellos que conforman la sociedad. Lo importante es que la consciencia colectiva esté a la par de la consciencia individual, pero eso es una utopía.
La democracia también está llena de paradojas, de utopías, pero a eso es lo que aspiramos. Aunque en el proceso de construcción, nos toque experimentar limitaciones y malestar. Por ejemplo, los ciudadanos de una circunscripción electoral nunca estarán satisfechos con el trabajo de sus representantes.
La relación de los ciudadanos con sus dirigentes siempre es perfectible, no siempre están de acuerdo con sus dirigentes. Que exista esa tensión, a mí me parece extraordinario, porque eso es lo que va a abrir las puertas del cambio. O es lo que permite el cambio, en las relaciones políticas entre dirigentes y ciudadanos que conforman una sociedad. En todo caso, ese es el deber ser. Sin embargo, si la consciencia colectiva no crece desde el punto de vista cultural, educacional, entonces el esfuerzo que hace cada individuo siempre se queda corto. Debemos apostar a que esa relación entre individuo y sociedad sea un poco más armónica y más simétrica.
La dirigencia política y los individuos que están promoviendo cambios en la sociedad venezolana, creo que tienen dos prioridades. Una, dar a conocer, visibilizar, esas experiencias, que contribuyen a crear consciencia y cultura política. Dos, tratar de replicarlas. Y aquí es donde viene un desafío casi religioso: predicar con los hechos, más que con la palabra. ¿Eso es posible? ¿Es importante? ¿O es una pendejada?
Predicar con los hechos, que mencionas como algo casi religioso, sería un buen ejemplo. Ver para creer, como santo Tomás. Sin embargo, creo que el poder siempre se atraviesa en nuestros dirigentes políticos, que entienden que la relación con el poder es mucho más importante que la relación con el ciudadano. Esa tensión está desequilibrada, en casi todos los países latinoamericanos y en Venezuela muchísimo. Para que ocurra lo que dices, el dirigente político debe relacionarse, más que con el poder, con el ciudadano.
Mientras esa relación no exista va a haber un desencanto hacia la política y una desconfianza hacia la realidad que se construye desde el poder.
Absolutamente. Si lo que está viendo el ciudadano es que al dirigente solo le interesa tomar el poder —por el poder—, por su apetito personal, por su necesidad de ser alguien y alimentar su ego, y que para eso necesita lo que llamamos masa que lo apoye, en un momento dado, pero que después se pierde esa relación, o deja de tener sentido, entonces, ¿qué queda? El vacío. Y entonces los que aún nos creemos ciudadanos, empezamos a construir la transformación, los cambios, desde adentro.
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*Psiquiatra y psicoanalista jungiano.
Hugo Prieto
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