Ernesto Costante: “Siempre puedes abrir una puerta, donde hay algo más oscuro”

Ernesto Costante retratado por Alfredo Lasry | RMTF

07/07/2024

La polarización nos ha embrutecido tanto, que cualquier manifestación de lo que es el país, o de lo que pudiera ser el reflejo de la realidad que estamos viviendo, termina en el campo infinito de la política. Así que tenemos que ubicarnos en un lado de la cancha y vestir un uniforme. Pero a esta unanimidad de los contrarios, Ernesto Constante se desliga, se desmarca. 

Su trabajo artístico, mediante la fotografía documental, es estrictamente personal. Claro, el contexto es inevitable, doloroso, sufrido, porque hemos vivido una pérdida gradual de la esperanza, si es que queda alguna. Black, su fotolibro, es un recuento de imágenes incómodas, desafiantes, descarnadas y retadoras. Desde la mirada de un niño que sufre un tipo de cáncer a la de un adicto a la heroína, pasando por un minero del Guaire. Es cierto, las fotografías pudieron sacarse en cualquier país de América Latina o del tercer mundo, pero no deja de ser sobrecogedor, doloroso y quizás humillante, que sea en Venezuela, a la vuelta de la esquina. 

A ambos lados de la cúspide de una cruz, descansan dos buitres, como el símbolo de la oscuridad. ¿Qué anuncia la portada de tu libro?

Siempre he creído que lo que genera la fotografía documental son preguntas, no respuestas. Este trabajo (el fotolibro Black) puede ser visto como una búsqueda hacia la fe. En mi familia nos enteramos de un diagnóstico que resultó muy duro. Entonces, traté de refugiarme en la fotografía, mientras me hacía una pregunta: ¿Por qué a mí? Comencé con los niños con cáncer. O, más bien, retomé un trabajo que venía haciendo desde hacía tiempo. Aquí quiero poner un ejemplo que siempre le pongo a mis alumnos: si tú ves una ola desde la playa, no sabes cuál es su tamaño. Pero si un surfista toma la foto de esa ola, puedes tener una idea de cuál es su altura, de cuánto mide. Es una forma de entender o establecer cuál es la escala de los problemas de cada quien. Para mí fue una inquietud muy personal, no siempre entendida, porque si yo atravesaba por un proceso tan doloroso, ¿por qué iba a por más dolor? 

Ernesto, no has respondido la pregunta. ¿Qué anuncia la portada de su libro? 

Justamente, anuncia la fe encontrada, la fe perdida, la fe redimida. Todos los personajes de este fotolibro, en algún momento de sus vidas, siempre tuvieron algo que ver con la fe. Y la foto de portada (esos dos zamuros a ambos lados de la cúspide de la cruz), anuncian el tránsito del día hacia la noche, que se va oscureciendo cada vez más. 

Es cierto que la imagen, en sí misma, comunica, pero tú has construido un relato que nos habla de una realidad invisible o que no queremos ver. ¿Cuándo te adentraste en eso que llamaste de la luz a la oscuridad, a qué conclusión llegaste?

Creo que hay una escala para todo y las cosas que yo vi le dieron una escala a mi propia existencia. Esa es la conclusión a la que llegué. Cada vez que salía a fotografiar esos contextos veía un mundo más oscuro. Invisible, sí. Pero con solo fijar la mirada, y quizás esto pueda sonar ingenuo, surge la pregunta: ¿por qué unos tienen más suerte que otros? Nunca conseguí una respuesta. ¿Dónde y cómo funciona el azar que, por alguna razón, sea cual sea, te cambia la vida para bien o para mal? ¿El libro puede verse como algo nihilista? Quizás, puede serlo. Pero cuando buscas la luz en la oscuridad puede ser un reto, un desafío, muy complicado. 

No sé si por intuición o por alguna intervención de Ricardo Jiménez (responsable de la curaduría) lograste construir un relato coherente. Obviamente, en esa secuencia de imágenes no hay ninguna casualidad, no funciona el azar. ¿Qué puede decir sobre el intercambio de ideas que acompañó la realización de este proyecto?

Este trabajo duró siete años, de producción, haciendo fotos. Cuando transitaba por las fotos más duras (la adicción a la heroína), Roberto Mata vio una de mis fotografías y me dijo que quería ver esas fotos. En ese momento, no tenía la idea de hacer libro o una exposición. Pero seguía trabajando y no sabía para qué, sino para mí mismo. Le dije a Roberto: No creo que esto se pueda mostrar, son imágenes muy rudas. Llegó la pandemia. Se me cerraron las puertas que tanto me costó abrir. Durante esos dos años, traté de editar el trabajo, porque no veía cómo estas historias se podían conectar. Tuve la suerte de hacer un pequeño workshop, online, con Oliviero Toscani, aquel celebre fotógrafo de las campañas de Benetton de los años 80. El mandó a hacer unos trípticos sobre los estados de ánimo y hablamos de lo que le había gustado y por qué le había gustado. En ese momento entendí cómo podía unir estas historias. Era una narración en tercera persona (la parte dura, propiamente documental) y en primera persona (las emociones que había experimentado), mientras tomaba las fotografías. Salir de una sala de hospital, donde se trata a los niños con cáncer, me daba mucha rabia. 

¿Qué cambios impuso la pandemia? Porque es cierto que muchas cosas no pudieron retomarse o sencillamente se esfumaron. 

En ese momento, Roberto me sugiere que Ricardo Jiménez sea mi interlocutor. Yo creo que las imágenes más duras del libro no son las documentales, sino las que parecen descansos, que no lo son. Es decir, la narración en primera persona, lo que yo sentí al tomar una foto, mi propia experiencia. Y, respondiendo a tu pregunta, llegué a mis propias conclusiones. Fue Ricardo, quien finalmente, puso a dialogar esas imágenes, esas fotografías. 

Ernesto Costante retratado por Alfredo Lasry | RMTF

En las narraciones de Juan Carlos Onetti hay una lírica, una belleza, que convive con la sordidez de los personajes. Sus imágenes son estremecedoras. Quizás, porque la pobreza es siempre sórdida. Y, en la pobreza de la vida, de quienes se están muriendo, de quienes son adictos, hay hallazgos de belleza. ¿Qué reflexión hiciste?

El caso de los niños en la calle, eso fue durante los años duros de la crisis, cuando se veía a muchos niños comiendo de la basura. Cuando establecí contacto con ellos, quise reflejar la parte más infantil de ellos. Dentro de esa miseria, quise rescatar lo más humano de ellos. Lo que al parecer está perdido, pero no lo está. Claro, yo tengo una memoria visual muy de mi familia, del neorrealismo italiano. Visualmente me eduqué mucho con esas imágenes. Y si ves las texturas en blanco y negro van hacia esos tonos cálidos. No pretendo romantizar la miseria, por la sencilla razón de que está ahí. 

El Ladrón de bicicletas. 

Si, (Vittorio) De Sica trató mucho esos temas. Era una mirada más compasiva, más reflexiva. Y, en mi trabajo, era una mirada más de intercambio, de conocerlos a ellos bien, por eso me tardé tanto.

Esta frase, Creo en un Dios cruel que me creó

La frase está en una diapositiva que interviene la foto de una primera comunión. Escuché al cura decir que la enfermedad es un sacramento. Eso me produjo un cortocircuito terrible. Contacté a varios curas para que me dieran una explicación de esa frase y no lo conseguí. Digamos que mi fotografía, a pesar de tener una estética, es áspera, quizás lluviosa, pero es porque a lo largo de mi vida he necesitado tener fe. Y esa necesidad, esa búsqueda, me fue llevando a todas estas historias. Por eso el libro comienza y termina con la cruz, porque no la conseguí. 

Cuando revisé tu fotolibro, deteniéndome en los detalles, en los encuadres, en los contrastes de la fotografía en blanco y negro, en la narración y en los personajes, me hice una pregunta: ¿Existe el alma? ¿Existe la fe? 

Esa pregunta está ahí. Y cada quien busca una respuesta. La fe es algo inasible, la creencia absoluta en algo que la razón no puede explicar. El padre que está junto a la cama de su hijo, en un hospital oncológico. La fe es aferrarse a la vida, pero para mí es el miedo. En el caso de los adictos a la heroína, es la fe absolutamente perdida. Todos querían morir de una sobredosis y todos cayeron en la adicción por un amor perdido o no correspondido. Por un despecho. 

En la mirada de los personajes, uno advierte que están llenas de interrogantes, de dudas, de decepciones, de incredulidad. ¿Qué venganza se estará incubando en este mundo invisible?

No lo sé. En la exposición hubo gente que no terminó de verla, quizás porque la fotografía documental siempre increpa al que la ve. Aquí nadie posó para ser fotografiado, nadie me pidió dinero para dejarse tomar una foto. Es la realidad como yo la vi. ¿Qué se está incubando? Yo no vi rabia en ninguno de los sujetos que fotografié durante tantos años. La rabia la sentía yo (y la persona que examina este libro de principio a fin), pero yo no vi rabia en ninguno de ellos. Miedo, desesperanza, olvido. Pero rabia, no. 

Este es un libro que toca todas las emociones: la desesperanza, el dolor, el sufrimiento, el abandono. Hay una carga emocional que resulta muy pesada. Y, las personas que se fueron a la mitad de la exposición, lo hicieron porque no soportaban esa carga emocional. ¿Qué reflexión haría alrededor de este planteamiento?

Hay tres tipos de personas que ven (y vieron la exposición) de este trabajo. El que llegaba hasta la mitad y se iba. El que la veía completa y se iba como si nada. Y un tercero, que al final sentía rabia o me decía que le diera un sentido más positivo a mi trabajo. Yo me quedo con el primero y el tercero. El que no se siente aludido es el que no baja la ventanilla al carro. Es un poco, esto me resbala, esto no va conmigo. No hay un final positivo porque no vi ninguna luz. Yo no la vi. 

Hay una conjunción de los personajes y los escenarios. Una armonía entre los seres humanos y el mundo que los rodea. Ese mundo invisible que no queremos ver. Pero ese mundo, en mi opinión, ha colonizado el pasaje. Se ha vuelto más elaborado. 

En muchos casos, incluso, es organizado. El hecho de que sea gente que vive en la calle, no impide que tengan sus propios códigos de organización. Los mineros del Guaire, por ejemplo, se organizaban por medio de cooperativas. Había horarios y un grupo no tenía nada que ver con el siguiente. En esa foto, los mineros habían terminado su turno y jugaban en la ribera del rio, como si fuera un día de playa. Han desaparecido. Pero en esa foto pude experimentar lo que alguna vez dijo (Friedrich) Nietzsche: Cuando miras largo tiempo el abismo, el abismo también te mira a ti. Sentí que el abismo me estaba tragando. Ricardo Armas me decía que mis negros eran el fondo del mar. Nunca hay fondo. Siempre puedes abrir una puerta, donde hay algo más oscuro. Y hay momento en los que se te hace difícil salir de ahí. Empieza a desdibujarse un principio básico de la fotografía: distinguir muy bien lo que estás fotografiando de lo que estás sintiendo. No siempre es así. 

Como si uno tuviera una cámara fotográfica, las imágenes que aparecen del país son cada vez más nítidas, más definidas. Muchas de ellas son desagradables, tétricas. Son como las fotos de tu fotolibro. ¿Hasta qué punto Black refleja una nueva realidad?

Nosotros estamos predispuestos a darle una lectura sociopolítica a las cosas que vemos. Pero en ninguna de las páginas de este libro dice dónde se tomaron esas fotografías. Carlos Fuentes decía que América Latina estaba mal y lo peor es que no tenía remedio. Cuando hice la presentación de este libro en Madrid, alguien me habló mucho de la realidad venezolana. Pero esas fotos se pueden hacer en cualquier parte de Latinoamérica. Y más allá: en el tercer mundo. Entonces, creo que es un libro universal. La búsqueda es, nuevamente, porque unos sí y otros no. El libro abre con una frase de Paul Auster, y no es casual. Auster es el mago del azar. De cosas que ocurren, sin una razón aparente, y eso cambia el destino de las personas. Mi búsqueda fue mucho más densa, no se si antropológica, pero ¿qué hace que unos tengan una suerte y otros no? 

La suerte, como el éxito, tiene un problema: no es para todo el mundo. 

Esa es mi búsqueda, quizás tratar de ver el tamaño de esa ola. Por eso hay (en el libro), unas fotos que no son documentales. Creo que son las más duras, porque hablan de mí, de lo que vi, de lo que sentí. Y la escala que le di a cada una de esas imágenes. 

Una pregunta pendeja, pero tengo que hacerla: ¿Por qué elegiste trabajar en blanco y negro?

No, no es una pregunta pendeja. Yo vengo de una familia del medio artístico, del medio teatral venezolano de los años 70. A mi casa venían muchos fotógrafos que le llevaban fotos a mi papá, relacionadas con el montaje de las obras teatrales. Entonces, mi memoria visual siempre fue en blanco y negro y, además, muy contrastada, porque eran fotos cenitales con luces en el teatro. Y lo que busco con el blanco y negro es narrar, un poco, los estados de ánimo. Creo que eso no ocurre con el color, porque distrae y no deja ver el estado de ánimo. 

¿Tu trabajo fotográfico no interpreta el momento que estamos viviendo, desde una perspectiva sociológica, pero también cultural y política?

Puede ser. Lo que caracterizaba a Venezuela en la década de 1970 era la esperanza. Y lo que hemos vivido ha sido una pérdida gradual de la esperanza. Pero no todo el mundo tiene que estar en la misma línea que yo. Aglaia Berlutti, quien presentó el libro, hizo un estudio sobre la oscuridad y cómo la imagen se ha mostrado, a ultranza, mediante la luz, la esperanza y el bienestar. Pero la vida no es así. Eso termina siendo un poco de charlatanería. Cada quien les da su propia escala a las miserias, a las desgracias y a la fe que quiera, pero no es lineal. Entonces, hay siempre como un poco de alergia hacia los fotógrafos documentales, que se acercan a ese mundo oscuro, a ese mundo que perturba. 

***

*Fotógrafo.


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