Enzo del Búfalo retratado por Sílvia Castro | RMTF
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Es un cambio de era civilizatoria lo que estamos viviendo. Los antiguos conceptos, nociones y lógicas —políticas y económicas— han resultado insuficientes para explicar lo que ocurre. Un sector forma parte de la globalización de los negocios, de la cultura, de la vida en general. Otro representa lo más atrasado y arcaico de la sociedad.
Quien habla es Enzo del Búfalo*. Su perspectiva no es halagadora, porque creo, digo yo, que le apostamos al caballo perdedor. El gobierno del señor Nicolás Maduro le resultó indiferente a Occidente y a los Brics+, por eso nadie lo llama a botón. Sólo lo sufrimos los que vivimos o queremos seguir viviendo aquí.
América Latina ha sido, desde mediados del siglo pasado, el paraíso del populismo. Otros movimientos políticos también desembarcaron en el continente. Pero no hemos tenido realizaciones tangibles. No hemos tenido repúblicas sólidas, democracias vigorosas ni una sociedad civil fuerte y numerosa. Podríamos decir que América Latina es una caricatura de Occidente.
Leopoldo Zea decía que España, al igual que Rusia, no eran europeos. ¿A qué se refería Zea? Tanto Rusia como España funcionaron como territorios de fronteras de la civilización europea. Por lo tanto, vistas desde una perspectiva purista, eran como sociedades heterogéneas, un poco híbridas. De hecho, donde hubo una sociedad musulmana sólida fue en España. A América Latina le pasa algo parecido. Lo que cierto colonialismo llamó los territorios vacíos fueron llenados con blancos europeos, lo que significó la masacre de los indígenas. En la región también se construyó una sociedad heterogénea, híbrida. El imperio español se asentó en los grandes centros de las civilizaciones del nuevo mundo, lo demás eran tierras periféricas. No hubo, por lo tanto, una simple transposición de la sociedad europea. Una diferencia que a veces lleva a una pregunta: ¿Por qué los Estados Unidos, a donde llegaron los ingleses, se desarrollaron y nosotros no? ¿No has escuchado esa y otras tantas tonterías? Los anacronismos valen para todo y también para estas cosas.
Sí, es algo que se asume como una condena. Un pecado original o un defecto de fábrica.
Lo que la gente normalmente no nota es que las colonias del sur de Estados Unidos no crearon ese país, sino las colonias del norte, que son una extensión de los puritanos. Y, por lo tanto, una extensión de las guerras religiosas. Habiendo fracasado (los puritanos) en Europa, trataron de construir como sociedad europea, liberal, moderna, en el nuevo mundo.
Mientras se crea esta sociedad espejo, nosotros nos quedamos con una estructura arcaica, marcada por dos instituciones el Ejército y la Iglesia. Entonces, ¿Qué podríamos crear nosotros?
Lo que había que cambiar era la organización social. Cuando tú ves las colonias del norte de Estados Unidos, te encuentras con comunidades, donde la participación del individuo es totalmente activa, muy al contrario de las organizaciones arcaicas. Incluso la religión, y por tanto la Iglesia, es la forma radical del protestantismo. Es un protestantismo comunitario, basado en la idea de que la propiedad se legitima, exclusivamente, por el trabajo. En principio hostil a toda organización administrativa de tipo católico y también al ejército. Tienes la idea que reúne tanto a ciudadanos como a comunidades libres, que defienden su territorio como soldados.
En América Latina tenemos dos instituciones (el Ejército y la Iglesia Católica) pero no tenemos administración —y esto es dramáticamente cierto para Venezuela—, porque eso fue lo que perdimos en la guerra de Independencia. Sobreviven esas instituciones, pero en un vacío. ¿Qué estado liberal y moderno podíamos construir nosotros?
La pregunta es ¿Quién lo va hacer? Entonces, te das cuenta de que en América Latina, no tienes estas comunidades de ciudadanos, que se preocupan por trabajar con el sudor de su frente, que asisten a la iglesia para escuchar el sermón y resolver los problemas de la comunidad y que están listos, con sus fusiles, para defenderse de los enemigos externos. Tienes una sociedad distinta, organizada alrededor de la hacienda y de unos señores patrones, esclavistas, que, cuando dejan de serlo se convierten en caricaturas de esclavistas. Y una masa de gente que fueron esclavos y, por lo tanto, no tienen la mentalidad de ciudadanos, no tienen la mentalidad de un individuo y no saben como ser dueños de sus propias vidas. No saben cómo hacerlo, ni tienen los medios para hacerlo. Entonces, son incapaces de crear el Estado nacional y ese es el drama de América Latina. Es como si alguien quisiera ir a la luna con un burro.
Si hay un ejemplo de una administración caótica es el Estado venezolano. Después tenemos una sociedad civil, que sigue presa en esa cultura. Que no participa. Que no se asume como ciudadanos. Que no hace vida comunitaria y se activa siguiendo una consigna, lo hemos visto, antes y ahora. ¿En qué situación nos encontramos nosotros?
La pregunta nos lleva a ver, nuevamente, la composición social. En el mundo que se creó en las colonias del norte en Estados Unidos, por ejemplo, primero se creó el ciudadano y después el Estado liberal. ¿Qué es un ciudadano? Una persona que es dueño de sus condiciones mínimas materiales, pero también es dueño, hasta cierto punto, de sus propias condiciones psicológicas, emocionales, culturales. Es un sujeto soberano de conocimiento, es un individuo que conoce por sí mismo. Es decir, no cree en dogmas, se forma su propia opinión, es responsable de su propia vida. Es todo lo que se configura en toda la literatura liberal, desde (John) Locke, por lo menos. Es todo lo que configura moral, intelectual y prácticamente al individuo. Esta persona —que no existía antes— se crea muy tarde en América Latina. A principios del siglo XX, digamos, por influencia de la migración europea que se asentó en Argentina, en el sur de Brasil. Lo que sí se empieza a crear en América Latina, con la revolución mexicana, si se quiere, y con el populismo, es el ascenso de las clases medias que, por su forma de vida, tienden a convertirse en individuos. Muy imperfecto, muy lejos de lo que uno llamaría un ciudadano de verdad, pero ya fuera de ese esquema del siglo XIX, donde la composición social era de patrones y peones.
¿Por qué ese individuo, muy imperfecto y tardío, no fue capaz de construir el Estado nacional? ¿O de completar ese proceso?
Uno se pregunta ¿Por qué la Argentina, que a comienzos de siglo parecía competir con los Estados Unidos, en la creación de esa nueva sociedad, de repente fue decayendo hasta el día de hoy? De hecho, actualmente, el panorama argentino es patético. En Venezuela, sin duda el caso más dramático, la creación de ese ciudadano empieza en el siglo XX y tiene un desarrollo importante después de la Segunda Guerra Mundial. Eso tiene que ver con la industrialización sustitutiva, el crecimiento de las ciudades, la transformación de la población rural en urbana, se creó una sociedad que parecía un modelo de liberalismo. La llamada democracia de los 40 años parecía salida de un manual del liberalismo. Había alternabilidad, dos partidos mayoritarios, consenso para la elección de cierto tipo de cargos, había un ejemplo que sobre el papel parecía perfecto. El ciudadano era una pequeña minoría, pero dirigía el sector político. Esa era la ventaja que tuvo Venezuela a partir del gomecismo. De ahí viene el ideal adeco de que todos los venezolanos podían entrar en una gran organización que aglutinara a las diferentes clases sociales.
Esa fue la construcción de una elite, ¿no?
Claro, una elite que atrajo al resto de la población. Después de la experiencia de México y la Argentina, esa elite tenía conciencia de que había que construir a ese ciudadano. Hay que reconocer que en el programa de Acción Democrática había la intención de convertir al heredero de la cultura esclavista (a Juan Bimba) en un individuo. Y la herramienta para esa transformación era la educación. La idea de que cada centro poblado, por pequeño que fuera, tendría que tener un maestro, que enseñaba no solamente a leer y escribir sino a tener ciertos valores políticos, quiere conjugar dos cosas: no solamente sacar a la gente del atraso cultural, sino de educar a la gente desde el punto de vista político y, sobre todo, cívicamente. Ese es el punto, el intento de crear el ciudadano.
Esa elite tuvo realizaciones concretas, visibles. A veces muy significativas. Al punto de que uno se pregunta: ¿Cómo fuimos capaces de hacer ciertas cosas? ¿Cómo ocurrió eso en Venezuela? ¿Por qué eso no ejerció una fuerza magnética, vamos a decirlo así, e involucró al resto de la población? ¿Por qué, antes de caer en este abismo, no fuimos capaces de valorar suficientemente esas realizaciones?
Es más fácil cambiar las condiciones económicas que cambiar las condiciones sicológicas. Es decir, los tiempos son distintos, digamos. La renta petrolera permitió una transformación muy rápida, en términos de infraestructuras y de servicios educativos y de salud a la población, pero el cambio de la persona es un poco más lento. Yo creo que ese proceso funcionó bastante bien, incluso en estado de expansión, por lo menos hasta los años 80. A partir de esos años, lo que pasó, a mi manera de ver, fue lo siguiente: Si bien la máquina bipartidista funcionaba perfectamente, arrastraba gente, todavía muchos venezolanos no eran individuos, aunque tenían ciertos comportamientos ciudadanos. Iban a votar. Había más educación. Se difundió la idea de que el futuro puede ser mejor y, por lo tanto, si yo trabajo le puedo ofrecer una mejor vida a mis hijos. Todas son ideas esenciales, que cambian la mentalidad del esclavo. Había individuos y otros que estaban aprendiendo a serlo. Esa es la sociedad híbrida de la que hablamos al comienzo.
Había grandes expectativas y una gran motivación.
La respuesta a tu pregunta es que eso funcionó muy bien hasta la década de 1980 del siglo pasado. ¿Qué ocurre después? Hay dos elementos básicos. Uno de tipo político y otro de tipo económico. El elemento económico viene dado por la renta petrolera. Que si bien era alta se convirtió cada vez más pequeña con respecto a las necesidades crecientes de la población. Venezuela se convirtió en una sociedad más compleja. En los años 50 éramos un país de cinco millones de habitantes, con una estructura muy simple. Por lo tanto, pocos dólares hacían muchas cosas. A partir de la industrialización sustitutiva, de la complejidad, del aumento de la población, surgieron nuevas necesidades, cuyo financiamiento ya no era posible a través del petróleo. El segundo elemento, de tipo político y social, es que toda la maquinaria bipartidista creaba clientelismo. Esa no es la mejor forma de crear ciudadanos. Todo lo contrario.
Esa es una enfermedad viral para la cual no encontramos el antídoto.
El clientelismo se arraigó de una forma muy fuerte, ya sea para la consolidación del bipartidismo. Pero ese no es el elemento más importante. Toda la conversión de la renta petrolera en actividad económica —industrial o agrícola—, se hizo con la creación de un sector empresarial totalmente clientelar.
La primera decisión del gobierno del expresidente Jaime Lusinchi fue reconocer la deuda privada externa al inolvidable tipo de cambio de 4,30 bolívares por dólar.
Ese es uno de los puntos más emblemáticos de la resistencia de este sector empresarial a que se aplicara un nuevo modelo económico. Había que dar el salto hacía un modelo menos clientelar, más empresarial, más asociado al riesgo. Ellos también tenían que convertirse en más ciudadanos y dejar de ser patrones. De hecho, esos empresarios veían sus empresas como si fueran haciendas. Sus peleas personales eran parte de los negocios. ¿No recuerdas aquellas peleas entre dos propietarios de medios que ventilaban sus asuntos en los noticiarios de TV? Eso te da una indicación de que estos empresarios no distinguían entre empresas y relaciones personales.
La elite económica también colapsa en 1998.
A finales de la década de 1970 se planteaba la reforma fiscal. Hasta ese momento Venezuela era un país anómalo en lo siguiente: el Estado financiaba a la sociedad cuando lo normal es que la sociedad financie al Estado. La renta petrolera la permitía al Estado distribuir esos recursos, en distintas proporciones, entre los actores de la sociedad y fue el sector empresarial el más reacio a perder esto. Cuando la renta empezó a declinar, ¿a dónde iba el recorte? Por la parte de esa renta que iba a los sectores populares. Ese fue el gran impulso de Chávez.
¿Por qué no reaccionó esa élite económica y la élite en general en Venezuela?
No hablemos del supuesto golpe de Pedro Carmona, de esa payasada, de esa cosa ridícula. ¿Por qué esa parte del clientelismo político y económico de alto nivel no reaccionó? ¿Por qué el chavismo, digamos, la tuvo tan fácil? Eso tiene que ver con la transnacionalización, con la globalización. En otra época, eso nos hubiera conducido a una feroz guerra civil, sanguinaria, terrible. En cambio, ¿qué hizo el sector desplazado? Hizo maletas y se fue. Se fue porque sus negocios no estaban sólo en Venezuela, sino en el mundo. Ellos pertenecen a la faja transnacionalizada.
Global, globalizadora, globalizante.
Para esa gente le daba igual vivir en el Alto Hatillo o en Miami. Su hábitat natural ya no era Venezuela sino parte del mundo desarrollado.
Se habla de Estados nacionales, de Estados fallidos, de Estados clientelares, pero creo que ya son anacronismos, ahora que el mundo es una aldea. Y la pregunta es: ¿Qué queda de Occidente?
Ese es el conflicto. El tipo de gobierno que tiene Venezuela no le molesta a nadie, salvo a los que lo padecen. Pero ese es un sector local. Los que tenemos que vivir aquí, los que queremos vivir aquí. Y no estamos, digamos, entre las élites de Las Mercedes. Es un gobierno que le resulta indiferente tanto a unos como a otros. Ni siquiera lo aceptaron en los Brics+. ¿Acaso los chinos van a aceptar a un gobierno al que le prestaron millones y millones y se los robaron? Es una ventaja para el gobierno, porque al haber tanta indiferencia, nadie lo llama a botón.
¿Qué está pasando con el mundo?
La guerra de Ucrania no es un conflicto local, es un conflicto global. Es la expresión militar más concreta de este reacomodo del mundo. La desgracia, en mi opinión, es que está ganando y va a ganar un sector que se opone a la globalización. Que por lo tanto representa lo más atrasado, lo más arcaico de la sociedad. Pero al mismo tiempo representa algunos de los valores más importantes del liberalismo. Es un sancocho indigerible, pero es así. Por otra parte, el sector globalizante, el que aspira a crear el mundo como una aldea de ciudadanos y por el cual yo me inclinaría, desafortunadamente está mediatizado por unas organizaciones y por un poder despótico terrible. Vamos a tu pregunta. Hay claramente dos sectores. Uno que se identifica con lo que tradicionalmente se ha llamado Occidente o el Norte Global, ya no hay un nombre adecuado para todo esto. Y un nuevo sector que se va a convertir en el polo hegemónico en el futuro próximo. Los Brics+ y todos los que se asocien. Si ves a esos países, son portadores de una reacción normal y natural frente a un poder despótico que se quiere imponer, pero al mismo tiempo ellos son representantes de un poder arcaico. Lo que podríamos llamar el post estalinismo chino. El regreso a la Rusia ortodoxa. No hablemos del islamismo árabe. Estos no son los mejores representantes para quienes hemos creído en la construcción de una nueva sociedad global.
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*Economista y filósofo. Doctor en Ciencias Sociales (UCV). Individuo de Número de la Academia Nacional de Ciencias Económicas. Autor de numerosos artículos y libros, entre otros, Roma Historia y Devenires del Individuo.
Hugo Prieto
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