Actualidad

Enseñanza para sordos: Dos culturas, un mismo idioma

20/09/2020

Virginia pasó un día entero preparando su clase. Acostada en su cama, esperaba la respuesta de su compañera, a quien le envió las infografías por WhatsApp para que las aprobara o rechazara. Siempre había utilizado recursos visuales, pero esto era una novedad: ella enseñaba mediante el ejemplo, paso a paso. Comprimir la totalidad del contenido de la lección en un solo espacio constituía un nuevo reto. Con los proyectos pospuestos, le preocupaba el devenir de sus talleres de dibujo y fotografía para los miembros de la Asociación de Sordos Caracas. Sonó el teléfono: Kimberlys le contestó que le encantaba el diseño, pero le sugería cambiar el tipo de letra. Así era como funcionaba el proyecto Lengua en Artes durante la crisis del covid-19. No sabía cuánto duraría la cuarentena. Lo que sí sabía era que debía continuar.

Invitación a un nuevo mundo

Virginia Sancler tiene 21 años. Compagina su vida académica entre dos carreras: la licenciatura en Artes de la Universidad Central de Venezuela –histórica y teórica– y Artes Plásticas en UNEARTE, más pragmática. Alentada por su madre, desde los 12 años ha tomado talleres de dibujo, fotografía, escultura y otras modalidades. Egresó del colegio a los 16. A finales de 2018, se sorprendió cuando Kimberlys se le acercó en una clase de pintura con una pregunta inesperada.

Virginia Sancler retratada por Diego Torres Pantin

–¿Te gustaría participar en un proyecto para dar clases de dibujo a sordos?

Su amiga buscaba personas para participar en Lengua en Artes. Ya había finalizado los trámites para que su universidad aprobara la iniciativa como Proyecto Artístico Comunitario. Dado que veían materias juntas, tenían un año conociéndose. La iniciativa nació en 2016 y había enseñado música tradicional venezolana –mediante vibraciones–, danza y teatro con estudiantes ya graduados. Aunque todo nació como un requisito académico, Kimberlys quería darle continuidad a futuro. La respuesta fue inmediata: ese mismo sábado, ambas fueron a la institución.

Kimberlys Castro estudia Educación para las Artes en UNEARTE, mención Plásticas. Nacida de padres sordos, para ella la Lengua de Señas Venezolana es tan natural como el español. Aprendió un idioma de sus padres, y otro de sus tíos. Tiene 25 años, es técnico medio en Artes Gráficas de la Escuela de Artes Visuales Cristóbal Rojas. Es profesora en un liceo de La Candelaria. Su proyecto tiene la intención de introducir a la comunidad sorda en diferentes lenguajes artísticos, permitiendo el desarrollo creativo de sus miembros. El mundo actual está diseñado para oyentes: para una persona sin audición, al menos en Venezuela, realizar un trámite bancario puede ser una odisea, solo por dar un ejemplo. Es una iniciativa apolítica, inclusiva y con miras a llevar su mensaje a diferentes instituciones, tanto públicas como privadas.

–Desde pequeña –explica Kimberlys–, he compartido parte de mi vida con la Asociación Sordos de Caracas, fundada hace setenta años. Al entrar en la universidad y saber que era necesario participar en un proyecto comunitario con enfoque artístico que buscara resolver o evidenciar problemas, supe que quería hacer esto. Desde que tengo uso de razón, el problema más grave en las reuniones familiares con mis padres y mi tío, o en cualquier otra parte, era la comunicación. Esto se inició como una búsqueda para evidenciar, a través del arte, la falta de comunicación que existe entre la comunidad oyente y la sorda.

Kimberlys Castro retratada por Diego Torres Pantin

Cuando Virginia entró en el salón se sorprendió por la unidad grupal del alumnado: su amistad se evidenciaba cuando se hablaban entre sí. Era un contacto con otra cultura. Al notar que se comunicaban de forma distinta y sentir que no podía entenderlos, se sintió una extranjera. Justo como el sordo se puede sentir todos los días. Ella estaba dando asistencia técnica. Al ver a Kimberlys hacer las interpretaciones entre ambos idiomas, supo que quería ser parte de eso. Faltaba poco para el montaje teatral de diciembre y, desafortunadamente, el curso de Lengua de Señas empezaría en marzo. Eso no la detuvo.

Un lenguaje entre dos culturas

“El sordo no es un discpacitado”, afirma Virginia. “Es alguien que habla otro idioma”. Uno que recibe información a través de la vista y se expresa mediante gestos. Al comunicarse en un lenguaje diferente, se congregan entre ellos, crean grupos con costumbres propias. Al igual que los indígenas o las comunidades de inmigrantes, son una minoría cultural. Para el 2015, se  estimaba que el número de usuarios en Venezuela era de 15.000, lo cual la ubicaría como la tercera minoría lingüística del país, aunque no hay estudios de cómo la migración habrá podido afectar esa cifra.

El lingüista venezolano Alejandro Oviedo, docente de la Universidad de Colonia y director del portal web Cultura Sorda, explica que durante los años 80 el Ministerio de Educación implementó políticas públicas dedicadas a la comunidad no oyente: aplicó el programa “Educación bilingüe para sordos”, el cual, por falta de planificación y de personal experto, le impidió a muchos niños acceder a la lectura escrita, pero inauguró las primeras escuelas especializadas e incentivó la investigación académica al respecto.

La Lengua de Señas Venezolana se oficializó en 1989, cuando se dictó un seminario de Lingüística dedicado al idioma en la Universidad de los Andes, la misma casa de estudios que, en 1994, realizó la primera transcripción. En 1999 fue reconocida en la Constitución Nacional con dos artículos: el 81, que legitima el derecho a usarlo y el 101, que obliga a los medios televisivos a incluir programación “subtitulada”.

Era un sábado. La primera clase de Virginia fue de dibujo de manos. Aunque para servir como intérprete se necesita una preparación especializada, a falta de un profesional, Kimberlys se encargó de ser el enlace entre la profesora y el grupo. Explicó concisamente cada oración para facilitar la interpretación. Los estudiantes hicieron los primeros esbozos. Como es natural, no todos consiguieron un buen resultado en el primer intento, pero poseían buenos trazos. A fin de evitar la monotonía, cambió de ejercicio: cada uno duraría 15 minutos. Para mantener el interés, asignó tareas.

Muchos alumnos se ausentaron en la segunda clase: unos estaban en otras actividades de la Asociación y otros tenían responsabilidades. Entendió que tenía que motivarlos. Al explicar cómo debían colocar las manos en el espacio, su amiga fue incapaz de traducir la palabra “perspectiva”.

–Lo siento, Vir. Esa palabra no tiene traducción a la Lengua de Señas.

Virginia quedó perpleja. “¿Y ahora qué hago?” Trazó unas líneas en la pizarra y, mediante gestos, hizo hincapié en los elementos que componen la perspectiva. Escribió la palabra. Y para los que tenían un nivel bajo de audición, la deletreó. Kimberlys explicó que era sinónimo de “profundidad”. Y una vez que todos entendieron a qué se estaban refiriendo, el grupo creó la seña para definir la palabra.

Los lenguajes de señas son nacionales y suelen variar entre regiones. En un intento de universalización, se creó el International Sign, que se usa en congresos. Para que nazca un idioma de este tipo, debe existir una comunidad que lo desarrolle y esta debe tener niños que la adopten, enriquezcan y transmitan. Es una creación colectiva.

Oviedo cuenta que en este país el primer referente de una institución especializada fue el Instituto Venezolano de Ciegos y Sordomudos, fundado en Caracas en 1935: todos los egresados, ya ancianos, declararon que tenían lenguajes de señas familiares al comenzar a asistir a las clases, pero que anteriormente no pensaban de forma organizada. Allí surgió la primera posibilidad de rastreo de lo que décadas más tarde sería la Lengua de Señas Venezolana, muy influenciada por la española. Afortunadamente, tenemos dos instituciones dentro de nuestro territorio que se encargan de su estudio: la Universidad de los Andes y el Pedagógico de Caracas.

José Arquero Urbano, cuentan Oliviero y Armando Álvarez V, fue un inmigrante español que llegó a Venezuela en 1949 junto a su hermana. Era sordo y, en España, fungió como activista de los derechos de los no oyentes. Inclusive, combatió en la Guerra Civil en contra de las tropas de Franco. En Venezuela, a falta de una comunidad organizada de no oyentes, él empezó a buscar semejantes. Tras reunir algunos adeptos, creó lo que en su momento se conoció como la Asociación de Sordomudos de Caracas, en abril de 1950.

José Arquero Urbano. Fotografía de la Asociación Sordos de Caracas

Sus primeras reuniones se dieron en la plaza Bolívar. Después, contrajo nupcias con una mujer de la institución, Mari Carmen Lo, con quien tuvo una hija. El resto de su vida la compaginó entre sus labores de esposo, padre, empleado de una compañía de artes gráficas y sus responsabilidades con el organismo que había creado. Murió en 1990. A pesar de considerarse imposible que un individuo invente y distribuya un idioma, muchos miembros de la comunidad, especialmente los mayores, le atribuyen la autoría de la Lengua de Señas Venezolana. Los estudios indican que no es así, sin embargo, es notoria la influencia que ejerció.

Fue una clase exitosa. Virginia y Kimberlys lograron enseñar lo que era la perspectiva. Luego, se repitió el proceso con “escala”, “simetría”, “cromático” y otras. Una semana después, algunos trajeron sus tareas realizadas. Esa dinámica se prolongaría y se perfeccionaría hasta el día de hoy en clases de dibujo y fotografía.

–Muchas señas tienen más de un significado: «arte » y «artista», «pintura» y «pintor». En la clase de fotografía de retrato, trajimos a un modelo e hicimos la demostración para que vieran que tenían que enfocar el rostro. Usamos láminas para mostrar las medidas, los planos y el encuadre. El apoyo visual es indispensable –explica Virginia.

Antes de empezar el primer curso de la Lengua de Señas Venezolana, Virginia fue aprendiendo a través de sus alumnos: «permiso», «gracias», «buen día». Ellos tenían la paciencia para lograr una comunicación fluida. Entendían los gestos faciales y hasta podían entender algunas palabras orales mediante los mismos. Aunque algunos se frustraban al principio, ella se las ingeniaba para mantener la motivación. Al detectar las facilidades de cada estudiante, como dibujar caras, le mandaba a hacer ejercicios al respecto, antes de encarar las dificultades. Al terminar un taller, otorga a cada uno un certificado firmado y sellado por la institución. Además, realiza una muestra con los trabajos individuales, utilizando un proyector en uno de los salones.

Una prioridad de Virginia es asegurarse de que cada uno desarrolle un criterio. Si bien todos conocían de los colores, no todos sabían combinarlos: de ahí la importancia de hablar de la relación entre el verde y el rojo, que son complementarios. O en la clase de fotografía, invitarlos a probar con diferentes ángulos para retratar una misma silla, lo cual da diferentes resultados. Cada vez que le llega un mensaje al WhatsApp con una pregunta, cosa que ocurre con frecuencia, ella sabe que Lengua en Artes está funcionando. Incluso le escriben algunos que ya no ven clases con ella.

–Encontré una motivación que me faltaba. Siempre he tenido la idea de hacer algo que me llene. Enseñar creatividad, disciplina, mostrar las posibilidades que tiene el arte es apasionante. Con esto conocí un mundo nuevo. Tomar las experiencias de su mundo y verlo en los talleres es lo que más me gusta de esto –recalca Virginia.

La educación para sordos muchas veces atraviesa dificultades. Debido al desconocimiento masivo del tema, muchos no entran en contacto con una lengua en su primera infancia, lo cual limita sus capacidades cognitivas. Además, como el sordo no puede relacionar las letras con los sonidos, su idioma no se relaciona directamente con la gramática escrita, lo cual dificulta su proceso de alfabetización. Sin embargo, todos los del grupo saben leer perfectamente. Iniciarlos en otro tipo de lenguaje ha supuesto para ellos descubrir una nueva forma de comunicarse.

Una vez, ya terminada la clase, a Virginia y Kimberlys se les acercó una mujer mayor y les contó que cuando ella era una adolescente, el profesor de un taller no hizo ningún esfuerzo por instruirla. Se limitó a indicarle que siguiera los pasos de un manual. Décadas después, finalmente podía cumplir su meta. Sin embargo, la fotografía es la disciplina preferida del grupo. Aunque no todos tienen cámaras, han podido entrenar el ojo mediante los celulares. Dada la facilidad de intercambiar sus fotos entre ellos, esa se ha convertido en la herramienta más usada.

A mediados de 2019, se dieron dos visitas guiadas a los museos de Ciencias y de Bellas Artes. Una estudiante dijo haber entrado al segundo, pero que quedó frustrada cuando el guía de sala no pudo ofrecerle información. Otro alumno, de nombre José Gregorio Hernández, empezó a bromear cuando entraron en una exposición dedicada al santo. A partir de ahí, nació una idea a desarrollar futuramente: concientizar a los museos de la necesidad de desarrollar planes para la inclusión de los sordos.

La experiencia de Lengua en Artes no se ha quedado en lo visual: en septiembre de 2019, empezó un curso de teatro con Kandy Márquez, a la que Virginia le contó su experiencia. Con los errores y trucos concientizados, las clases se dieron fluidamente. Aprovechando las capacidades gestuales del alumnado, nuevamente se hicieron montajes de piezas cortas, como ya lo habían hecho en el 2018.

Resolviendo en cuarentena

En enero parecía que el 2020 iba a ser un año fantástico para Lenguaje en Artes. La asociación cumpliría 70 años en abril y, para homenajearla, se iba hacer una muestra fotográfica con imágenes del grupo y también del archivo de la institución. La sección de teatro planeaba hacer un montaje de unos 20 minutos contando la historia de José Arquero Urbano tras su llegada a Venezuela. Irían a diferentes instituciones para proyectar un vídeo sobre el proyecto y, además, iban a empezar a asistir a escuelas de niños sordos para reunir a los primeros infantes de un nuevo grupo. Aunque Virginia y Kimberlys escuchaban noticias del virus, no se imaginaban lo que pasaría después.

El 16 de marzo cambió la vida de todo un país: se decretaba la cuarentena oficial. “Seguro será cosa de mes y medio” pensó Virginia. A ella y a Kimberlys les preocupaban las actividades de abril, pero trataban de ser optimistas. Atendían a sus alumnos por WhatsApp y les decían que más adelante retomarían las clases. Sin embargo, pasaba el tiempo y no había muchas esperanzas de que las actividades presenciales regresaran pronto. Finalmente, el mes del aniversario terminó. Ambas amigas se dieron cuenta de que no podían seguir esperando la normalidad.

Crearon un grupo WhatsApp con estudiantes de los talleres actuales y pasados. Virginia haría las diapositivas con toda la información resumida y ejemplificada en imágenes. Kimberlys diría qué cosas cambiar. El grupo de teatro recibiría indicaciones de cuáles ejercicios gestuales y corporales realizar mediante vídeos explicativos. Procedieron con las primeras lecciones los lunes, miércoles y jueves. Los alumnos debían enviar sus muestras antes de la próxima lección. Además, las clases tomaron un rumbo más histórico: por ejemplo, enseñaron sobre la vida y obra de Arturo Michelena el día de su natalicio. También usaron otras fechas.

Afortunadamente, la constancia que los estudiantes venían demostrando en los salones, la demostraron por WhatsApp. Todos enviaban sus dibujos y fotos de forma responsable, hacían preguntas y se esforzaban por entender el contenido de las clases. El problema era que, entre todas las imágenes que se venían acumulando, parecía que no había un destino fijo. “¿Cuánto tiempo durará esto?”, era la pregunta que todos se hacían. Con el pasar de las clases, Virginia entendió que la actividad se estaba volviendo monótona, pese a sus esfuerzos por variar los contenidos.

Arte en cuarentena es el nombre de la revista que decidieron crear. Originalmente, Virginia pensó en realizar una muestra por redes sociales, pero luego consideró que necesitaba hacer algo más poderoso. Les pasó las indicaciones a todos sus estudiantes: cada uno debía enviar imágenes correspondientes para la primera edición de su proyecto editorial, el cual será publicado en las redes sociales de la Asociación Sordos de Caracas. Se centrarían en la fotografía.

“Esta revista pretende ser una forma creativa y artesanal para la difusión de los trabajos artísticos realizados durante el período de aislamiento debido al covid-19, en  el  año 2020. Un espacio donde compartir técnicas y procesos realizados en conjunto por los miembros de la Asociación Sordos de Caracas”.

Los meses de julio, agosto y septiembre, además de las clases por WhatsApp, supusieron para Virginia nuevas responsabilidades: la diagramación y el texto inicial. Todo se complicó más cuando a ella se la dañó el celular: ahora su batería se descargaba constantemente. Sin ninguna ayuda, le tocó coordinar los contenidos de la revista, supervisar a sus estudiantes en el proceso de las imágenes: bodegones, reinterpretaciones de pinturas clásicas, regla de tercios, contraluz y demás, ahora con un teléfono defectuoso. Y dado que no todos tenían internet en casa, tuvo que esperar a que algunos tuvieran la oportunidad de enviar sus tareas. Tras largas esperas, ya en el último mes le tocó avisarles  a algunos miembros que su tiempo se había agotado, al menos, para esta primera edición.

Sin embargo, Lengua en Artes es ahora un proyecto que sirve como documento de un esfuerzo colectivo. El sudor que todo el grupo ha invertido en los últimos dos años ha servido como tinta para la publicación. Ya no le importa cuántas horas invierte. Sus créditos académicos hace ya tiempo dejaron de ser prioritarios para ella. Dentro de poco los terminará, pero no terminará su labor. Kimberlys ya culminó ese requisito. Ambas amigas saben que esto es solo el comienzo. Un paso más en su camino para ayudar a la comunidad de sordos a comunicarse con el resto de la sociedad mediante otro lenguaje. Como dice en su introducción:

“Expresar estas emociones, ideas y situaciones desde la creación, nos ayuda a reflexionar e impulsar nuestra imaginación. La fotografía es un medio de comunicación universal, una herramienta que puede ayudarnos a sobrevivir en este período de confinamiento. (…) Impulsar los diferentes lenguajes artísticos  es algo que cualquier persona puede hacer. ¡Y queremos demostrarlo!”


ARTÍCULOS MÁS RECIENTES DEL AUTOR

Suscríbete al boletín

No te pierdas la información más importante de PRODAVINCI en tu buzón de correo