Álbum de familia

Encuentro con la coma infinita. Villa de Cura 1981

26/12/2021

César Anzola, Edgar Anzola, Miguel Schön y María Luisa Ibarra de Schön, circa 1920. Fotografía de álbum familiar ©Archivo Fotografía Urbana

Fui de visita a la casa de la Sociedad de Amigos
de la Virgen de la Valenciana:
un avatar de la Virgen María.
Era una noche que comenzaba con un pueblo
que regresaba
a ser el mismo
justo en el momento en que su gente
descendía de los autobuses
con los omoplatos atropellados,
o se decían adiós en la plaza
porque llegaba la hora de cenar.
Pero…
seguí caminando
hasta la casa
de la Sociedad de Amigos de la Virgen
de la Valenciana,
y en su sala –recuerdo– me recibió
un tal señor
que era El Sereno
pero estaba
encargado de cuidar un jardín
tan negro
como la primera noche de luna nueva
solo iluminado a ratos
por diminutas flores de lirio
o esponjados azahares:
eran las runas
de la naturaleza.
Lo cierto es que El Sereno me dejó a solas
en la sala
caminando entre sillones:
los más apacibles mausoleos
que haya visto.
Curioseaba
entre objetos rectangulares
que colgaban de las paredes
hasta detenerme en un pequeño cuadro
enmarcado en cañuela plateada:
era el acta de fundación
de aquella Sociedad de Amigos…
un folio de papel oculto
tras un vidrio con manchas alcalinas,
y fui leyendo los nombres
de los que en ese tiempo se encontraron
para rendir alabanzas:
Raúl Estévez (coma)
Esther Bustamante (otra coma)
Castor Cosme Rodríguez (coma).
Eran personas que existían entre dos comas:
Luis Achugaray (coma)
Ramón Mayol (otra coma).
Muchas nombradías pasaron hasta llegar
al renglón terminal
del documento.
Pero lo más importante, lo que el daimon
que me gobierna
quizás eligió como el sentido cardinal de mi visita,
fue que lograra percatarme
cómo al llegar
al último nombre
estampado con caligrafía gótica, no aparecía
ningún punto final
que detuviera
aquel moroso recuento.
El escribiente de actas
–un empecinado señor de camisa blanca–
solo dibujó luego del conclusivo
nombre propio
la misma cola de cometa de una coma.
Y me quedé mirando ese mínimo trazo constelado
que siempre aguarda por otros nombres
para prolongar la celeste gloria de la Virgen.
Ahora bien, yo quisiera decirles que:
aunque pasen mil años
nunca existirá
UN PUNTO Y FINAL,
como término de este escrito misterioso.
Porque el acta de fundación
de la Sociedad de Amigos de la Virgen de la Valenciana
seguirá siendo un universo: abierto y brillante:
una enumeración indetenible, gracias

a esa coma INFINITA.


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