Álbum de familia

Elogio de algunos ríos

Caimancito en el patio de la casa, ca 1938. Fotografía de Álbum familiar ©Archivo Fotografía Urbana

26/08/2021

El río de piedra se lanza contra el río de arena.

Los ríos más jóvenes llegaban de las planicies

para desembocar en cauces antiguos.

En los meses de julio y agosto

acompañados de ahumadas nubes

el agua arremetía contra los muros

de raíces y de hojas.

El delfín de agua dulce miraba con pureza

estos prodigios: y lo hacía con pureza

porque simplemente ignoraba

(no lo podría entender)

todo aquello

que iba a ocurrir en torno suyo.

Así emprendía su descenso a las profundidades

hasta llegar al poroso lecho de coral,

a las dunas frías,

donde aún duerme a salvo

sobre cuarzos azules y diamantes

y guijarros dorados.

Alguna vez

navegué con un bongo

de quilla puntiaguda

sobre la desembocadura

de esos cauces maestros:

El Apure, el Arauca, el Meta.

Los vi fundir sus corrientes arcillosas

y entregarlas a volcanes de agua

que abrían surcos

en formas de serpientes:

como la terciopelo o la siete narices,

hasta llegar al turbión

y la ventolera del río grande

arribando, a paso lento, de la selva

como si acabara de copular con ella.

Existían corrientes visibles e invisibles

entornando olas de hasta tres metros.

El agua del Orinoco era azucarada,

gustosa,

y las que llegaban de las planicies

tenían un rastro salobre y terciario.

A las tortugas les gustaba

anidar

en la arena cernida de los playones:

junto al caimán amarillo

o el caimán negro de fauces recortadas.

Así lo refiere el padre Joseph Gumilla

en su Historia natural, civil y geográfica de las naciones

situadas en las riberas del río Orinoco.

Pero las PIEDRAS

del gran río

siempre fueron

la prueba de su ancianidad,

ellas sí perseveran.

Piedras talladas con redondeces

como animales que se ocultan

en su propio cuerpo,

porque mucho les duele

la ataraxia del tiempo.


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