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Alguien saluda mientras desciende
de un buque mercante.
Es un viajero que jura que este puerto
es un lugar idéntico a los óleos
del Tahití de Paul Gauguin.
Sin embargo
deberíamos atender a su gesto
ya que los paisajes remotos
les corresponden solo a los viajeros.
Ellos abrazan con fervor
y hasta guardan un pañuelo blanco
en su bolsillo
para secarse la frente
simulando el cansancio que no tienen.
Son de los viajeros:
las frutas perfumadas,
la misteriosa sinestesia,
y otras formas del delirio
y el desahucio.
Ellos darán siempre testimonio
de un milagro
y este que ahora nos visita
busca la bahía de Puerto Cabello,
donde cualquier lancha podría
ser atada a la costa
con solo una hebra
de cabello de mujer.
Pero al partir el embelesado
peregrino,
ocurrió una vaguada,
un deslave:
un esputo de piedras y cieno
que transformó a la bahía
en un letargo de tinta negra.
Igor Barreto
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