Como en la escritura, la fotografía está repleta de vicios. ¿Cómo saber cuáles aportan –ya que no se puede ser cien por ciento objetivo– y cuáles envilecen la imagen? Solo lo sabremos con la práctica. Como ha dicho Roberto Mata, mientras observaba algunas fotos en su escuela para elegir a un retrato ganador: “Tienen que pensar la imagen. Aquí veo buenos encuadres y muchos rostros, pero no veo ni un solo retrato”. Lección aprendida: todos los autores de aquellas fotos apelamos a los mismos recursos sin reflexionar su uso. Una tonta vanidad la de creer que “una imagen bonita” es suficiente.
Sin pecado concebido fue un taller de la escuela Roberto Mata Taller de Fotografía que acercó a los participantes a bares históricos de Caracas, con la esperanza de registrar los vicios cardinales que emergen en la noche y la parranda. También dejó lecciones sobre los pecados fotográficos: no entregarse a los espacios y personajes –luminosos y oscuros–, no atreverse a conocerlos, temer ser parte de sus experiencias, mirarlos “de lejitos” porque no se parecen a nosotros. Mejor ir sin expectativas a sus vidas y mundos y bailar pegadito con lo que no entendemos.
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Mujeres de todas las edades celebran a Reynaldo Reyes. Lo celebran como padre de sangre y padre putativo, consejero y guía, vecino de toda la vida y alma de la fiesta. Todas quieren una foto con él. A su izquierda hay una mujer de cabellos rulos que lleva su apellido. A su derecha, una señora de los labios rojos. Esta dice: “Ella será su hija, ¡pero yo soy su bombón!”. Le da un beso en la mejilla y agrega: “Estamos aquí porque él está cumpliendo 93 años”. En La Tasquita de San Agustín, al final de la Avenida Leonardo Ruiz Pineda, se reúnen los vecinos a bailar salsa, beber cerveza, jugar dominó y celebrar una larga vida.
El bar se fundó hace 38 años. También se conoce como Las Lavadoras, porque antes de llegar a la sala que sirve de pista de baile se camina entre cachivaches y viejos electrodomésticos. Con los timbales de fondo, parece que se camina hacia un portal, de entrada estrecha y luminosa. Cuidan el umbral Santa Bárbara, el Divino Niño y el Arcángel Miguel. No es que niegue la realidad de una Caracas más vulnerable. Es que aquí se reúnen, sin etiquetas, los que viven en ella. Muchos, como Reynaldo Reyes, tienen años allí y han visto el crecimiento -y los cambios- de su comunidad.
Las Lavadoras es la última parada del recorrido de Los Templos Paganos. El paseo lleva a venezolanos y turistas por recodos de Catia, San Agustín, Sarría, La Candelaria y Caño Amarillo para conocer siete bares caraqueños que guardan alguna historia o llevan más de treinta años con las puertas abiertas conservándose como antaño. Se cuenta que en Semana Santa, mientras las mujeres recorrían los 7 templos de Caracas, los esposos iban de bar en bar en su propio itinerario espiritual. De allí la idea y el nombre de este proyecto cultural.
La escuela Roberto Mata Taller de Fotografía y el equipo de Los Templos Paganos organizaron en conjunto la actividad Sin pecado concebido, dirigida a profesionales, estudiantes y aficionados a la fotografía. Dieciséis personas abordaron una camioneta van el viernes 20 de octubre hacia el centro-oeste de Caracas con el propósito de capturar las singularidades de la noche, los bares y los excesos. Al día siguiente, sábado 21, se realizaría una sesión de revelado y edición en los espacios de Roberto Mata de Fotografía en la Hacienda La Trinidad.
Dirigían el taller el director de la escuela, Roberto Mata, y el fotógrafo documentalista Ernesto Costante. Roberto añadió a la ruta cinco desafíos. Se escogería por voto:
- La mejor foto de un baño.
- La mejor foto de un pecado capital.
- La mejor foto de un “pule la hebilla”.
- El mejor retrato.
- La mejor frase escuchada.
A la medianoche del viernes, antes de partir a casa, ambos profesores preguntaron a los participantes cuántos disparos acumularon de bar en bar. Unos tenían cien. Otros cuatrocientos. Hay quien llegaba a seiscientos o que simplemente no llevaba la cuenta. El sábado dictaron un sexto reto: presentar un relato o ensayo fotográfico coherente con diez fotos o menos. Allí encontramos la primera verdadera decisión fotográfica: la selección de las fotos desechables, aquellas que no estarían en el privilegiado lote de las que serían mostradas. Porque, como en la escritura, la edición es la parte más difícil. Y no lo es porque hay que escoger qué se queda… lo es porque hay que despedirse de lo que se va. Es un proceso en el que no puede intervenir el ego.
Ernesto escribió al grupo de WhatsApp un mensaje a las 8:00 am, detallando los primeros pasos:
Si tienen muchas fotos, la mejor manera de llegar a 100 es con un ejercicio bastante útil.
1- Se elimina todo lo que técnicamente no funciona
2- Se eliminan las secuencias repetidas de una misma foto. Escojan solo 1.
3- Se eliminan situaciones similares, escogiendo la que a nivel de composición y contenido sea la mejor.
Recuerden que el proceso de edición es básicamente eliminación.
Erika Medina me prestó su laptop para revelar mis fotografías, porque mi equipo no contaba con Adobe Photoshop Lightroom, el programa especializado en el tratamiento de las imágenes digitales. Eso solo hizo la experiencia más enriquecedora. Comprobé, con mucho interés, que sus fotos no se parecían a las mías. Su edición tampoco. En resumen: que lo que ella había visto y quería decir era totalmente diferente a mi discurso, aunque podía reconocer los mismos lugares e incluso la misma energía de esa noche. Sus fotos eran todas en blanco y negro. Inmediatamente me pregunté si quería hacer lo mismo y me percaté de una segunda decisión relevante: el uso del color. Le pedí consejo a Ernesto. Su respuesta fue clara: “Depende de qué quieres decir. No se coloca una foto en blanco y negro solo porque así se ve más bonita”. Fue un gancho al estómago. Fue un piensa y luego existe. Hay que pasarse el suiche instalado en el día a día de las redes sociales, en el que los filtros están a nuestra disposición solo para ocultar defectos y vernos “bellos”.
La fotografía tiene, como todo elemento visual, figura y fondo. Erika ganó en la categoría de Pecado capital y Pule la hebilla. En la primera, fotografió a una azafata que compartía con algunos amigos en La casita azul, en San Agustín del Norte. Las sombras de los barrotes de la entrada caen sobre su rostro maquillado con delicadeza y su cabello bien peinado. Erika quiso capturar la vanidad, al encontrar en esta muchacha una obsesión por la apariencia perfecta. Pero algunos vieron en aquella foto la viva imagen de la envidia, tal vez porque entre la oscura sombra de los barrotes y la mirada fija se plantaba un ambiente demasiado denso. En la segunda categoría la competencia estuvo difícil. Las fotografías en movimiento resultaron las más atractivas y ganaron más votos. Curiosamente, en su vertiginoso vuelo al ritmo de la música, reflejaban alegría. Ganó una foto de Erika en la que una pareja bailaba con la mirada de Héctor Lavoe al fondo, casi como una presencia vigilante. Aquella era, por cierto, la foto favorita de Erika.
La fotografía del baño estuvo reñida. Algunos optaron por capturar la decadencia, otros mostraron registros más pintorescos de baños grafiteados o rodeados de corotos. Los participantes mirábamos las imágenes proyectadas en el televisor de la escuela y debatíamos los criterios para evaluar aquello. Verlas juntas permitía comparar ideas. Roberto Mata decidió separar las reveladas en blanco y negro de aquellas a color. La narrativa no era la misma y sería más justo revisarlas en grupos independientes. Luego, se eliminaron las que no dejaban claro que, en efecto, lo fotografiado era un baño. De modo que quedaron las fotos que generaban sensaciones esperadas ‒como el asco‒ o proponían una visión atípica.
Se decidió por el empate. Una foto mostraba un baño de mala muerte de un bar en San Agustín del Sur, que no dejaba de causar gracia al mismo tiempo que repulsión. La otra, la puerta de un baño con más privacidad en el que tal vez la foto de Marilyn Monroe en la entrada daba algo de alivio. Una foto hablaba de la carencia. La otra, de historia y legado.
“Se fotografían verbos, no sujetos”, dijo Ernesto después de pasar por los puestos de varios participantes que luchaban por escoger el retrato para postular. Fue la categoría en la que participaron más personas. Cuando Roberto proyectó las catorce fotos y preguntó qué pensábamos al respecto, una alumna de la escuela dijo con voz decidida: “La categoría está desierta”. Roberto nos miró a todos y dijo: “¿Qué piensa el resto?”. Al principio la mayoría estaba francamente confundida. Comenzó el debate. El retrato subjetivo de Gustavo, con la mirada perdida frente a un pequeño espejo circular, era el favorito… pero ciertamente no decía nada de aquel personaje, que se había mostrado ante nosotros con la actitud de un sabio y la vitalidad de un niño en su bar Las Delicias. Otros habían escogido a Peter, el acumulador de sueños y de todacosa en una luminosa calle catiense, pero sus ojos viejos solo decían eso: que era un hombre viejo. Finalmente nos dimos cuenta de que los catorce rostros no decían nada. Tal vez sólo exponían el hecho de que eran personas, captadas de cerca o en un encuadre distintivo. Roberto sugirió estudiar el contexto de cada uno de ellos. El retrato no es un close up. “No es decirle a una persona párese allí para tomarle una foto”. Es un ejercicio para entender quién es este individuo que nos abre las puertas de su identidad, su quehacer y sus pensamientos.
En Sin pecado concebido aprendí que para la escuela Roberto Mata Taller de Fotografía la foto documental contiene tres cosas: una sensación, una historia o una acción. Así evadimos el ego y la vanidad, y nos concentramos en comunicar o generar respuestas. No me sorprende que parte del proceso se parezca a la escritura y hace que sea más sabroso de experimentar. Contrario a lo que se podría creer, la fotografía no impide que exista una segunda capa de interpretación de la realidad documentada. Si esa capa no existiese, todas las imágenes de Sin pecado concebido serían iguales. También hay cuestionamientos éticos y decisiones que impactan en el resultado final. Algunos participantes contaron que les costaba acercarse a la gente para conocerlos mejor, hacerles preguntas o saber un poco más de ellos.
Roberto y Ernesto sugirieron superar estos miedos: ¿cómo lograr un buen retrato si nos acostumbramos a jugar al desconocido escondido? Además, también hay que plantearse el problema ético de retratar a una persona sin su consentimiento en medio de un ambiente que considera seguro. Llega el fotógrafo con la cámara, un elemento invasivo en la mayoría de los casos, a ese espacio en el que una persona va a bailar y beber por las noches, que guarda sus secretos y sus máscaras. ¿Quién se cree para levantar el lente y así, sin más, inmortalizar un beso, un brindis, una conversación privada? Con Roberto y Ernesto aprendí que, quizá, el peor pecado fotográfico es la soberbia.
Crear un ensayo con fotos seleccionadas fue el reto más difícil. Hasta entonces, eran retazos de una noche. Cuando se plantea una secuencia se está ofreciendo a quien mira un significado. Las fotos tienen vida propia, pero también un lugar en el mundo. Primero, se descarta todo lo que no coincide estéticamente, luego se unifica en un concepto, que bien puede aparecer en el proceso de revelado –y siempre estuvo allí pero no podías verlo‒ o hay que buscarlo entre el material registrado. Ernesto asesoró el proceso e insistió en el qué quieres decir. Parece que nos cuesta hallar en nuestro subconsciente el grito que quiere salir.
Hay quien está mucho más claro en esta vida. Como Félix Ferrer, de 84 años, sentado en la barra del bar La Estación (conocido también como El Gardeliano). «He llegado a esta edad porque he sabido evadir la tristeza», le dijo al doctor Omar Mattar, uno de los participantes del taller. La frase fue escogida ganadora ese sábado 21 de octubre y en segundo lugar quedó la de Carmen, una mujer de 62 años que conocí en La Vinatería. «Nunca vas a vivir lo que yo he vivido. Eso me causa dolor», me dijo, después de contarme que era periodista. Recordó sus tiempos en las grandes redacciones de Caracas, hace más de tres décadas, y se despidió con la voz entrecortada. Abrió la puerta del baño y se fue llorando a su mesa.
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Gracias Roberto, Ernesto y Erika por ser mis guías en esta experiencia.
Indira Rojas
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