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Entre el paseíllo de una tarde de toros
y la seducción amorosa
hay nudos y coincidencias:
al inicio de la faena taurina
sabemos que detrás
de las monturas de los alguaciles,
el torero de la derecha
suele ser el más diestro,
y más atrás irán los mozos
con sus mulas
y otros jovenzuelos
sagaces en borrar con arena
la sangre derramada.
hablamos de metáforas posibles
del amor cortés
de las plazas de toros
y de los bares,
donde la multitud se agolpa
con silencio ruidoso
y acontecen probables similitudes
entre el ventoso capote
y el estoque oculto
tras la muleta del último tercio,
y esas inocentes conversaciones
de una pareja acodada
en la invisible mesa de un bar.
Se entiende sobremanera
lo que ambos quieren:
ansían la oscuridad
que el deseo intensifica
con ojos angulosos.
Unas manos tibias
retienen unas copas,
mientras se rozan bajo la mesa
sus rodillas
«accidentalmente».
Y ambos se ríen de la casualidad
con vaga torpeza.
Es la aspera miel
de la que habla Calímaco:
la vida entre la decepción
y la risa.
Y no hay forma,
no hay suerte
que nos explique todo esto
que a sus cuerpos…
sorprende.
Igor Barreto
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