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Cuando concluyen las guerras de Independencia comienza la crítica de sus artífices. Los periódicos que circulan después de la batalla de Carabobo no ahorran tinta en el enfrentamiento de los oficiales del Ejército Libertador cuando han cometido abusos. Pese a que los líderes de los laureados contingentes tienen la sartén por el mango, no en balde se han jugado el pellejo para salir de los realistas y para fundar una república, los redactores de la incipiente prensa los retan cuando consideran conveniente. Debemos recordar estas primeras pugnas entre civilismo y militarismo, como se tratará de hacer ahora.
Las puyas más envenenadas se advierten en un Remitido del El Argos, que circula en 8 de abril de 1825 contra un pariente del Jefe Militar de Cumaná, general José Francisco Bermúdez. Veamos el texto que incluyen:
El señor Bernardo Bermúdez, alcalde de este cantón, ha amenazado y dado de golpes a C. Dionisio Centeno e su mismo tribunal; llegando hasta el extremo de mandar sujetarle con un esclavo suyo para maltratarle más a su gusto, privándole toda defensa y ordenando últimamente en desacompasadas voces al alcaide de la cárcel que lo condujese a esta preso: todo porque había tenido el atrevimiento de reconvenirle sobre un deslinde de tierras que acababa de hacer Bermúdez entre una posesión suya y otra de la señora madre de Centeno. Centeno ha marchado a Caracas a solicitar la reparación de sus agravios del Tribunal Superior de la Corte de Justicia, y el pueblo de Cumaná, habiendo pronunciado su opinión sobre un suceso tan escandaloso, con que se ha colmado la medida de su paciencia, ha quedado en la más ansiosa expectativa del resultado.
Son sucesos que por primera vez aparecen en los periódicos, susceptibles de conducir a alarmas colectivas. Los escándalos llevados a cabo por figuras destacadas de la república pueden ser del conocimiento de los lectores y, por lo tanto, alimento de corrillos. La prensa se atreve a publicarlos, aun cuando rocen la piel de un hombre de armas tan célebre como el oficial a quien se conoce por las asperezas del carácter. Pero le dedican otros ataques por la forma de administrar el área de su mando, debido a que en la distribución de empleos favorece exclusivamente a la parentela.
El Constitucional Caraqueño incluye un artículo firmado por ¨Unos cumaneses, con la nómina de los agraciados. Detengámonos en el ¨Árbol genealógico de la familia del General Bermúdez¨:
Intendente, S. E. el general José Francisco Bermúdez. Comandante General, S. E. el general José Francisco Bermúdez. Asesor, señor Licenciado José Grau, casado con una prima hermana de S. E. el general Bermúdez. Secretario de la Intendencia, señor José María Rodríguez, primo hermano de S. E. el general Bermúdez. Alcalde primero, señor José Antonio Guerra, suegro y cuñado de S. E. el general Bermúdez. Alcalde segundo, señor José Bernardo Sotillo, primo hermano de S. E. el general Bermúdez. Guarda Almacén, señor Antonio José Sotillo, primo de S. E. el general Bermúdez. Administrador General de Tabaco, señor Antonio José Betancourt, compadre de S. E. el general Bermúdez. Amén de otros parientitos empleados en Margarita y otros pueblos de la provincia, y que por no molestar la atención del público las dejamos en el tintero.
Al principio del texto se hace una cita del Génesis: ¨Yo adjudicaré esta tierra a tu linaje¨. ¿Cabe mayor atrevimiento contra uno de los espadones más temidos de entonces? ¿No estamos ante evidencias de republicanismo como las que sugería los impresos de la revolución mientras se luchaba contra los españoles? ¿No ha terminado, o está terminando, el tiempo de las ¨repúblicas aéreas¨ que Bolívar criticó en un Manifiesto de 1813? En un Comunicado de El Argos, de 6 de septiembre de 1825, se acusa de tropelías al coronel Ramón Machado, gobernador de la isla de Margarita y amigo cercano del jefe militar de Cumaná. ¨Se esmera en oprimirla¨, asegura el periódico sin detenerse en pormenores. Tal vez no convenga ofrecer respuestas entusiastas sobre el asunto porque muchos trámites lo entorpecerán y se saldrán con la suya, pero salta a la vita que la pedagogía de la sociabilidad moderna puede felicitarse porque tiene discípulos en la calle.
Igualmente se puede considerar como aventajados alumnos los redactores de El Argos, quienes publican un Remitido contra Juancho Páez el 11 de junio de 1825. Son letras enfáticas:
Un nuevo enemigo nos ataca en medio de esta paz: la ignorancia y el deseo de ostentar una autoridad pueril. El S, Juancho Páez, labrador y vecino de Valencia, sacado de su labor y electo jefe de la caballería que se ha formado en aquella ciudad, por la docilidad culpable del pueblo, y por los esfuerzos criminales de los que vinculaban en tal empresa su débil orgullo; ha emprendido este ataque, sin saber lo que es ni lo que debe ser; ignorando lo que debe sí mismo, y lo que debe a sus conciudadanos.
Él no solo ha cometido mil errores por llevar a cabo su desempeño, sino que en el día comete los desaciertos más vergonzosos y alarmantes. Juancho Páez, que hace un mes que era un simple ciudadano, y que de un mes acá es lo mismo, con la diferencia de haberse puesto arbitrariamente charreteras.
El Remitido trata de órdenes militares sobre cuyos pormenores dice poco, pero no se refiere a un sujeto cualquiera sino al Jefe Militar de Venezuela. Se va contra Juancho Páez para emprenderla contra José Antonio Páez. Juancho Páez es el héroe de Carabobo y la figura más importante del Departamento después del Libertador, o se le parece como gota de agua cuando se mira desde una lupa ilustrada. José Antonio Páez es el soldado de mayor trascendencia, la encarnación del poder dominante en las cercanías y la cabeza de un ejército victorioso, pero el redactor quiere que lo confundan con u campesino ignaro y le atribuye conductas malignas que han contado con la complicidad de sus allegados y con la indiferencia popular. Tal vez no convenga ahora averiguar si estamos ante una denuncia fundamentada, sino solamente considerar que la opinión pública juega en territorios escabrosos, que estarían vedados si no funcionaran unas normas mínimas de cohabitación como las sugeridas por la literatura de los padres conscriptos.
De cómo no dejan de funcionar, o de cómo resulta difícil impedir su existencia, nos informa un atrevido texto de naturaleza panorámica sobre los perjuicios del militarismo, que se lee en El Fanal cuando los pleitos sobre la unión colombiana llegan a extremos de hostilidad.
El pueblo, y principalmente el pueblo ignorante, se fascina con galones y bordados, y se entregaría en manos de aquellos en quienes viese estas distinciones.
No apunta una nimiedad en una escena dominada por figuras como Bolívar, Santander, Sucre, Soublette, Urdaneta, Páez, Mariño, Briceño Méndez y Bermúdez, entre otros muchos encomiados y condecorados por sus hazañas en el campo de batalla. O por oficiales de prestigio mediano y luz mortecina que manejan tropas y viven en el cuartel de la esquina.
Elías Pino Iturrieta
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