Telón de fondo

Cómo eran los ejércitos patriotas

Vuelvan caras. Arturo Michelena, 1890

07/08/2019

La iconografía republicana no se ocupó de describir el aspecto de la soldadesca que hizo la Independencia.  Prefirió retratar a los capitanes, para que se convirtieran en pilares de un sentimiento de apego a la patria que se fomenta en la segunda mitad del siglo XIX y  perdura en la sensibilidad de los venezolanos. Son pinturas de héroes gallardos, metidos en gran uniforme, que nos trasportan a la cima de una extraordinaria epopeya. Desde entonces, los venezolanos hemos desfilado ante un museo de próceres impolutos en cuya imagen nos reconocemos y quienes nos llenan de orgullo.  Pero, como los pinceles no se ocuparon de los anónimos hombres de la tropa, su imagen se pierde en los rincones de un tiempo en el cual tuvieron participación estelar.

De allí la necesidad de saber cómo fueron de veras, la obligación de incorporarlos a un imaginario que ha sido cicatero con sus contribuciones de guerreros. Si nos enteramos de cómo fue su participación, tendremos una idea más cabal de los problemas que se debieron enfrentar en la guerra contra el imperio español. Tras algunos de esos aspectos va el presente texto, cuyo fundamento proviene de la observación de guerreros extranjeros que los miraron como un género curioso sobre cuya conducta convenía hacer apuntes. Guiados por su subjetividad, buscaremos rasgos de esa olvidada tropa.

¿Por qué decidieron pelear? ¿Cuáles fueron las razones que los llevaron a derramar la sangre por una república que solo existía en la cabeza de un grupo de dirigentes? Aunque no tratan directamente el punto, las memorias del legionario James Hackett, quien escribe en 1817, ofrecen pistas.

Los ejércitos patriotas marchaban en hordas, sin concierto ni disciplina; su equipaje era muy poco más de lo que cubre sus espaldas; están totalmente desprovistos de tiendas de campaña y cuando acampan lo hacen sin regularidad ni sistema.

El desorden descrito no permite establecer los motivos que los convirtieron en soldados republicanos, desde luego, pero remite a un ambiente de desconcierto, de indiscutible improvisación, que concede licencia para pensar en cómo podía suceder una cosa semejante con las ideas que traían en la cabeza.

Otro extranjero de la época, Alexander Alexander, no difiere en su pintura. Toma el predicamento que vivió para hablar sobre la generalidad de las conductas.

(…)  cada quien estaba solo preocupado por resguardar sus propias cosas, ya que lo poco que hubiera podido conservar hasta ahora era para cada quien de inestimable valor, pues no había manera de comprar nada, incluso si hubiéramos tenido dinero para hacerlo.

También se vale de la heterogeneidad de la indumentaria para llamar la atención sobre las dificultades de obediencia que entonces predominan.

Había una extraña variedad de trajes en general, tanto entre oficiales como entre soldados; como si no importara mucho lo que usaran, siempre y cuando fueran uniformes militares. Había hombres en traje de artillería y caballería, rojo y azul, marchando con la infantería; hasta en el estado mayor de los generales estaban a veces vestidos como soldados rasos de artillería, infantería y caballería.

Agrega en otra página:

En su apariencia militar se veían muy pobres, ni sus guardias observaban etiqueta alguna, porque se les veía echados en el suelo o vagabundeando por ahí, divirtiéndose y jugando juegos de azar, mientras los centinelas se reclinaban sobre sus armas.

La situación no ha cambiado en 1819, si damos crédito a la versión del oficial británico Hippisley sobre las tropas del general  Cedeño.

Estaba compuesta de gentes de todas clases y tamaños, desde el niño hasta el hombre, y montados, tanto en caballos, como en mulos. Algunos tenían sillas; otros no. Algunos usaban frenos, cabezadas y rienda: otros, mecates atados como freno en la boca del caballo. Unos tenían pistolas viejas colgadas del arzón de las monturas, que no puedo llamar de pico, metidas en fundas de piel de tigre, o colgadas de cada lado con sogas. Eran hombres que iban de los dieciséis a los treinta o cuarenta años, negros, morenos, cetrinos, según las castas de sus padres (…)  Gentes de aspecto feroz y salvaje, a quienes lo avíos militares no humanizaban ni mejoraban.

Se debe recordar que los legionarios ingleses vienen de las guerras napoleónicas, alumnos de una instrucción específica, acostumbrados a su lengua materna, a férreas jerarquías, a la disciplina, al vestuario ordenado por los figurines y a moverse por cierto tipo de doctrina aplicada al oficio bélico. No solo se sorprenden por los ¨colegas¨ que encuentran en Venezuela, sino que, además, los pueden subestimar. Hay que acercarse a sus observaciones con cautela, por lo tanto, pero es importante la luz que ofrecen sobre un tema que deben tratar con profundidad los historiadores. En todo caso, algo se ha ofrecido aquí para el museo que la soldadesca todavía no tiene.


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