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…Por tanto,
no diremos que los griegos luchan como héroes,
sino que los héroes luchan como griegos.
Winston Churchill
Solemos creer que fue solo la Grecia antigua la que nos legó una impresionante historia y los modelos y ejemplos con los que hemos construido nuestros valores e ideales. Eso hasta que comenzamos a estudiar la literatura y la historia de la Grecia moderna.
En 1940 mandaba en Grecia el General Ioannis Metaxás. Había sido veterano de la Guerra Greco-Turca y de las Guerras Balcánicas. Opuesto a la entrada de Grecia en la Primera Guerra Mundial, y por tanto a la política adelantada por Eleftheríos Venizelos, se mantuvo fiel al rey Constantino I, por lo que debió pagar exilio en Córcega cuando el rey fue destronado en 1917. A su regreso a Grecia, fundó el “Partido de los Librepensadores”, con el que obtuvo pequeños éxitos durante la Segunda República. Cuando la monarquía fue restaurada en 1935, Metaxás fue designado primero Ministro de Defensa y después Primer Ministro del rey Jorge II. Así se mantuvo unos pocos meses muy críticos y revueltos, los necesarios para urdir, con la bendición del rey, un golpe el 4 de agosto de 1936 e instaurar una dictadura de corte militarista, totalitario, nacionalista y anticomunista. Menos de un mes antes se había alzado Franco en España, y en Portugal Salazar consolidaba su personalismo autoritario con el Estado Novo.
Lo primero que hizo Metaxás fue prohibir los partidos políticos, comenzando por el suyo propio. Después, como es de prever, se dedicó a quemar libros. Goethe, Shaw y Freud ardieron en la misma hoguera que no pocos autores griegos, Platón incluido. Soñando con devolver a Grecia el esplendor alcanzado bajo Pericles, Alejandro y Bizancio, el “Primer Campesino”, el “Padre Nacional”, el Arjigós (“líder”) pretendía restaurar la “Tercera Civilización Griega”, sin duda inspirado en el Tercer Reich. A la vez, intentaba mantenerse neutral, tratando de buscar un balance entre Inglaterra y Alemania. Contradicción imposible, pronto al extravagante Metaxás le alcanzará la cruel realidad. Inspirándose en la Italia fascista y en la Alemania nazi, adoptó muchos de sus símbolos, como el saludo romano, el labrys (la doble hacha) y, dicen, también la tortura con aceite de castor. En su intento de crear un Estado corporatista, adaptó muchas de las instituciones de la Italia de Mussolini, creando, en palabras de Richard Crogg (A Concise History of Greece, Cambridge, 2013), un “simulacro de régimen fascista”. Fue el caso de la Organización Nacional de la Juventud (EON, por sus siglas griegas) y las “Brigadas del Trabajo”, pero también de otras iniciativas no tan malas como el Instituto de Seguridad Social (IKA) o la jornada laboral de ocho horas. Así pagan: también de Mussolini llegará el mensaje que marcó el fin de su gobierno.
La madrugada del 28 de octubre de 1940, el embajador de Italia, Emanuele Grazzi, solicitaba reunirse urgentemente con el general Metaxás. Traía un mensaje del mismísimo Duce. Mussolini acusaba a Grecia de haber violado la neutralidad, otorgando ventajas a los británicos. Demandaba para las tropas italianas derechos de ocupación de ciertos “lugares estratégicos” que no especificaba. Exigía asimismo la disolución del ejército griego y daba solo tres horas para ello. De lo contrario, declararía la guerra. Estaba claro que el Duce buscaba una confrontación inevitable. Pocos años después, en sus memorias tituladas El principio del fin (Il principio della fine, Roma, 1945), el embajador Grazzi recordaba la escena: a Metaxás, que no hablaba italiano, se le humedecieron los ojos. Entonces murmuró en francés con voz triste pero firme: Alors, c’est la guerre (“Entonces es la guerra”).
Ya sabemos que la relación entre historia y leyenda está marcada por una especie de travestismo: siendo diferentes, a la una le gusta disfrazarse de la otra y viceversa. El producto de esto es lo que algunos, como el poeta Seferis, llamaron “mitohistoria”, híbrido producto de un difícil maridaje. Hay una leyenda popular que fue promovida por la viuda de Metaxás, quizás con el fin de convertir el recuerdo del dictador en el de un héroe patriota. Según ella, Metaxás solo respondió lacónicamente: Óji (“no”). Para muchos esta es la verdadera historia. Incluso, me temo, para la historia misma.
¿Tenía alguna posibilidad la pequeña Grecia ante el ultimátum de Mussolini? Desde luego que no. Al menos no en el mediano plazo. En realidad, los italianos siempre habían considerado a Grecia como una especie de protectorado. Eso desde Roma. En cuanto a Mussolini, necesitaba de victorias fáciles, eso pensaba él, que fortalecieran su posición frente a Hitler. Así, las provocaciones y la guerra de nervios habían comenzado meses atrás, consiguiendo que los griegos se unieran (cosa extrañísima) en torno al dictador, como nota Apóstolos Vacalópulos en su Historia de Grecia Moderna (Santiago de Chile, 1995). C. M. Woodhouse, por su parte (Modern Greece. A Short History, Londres, 1998), apunta: “El momento encontró, por primera vez en muchos años, al pueblo griego y su gobierno totalmente unidos”. Ya el 9 de abril, Metaxás había escrito en su Diario: “prefiero la destrucción total de mi país antes que la deshonra”. Los griegos estaban, pues, perfectamente conscientes de que cualquier desafío a Mussolini significaba un desafío directo al Eje, concretamente a la temible y hasta entonces invicta Werhmacht.
Esa madrugada, pues, hacia las 3am., el embajador Grazzi abandonó la residencia de Metaxás en Kifisia, después de haber consignado el humillante ultimátum. Solo dos horas y media después, a las 5.30, las tropas italianas estacionadas en Albania atacaban la frontera norte, mientras su aviación bombardeaba Atenas, Tesalónica, Larissa, Corfú, El Pireo y Patrás. Como quiere la mitohistoria, por la mañana los atenienses se lanzaron a las calles al grito de ¡Óji! ¡óji! Al principio la resistencia fue feroz, e incluso el contraataque obligó a replegarse a los italianos. En efecto Mussolini llegó a temer una derrota, y es cierto que solicitó ayuda al Führer, pero no la consiguió. Sin embargo, la suerte estaba echada, si bien Metaxás no pudo verla, pues habría de morir el 29 de enero de 1941. Dos meses después, el 6 de abril a las 5.30 de la mañana, el embajador alemán, príncipe Ehrbach, entregaba una notificación al nuevo Primer Ministro Koritzís. En esos precisos momentos, la Wehrmacht cruzaba la frontera búlgara. La ocupación alemana había comenzado.
El “Día del No” ha sido celebrado desde 1942, primero por la resistencia y, después de la guerra, por todos los griegos y chipriotas, así como por las comunidades griegas dispersas por el mundo. Historia o leyenda, buenos o malos, en verdad poco importa, lo hemos dicho. Lo importante es cuando la gente cree el relato y lo convierte en símbolo. Como en Termópilas, Maratón y Salamina, el Óji no es solo una fiesta que nos habla del patriotismo griego. Nos recuerda la dignidad de todos los pueblos, por pequeños y pobres que sean. Su derecho a resistir y a luchar por su libertad, incluso cuando pensamos que esa lucha está, de momento, destinada al fracaso. También nos habla de esa extraña manía que tienen algunos, de querer morir por su tierra.
Mariano Nava Contreras
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