Álbum de familia

El aduanero Rousseau

11/11/2021

Puerto de Barrancas, Ciudad Bolívar, 1930. Fotografía de álbum familiar ©Archivo Fotografía Urbana

… aunque el aduanero Rousseau

era un simple empleado

de la Aduana de París

y no pudo viajar nunca hasta

Xalapa o a Chilipango en México,

y pintara muchas veces

solo de oídas

sin haber conocido las selvas de sus cuadros:

con sus tigres de Bengala,

y sus tucanes,

o la gitana dormida

en el desierto

soñando con un león.

Aun así, de no haber vivido

en Chilipango.

El aduanero Rousseau

continuaría siendo un pintor

PURO

porque guardaba para sus telas

la barbarie

y la tierna ignorancia.

Tal vez carecía

del ingenio de Guillaume Apollinaire

o de la soltura clásica de Picasso.

Los cuadros del aduanero

son la herencia de un naturalista citadino

que visitaba parques a la hora del almuerzo,

de un pintor

que tendría amigos que serían andariegos

delirantes

que lo visitaban en su modesto cuchitril

de recaudador de aduanas

para contarle

y oír, oír,

sobre otra realidad.

Y se quedarían…

conversando.

Sobre el mostrador

estaba siempre

junto a la garrafa de vino:

el pan, el tocino y las cebollas.

Y en el rectángulo pictórico

de ese instante,

cualquiera de los presentes

habría podido sacar de su bolsillo

un objeto negro:

un ídolo,

una criatura pequeña

tallada en madera.

La imaginación dormía

en lo insondable

del alma sensitiva del empleado.

Su cabeza era como una crisálida

a punto de eclosionar

en infinidad de colores.

Si al aduanero no lo hubiese conocido

nadie

y su pueblo fuera otro,

digamos, un caserío en lo umbroso

del Senegal.

Yo estoy seguro de que sería,

no tal vez el aduanero Rousseau

de las galerías parisinas,

pero sus cuadros

seguirían teniendo

esa idéntica representación perennis

 

de la naturaleza:

 

la que no fenece nunca.


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