Entrevista

Eduardo Perozo: “Nuestra crisis es de recursos humanos”

Eduardo Perozo retratado por Andrés Kerese | RMTF

06/08/2023

Sentados alrededor de la mesa donde compartimos un café, Eduardo Perozo* me propone que sea el conejillo de indias de un experimento muy rudimentario. Me pide que estire el brazo y él me toca con su dedo índice. ¿Eso es todo?, pregunto entre sorprendido y decepcionado. Sí, pero ¿sabes lo que ha ocurrido? Un intercambio de energía eléctrica a través de las moléculas. Eso es lo que yo estudio. Supongo que esto tiene que ver con los fluidos eléctricos que corren por el cuerpo humano. Pero no me pidan más. Voy a lo mío. Perozo es una eminencia que, recientemente, fue designado como miembro de la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos.

De las inquietudes que manifiesta Perozo, me quedo con su decidido interés en contribuir a la generación de conocimiento científico en Venezuela. Formado en la Universidad Central de Venezuela, con un nivel que aprendió a valorar cuando intercambió experiencias con sus pares de Estados Unidos y de Europa, Perozo traza un arco muy sucinto de lo que alguna vez tuvimos. Propone mecanismos, comprobados en países como China y Corea del Sur para volver a ser interlocutores en la escena internacional. Para que no nos vendan espejitos y paguemos con pepitas de oro.

¿Qué podría decir de su paso por la Universidad Central de Venezuela?

Yo fui formado aquí a un excelente nivel. En parte, se debe a que entre las décadas de 1960 y 1970 hubo una coincidencia de factores muy favorables. Una masa crítica de investigadores, iniciativas gubernamentales acertadas y una inversión cuantiosa. Entonces, teníamos muy claro que para hacer ciencia se necesitan recursos. Nuestros interlocutores estaban a la par de sus colegas en seminarios, congresos, eventos científicos. Así que no nos podían vender espejitos por unas pepitas de oro. Un país que no tenga un sistema científico robusto es víctima del abuso de entidades que poseen la tecnología más actualizada, entre otras cosas, porque la ciencia avanza muy rápido. Tú puedes suscribir un convenio sobre biodiversidad, pero si no tienes los ecólogos, que hacen biodiversidad en el país, no puedes tener una combinación de tú a tú. Esa es una de las diferencias que existen entre las ciencias exactas, por llamarlas de alguna manera, y las ciencias sociales y humanísticas que, a mí manera de ver, son mucho más robustas en el país. Desde el punto de vista presupuestario hay una diferencia del día a la noche. La inversión que se hizo en ciencias humanísticas, a partir de 1936, fue enorme.

¿Qué reflexión haría sobre el papel que jugaron científicos venezolanos como Marcel Roche, Francisco De Venanzi y Miguel Layrisse, entre otros?

Habría que empezar por uno de los venezolanos más controversiales, Humberto Fernández Morán. Quizás el venezolano de ciencias exactas más conocido y con mayor trayectoria. Él fue un individuo único para su época y para el país. Fernández Morán salió de Maracaibo de una escuela pequeña, relativamente. Se graduó de médico a los 20 años en Alemania. Era políglota y en su devenir por la ciencia terminó siendo físico (especialista en lo que hoy se conoce como la criomicrocopía electrónica). Si hacemos una comparación con el deporte, algo que es muy común en ciencia, Fernández Morán era el Messi latinoamericano. Era un superdotado. Él regresó a Venezuela. Ha podido quedarse en Estocolmo, donde inventó la cuchilla de diamante, como parte de su doctorado. Para bien o para mal, él consiguió a dedo un presupuesto enorme, así como una libertad absoluta, para fundar y organizar, como él quisiera, el IVNIC (Instituto Venezolano de Neurología e Investigaciones Cerebrales). Ese instituto tenía una particularidad: estaba dedicado, solamente, al estudio de las preguntas que se hacen en fisiología y anatomía cerebral.

A Fernández Morán, la mezquindad política lo sacó del juego. Había que buscar un culpable.

A él lo nombra Pérez Jiménez ministro de Educación, ocho días antes de que cayera la dictadura. Eso lo marcó. Se tuvo que ir del país. Lo importante es tener la noción de que esa infraestructura estaba ahí. El IVNIC duró cuatro años y, en ese lapso, alcanzó una productividad similar a la de organizaciones del primer mundo. Roche toma el testigo y dice esto es una maravilla. Lo expandió a todas las ciencias, bajo lo que hoy conocemos como el Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas, IVIC. Alrededor de esa misma época, un poquito antes, se forma el Instituto de Medicina Experimental, dirigido por Augusto Pi Suñer. Allí estaba Luis Manuel Carbonell y muchos otros especialistas. Era el Quién es Quién en ciencias académicas.

En plena década de 1940, Venezuela derrotó la mayoría de las enfermedades infectocontagiosas, el paludismo, por ejemplo, antes que la extinta Unión Soviética. ¿Algo debería decirnos eso, no cree?

Venezuela eliminó casi todas las enfermedades endémicas. ¿Por qué? Hubo una convergencia de intereses, de habilidades y de un liderazgo que actuó en consecuencia. Por una parte, en el área investigativa, se identificó el vector (el insecto) que transmitía el paludismo. Eso a nivel de ciencias básicas: ¿Qué son? ¿Cómo son? ¿Cuántos son? ¿Cómo lo haces? El mandato para Gabaldón era inmediato. Aquí hay que eliminar el paludismo, sino no salimos de abajo. ¿Cuál era la esperanza de vida de un hombre en 1939? 38 años. Las enfermedades infectocontagiosas eran una loza muy pesada sobre las espaldas del país.

Si Gabaldón pudiera ver la Venezuela actual, a través del espejo retrovisor, se sentiría defraudado.

Cualquiera. Ahora, Gabaldón no actuó solo. Tenía una serie de colaboradores de altísimo nivel. Pero, además, estaban los intereses de las compañías petroleras, obviamente que, para ellos, mientras menos malaria hubiera, más posibilidades de exploración, más petróleo y más negocio. Una vez que se crearon esos institutos, entre los 50, 60 y 70, Venezuela pudo contar con una masa crítica de conocimiento, donde había capacitación de estudiantes que se formaban interna y externamente. Mi generación fue beneficiaria de una convergencia de factores interesantísimos. No sólo estaban las instituciones, estaba la masa crítica, pero también estaba el hecho de que aún no habían formado los postgrados internos en ciencias básicas. ¿Te imaginas a toda esta gente con unas ansias de enseñar y de saber? Te voy a hablar de mi experiencia personal, una vez que me fui del país entendí el nivel que tenía. Pero es cosa que la gente, por lo general, no aprecia. El IVIC, por ejemplo, era el centro de acopio intelectual de América Latina, a la par del CINVESTAV, en México. El IVIC funcionaba no solamente porque había laboratorios de alto nivel sino cursos internacionales. Lo comprobé en Europa y Estados Unidos. En el área petrolera, el IVIC y el Intevep formaron químicos de altura. Venezuela, transcurridos 30 años de la muerte de Gómez, no solamente tenía masa crítica, sino atacaba los problemas del país.

Esos institutos registraron patentes en distintas áreas, podían dialogar con sus pares internacionales. A una empresa como PDVSA, no le podían meter gato por liebre. La empresa podía hablar de tú a tú sobre tecnologías, ingeniería de proyectos, materiales e insumos para maximizar la producción petrolera.

Siempre se habló de la gallinita de los huevos de oro. ¿Dónde está PDVSA en estos momentos? No hablemos sólo de los niveles de producción, sino de las habilidades, la posibilidad de crear nuevos conocimientos o de explorar. La empresa está quebrada y eso se refleja en las acciones que se toman y de las cuales depende la supervivencia económica del país. El Estado debería promover las ciencias básicas ¿Por qué? Porque vivimos en un mundo competitivo, en donde cada país vela por sus intereses. Si vas a un encuentro internacional, por ejemplo, en el que se establecen cuáles son las reglas de juego para generar material modificado genéticamente y tú no tienes ni genetistas, ni biólogos moleculares, que conversen con el gobierno ¿A quién vas a enviar? ¿Qué puedes decir? ¿O qué puedes entender? Entonces, como una política de Estado, la ciencia necesita tener interlocutores.

Tanto el gobierno de Pérez Jiménez como el de Hugo Chávez eran nacionalistas.

Sí, pero el de Pérez Jiménez era tecnocrático.

¿Cómo podríamos calificar al gobierno de Chávez? ¿Brutocrático?

Creo que esto se acerca a una Kakistocracia, un término griego para designar al gobierno de los peores, los más ineptos. Yo creo que el patrón fundamental de este gobierno, ya establecido, es no perder el poder. Haces lo necesario, lo indispensable, para no perder el poder. ¿Eso redunda en el beneficio del país? No siempre. Y habría quien argumente… Nunca.

Eduardo Perozo retratado por Andrés Kerese | RMTF

¿Usted diría que la destrucción de esos institutos y de las universidades públicas es una acción deliberada?

No lo creo. El problema es de competencias y nosotros hemos perdido un nivel tan elevado de competencias, que es muy difícil levantarse de este momento; las cosas decaen. La diáspora es como una convulsión tiene orígenes económicos, de expectativas, de algo que llene tu vida en lo académico, en lo intelectual. Cada quien tiene razones personalísimas para irse del país. Pero el hecho es que Venezuela tiene una diáspora enorme. No hay país, que yo conozca, que pueda desarrollarse cuando pierde el 20 o el 25 por ciento de la población.

A Villanueva también le dieron un enorme presupuesto, y a dedo, e hizo la maravilla que hizo: la Universidad Central de Venezuela.

Eso es muy importante, uno puede ser dogmático en su aproximación, o muy pro gobierno o muy opositor —ese es el problema de la polarización—, pero necesitas criterios. Las instituciones no la hacen las arquitecturas, la ingeniería civil, los materiales sino los individuos. Nuestra crisis es de recursos humanos. Venezuela era famosa, durante años, por la formación de recursos humanos.

¿Cuál es su impresión sobre la Universidad Central de Venezuela?

La situación es mejor con respecto a lo que pude ver hace tres años cuando hice mi última visita. Y la razón es que al menos hay un interés por reconstruir el parque arquitectónico de la universidad. Voy a un ejemplo: el Instituto de Medicina Tropical. Se asignaban recursos, aunque sólo para comprar lo mínimo. Mermado en sus competencias por la diáspora y por el ataque de la delincuencia que penetraba por el jardín botánico. No había computadora, o cualquier aparato que pareciese nuevo, que no se robaran. Recientemente, se firmó un convenio con la ministra de Ciencia y Tecnología que ha permitido renovar parte de los equipos del Instituto. Lo más importante es que se ha estabilizado. Hay vigilancia y la actuación de la Guardia Nacional ha impedido las incursiones de la delincuencia. Quizás esto sea un modelo, pero aún estamos lejos de lo que el Instituto representó para el desarrollo del país. ¿Por qué? Porque hay muy pocos estudiantes del nivel que necesitamos. La demografía científica está compuesta por estudiantes con mucho entusiasmo, pero con una formación precaria, y una gerontocracia académica. Es un ancianato.

¿Cómo podríamos llegar a tener, nuevamente, una masa crítica de conocimientos académicos?

Nuestro nivel educativo, además de precario, ha retrocedido. No podemos tener un nivel de interlocución de tú a tú con el extranjero. ¿Qué podemos hacer? Yo veo tres estrategias fundamentales. La primera es la que empleó Japón a principios del siglo XX. Esencialmente es el Plan de Becas Mariscal de Ayacucho. Aquí funcionó a medias, entre otras razones, porque hubo más entusiasmo de enviar estudiantes afuera, que traerlos de regreso. Una segunda estrategia, más contemporánea, más apropiada a los retos de un mundo globalizado, donde el talento busca mejores oportunidades, es tener una base de datos: Quién está aquí y quién está afuera. En esto hay que ser muy cuidadosos, porque la ejecución de este concierto es a cuatro manos (los de adentro y los de afuera). En dos países asiáticos, China y Corea del Sur, esta estrategia ha funcionado exitosamente.

¿Cómo funciona esta estrategia?

Hay tanta gente y de alto nivel afuera que hay que hacer una base de datos. De hecho, existe en Venezuela desde los años 90, pero por razones de la polarización y la conflictividad política nunca se usó. ¿Qué se hace? Se contacta a gente que tiene laboratorios funcionales y se les dice: doctor equis si yo le propongo a usted que forme un laboratorio satélite en Caracas ¿Qué tipo de equipo y presupuesto necesita? Digamos, para que pueda trabajar con un mínimo de cinco estudiantes que, a su vez, puedan realizar un mínimo de visitas afuera. Mucha gente quiere colaborar y la mejor manera es haciendo investigación en ese laboratorio satélite. En China, que es una potencia demográfica, no se dan abasto. Tienen laboratorios de primer mundo en todas las áreas. Los coreanos se enfocan más en electrónica, física, química y biología. Para eso se establecen convenios entre países. Eso se ha hecho y se ha hecho con éxito.

¿Qué diría de un hipotético caso venezolano? 

Hay una particularidad. Por la manera en que ocurrió la diáspora, hay una minoría que tiene poder científico. En mi caso, tengo un laboratorio en Chicago, la universidad me da el privilegio de organizarme, pero si tú no consigues subvenciones, tu laboratorio se va haciendo cada vez más pequeño, hasta que desaparece. ¿Se puede? Claro que se puede. Conozco a decenas de venezolanos, de altísimo nivel, que están dispuestos a colaborar de muchas maneras. No puedes financiar solamente satélites, tienes que financiar lo interno y financiar a los estudiantes que se van a especializar en áreas muy específicas, después de que se formen académicamente. El día a día de los investigadores transcurre en la difusión de trabajos publicados y en la asistencia a seminarios, a conferencias, a congresos internacionales. Eso lo sabía la Venezuela antigua y el ejemplo clásico es Australia: ellos están tan lejos de todo que necesitan viajar. Eso está presupuestado. Todo sistema científico que no se comunique con sus pares se anquilostoma.

¿Qué significa eso?

Voy a un ejemplo de la antigüedad. Los mayas y los aztecas tenían la rueda, los incas no, ellos tenían la llama, un animal de carga. No hubo comunicación, o muy poca, entre las civilizaciones de Mesoamérica y los Incas. Acuérdate que entre una y otra estaba el tapón del Darién, el que atraviesan hoy los venezolanos. En Eurasia, un vasto continente, se inventaron toda clase de implementos militares, que inmediatamente se adquirían de un lugar a otro. Se intercambiaban ideas, se mejoraban las cosas. Ese tipo de comunicación, básica y fundamental, es la que hace que la ciencia florezca.

¿Cuál sería la tercera estrategia?

Es una derivación de la segunda. Y es: digamos que podemos hacer un número reducido de laboratorios —en este caso, si alcanzamos el 50 por ciento de éxito sería maravilloso—, y consiste en atraer a investigadores de la diáspora que no tienen sus propios laboratorios, para que los instalen en Venezuela, mediante políticas e incentivos adecuados. Eso fue lo que hicieron Marcel Roche, Miguel Layrisse en la década del 50 y es lo que están haciendo muchos países latinoamericanos.

***

*Investigador en la Universidad de Chicago. Es conocido por sus importantes contribuciones en el campo de la biología estructural y la biofísica. En particular ha contribuido en establecer los mecanismos funcionales de los canales iónicos, revelando sus estructuras y cómo funcionan a nivel molecular. Estas moléculas son componentes críticos en las membranas celulares y desempeñan un papel crucial en los procesos bioeléctricos.

Su trabajo ha sido reconocido con numerosos premios y honores, incluyendo la elección en la Academia de Ciencias de los Estados Unidos (NAS), así como en Academia de Ciencias de América Latina (ACAL) y el premio K.C. Cole, otorgado por la Sociedad de Biofísica, entre otros. Actualmente se desempeña como director del Centro de Excitabilidad Mecánica de la Universidad de Chicago.


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