El siglo XX venezolano

Edgardo Mondolfi: “El siglo XX permitió la construcción de lo intangible”

Edgardo Mondolfi retratado por Andrés Kerese | RMTF

21/01/2020

En el marco del proyecto El siglo XX venezolano, que lleva adelante la Fundación para la Cultura Urbana, el historiador Edgardo Mondolfi revisitará la pasada centuria para encontrar las claves que permitieron el florecimiento de las instituciones, la consagración de la cultura electoral y «del anhelo civil, pese al mito que ha significado el poder militar en la política venezolana».

El siglo XX venezolano puede apreciarse como un territorio de continuidad y no de rupturas. A partir de esa afirmación es posible advertir cómo se fue tejiendo la cadena de acontecimientos que permitió el surgimiento de las instituciones que modernizaron el Estado en pocas décadas, la consolidación de un sistema de partidos políticos que alentó la alternancia en el poder y que enraizará en la población una cultura electoral que todavía pervive pese a las sombras que, en los tiempos que corren, han mermado la confiabilidad en el voto.

El historiador Edgardo Mondolfi Gudat defiende con convicción la necesidad de mirar lo ocurrido durante esos cien años como un proceso. Esa es la perspectiva desde la que ha emprendido la tarea que le ha sido encomendada por la Fundación para la Cultura Urbana como parte del proyecto El siglo XX venezolano: revisar la historia política de la pasada centuria, una reconstrucción que, señala, debe permitir a los lectores actuales revalorizar un periodo que dejó en herencia una memoria colectiva de lo que significa ejercer la ciudadanía, indeleble aún en tiempos en los que el poder del Estado se ha hecho omnímodo.

Mondolfi, doctor en Historia por la Universidad Católica Andrés Bello e individuo de número de la Academia Nacional de la Historia, explica que uno de los desafíos que supone esta misión es identificar cuáles fueron los elementos novedosos que emergieron con el siglo y que lo hicieron diferente a los años que lo precedieron. Uno de ellos, que, además podría servir para resumir el espíritu con el que animó el transcurrir de esos cien años, fue la incorporación dentro de nuestro vocabulario de la palabra programa, «en contraste con otros términos como proclama o manifiesto, que podrían haber sido los términos usados por algún régimen del siglo XIX para anunciar sus propósitos», explica. «Un programa habla de continuidad, de dirigismo, de metas a largo plazo, de planificación, una característica que definirá al siglo XX desde que Eleazar López Contreras inaugurara su uso con el Programa de Febrero, en 1936».

Aunque esa noción de Estado que se consideraba ya capaz de mirar hacia su futuro suele vincularse con las ideas modernizadores que despegaron después de la muerte de Juan Vicente Gómez, Mondolfi enfatiza que es necesario huir de la convención de que el siglo XX se inauguró luego del fallecimiento del Benemérito, tesis que, en su momento, fue planteada por el escritor Mariano Picón Salas. «Se trata de un juicio que reclama revisiones porque está cargado de una valoración llena de pasión, al calor del amanecer postgomecista, pero historiadores como Diego Bautista Urbaneja se han dedicado a escrutar con mucho detenimiento el papel de Castro y de Gómez en lo que fueron los inicios de la construcción del Estado moderno venezolano».

―Sin embargo, lo que sostenía Picón Salas sigue calando profundamente a la hora de ponerle una fecha de inicio al siglo XX.

―La edificación del Estado moderno venezolano se inicia justamente con la nueva política fiscal y militar que surge antes de 1936 y también con la incipiente legislación petrolera. El gran elemento que estuvo ausente en el siglo XIX fue el excedente que era necesario para construir las instituciones. El siglo XX, al disponer de la renta petrolera, puede comenzar a transitar ese camino.

Nuevos protagonismos

Una pieza fundamental para entender el siglo XX venezolano es la aparición de los partidos políticos, señala Mondolfi, «en el sentido moderno del vocablo». En principio, significaron «el advenimiento de ideologías modernas que van a ser las que le van a dar sustento a las distintas alternativas».

Otra señal de los nuevos tiempos fue la transformación de estas estructuras en fenómenos de masas, que se dedicaban a cooptar militantes, por lo que funcionaban de forma muy parecidas a las élites deliberantes «que eran lo que distinguían a los partidos liberales en el siglo XIX». El siglo XX significa «la ampliación de la franquicia electoral», la participación de los ciudadanos como electores que se movilizan, que acuden a mítines.

Edgardo Mondolfi retratado por Andrés Kerese | RMTF

―Las calles se convierten en escenarios de ese cambio.

―Manuel Caballero, uno de los historiadores que más se dedicó a estudiar el siglo XX como un siglo de novedades para la Venezuela de la que somos herederos, dijo que un signo distintivo de este período es la ciudad, como sinónimo de civilidad, de urbanidad, de mayor grado de convivencia pese a las tensiones y pese a las pugnas políticas, que se contrapone a una cultura esencialmente rural, que era la que Venezuela traía de herencia del siglo XIX. Es interesante revisar cómo fue el advenimiento de estos partidos modernos y luego sus mutaciones, sus distintas derivaciones a lo largo del siglo, sus deslindes, sus rupturas y luego los pactos de convivencia y de gobernabilidad que van a madurar con el tiempo.

―El siglo XX también supuso el nacimiento de una clase obrera.

―El país que en el siglo XIX era 70 % rural y 30 % urbano, va a convertirse exactamente en lo contrario. A fines del régimen de Gómez ya comienza a haber una actividad industrial incipiente que va a seguir luego con López Contreras con un poco más de dinamismo y luego mucho más con Isaías Medina Angarita. Ese nuevo paisaje económico incluye la presencia de los obreros organizados para exigir sus derechos y reivindicar sus aspiraciones. Hay una singularidad en el fenómeno venezolano: fue el propio Estado el que estimuló la creación de los sindicatos, debido a su aspiración temprana de ser el árbitro para el advenimiento del capital y el trabajo como fuerza productiva, lo que hizo que en el camino los sindicatos se vieran cooptados por los propios partidos.

El poder tras una institución

Las Fuerzas Armadas merecen un capítulo aparte a la hora de reconstruir la historia del siglo XX. Mondolfi destaca no sólo su institucionalización, que se había intentado desde los tiempos de la presidencia de Antonio Guzmán Blanco y que viene a consolidarse durante los regímenes de Castro y de Gómez, sino su participación como actor político. «En principio está presente en su papel pretoriano y pasa luego a convivir y gerenciar el poder directamente con un partido político como Acción Democrática durante el trienio 45-48, para luego ser un gestor único de éste durante el decenio 48-58».

En contraposición, destaca la construcción de una fuerte cultura del civilismo, que a su entender constituye también una particularidad del siglo XX venezolano. «Pasamos de ser un país que, en el siglo XIX, dirimiría el conflicto político preferentemente por la vía de la violencia armada, a hacerlo en el espacio urbano, en el espacio civil, en el espacio de la competencia partidista. Ha habido una pervivencia del anhelo civil, pese al mito que ha significado el poder militar en la política venezolana».

―Las Fuerzas Armadas siempre fueron bien valoradas en las encuestas de la segunda mitad del siglo, ¿la población deseaba que volvieran a gestionar el poder?

―El opinante venezolano podía considerarlas una institución más confiable, junto con la prensa o la Iglesia, que los sindicatos y los partidos, pero muy pocos invocaban el salvacionismo militar, siempre se hablaba más de la salida electoral. Una cosa es que las Fuerzas Armadas fueran prestigiadas por la sociedad por sus peculiares características como institución y otra es que hubiese un anhelo de que gobernaran los militares.

Edgardo Mondolfi retratado por Andrés Kerese | RMTF

―A final de siglo, sin embargo, fue electo como presidente Hugo Chávez…

―Era un militar de origen que aspiraba a la presidencia como un civil, un poco al estilo de Perón en Argentina. A pesar de que podía persistir en el imaginario del venezolano esa idea del militar asociado al orden, a la hora de pensar en elecciones no había un anhelo de restitución del poder castrense. A partir del año 36, cuando se abren expectativas de participación ciudadana y surgen nuevas formas de expresión política como los partidos y el voto, ya era difícil devolver el genio a la botella y que el venezolano estuviera dispuesto a la entronización del poder militar. La cultural electoral del venezolano fue un músculo que se fue desarrollando a lo largo del siglo y aún pervive en nosotros pese a todas las adversidades y las limitaciones que ha pretendido imponer un poder autocrático. El siglo XX no solamente representó la construcción de lo tangible, sino que permitió la construcción de lo intangible, de la ciudadanía, de la idea de la alternabilidad en el poder.

El sueño descentralizador

Otros dos elementos destaca Mondolfi a la hora de retratar la evolución política del pasado reciente de los venezolanos. El primero de ellos es la irrupción de las mujeres, «en principio a través de una incipiente organización no partidista pero sí de reclamo de ciertos derechos y ciertos espacios de participación, como las ligas femeninas, y luego como militantes y representantes en el espacio político».

El segundo, es el crecimiento y la consolidación, junto con una clase media cada vez más vigorosa, de organizaciones ciudadanas de base, que van a reclamar también mayores espacios de participación directa y de poder. «Ese reclamo terminó de pavimentar el camino a la descentralización, uno de cuyos resultados fue la Comisión Presidencial para la Reforma del Estado, que también de alguna manera respondió a tendencias no exclusivamente nuestras sino que se revelaron también en otras latitudes, como la crisis de los partidos».

A lo largo del siglo se había ido apuntalando un Estado cada vez más complejo, que albergaba un entramado de instituciones y funciones. A la hora de hacer un balance, apunta, habría que preguntarse si, aunque se consolidó el anhelo de una gestión pública impersonal, no se alcanzó un nivel «selvático» que impidió responder a las expectativas de los ciudadanos e hizo que se impusiera nuevamente el fantasma del personalismo, «el deseo de que sea la voluntad del poder la que medie frente a la sociedad».

―La descentralización fue un intento de hacer más eficiente el Estado.

―El desvelo por la centralización viene a ser un postulado vinculado con la idea gomecista del poder. El sistema de alianzas regionales implicó una debilidad durante el siglo XIX y los positivistas que acompañaron a Gómez invocaron lo que Bolívar sostuvo sobre lo que suponía la centralización para la estabilidad. La voz más autorizada en ese contexto fue Laureano Vallenilla Lanz. Eso sepultó las aspiraciones regionales del país. No fue sino hasta alcanzada una madurez institucional suficiente, en la década de los ochenta, cuando se intenta rescatar ese anhelo federal legítimo de los orígenes de la república. Si algo de robustez permitió esa experiencia es haber visto hasta el pasado reciente el surgimiento de liderazgos regionales que fueron construyendo sus propios espacios.

―El actual discurso recentralizador del gobierno supone entonces una ruptura con el siglo XX.

―No en vano con las debidas invocaciones de lo que Bolívar pudo haber dicho. Lo vemos en un monstruoso proyecto de sustitución constitucional donde se habla de un Estado «centralizado en lo político y descentralizado en lo económico». Consagra la liquidación de lo que supuso el experimento de la descentralización política que tanto oxígeno le dio a una democracia y significa regresar a los temores positivistas de principios del siglo XX.


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