Edgar Blanco Carrero retratado por Alfredo Lasry | RMTF
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Desde la edad de piedra hasta nuestros días, los cambios políticos se gestan, entre otras cosas, en el modo en que la información (y sus distintas plataformas) se expande, como un manto de humo que, al principio es casi imperceptible, pero luego adquiere propiedades inauditas que no entendemos del todo. Sigue la inestabilidad y el caos político, pero también la necesidad de control.
En el seminario Facetas de la racionalidad, celebrado en la Universidad Central de Venezuela se habló de los límites de modernidad, la postmodernidad, el control y el caos y de las profundas trasformaciones que estamos viviendo a escala planetaria a raíz del desarrollo de la física cuántica, las redes sociales -valga decir, una nueva plataforma para difundir la información- y el vehículo o soporte que le sirven como mecanismo de difusión: las computadoras, los teléfonos celulares y las aplicaciones que se crean como eslabones de una cadena, cuyo impacto no deja de ser paradójico: nunca antes teníamos tanta información en la mano y nunca antes estábamos tan desinformados. La post verdad, la reconfiguración del lenguaje y, por tanto, de la historia y de los hechos actuales, así como la información falsa y los rumores, han creado, precisamente, un profundo caos, inédito y peligroso, y una necesidad de control que restringen la libertad del individuo, borran las fronteras entre lo público y lo privado, lo que ha cambiado, radicalmente, la política, sus propósitos y su caja de herramientas.
En la guerra el hombre se ha vuelto omnipresente, a través de un ordenador controla distintas plataformas (un dron, un avión no tripulado, un misil hipersónico) que pueden destruir capacidades enemigas, ocupar y controlar espacios geográficos territorializados. De los cuales puede sacar provecho u obtener beneficios.
En esta ocasión, quien habla es Edgar Blanco Carrero*
La revolución industrial creó un mundo nuevo, desató el caos social y forjó un paradigma de la política que conocemos como la modernidad. ¿Por qué la física cuántica y la inteligencia artificial no habrían de provocar algo parecido?
Ese caos ya lo estamos viviendo. Un primer síntoma lo percibimos con la pandemia, entre otras cosas, con el boom del trabajo telemático que, así como surgió, desapareció. ¿Qué fue lo que vimos? Una condición de precariedad y de inseguridad y eso es lo que genera inestabilidad. En Venezuela, apenas lo percibimos, porque nosotros estamos en una condición especial. Pero en los países desarrollados, créeme que se vivió de una manera muy distinta. Hay mucho miedo de que una máquina te reemplace en el trabajo. Desde la perspectiva de los países desarrollados hay una cantidad de problemas que genera interrogantes. Uno es el tema de la inmigración, tanto en Estados Unidos como en Europa. Habrá oportunidades para las personas cualificadas que puedan mantener el aparato productivo de esos países. Muy a la par del desarrollo tecnológico que viven en estos momentos. ¿Qué es lo que estamos viendo? La inestabilidad social y política.
Hay un resurgimiento de la geopolítica, que ahora cobra tanta importancia como la tuvo en la época de los imperios. Se está retomando la geopolítica, pero en condiciones muy diferentes y en buena medida desconocidas. Es un campo fértil para la aplicación de la inteligencia artificial. Ese escenario es la guerra. Y lo estamos viendo en el Medio Oriente.
Formalmente, se habla de inteligencia artificial a raíz de la invención de la máquina de Turing, creada para descriptar los desplazamientos y las tácticas de los submarinos alemanes. Mi tesis es que nosotros tenemos que reinscriptarnos de nuevo. Tenemos que impedir que la inteligencia artificial descubra cuáles son nuestros patrones de conducta y comportamiento, para que no puedan controlarnos de una manera tan fácil. Cuando hablo de estas cosas, estoy pensando en dispositivos de control en poder del Estado o en empresas que tiene un poder cuasi estatal.
¿Cómo se haría eso?
Hay que eliminar, frecuentemente, el historial que uno tiene, tanto en la computadora como en el teléfono celular. Manejarse con un perfil diferente al que uno tiene en un momento determinado. Decidir cuál información es de carácter público y cuál no. Dentro de la geopolítica, podemos hablar de territorialización, que no es otra cosa que la normalización de un espacio equis, en función de un ordenamiento. Y ese ordenamiento lo impone alguien. Y un claro ejemplo, como exponente del boom de la territorialización, es la partición del mar que se definió en el Tratado de Tordesillas (1493). Ahí es cuando se empieza a hablar de geopolítica, pero no en el sentido actual, porque esa palabra (geopolítica) surgió en 1916, junto con otra, biopolítica. La territorialización nos lleva a la idea de controlar un espacio como un todo. Entonces, es estar en un espacio: en la superficie terrestre, en el mar, en la atmósfera o, incluso, más allá, en el espacio sideral.
Digamos: ¿Estar presentes? ¿De qué manera?
En un barco, en el mar, pero la palabra que yo utilizo es plataforma, porque la plataforma, digamos, mutatis mutandis, la puedo llevar a la aeronave; mutatis mutandis la puedo llevar a la nave espacial; y, mutatis mutandis, la puedo llevar a un ordenador que yo opero, con una identificación personal y puedo estar en un espacio. Esos tres espacios que acabo de mencionar, los llamo espacios abstractos que, desde el siglo XV, (diferentes naciones) han tratado de controlarlos. Entonces, la geopolítica es la acción intencional del Estado con respecto a un espacio que puede ser territorializado. Ese espacio, visto de manera abstracta puede ser el mar, puede ser el ciberespacio, puede ser el espacio extraterrestre. La comunicación (que se transmite en el campo electromagnético) es lo que ha unido todo. Y vemos que la inteligencia artificial puede operar en cada uno de esos tres espacios sin ningún tipo de inconveniente, que no sean las limitantes que tiene hasta ahora. ¿Podemos estar, mediante alguna plataforma, en cada uno de esos tres espacios? Ahí radica el problema.
¿Aquí lo importante es el cómo y no el qué?
No, siempre habrá un qué, aunque hablemos de manera provisional. En el mar (un barco), en el espacio extraterrestre (una nave espacial), en ambos espacios, yo podría estar de manera indefinida, pero en un avión, no. Y la forma en que pueda estar la determina el cómo. En una perspectiva menos abstracta el cómo responde a una pregunta. ¿Qué puedo aprovechar yo de ese espacio? ¿Cómo lo puedo usar para mis propios beneficios?
En todos los espacios que ha mencionado hay una gran intervención de la tecnología militar. Y en mucho, de la inteligencia artificial.
La revolución industrial (tanto en Europa como en Estados Unidos) desembarcó en lo que es el carbón y el acero. Actualmente, estamos con las tierras raras, el litio, el cobalto. Eso, desde el punto de vista físico, genera un cambio de visión en lo que es la provisión de recursos. En lo que se conoce como el triángulo del litio (un territorio que comparten Chile, Bolivia y Argentina) hay presiones geopolíticas fuertes, tanto de China, como de Estados Unidos y Europa. Ya no es relevante estar físicamente, el punto es que puedes estar desde el espacio extra terrestre. ¿Cuál es el objetivo de la actual carrera espacial? El control de las órbitas L1 y L2 (La de los satélites de comunicación y la de los satélites de vigilancia). La tecnología, digámoslo así, que ha movido en términos materiales los intereses económicos y políticos de los grandes países. Entonces, ¿Cómo puedo yo estar en otro sitio, que me permita a mí mediar entre necesidad y satisfacción y, a la vez, evitar que otro me quite a mí ese espacio?
¿Cambia la geopolítica, pero el control no?
Cambia la geopolítica y cambia el sentido, que genera otras formas de control. Por eso introduje el tema de los espacios abstractos. Tenemos que meternos en la inteligencia artificial porque ahí está mutando la economía mundial. Entonces, los intereses son otros. No podemos quedarnos en esa economía proveedora de materias primas. Que venga alguien a explotar el coltán, por ejemplo. Esa fue nuestra economía, tanto en el siglo XX como en lo que ha corrido del siglo XXI, cuando el problema del control está en otro lado. A eso es lo que me refiero.
Las empresas tecnológicas (X, Amazon, Google, Microsoft) saben más de nosotros que nosotros mismos. Pero nosotros no sabemos nada de ellas. No sabemos que hacen con nuestros datos. No hay transparencia sino mucha opacidad.
Nuestra información es la materia prima. Por eso hablo de reinscriptarnos. De limitar la información que compartimos en las redes sociales, en las plataformas de comunicación. Lo que tenemos que pensar es cómo nos podemos insertar, dentro de esa estructura, de manera tal que nosotros también podamos procesar información. Google, por ejemplo, le suministró toda la información a la ciudad de Nueva York para que pudieran reordenar el tráfico de vehículos. Pero cuando Buenos Aires quiso hacer lo propio, Google no le suministro esa información. Y no lo hizo, arguyendo que es un tema de propiedad privada. Entonces, ¿Hasta qué punto lo privado es público y viceversa?
Diría que esa frontera está difuminada, incluso, ya no existe. La vida privada de las personas ya se encuentra en el ámbito de lo público. El control del Estado o de las empresas tecnológicas rompieron con los paradigmas de la modernidad y, por tanto, de la política. Que tiene ahora otro sentido y otro campo de acción.
La pregunta es ¿Hasta qué punto está rota la separación entre lo público y lo privado? Creo que en la medida en que yo he querido facilitar información mía o sobre mí para que sea de uso público. Pero no todo el mundo lo ha hecho. Yo, todavía, tengo la capacidad de deslindar qué quiero que sea de acceso público y qué no. Tenemos que poder diferenciar. ¿Para qué? Para que no te manipulen. Que no te lleven a un precipicio, sin que tú lo sepas. Por eso hablé de borrar historiales y hacer otras cosas que podrían ayudarte a construir ese lindero. La idea es publicar información que sea beneficiosa para uno. Y, en ese sentido, tenemos que educar a la gente. ¿Ya se rompió la frontera entre lo público y lo privado? Creo que es una alerta y la han hecho muchos filósofos.
Las empresas tecnológicas tienen tanto poder que funcionan como un supra Estado. ¿Quién limita o controla la acción política de esas empresas?
El Estado nacional (que también es fruto de la modernidad) se ha debilitado. A mí lo que me viene a la mente, con esa pregunta, es que las formas de las organizaciones políticas están mutando. Hubo un momento histórico (en Europa) en el cual se le dio a la sociedad el mismo estatus ontológico que tenía el Estado. Anterior a eso nadie se planteaba que hubiera distinción entre una cosa y la otra. El tema también es cómo el Estado limita a la sociedad para mantener un estatus quo. Google, X, Amazon, y otras empresas tecnológicas, no se mueven en un territorio delimitado por fronteras (a diferencia de un Estado, tal como lo concebimos en la modernidad), sino en el campo electromagnético y, sin embargo, tienen un enorme poder. Tienen más poder que esas estructuras formales, que tienen representaciones (entre otras, los partidos políticos).
¿Cuánto poder tiene Elon Musk, cuya empresa X, jugó un papel decisivo en la elección presidencial de los Estados Unidos?
Hay otras mutaciones que se han generado y en las condiciones actuales tiene un poder casi ilimitado. Lo que ocurrió en Brasil es demostrativo. Una decisión judicial impuso la prohibición de X en ese país. ¿Qué hizo Elon Musk? Ordenó que sus satélites abrieran X para todos los brasileños. Actualmente, Musk no tiene limitaciones para hacer cualquier cosa. Podría usar la fuerza, si en sus planes estaría organizar un ejército privado. Y, sin embargo, él no tiene representación en las Naciones Unidas y tampoco es reconocido como un Estado.
En la revolución industrial, las empresas petroleras, las comunicaciones y el acero se forjaron como monopolios. Sin embargo, hubo intervención de los gobiernos para prohibirlos. ¿Eso puede ocurrir con las empresas tecnológicas? ¿Quién limita su poder?
Eso le pasó a Microsoft y Bill Gates tuvo que bajar la cabeza. Aunque diría que fue algo relativo. Más bien mutó la forma en que él influye sobre el mundo. Tenemos el caso de las empresas petroleras, al primero que le aplicaron esa ley antimonopolio fue a Rockefeller ¿Y qué ocurrió? Aparecieron un conjunto de empresas sobre las cuales él ejercía el control, pero no eran de él. Rockefeller empezó a tener poder político, así como está sucediendo con Elon Musk (En Washington su nombre suena, no para un cargo oficial, pero sí como posible asesor de confianza del presidente electo, Donald Trump. Musk ha propuesto la creación del Departamento de Eficiencia Gubernamental, cuyo objetivo sería auditar y controlar el gasto del gobierno federal).
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*Capitán de Navío (r), Doctor en Filosofía, UCV. Postgrado en Ciencias de Dirección (CESDI). Especialista en Negociación de Límites Marinos (Universidad Durham, París). Ha escrito sobre Filosofía, Historia y Estrategia en publicaciones venezolanas e internacionales. En la actualidad es profesor de postgrado y pregrado, asignado al Departamento de Filosofía de la Praxis de la UCV, miembro de la Sociedad Venezolana de Filosofía.
Hugo Prieto
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