200 años de Dostoyevski

Dostoievski. Ícono en miniatura

11/11/2021

Retrato de Fedor Dostoyevsky (1872), de Vasily Perov

Fiódor Mijailovich Dostoievski. Dostoyevski. Dostoyevsky. Dostoyewsky. Un nombre quizás lituano o polaco que se escribe según el lugar y la época. El once de noviembre de 2021 habría cumplido doscientos años si su cuerpo físico hubiera sido imperecedero como sus novelas.

Fiódor M. es el hijo de una mujer alegre y de un médico militar alcohólico y violento que amarga a su madre y lo traumatiza a él. Al padre tirano le dedica alguna velada reflexión en su novela El adolescente. De la agonía de su madre, mortalmente tuberculosa, aprende la lección del alma noble sometida por el dolor inmerecido.

El joven Fiódor M. vive su juventud en sórdidos barrios moscovitas donde inhala los vapores de la miseria. Ve marchitarse la belleza juvenil y sumergirse en alcohol la dignidad del hombre sencillo. Allí se gesta el hálito esencial de su poética o, mejor, de su épica: el sendero espinoso de los pobres hacia la Gracia. Lo cual queda plasmado en Pobres gentes y Humillados y ofendidos.

Quinceañero estudiante de internado, Fiódor M. descubre a Pushkin, Gógol, Lérmontov y las proclamas políticas-estilísticas del crítico Belinski. Se decanta su vocación fatal de escritor y pensador. Luego, empujado a graduarse de ingeniero en la academia militar, escapa furtivamente de aquella profesión para encontrarse con Dickens, Víctor Hugo, Flaubert, Balzac… órganos vitales de la literatura europea. Y Beethoven: para Fiódor M. el espíritu de su época.

Pobres gentes fue la primera novela de Fiódor M. A Belinski le gusta, y resulta aclamada. En esta obra se relata la relación platónica y epistolar entre una joven muy pobre de noble alma con un funcionario también pobre pero gentil. No tiene final feliz: es un canto a la belleza esencial que habitaba los sórdidos bloques peterburgueses.

Pero luego se critican negativamente sus siguientes obras. Fiódor M. se inclina por un realismo romántico que no gusta a la vanguardia materialista, es decir, a Belinski y sus adláteres. Tampoco cala El doble, denostado por psicológico y gogoliano.

De Europa provienen vientos rojos. Permeado aún de juventud, Fiódor M. milita con dudas en círculos del socialismo utópico. El régimen zarista lo condena a muerte y la Providencia lo rescata. Está en el paredón y regresa de donde nadie vuelve. Aún no es tiempo. Padece el presidio siberiano y en él engendra su propia Divina comedia, moderna y rusa: Memorias de la casa muerta. Una nueva visión adquiere sustancia en el escritor presidiario.

Desengañado del materialismo, Fiódor M. redescubre la verdad del evangelio, única luz que puede alumbrar el misterio del alma humana. Piensa que solo Jesucristo explica con clara sencillez el sentido trascendente de soportar el sufrimiento y ningún pueblo es más esencialmente cristiano que el ruso. Así se vuelve eslavófilo: la innata espiritualidad rusa salvará al mundo.

Al regresar a Rusia de un viaje por Inglaterra, Italia y Francia, Fiódor M. fustiga a burgueses y socialistas. Solo Rusia –¡Rusia!– está bendecida por Dios. Para él, las contradicciones capitalistas y la inhumanidad progresista son los pecados que la devoción rusa está llamada a lavar por la Providencia.

Rehabilitado legalmente para publicar, Fiódor M. tiene el criterio maduro y el alma revuelta. Ya es pensador y esteta, periodista y moralista. Visiones profundas de la psique y el alma invaden su poética. Desprecia a capitalistas y nihilistas al tiempo que indaga en prostitutas, alcohólicos y asesinos buscando en ellos los resortes de la bondad primaria. No hay redención sin pecado. Él mismo, Fiódor M., es epiléptico, ludópata e insolvente. Escribe para alimentar a la familia y nunca gana lo suficiente. Pide prestado, no paga sus deudas y difama a sus acreedores: a Iván Turguénev lo acusa de europeizante mientras soslaya su deuda monetaria con él. No hay redención sin pecado.

Fiódor M. se casa dos veces. Primero con una joven que significaba para el expresidiario una ilusión sin cristalizar; ella muere tuberculosa. Luego, con su transcriptora y archivista; de ella tiene hijos y compañía en los afanes de la escasez e incluso también una defensa post mortem contra sus críticos: él no revisaba lo que escribía porque había que publicarlo rápido para pagar deudas, declara. Es el pilar en el que Fiódor M. apenas logra apoyarse.

Fiódor M. funda junto con su hermano una revista literaria, pero el hermano muere y la publicación se va a pique. Así se inicia su febril trayectoria de escribir para comer y pagar deudas. Le debe a muchos y le fascina la ruleta. El genio se obliga y de tanto pujar surgen maravillas: Crimen y castigo, himno triste sobre un asesino nihilista redimido por una prostituta santa cuyo sacrificio evoca el evangelio. El idiota, intento de un joven príncipe por elevarse moralmente, merced a su mística ingenuidad, por encima de la decadencia circundante. Los demonios, azote literario de nihilistas y revolucionarios variopintos. Los hermanos Karamázov, historia de una familia noble cuyo padre es un depravado que rivaliza con su hijo mayor por cuestiones mundanas y psicológicas; el hijo menor es un santo, digno heredero de la fe rusa, mientras que el hermano del medio es un nihilista defectuoso que busca la felicidad y empatiza con el sufrimiento humano. Mucha gente afirma comprender esta novela, pero no parece del todo probable. Su profundidad mística y moral constituye un arcano de interpretación multiforme. No está escrita para comprenderse, quizás ni por el mismo Fiódor M. Es su última novela.

Después de Los hermanos Karamázov, Fiódor M. quiere escribir una suerte de continuación, pero no puede: enferma gravemente y muere. Sin embargo, esto ya no nos interesa demasiado porque tenemos sus escritos, misteriosos y subyugantes como la liturgia de una misa ortodoxa.

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