Ficción

Domingos de ficción: Moscas

Fotografía de Môsieur J. | Flickr

04/10/2020

Llegamos a la décima y última entrega de la cuarta temporada de Domingos de ficción, en la que publicamos relatos escritos por periodistas, profesionales cuyo escenario natural es la no ficción. La muestra, curada por Óscar Marcano, concluye con Lenin Pérez Pérez (1969). Periodista UCV, 1995. Inicia su carrera como redactor publicitario en 1991, en McCann-Erickson Venezuela. En 1996 se muda a Eliaschev Saatchi & Saatchi, firma de la que es socio desde 2003. Es miembro fundador del Club Creativo de Venezuela y su trabajo ha sido reconocido en los festivales Anda, Círculo Creativo, FIAP, Wave, Del Caribe, New York y London Festival, premios a los que también ha tenido oportunidad de asistir como miembro del jurado. Dicta el taller de Escritura creativa para redactores publicitarios. Su pasión por la literatura lo hizo realizar el Diplomado en Escritura Creativa (Unimet, 2007). Fue compilador del volumen Microcuentos de amor, lluvia y dinosaurios, editado por Penguin Random House (España, 2016).

A Eduardo Liendo

Antes de incendiar la casa con ellas dentro, me di a la tarea de domesticarlas.

–Es una locura lo que pretendes –dijo mi mujer, acostumbrada a mis empresas imposibles.

–Verás –dije con la mirada que usaba para ganar su comprensión–. Si doy con sus gustos, podría mantenerlas en un área de la cocina y no tenerlas el día entero desafiándonos. Se posan en cualquier lado. Nuestras comidas resultan nerviosas. Nos llevamos las cucharillas a la boca con los movimientos de quien desarma una bomba. Como si en lugar del hogar de un emprendedor y una maestra, esta fuera la casa de Kafka.

Y seguí con ese tono de vendedor de enciclopedias que me ha mantenido en el negocio editorial por treinta años.

–Una mosca doméstica, ese díptero braquícero de la familia Muscidae, no vive más de veintiocho días. Imagina que me tome un día reconocer sus gustos. Los otros veintisiete estarían bajo mi control absoluto.

Mi mujer no tardaba en ponerse a pensar en cosas más importantes, aunque seguía mirándome con la atención que se le presta a una bolsa de supermercado que el viento arrastra. Pero yo, que conozco las posibilidades que tienen las palabras de colarse por la más mínima grieta, proseguí en mi afán de convencerla.

–Y antes de que me lo preguntes, te diré qué haremos cuando a diario lleguen nuevas moscas: crearemos un sistema que nos permita, además de identificar sus gustos en tan solo una mañana, mantenerlas clasificadas de acuerdo con la velocidad de sus adaptaciones, conductas particulares y, claro está, por el momento de arribo a casa.

Convencido de mi plan, confiado en la conseja popular de quien calla, otorga, abandoné la conversación y eché a andar mi plan.

No tengo que decir que fue un desastre.

Las moscas nunca manifestaron interés por un potaje en específico. Preparé desde los más dulces hasta los más amargos. Posaban sus peludas patas sobre cualquier superficie, dando rienda suelta a esa coreografía que las mantiene en vuelo, a salvo de cualquier manotazo. Me llevó una semana convencerme de que desperdiciaba mi tiempo. Aun así, insistí los veintiún días restantes, tropezando una y otra vez con aquella inteligencia para la fuga que parecía redoblarse durante cada jornada.

Cada vez que evadían mi ataque, tenían ese gesto con el que suele humillar una mosca a quien la persigue. Mi mujer, como también era su costumbre, apenas me miraba. Yo, que luego de treinta años juntos había aprendido a leer sus pensamientos, la escuchaba decirme en un tono entre la compasión y una tierna venganza: “Te lo dije. La naturaleza no cabe en una enciclopedia. Ni siquiera en esas que año a año se actualizan, que además ya nadie quiere, y que vendiste como ningún otro para levantar esta familia, esta cocina en la que las moscas te derrotan, esta casa”.

Me vino a la cabeza esa mirada de mosca sin domesticar en la que me vi recién arrinconado, y el puto orgullo me llevó más lejos. Recuerdo que antes de rociarlo todo, antes de pensar en la palabra «fósforo», me dije a mí mismo viéndome reflejado en una bandeja, en la que también se asomaban a ver la infinitud de sus alas un par de moscas: “Es injusto que me venza este insecto de ojos rojizos y cuerpo negro. Tan minúsculo aunque quepa en él una cabeza, un tórax y un abdomen. Pero ahora no sobrevirán su prescutum, su espiráculo delantero, su scutum, su basicosta, su calypters, su scutellum, sus venas, sus alas, su segmento abdominal, su balancín, su espiráculo posterior, su fémur, su tibia, su espolón, su tarso, su propleura, su prosternón, su mesopleura, su mesosternón, su metapleura, su metasternón, su ojo compuesto, su arista, sus antenas, sus palpos maxilares y su seudotráquea”.

¡Qué feliz se va a poner mi mujer cuando vuelva de la escuela y vea que ya no nos molestan!


ARTÍCULOS MÁS RECIENTES DEL AUTOR

Suscríbete al boletín

No te pierdas la información más importante de PRODAVINCI en tu buzón de correo