Diario Literario

Diario literario 2022, septiembre (parte III): poesía caríbica, Godard, Contramaestre, Barolo

Jean-Luc Godard. Fotografía de AFP

17/09/2022

Milán, lunes 12 de septiembre de 2022

Variedad y constantes

Se dice de la lírica escrita en el Caribe que uno de sus mejores atributos es la variedad. Y no parece fácil contradecir esta consideración. Aunque los asuntos (el paisaje, el colonialismo, la esclavitud, la negritud, la sensualidad) son constantes, la forma es la más proteica. Por su parte, el lenguaje, a diferencia de las lenguas del Mediterráneo, no es “definitivo”. El inglés que se habla en Jamaica cada vez se distancia más del que usan los vates bilingües de Puerto Rico, empeñados en la creación de un nuevo inglés, o un nuevo castellano, mestizo, híbrido. como es mestizo e híbrido el idioma del dominicano Junot Díaz.

El inglés, como siempre, goza de buena salud. Poetas como Walcott se han encargado de mantener vivas sus posibilidades expresivas, al punto de permitirse en el Caribe la escritura de una Odisea caríbica. Lo mismo con el francés caribeño. Una lengua hablada por la familia Bonaparte, y convertido en gloria en la poesía bárdica de Saint-John Perse, propietario de plantaciones en Martinica. Después de su uso por parte de poetas educados en Francia como Aimé Cesaire o filósofos como Franz Fanon, los jóvenes poetas haitanos exploran las posibilidades del kréyol, idioma hablado por amplios sectores de la población isleña. Tal vez el  idioma que menos transformaciones haya experimentado sea el español, que poco ha cambiado en los últimos doscientos años. El que hablaba Bolívar con Petión en Haití en 1812, es el mismo de Lezama, Gerbasi o Asturias.

Fotograma de El desprecio. 1963. Jean-Luc Godard

Milán, martes 13 de septiembre de 2022

Godard 

El Cine-Club Ambrosiano se enluta por la muerte de Jean-Luc Godard a sus noventa y un años. Godard fue uno de los más influyentes cineastas de la segunda mitad del siglo XX, no solo por sus películas sino por sus ideas difundidas en las páginas de Cahiers du Cinema, la revista fundada por André Bazin a principios de los años cincuenta del siglo XX. Fue uno de los integrantes de la Nouvelle-vague (Nueva ola) con Claude Chabrol, Eric Rohmer y François Truffaut.

Dedicó la mitad de su vida a realizar una serie de films notables, y la otra mitad a crear un personaje llamado Jean-Luc Godard, al cual, hace sesenta años era imperdonable no admirar, por lo menos tanto como ahora resulta imperdonable encontrar a alguien que sienta todavía admiración por el hombre llamado Godard. Fue izquierdoso, izquierdista, comunista como buen burgués francés, exaltado maoísta y, hasta el final, una suerte de resentido social. A la otra mitad le debemos filmes tan conmovedores como Pierrot le Fou y A bout de soufflé, tan hermosos como Une femme est une femme o Vivre sa vie, tan vanguardistas como Alfaville o tan inteligentes como El desprecio.

En compañía de otros nouvellevaguistas, inició el reconocimiento de autores como Lang, Hawks y Hitchcock o Melville. Limitados por la inaccesibilidad de buena parte de su producción, el Cine-Club Ambrosiano se limitará a la proyección de El desprecio. Se trata de uno de los filmes más shakesperianos que conocemos. Una película dentro de otra película. La primera, la única que llegará a su fin, la dirige Godard, la otra que no pasa del proyecto, está a cargo de Fritz Lang, maestro fundador del cine moderno. Godard adaptó El desprecio, la conocida novela de Alberto Moravia con un no siempre apropiado “casting” que incluía, más bella que nunca, a Brigitte Bardot, Michel Piccoli (es difícil creer que alguien como el actor francés haya sido tan básico como el escritor tal como lo presenta el film) y un convincente Jack Palance.

Moravia se detiene en la imaginaria adaptación que un viejo director (en la película Fritz Lang) hace de la Odisea (las páginas que dedica el novelista a este asunto, se encuentran entre las mejores interpretaciones del poema homérico que conozco). Godard prefiere, bajo la luz sagrada de Capri y con una de las mejores fotografías de su tiempo, hacer de psicólogo e insistir en la fisiología del poder, la manipulación de las sensibilidades y los abusos inevitables. Sólo con esta película, Godard se contaría entre los mejores realizadores franceses de todos los tiempos. Sus opiniones, controvertidas pero casi siempre irrefutables, fueron celebradas o repudiadas con igual intensidad. Por ejemplo: “El blanco y negro de Manhattan, de Woody Allen, es un mal blanco y negro. Algo más bien literario, no una necesidad formal”. De acuerdo.

Carlos Contramaestre

Milán, miércoles 14 de septiembre de 2022 

Poetas del techo de la ballena

Después de un largo purgatorio, las poéticas  de El techo de la ballena, el estupendo grupo artístico literario activo en Caracas a comienzos de los sesenta del XX, reaparecen con una difundida actualidad. Para las nuevas generaciones, los “balleneros” reaparecen como contemporáneos, sus contemporáneos. Un cambio de visual que me afecta y alegra porque eran integrantes prominentes del Techo los primeros escritores que conocí en mi vida (mi padre no pasó de unos pocos artículos para la prensa, entre ellos algo sobre el impresionismo. Gracias a mi hermana Alicia, conocí, a mis diecisiete-dieciocho, a Edmundo Aray, Caupolicán Ovalles y Adriano González. Poco después, a Salvador Garmendia, Juan Calzadilla, Francisco Pérez Perdomo, Rodolfo Izaguirre, Efraín Hurtado).

A los artistas plásticos los frecuenté menos, una de las excepciones, el notable fotógrafo Daniel González. Mi interés eran los poetas y escritores. El más elusivo era Carlos Contramaestre, de quien todos hablaban como el verdadero padre de la ballena, pero que conocí tardíamente. Sabía que era pintor y responsable de los primeros happenings en Venezuela. Lo que no supe sino mucho después es que también escribía poesía. Algo que me ha recordado uno de los mejores estudiosos del asunto, el también poeta Santiago Acosta, que hoy me ha hecho llegar dos de los poemas de Carlos, “Cabimas-Zamuro”, donde alude a su residencia en la ciudad petrolera del occidente venezolano. El informalismo fue el signo de El Techo de la Ballena y, en poesía nadie lo entendió mejor que Caupolicán Ovalles (su Elegía a la muerte de Guatimocín mi padre, alias el Globo, es uno de los diez mejores libros de poesía publicados en el país suramericano en el siglo XX. Recuerdo claramente cuando me lo dedicó hacia 1969, en su versión “roja”, en el jardín de mi casa paterna valenciana. Este es uno de esos “zamuro” de Carlos Contramaestre:

 

Yo viejo rescatador de tuberías muertas

el hombre electrocutado en las profundidades

tengo todos los planos de las tuberías muertas

tengo todos los huesos de los ahogados

uso a mis hijos de carnada (mis buzos predilectos)

como con la velocidad del relámpago

desmantelo todas las instalaciones de los muertos

me ilumino con el espectro de carburo

y camino con envidiable equilibrio sobre las llamas de Lagunillas

recuerdo a López Contreras

y reconstituyo el mapa en escala moral

Conozco palmo a palmo los monstruos

Conozco los procesos dulces de la corrosión

cargo óxido en mis dientes de cangrejo

conozco las plantas acuáticas que imitan los ojos del Lago

Yo el Guaco

viejo desempleado

rescatador de tuberías muertas

Viendo la cabria con todo y gringo

le vendo las compañías petroleras con todo y gringo

Le regalo Cabimas

se la presto

se la empleo

Le regalo a tasajeras

Tuberías muertas

Se la cambio

se la empeño

con todo y gringo

le regalo a la Rosa Vieja y sus putas retiradas

le regalo su esplendor de miseria

le regalo a Tierra Negra

le regalo El cardonal con sus maricos

le regalo a los turcos

le regalo a damaco

Si usted se emplea le regalo a mis guaquitos

retratados en fila

le regalo su ampliación iluminada

Y ellos beben conmigo

Y la mujer se rasca conmigo

Préstamela

Regálamela

Te regalo la ciudad con los huesos de mi padre

sonajas de pájaros

y mi furia de rescatador

Tomas agua de coco

y ya no te vas de Cabimas

Tengo los planos fantasmas

obtenidos en pactos secretos de desempleado

Te regalo a Cabimas

 

(Ediciones de El Techo de la ballena. Mérida 1969)

Barolo, Piemonte, Italia. Fotografía de Anthony Dolce | Flickr

Barbaresco, jueves 15 de septiembre de 2022

Ya pasan de veinticinco los años que llevo visitando por los menos una vez al año esta geografía. Como Toscana o Borgoña, se trata de una región bendecida por los dioses para producir buena parte de los mejores vinos del mundo. Es una amplia geografía que va desde Tortona hasta el Santo Stefano Belbo de Pavese y el Barolo del conde de Mirafiori, hijo ilegítimo de Vittorio Emanuelle II, hasta las alturas de Dogliani. En esta ocasión, las uvas en las estoicas plantas han madurado de manera precoz y excepcional debido a las altas temperaturas y la sequía que ha caracterizado el ciclo vegetativo. Las alteraciones comenzaron hará una decena de años cuando, en pleno invierno, se podían observar manchas de vegetación con un verde más propio del verano que de la última estación del año.

Piemonte, hasta ese entonces, era todo tomado por la niebla y el duro frío a partir de noviembre, y para las cercanía de la Navidad era un región oscura y fría. Las condiciones especiales para el crecimiento del nebbiolo, la uva más apreciada de la zona que, como dice su nombre, ama la “nebbia” (niebla) y el frío. Es el vitiño responsable del Barolo, uno de los tintos con más capacidades de guarda, y del Barbaresco, la versión femenina del Barolo. Este era el vino preferido, como buen piemontés, de Primo Levi, quien todos los años, como por esta época, venía de Torino hasta el pueblo de Barolo para encontrarse con su amigo, Bartolo Mascarello, y comprarle seis botellas del estupendo caldo. Esto me lo contó el mismo Bartolo, con cuya amistad fui privilegiado durante los últimos años de su vida. Recuerdo, de las largas veladas con él, una fotografía en la cual aparece hablando con otro piemontés, Norberto Bobbio, el día del entierro de Levi.


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